ELIGIO DAMAS
Miro mi biblioteca, recorro el pequeño espacio donde libros y artesanías se mezclan y descubro como la he venido organizando de manera que siempre haya un casar.
La palabra casar, de uso muy frecuente entre mi gente, aquella entre la cual me formé, sirve para identificar la pareja. Si bien es verdad se usa más comúnmente para aplicársela a los seres vivos, como un casar de conejos, de chivos o aves, también cuando se trata de dos cosas u objetos como un barco peñero y una piragua. Una mata de limón y una de ají dulce, el casar perfecto para un sancocho de pescado.
Por supuesto el significado más frecuente es la forma verbal que alude al casamiento, matrimonio, acto de casar o unir legalmente un hombre y una mujer, pero unir en el corral un gallo y una gallina implica “formar el casar”. El fin último o primordial en ambos casos es reproducir la especie con fines hasta distintos, porque en el segundo y tercero, por regla general está relacionado con el equilibrio ecológico y la alimentación; lo que significa o persigue la perpetuación de aquella.
Pero tener en una colección dos muñecos, uno hembra y otro mujer, es formar un casar. Pero también pudiera serlo, ese es mi empeño, por mis inclinaciones intelectuales, unir un libro de historia con una novela que tratan más o menos el mismo asunto. Por ejemplo, ahora mismo, veo frente a mí, los libros “Los comentarios reales” del Inca Garcilaso de la Vega y la historia de “Los comuneros” de Germán Arciniegas. Mezclo narrativa con poesía, historia y sociología, siempre tratando que haya entre ellos algún vínculo. Igual que mezclo a Adriano González León y Renato Rodríguez, quienes parece, según lo que escuchaba en mis tiempos juveniles, no gustaban de mezclarse mucho. No formaban casar ni salían de cacería juntos. Quizás por no encontrar motivos para que aquello sucediese, me empeño en reunirlos en casar.
Allá al lado izquierdo, en la estantería están, uno al lado del otro, Juan Vicente Gómez y Eleazar López Conteras. Siguiendo en dirección a la derecha, lo que no tiene connotación política alguna, aparecen juntos Cipriano Castro y el Dr. José Gregorio Hernández, todas ellas obras de artesanos venezolanos. La primera pareja se explica; el segundo fue sucesor del primero y su subalterno en las campañas militares y el largo período durante el cual gobernaron. La segunda, resultó de una organización azarosa. Un militar montonero, con todo lo que implica y un médico de sobrada fe y devoción por su profesión, como para hacer el bien a cambio de nada, quien terminó siendo casi el único santo que el venezolano urbano y multitudinario reconoce como suyo, pese la iglesia o la alta jerarquía, siempre detrás de los hechos y la fe popular, no lo haya hecho. Quizás sin saberlo, eso se me ocurre ahora, surgió de un sueño que aspiró que José Gregorio con su sabiduría y buena disposición, hubiese podido ayudar a Cipriano para evitarnos “el largo mal”, como dijese Andrés Eloy, que nos deparó el compadre de “La Mulera”. A mi espalda, bastante por encima de mi cabeza, el casar que forman Don Quijote y Sancho Panza, uno como hasta natural e inseparable, dos imágenes esculpidas en madera, de unos ochenta centímetros el más pequeño, Sancho, obras de un excelente artesano oriental.
Y así abundan cosas en casar en mi modesta biblioteca, donde como dije, libros y artesanías se mezclan.
Todavía no habíamos terminado de hablar de la avioneta que venía usufructuando la señora fiscal y su esposo, personaje, antes para mí desconocido, cuyo nombre nada me dice, por lo que todavía no sé bien de quién se trata, del cual supe apenas recientemente; no sólo forma un casar con Luisa Ortega Díaz, lo que significa que son marido y mujer, activista político con su partido propio, grupo o movimiento como de maletín, que como acontece frecuentemente en Venezuela, nada extraño sea también un casar, no por lo de formar pareja, sino que sólo son dos, cuando el cielo caraqueño se “adorna” con un bello helicóptero azul eléctrico. Lo de adornarse fue la primera impresión porque después, quienes adentro iban, se encargaron de ensombrecer el paisaje, cubrirlo de miedo y terror. Miedo y terror también forman un casar. Lo de la belleza del helicóptero o mejor del color del mismo, fue cosa que percibió mi compañera, la misma que conmigo formamos un casar. Ella, más perspicaz y sensitiva por mujer y especialista en literatura, fanática de la música clásica, en medio de aquello que para mí fue sólo espantoso y hasta como calcado de una mala película de bandidos del cine gringo o un gesto infernal del terrorismo, ese que azotó a Nueva York el 11 de septiembre, pudo ver lo que vi pero también lo bello del color de la nave terrorista; como un casar de sentimientos fue aquello para mí.
En mi biblioteca por cierto, como reminiscencias de la niñez, hay un casar formado por una avioneta y un helicóptero, ambos de madera.
Si esa avioneta que tuvo la Fiscal, que nunca dejará de tenerla en su recuerdos gratos por los tantos viajes y largos que en ella hizo, estaba sola, dejó de estarlo pues le acompañará en la picaresca, por lo menos, el helicóptero del audaz piloto, que no creo haya salido a divertirse, gozar como lo hizo Mathias Rust, de sólo posarse mansamente en la Plaza Roja y de violar la seguridad de Moscú, sino a cumplir una tarea como quien forma un casar, que va más allá de lanzar unas tiros al aire y unas granadas tal si dejase caer caramelos desde una carroza en carnaval. También vale decir, avioneta y avión pudieran estar trabajando en llave, igual si fuesen un casar. Y no tendría nada de extraño, pues uno eso no puede asegurar como hecho verdadero, el de la avioneta y el inesperado, inexplicable e incomprensible repentino “cantar de gesta”, de Luisa Ortega Díaz, que al mismo tiempo es como un arrepentirse de toda su vida pasada, formen parte de una faena de cacería; esta vez de cazar.
Lo que parece ser es que en política, no suele haber hechos aislados. Un combatiente que se pronuncia en contra del estado de cosas que antes defendió y una Fiscal, hasta hace poco gozando de todo el reconocimiento del gobierno, apenas había terminado el trabajo que condena al pasado, en eso que llamaron la comisión de la verdad, o del promontorio de muertos y desaparecidos de la IV república, que es como decir la oposición, que optan de repente por “descubrir” el mal que estaban haciendo, parecieran formar un casar para engendrar un algo en contubernio. Aunque es posible que uno y otro no lo supieran, como mis figuras en casar, su situación ignoran.
En mi biblioteca, mis casares, sólo obedecen a eso que alienta o mueve al coleccionista y hasta quizás al niño que aún en mi se anida, son para la paz y mi puro goce espiritual, a nadie aluden y menos incomodan.
Nunca entenderé, esto se lo hecho saber a muchos amigos, no por discrepar de alguien, pensar que muy mal lo hace, de un gobierno que rompió todas las barreras del sectarismo, ineficiencia y más allá, quizás hasta deslindarme de ese alguien y de lo dice o cree representar, pueda optar por ponerme del lado de quien siempre he combatido porque sin duda es el enemigo principal de lo mío y los míos o, lo que es lo mismo, la patria y mis compatriotas. Eso no sería formar un casar sino un encuentro, mal empate, pegoste y como tal para la frustración, pena y sufrimiento eterno. No le veo el equilibrio y menos la bendición divina. Sería como volverme un mercenario, ponerme en el mercado y buscar una excusa lamentable que nadie medianamente inteligente aceptaría.
¡Pobre de mí, si me percatándome que alguien con quien he luchado por ideales comunes, de pronto deja de actuar como creo debe ser, opto por renunciar a lo que siempre he creído y me cambio de bando!