El G20 y ¡cómo cambia el mundo! Macri a lo Gato Pardo y uno ¡cómo si nada!
Eligio Damas
Una buena manera de impedir que los cambios que se avecinan, en cualquier tiempo y espacio, a uno no afecten es cambiar conforme a ellos e intentar sacarle provecho. De eso se habla en el Gato Pardo, “cambiar para que nada cambie” y lo mismo por lo que Tancredi, sobrino del príncipe de Salinas, buscó contraer matrimonio con la bella hija del usurero y prestamista que se abre espacio político en el nuevo régimen. La clase de los viejos nobles feudales, por la fuerza de la transformación, como el Conde de Salinas, venían perdiendo poder económico y político frente a lo que el usurero representa, acumula y entonces, la mejor forma de no perderlo todo y hasta mantener mucho, es aliarse con los factores que emergen.
Lo del Gato Pardo casi tradicionalmente suele referirse como un gesto oportunista de quien quiere seguir manteniendo sus privilegios en la nueva situación, pero también pudiéramos verlo como quien para no perecer aborda la última tabla que pasa al lado del barco que se hunde. Lo que quiere decir que uno no debe aferrarse al pasado o al presente, cuando todo a nuestro alrededor cambia y se nos habla de un futuro diferente. Uno está obligado a cambiar, tal como cambia la vida, sobre todo si esos vientos pegan a nuestra espalda.
Eso mismo, una treta gatopardiana tradicional, pero de la más baja estirpe, es la que intenta ahora en la Argentina Mauricio Macri, en virtud de ese tsunami electoral que se le vino encima. Hoy miércoles, después de no haber dormido por 48 horas, pese que el domingo muy temprano por lo que dijeron las urnas mandó a todo el mundo a hacerlo, ha anunciado un aumento de salario, rebaja en algunas tarifas y en impuestos. Dicho de otra manera, en cierto modo echó para atrás algunas de las medidas que aplicó por exigencias del Fondo Monetario Internacional a cambio de los préstamos concedidos y las que consideró justas porque lo contrario era “populismo barato e irresponsable”. Y eso, el populismo de los peronistas representados por Cristina Fernández, según él estaba hundiendo a la Argentina. Macri, extremista al fin, canta aquella canción extremista de los republicanos españoles al revés, como que “los ricos coman pan y los pobres…”
Las políticas económicas de Macri hundieron a los argentinos, desató una crisis de gran envergadura, que se agravó con sus medidas anti populares, esas del habitual recetario fondomonetarista y terminó con la masacre electoral de la cual fue víctima el macrismo el domingo pasado. Lanzó un boomerang que se le devolvió más pronto de lo que esperaba. Y de paso, metió en una enorme vaina a Trump, que ya tiene bastante con Venezuela.
Ahora Macri, 48 horas después que casi lo encierran en las urnas y lo entierran, “descubre” que no debió ser tan cruel con el pueblo argentino y se viene con unas medidas, como dentro del guion gatopardiano de “cambiar para que nada cambie”, pero de muy baja ralea. Es decir, se viste de “populista”, cambia el ritmo y rumbo de su política económica para intentar que en octubre los electores cambien tal como él lo hizo. Una trampa como inocente de Macri, para atraer el elector. Si ella le diese resultado, como lo que intenta es que nada cambie, volvería por sus fueros a cumplirle al FMI a lo que se siente obligado y por lo que allí le pusieron e intentarán mantenerle. Tanto que el ente financiero, con toda seguridad, no se atreverá a hacerle por ahora ninguna observación, ni reclamo y menos ponerle impedimento a esas políticas que le son inusuales. Pues lo que se intenta es hacer como el Gato pardo. Y al FMI lo que le interesa es que le paguen y con creces y nadie mejor que Macri para eso.
El capitalismo, estando en la etapa del liberalismo económico, la del “laissez faire, laissez passer”, cuando las grandes economías de entonces y hasta las posteriores con la revolución industrial se abarrotaban de mercancías, reclamaba no poner barreras al comercio mundial. Los países de la periferia estaban destinados a producir materias primas y comprar la producción artesanal e industrial de quienes estaban en capacidad de servírsela. Para él y sus líderes, el nacionalismo era un impedimento y hasta anacronismo. El valor agregado, a las materias primas, se vendía a los pueblos que las primeras producían y de esa manera se configuró una cruel y despiadada distribución del trabajo. Se estaba creando un cuadro mundial según el cual unos pueblos y regiones quedarían condenados a trabajar a favor de otros y particularmente de las clases que controlaran el capital y tecnología.
Todavía, no hace muchos años, quizás por eso se podría otra vez decir que “veinte años no es nada”, cuando apenas se había disuelto la URSS y China apenas avanzada en su crecimiento, Estados Unidos pregonaba la “generosidad” del ALCA, intentando imponerla a nuestras economías, incapaces de competir con la suya. ¡Abajo el proteccionismo! Decían los gobernantes gringos.
Pero el mundo siguió andando y en el camino siempre habrán de producirse sorpresas. La abundancia de capital, la lógica del mismo, como la de buscar ganancias donde ello fuese posible y la necesidad de invertirlo buscando mano de obra barata, hizo que comenzaran a crecer nuevas economías, eso que llaman economías emergentes. A los países antes controladores del mundo le salieron serios competidores, como que China, por sólo hablar de esta, puede inundar el mercado de Estados Unidos, también por sólo hablar de este, y hasta cubrir necesidades y demandas internas a precios más bajos que la industria local.
Y entonces es necesario cambiar para que nada cambie. Por eso la guerra de Trump en materia arancelaria contra China. El país que antes reclamaba, como en los viejos tiempos del capitalismo creciente de Europa, “laissez faire, laissez passer”, ahora dice lo contrario a quienes con ellos pueden competir y con ventajas, como China. ¡Viva el proteccionismo!, grita Trump.
Y los cambios son tan grandes, aunque no sean en la dirección y la calidad que uno quiere, que ahora mismo, en la última reunión del G20, se ha dicho que “las relaciones entre EEUU y China son difíciles y están contribuyendo a la desaceleración de la economía mundial". Y el ministro japonés, Shinzo Abe, de un país y economía que ha venido siendo aliado de EEUU, ha expresado “Ahora es el momento de comunicar un fuerte mensaje para el mantenimiento y el fortalecimiento de un sistema libre, justo y no discriminatorio".
Ni más ni menos, Trump en esa cumbre recibió un serio responso y hasta se vio obligado, por lo menos en lo formal, a manifestarse de manera diferente y menos arrogante como lo ha venido haciendo. Y vean qué cambio, aunque parezca muy formal, “es el momento de comunicar un fuerte mensaje”, dijo el ministro japonés. No hay duda que se dirigió principalmente a Trump, quien tiene prendida la candela.
El mundo pues cambia y no es esto un decir; es una realidad que debemos medir y hasta tomar en cuenta. No puede uno abordarlo con los instrumentos y los procederes de antes. Y esto tiene que ver con mucho de lo que nos es cotidiano. Seguir dentro de la vestimenta de los caballeros de la edad media, en los tiempos de ahora, cuando los drones sustituyeron a la caballería y hasta infantería, es más que un disparate e inventarse unas interpretaciones supuestamente fundadas en Marx que ignoran movimiento y cambio; no sería más que un querer seguir golpeando el concreto del muro que me separa del mañana con la frente. Marx no se equivocó, trabajó en la realidad de su tiempo y nosotros estamos en otra.
El mundo cambia incesantemente, Marx y tantos pensadores como él, establecieron las bases para aprehenderlo, pero no sirven los manuales, porque estos apenas son referencias de un momento. Por eso, más que citar a Marx y otros que se ocuparon de elaborar los instrumentos para captar el movimiento y cambio, debemos aprender a usar estos adecuadamente. Es verdad que más que interpretar hay que hacer, pero para hacer hay que interpretar adecuadamente la realidad de nuestro tiempo y “no basta rezar”* o declamar los principios y valores.
Los instrumentos por sí solos no son suficientes; se requiere habilidad en manejarlos y eso no es recitar lo que dicen, sino con ellos aprehender la realidad.
*Recordando a Alí Primera.
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