MIAMI. Donald Trump es culpable. Aunque no haya disparado las armas que mataron a decenas de personas el pasado fin de semana en El Paso, Texas, o Dayton, Ohio, aún tiene que aprender que las palabras y acciones, especialmente las que provienen de un presidente, tienen influencia. Y en el caso de El Paso y Dayton, consecuencias.
Estudien, por ejemplo, cómo reaccionó el presidente durante un mitin unos meses antes de estas dos últimas masacres. Mientras visitaba el nordeste de La Florida, un seguidor gritó: “¡Dispárales!”, después de que el presidente reflexionara en voz alta acerca de cómo evitar que los migrantes crucen la frontera sur.
Desde su tribuna, Trump podría haber tomado el camino correcto, el camino adecuado, y haber ayudado a difuminar sentimientos que ahora son demasiado frecuentes en la sociedad estadounidense. En cambio, al escuchar a alguien que quería dispararle a un migrante, Trump sonrió y dijo: “Solo aquí en el Nordeste uno puede hacer esa declaración y salirse con la suya”. En otras palabras, Trump lo encontró divertido y convincente, pero solo en ciertos lugares. Como hemos visto y leído, en los Estados Unidos de Trump semanalmente se crean más verosimilitudes para este tipo de acciones violentas.
En este país tenemos la Primera Enmienda. La vivo como periodista. Garantiza nuestra libertad de expresión. Pero, y esto es un gran pero, nuestras palabras no pueden llevar a otros a situaciones peligrosas. Por ejemplo, no puedo entrar en un teatro abarrotado y oscuro y gritar: “¡Fuego!”
La idea de gritar falsamente “fuego” surgió de la decisión del Tribunal Supremo en 1919 en el caso Schenck Vs. Estados Unidos. El Tribunal dictaminó por unanimidad que la Primera Enmienda, aunque protege la libertad de expresión, no protege el discurso peligroso. En la decisión, Oliver Wendell Holmes escribió que ninguna salvaguarda de la libertad de expresión protegería a alguien “que grite falsamente fuego en un teatro y provoque el pánico”.
Entonces, pregunto, ¿está el presidente de los Estados Unidos por encima de las limitaciones de la Primera Enmienda?
Desde el día en que bajó las escaleras mecánicas de la Torre Trump de Nueva York con su esposa —por cierto, una inmigrante— y dijo que los mexicanos enviaban a “personas con muchos problemas… traen drogas. Están trayendo el crimen. Son violadores…”, Trump no ha dejado de demonizar y poner en peligro a las personas que no le gustan (por su intolerancia) a manos de los estadounidenses que escuchan a un presidente que les dice que tienen derecho a dar puñetazos, golpear y reír con personas que sugieren dispararle a alguien.
Esa intolerancia está dirigida en este país a latinos, afroestadounidenses, discapacitados físicos, la comunidad LGBTQ, o a cualquiera que él considere inferior. En todo el mundo se centra en las personas que viven en lo que él llama países “de mierda”, en su mayoría poblados por latinos, negros y musulmanes.
El columnista del New York Times, Frank Bruni, escribió acerca de los reflejos oscuros de la campaña de Trump y ahora de su presidencia. Estos incluyen, dice, “la prohibición a la entrada de musulmanes; las repetidas referencias a la inmigración ilegal como una ‘invasión’; la caracterización de los migrantes como alimañas que ‘repletan e infestan” a Estados Unidos; el tuit que insta a cuatro congresistas de color a ‘regresar’ a sus países, aunque solo una de ellas no nació aquí; y, por supuesto, la insistencia de que había “personas muy buenas de ambos lados’ de la violencia en una reunión de neonazis en Charlottesville, Virginia”.
El asesino en El Paso el pasado fin de semana dejó un manifiesto lleno de odio en el que escribió acerca de una “invasión hispana a Texas” y dijo: “Si podemos deshacernos de suficientes personas, entonces nuestra forma de vida puede ser más sostenible”. No es coincidencia que haya usado un fusil de asalto estilo AK-47.
Una “invasión hispana” y “deshacerse de personas” y “nuestra forma de vida”. Sustituya hispano por mexicano y el lenguaje utilizado por Patrick Crusius, el hombre blanco de 21 años de Allen, Texas, quien se alega que disparó y asesinó a más de 20 personas, proviene directamente del diccionario Trump.
Así que nuevamente me pregunto: si puedo ser arrestado por gritar “¡fuego!” en un teatro y causar pánico, ¿qué pasa con un presidente que insta a los seguidores a golpear, empujar y hacer daño a los invasores provenientes de otros lugares y desecha como una broma la idea de dispararles? ¿No es eso peor que simplemente gritar fuego y provocar una estampida?
Más temprano que tarde, la mayoría de los estadounidenses decentes deben darse cuenta de que lo que tenemos ahora en la Casa Blanca es un hombre peligroso. No solo está trastornado, sino que también es un nacionalista blanco y actualmente es el terrorista más temido del mundo.
Y digo más temprano que tarde porque si ustedes son demócratas o republicanos, independientemente de quién se enfrente a este monstruo el próximo año, debemos votar por ese candidato. No podemos permitirnos cuatro años más del demonio personificado que está destrozando este país.
Traducción de Germán Piniella para Progreso Semanal
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