MIAMI. Tras aceptar la derrota a manos de un enemigo formidable, al abrir el país en medio de una pandemia galopante, la administración Trump ahora está intensificando una lucha verbal contra otro enemigo. El propósito es distraer la atención de la desastrosa respuesta de Trump a la COVID-19, la verdadera amenaza, y culpar a otro demonizado: los chinos.
El presidente, como siempre, no hizo nada mal. De hecho, como dijo al principio de la pandemia, con solo quince casos en el país que pronto se reducirían a cero, “hemos hecho un trabajo excelente”. ¿Qué tal ahora, cuando casi 70 000 han muerto hasta la madrugada del 5 de mayo?
¿Cómo se siente ahora, Trump, con que las proyecciones más optimistas son que morirán más de 100 000 y la estimación más pesimista predice una tasa de mortalidad de 3 000 por día, un millón al año, y respecto a la calificación que usted mismo se dio, diez en una escala del 1 al 10?
Según Trump, él y todo su gobierno están haciendo un excelente trabajo. Esa evaluación es validada por la autoridad de Jared Kushner, yerno de Trump y asistente especial para todo.
Si esto no fuera tan dolorosamente trágico y tan escandaloso y absurdo, sería cómico. Trama: un presidente demente que asume que todos en el país sufren de Alzheimer y no pueden recordar el día dos lo que él dijo el día uno.
Primero, el presidente elogió a China por su manejo de la COVID-19. Ahora los chinos tienen la culpa de todo. Excepto que no hay evidencia de eso. Los chinos pueden haber subestimado la seriedad del nuevo coronavirus y haberse retrasado en alertar al resto del mundo. Considerar la COVID demasiado a la ligera fue un gran error y no hacer sonar la alarma internacional lo antes posible es culposo.
Pero una cosa es clara como el agua. Los chinos no son responsables de este desastre evitable en los Estados Unidos; la administración Trump y su elenco de mentirosos y aduladores son los responsables.
Estados Unidos no debe depender de China ni de ningún otro país para la seguridad de sus ciudadanos.
Mucho antes de que hubiera un solo caso en Estados Unidos, los servicios estadounidenses de inteligencia emitieron urgentes y repetidas alarmas de la manera más directa y dramática posible. Todos los días, la “comunidad” de inteligencia de del país prepara un informe escrito para el presidente y le hace un resumen verbal. Esto se centra en las amenazas a la seguridad nacional. Por tradición, entregado muy temprano en la mañana, es el primer punto en la agenda diaria del Ejecutivo en Jefe. Estos documentos e informes incluyeron múltiples advertencias acerca de una amenaza de pandemia proveniente de China.
Pero, sorprendentemente, este presidente no lee los informes de las muy caras y altamente sofisticadas agencias de espionaje de su propio país. Eso es un grave incumplimiento del deber. Peor aún, a medida que los funcionarios de inteligencia agitaban todo tipo de banderas rojas, el presidente negaba que hubiera un problema, y acusaba a los demócratas de inventar todo como una segunda acusación y culpaba a su chivo expiatorio favorito, los medios, por exagerar la amenaza más allá de toda posibilidad.
Por medio de la negación y la demora, Trump hizo que la pandemia fuera mucho más costosa en vidas de lo que debió ser. Ahora, en su apuro porque el país regrese al trabajo y a los negocios como de costumbre, de modo que tenga la posibilidad de ganar la reelección, está repitiendo el atroz incumplimiento del deber del que fue culpable al inicio. Solo que esta vez está actuando con pleno conocimiento del costo de muertes y destrucción que probablemente traerá su decisión. Y lo está haciendo por razones políticas y egoístas aún más transparentes.
Como líder, Trump es la tormenta perfecta. Combina las peores cualidades en un paquete único y de autosatisfacción. La mejor palabra para describir a Trump es, naturalmente, una obscenidad: comemierda.
El filósofo Aaron James escribe en una revista británica en línea que “el comemierda es el tipo que sistemáticamente se otorga ventajas especiales en la vida cooperativa a partir de un sentido arraigado de derecho que lo inmuniza contra las quejas de otras personas”.
El sitio Vocabulary.com da en el clavo aún más directamente cuando dice: “comemierda es una palabra común para un estúpido o idiota. Si uno califica a alguien de comemierda, probablemente es porque está haciendo algo no solo estúpido y molesto, sino también malvado”.
Tener un comemierda como presidente en una pandemia es un PROBLEMA infernal. Pero hay muchos otros comemierdas que también son culpables.
Recientemente, Paul Krugman escribió en The New York Times: “Sí, la inseguridad de Trump lo lleva a rechazar la experiencia, escuchar solo a las personas que le dicen lo que lo hace sentirse bien y se niega a reconocer el error cometido. Pero el desdén por los expertos, la preferencia por los leales incompetentes y la incapacidad de aprender a partir de la experiencia son procedimientos operativos estándar de todo el actual Partido Republicano.
“El narcisismo y el solipsismo de Trump son especialmente flagrantes, incluso extravagantes. Pero él no es un caso atípico; él es más una culminación de la tendencia de larga data de la derecha estadounidense hacia la degradación intelectual. Y esa degradación, más que el carácter de Trump, es lo que nos está llevando hacia un gran número de muertes innecesarias”.
Solo agregaría una idea más, una idea que está fuera del alcance incluso de los medios liberales como MSNBC, con su campaña que presenta a los héroes del frente de atención médica y otros trabajadores esenciales que arriesgan sus vidas por el resto de nosotros. El eslogan: “Esto es lo que nosotros (estadounidenses) somos”.
La degradación intelectual y moral de este país va más allá de cierto partido político o las personas que tienen opiniones de extrema derecha, aunque ese es el epicentro de la epidemia de estupidez y mala voluntad. El casi 40 por ciento de los estadounidenses y el más del 90 por ciento de los republicanos que aprueban a Donald Trump tienen una gran parte de la culpa de la actual calamidad del COVID-19. Estos comemierdas son también lo que somos.
Traducción de Germán Piniella para Progreso Semanal.
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