domingo, 18 de agosto de 2019

LA HABANA SEGUN PASAN LOS AÑOS

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La Habana según pasan los años
Ciro Bianchi Ross

Era pobre la urbanización de la Habana en los comienzos del siglo XVII.
Irradiando de la Plaza de Armas, partían dos calles bien alineadas, la
de Oficios y la de Mer¬caderes y ambas iban a encontrarse en lo que se
llamó Plaza Vieja, y en ese punto, en dirección Oeste, se trazó la
calle Real (Muralla) que daba salida al campo por el camino de San
Antonio, por la Calzada de San Luis Gonzaga (Reina) y que conducía a
una hacienda nombrada San An¬tonio el chiquito,  donde se fomentó
luego un ingenio de azúcar, que existía en 1762 cuando la loma de la
Habana por los ingleses.
A continuación de la de los Mercaderes, se trazó otra calle, la de
Redes (Inquisidor) y que conducta a la barriada de los Campechanos, en
donde organizaron sus viviendas los mexicanos náufragos de la
expedición a la Florida con Tristán de Luna, en tiempos de Mazariegos.
Paralela a la calle Real, había una que se lla¬maba del Basurero
(Teniente Rey) porque con¬ducía al vertedero de basuras de la ciudad.
En la misma dirección, partiendo de la Plaza de Armas, iba la calle de
Sumidero, llamada después O’Reilly,  nombre éste que tomó por el
Segundo Cabo que vino con el Conde de Ricla a la restauración
es¬pañola, después de la efímera dominación in¬glesa. Se arrancaron
desde 0'Reilly, rumbo a la boca del Puerto, las calles que se llamaron
de la Ha¬bana y de Cuba y que a través de los siglos han conservado
sus  nombres primitivos.
En esas  calles, las casas obe¬decían a una alineación y
equidistancia. En el resto de la ciudad se construía a la diabla, es
decir, cada cual establecía su casa donde lo creía conveniente. Todas
eran de guano y de madera y estaban cercadas o defendidas por sus
cuatro costados con tunas bravas. Cuando llovía la ciudad era
intransitable.
La ciudad se surtía de agua del río Casiguagua (Chorrera) traída a
través de una zanja a la que dio desnivel necesario el ingeniero
italiano Antonelli, que vino con Tejada a construir el Morro, llegando
hasta el Callejón del Chorro, cerca de la actual Plaza de la Catedral.
El agua anegaba ese lugar, que tomó por esa circunstancia  el nombre
de Plaza de la Ciénaga. No se había pensado todavía que allí se
levantara la catedral.
No había entonces médicos, sino curanderos. Y cuando llegó uno a La
Habana en 1552, con el título de barbero y cirujano, se le obligó a
arraigarse y se le fijó una fuerte retribución.  Los mosquitos eran
insoportables.
LA TORRE DE SAN FRANCISCO
De las cuatro calles que existían en la Habana en el año 1666, la de
Oficios, que primitiva¬mente se llamó de la Concepción, era la más
im¬portante. En esa calle, entre la del Basurero (Te¬niente Rey) y la
calle Real (Muralla), fue levan¬tado el Convento de San Francisco,
edificio que vino a quedar terminado en el año 1738, pues la obra iba
haciéndose con limosnas.
Su torre fue considerada como una de las obras maestras de la
arquitectura habanera de la época. En ella existió un gran reloj y más
arriba una estatua de San Francisco, aunque algunos cro¬nistas afirman
que era una Santa Elena. El huracán que cruzó por la Habana en el año
1846, echó abajo esa estatua, que  lamentablemente  no fue de nuevo
colocada en su sitio.
El resto de la calle de los Oficios, desde la Plaza de San Francisco a
la de Armas, estaba habitado por menestrales, gente de oficios
me¬nores. Frente a la calle de Amargura se levantó por el Gobierno una
casa de mampostería, acaso la primera de dos plantas que se construyó
en La Habana, para cuya edificación se compraron las casas que allí
poseía el rico vecino Juan Bautista de Rojas, pagando por ellas el
Gobernador Ga¬briel de Luján más de cuarenta mil reales.
La planta alta de esta casa fue la primera resi¬dencia oficial de los
Gobernadores, y la baja, la primera oficial del Ayuntamiento.
En el año 1741 una descarga eléctrica hizo volar la santa bárbara de
la fragata Invencible, sufrien¬do el edificio algunos desperfectos. Al
ser estos reparados, se dispuso se colocara en su fachada principal el
Escudo de La Habana.
Años después el Marqués de la Torre inició la construcción, para que
fuera residencia oficial del Go¬bierno, del llamado Palacio de los
Capitanes Generales, hoy Museo de la Ciudad, mientras que en el viejo
edificio  se instalaron las oficinas de correos y la Contaduría
General. En los altos hubo, años después, un hotel que llevó el nombre
de León de Oro. Ese edificio desapareció años para construir en los
terrenos por él ocupados la llamada  Lonja del Comercio de Víveres.
En la primera decena del siglo XVIII, la calle de los Oficios fue la
preferida de las grandes familias habaneras para construir en ella sus
re¬sidencias. En ella edificó  la suya  el Conde de Casa Moré; residió
también en esa calle  el venerable obispo Pedro Agustín Morell de
Santa Cruz, y, cercano a la casa de este prelado, construyó una gran
residencia el acaudalado habanero Martín Aróstegui.
En esa calle y también en el siglo XVIII, se estableció uno de los
primeros cafés elegantes que tuvo la Habana,  el Café de Copas, que
era el sitio de reunión  preferido  de la aristocracia habanera.
.A principios del siglo XIX, en la esquina de Amargura se levantó la
señorial mansión de la noble y aristocrática familia de los marqueses
de San Felipe y Santiago, convertida en hotel hace algún tiempo.  Allí
murieron  el  Conde de  Jaruco y Mompox (1809) y el Marqués de San
Felipe y Santiago (1857).
Las cuatro primeras calles de aquella vieja Habana fueron ampliándose
a medida que la población aumentaba. Y así vemos que desde el fondo
del edificio de la Parroquial Mayor, donde hoy se encuentra el Palacio
de los Capitanes Generales, se hizo un tramo de calle que tomó el
nombre de la Tesorería, que se iniciaba desde la que es hoy calle de
0'Reilly hasta Empedrado y que se le ' conocía por el nombre de Camino
de la Pesca¬dería.
En esa cuadra, que es actualmente la primera de la calle de
Mercaderes, construyó una magnífica residencia el habanero Ignacio de
Peñalver y de Cárdenas, Marqués de Arcos, establecién¬dose allí, más
tarde, la Real Tesorería, cuando este habanero fue honrado por el
Gobierno de la Metrópoli con el cargo de Tesorero, ya  comenzado el
siglo XIX.
ALTO CONCEPCTO DEL HONOR
Conocemos una interesantísima anécdota de este sujeto, que pone de
manifiesto el alto concepto que del honor y del deber  de aquella
generación.
Sucedió que en la madrugada del 20 de enero del año 1804, la propia
guardia encargada de la custodia de la caja de caudales, la violentó y
sustrajo  ciento cincuenta mil pesos. El Marqués de  Someruelos,
gobernador general de la Isla, enterado de este van¬dálico hecho,
envió un recado a Peñalver, ofreciéndole un préstamo en efectivo, para
que pudiera reponer la cantidad robada, ya que era costumbre de la
época la reposición inmediata del dinero o el envío a la cárcel del
Tesorero.
El Marqués de Arcos, conmovido , expresó su gratitud al emisario del
Gobernador, y al rehusar el ofrecimiento, mostró al visitante las
talegas con las 9,500 onzas de oro que de su for¬tuna personal había
llevado para reponer el desfalco.
CALLES ALUMBRADAS CON VELAS
A fines de 1771 la mayoría de las calles de la Habana carecían de
nombres, siendo la mejor, entre todas, la de Mercaderes, con una
extensión de sólo cuatro cuadras, teniendo repartidos por una y otra
ace¬ras, distintos establecimientos donde podía en¬contrarse lo mejor
en tejidos de lana, lino y seda. Estas tiendas atraían a las damas
elegantes, re¬sultando  la calle de Mercaderes lo que  más tarde
serían, como centro del comercio y  la moda,  Obispo y después la
esquina Galiano y San Rafael, con la diferencia de que las damas de
entonces no abandonaban sus volantas para hacer las com¬pras, porque
era de mal gusto penetrar en las tiendas.
En el año 1786 el Cabildo acordó establecer el alumbrado público con
velas de sebo, pero como era mucho el gasto, decidió, en 1799, que lo
costearan los propietarios. En el año 1839 se extendió el alumbrado a
la parte de extramuros. El alumbrado de gas fue establecido por el
Ayuntamiento de la Habana en el año 1846.
Hacia esa fecha, la calle Campanario era conocida como Campanario
Viejo mientras que Manrique recibía el nombre de Campanario Nuevo, En
aquellos días, San Miguel  Santa Bárbara, la calzada de Vives era el
callejón de los Cangrejos y Aguiar, la calle del Mono.
Escribía Ramón A. Catalá en su columna del Diario de la Marina que la
población de extramuros creció lenta e irregularmente  hasta que se
incrementó a partir de 1846. La calle que luego se llamó Manrique
presentada, todavía en 1844, grandes tramos despoblados a excepción de
la llamada casa de las Figuras y alguna que otra cuartería propiedad
del acaudalado Farruco, el gran casateniente de la época. En cambio
hubo un poblamiento notable en los alrededores del cruce de Manrique y
Salud, por la ermita que allí se había erigido
Resentidas las paredes por los huracanes del 44 y 46, la torre y nave
principal de aquella ermita ofrecieron señales de ruina y fue por ello
mandada a reedificar por los años 47 a 48. Entonces se acordó dar más
am¬plitud al templo, tomando terreno de su antiguo patio por Manrique,
y aumentando una nave más al antiguo trazado de la iglesia. Por
desconfianza en los viejos cimientos, se construyó el nuevo campanario
sobre el flamante cuerpo del edificio que da a Manrique; y he ahí,
por qué la calle de Campanario se adornó con el título de Viejo y la
otra con el de Nuevo.

Fuentes: Textos de Luis Bay Sevilla, Emilio Roig y Ramón Agapito Catalá.






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Ciro Bianchi Ross

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