APUNTES DEL CARTULARIO
Batista y Salas Cañizares
Ciro Bianchi Ross
Afirmé hace algunas semanas, en un popular programa de la Televisión
Cubana, que fue después de la muerte del brigadier general Rafael
Salas Cañizares, en los sucesos de la embajada de Haití, en 1956, que
Fulgencio Batista comenzó a recibir el dinero que provenía del juego y
las apuestas clandestinas e ilegales que hasta ese momento iban a
parar a manos del obeso jefe de la Policía Nacional.
Como no pocos cubanos llevan dentro un historiador, además de un
médico y un pelotero, no tardaron en aparecer las opiniones
discrepantes. Al menos, ponían en duda que un hombre como Batista se
dejara meter el pie por su jefe de Policía.
El teniente Salas había tenido una participación destacadísima en el
golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, al asegurarle a Batista las
perseguidoras que lo escoltaron desde su finca Kuquine, en Arroyo
Arenas, hasta la Ciudad Militar de Columbia y garantizarle la
logística de las comunicaciones. Luego tomó la sede del Congreso de la
República y ocupó las radioemisoras. Ese mismo día, parece que, sin
contar con nadie, el voluminoso y bien vitaminado teniente se puso los
grados de coronel y asumió el mando de la Policía Nacional, y en mayo
del propio año Batista lo ascendía a brigadier general.
Encuentro datos que avalan mi afirmación en un libro publicado en
Miami. Su autor es el periodista colombiano Gabriel E. Taborda y se
titula Palabras esperadas; Memorias de Francisco H. Tabernilla
Palmero.
Para los que no lo conocen o no lo recuerdan, este Francisco
Tabernilla es el primogénito del viejo Pancho. Se trata del general
Silito Tabernilla, jefe del Regimiento Mixto de Tanques 10 de Marzo,
con sede en Columbia, y jefe de la Oficina Militar del Presidente de
la República en la Ciudad Militar. Con anterioridad a su paso a los
tanques, tuvo el mando, en el propio campamento, de la División de
Infantería; algo así como el pollo del arroz con pollo en el Ejército
de la época porque era en esa División, con sus seis mil aforados, y
no en el Estado Mayor, donde radicaba la fuerza verdadera. Los
Tabernilla eran todo un clan. Su padre, a quien apodaban El Viejo
Pancho, era el jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas
cubanas de la época. Su hermano Carlos, el jefe de la Aviación. Otro
hermano, Marcelo, piloto de guerra. El tío era nada menos que Río
Chaviano, el carnicero del Moncada… Alguien por tanto muy cercano a
Batista este Silito que cincuenta años después del derrumbe de la
dictadura y con 90 años de vida, pretendió, en sus memorias, limpiar
la imagen del Ejército de Cuba, “injustamente calumniado y denigrado”,
dice. En su opinión, toda la culpa de la derrota militar de la
dictadura batistiana y del triunfo de la Revolución la tuvo el totí,
es decir, Fulgencio Batista.
Pero eso puede ser tema de otra estampa. Es la relación entre Batista
y Salas Cañizares lo que nos interesa ahora. ¿Qué dice acerca de Salas
Cañizares, su relación con el dictador y el dinero del juego?
Después del golpe del 10 de marzo, afirma el general Silito en el
libro, Batista casi nunca hablaba directamente con Salas Cañizares,
sino a través de un ayudante. Casi siempre las órdenes de Batista le
eran trasmitidas por un intermediario ya que, inexplicablemente, no
quería jamás confrontarlo. No sé si era miedo, respeto o alguna razón
oculta, pero lo cierto es que no le hablaba directamente, asegura
Tabernilla Palmero. Recuerda el frío comentario del dictador al
enterarse de que Salas Cañizares había sido mortalmente herido luego
de violar la extraterritorialidad de la embajada de Haití, en la
esquina de la avenida Séptima y la calle 20, en Miramar. Dijo: “Él se
lo buscó”.
Añade que después de la muerte de Salas, Batista pidió al recién
ascendido brigadier general Hernando Hernández, nuevo jefe de la
Policía, que le investigara la operación del juego que controlaba el
extinto. Cuando tuvo el reporte en sus manos constató, asombrado, que
recibía alrededor de 730 000 pesos mensuales, una verdadera fortuna,
por concepto del juego y las apuestas. Ese dinero a partir de ahí
comenzó a engrosar las arcas personales de Batista. Lo recibía
directamente. El dinero entraba por la puerta principal del Palacio
Presidencial bajo el pretexto de cubrir los gastos de “las obras de
caridad de Martica”, la Primera Dama de la República.
Expresa Tabernilla Palmero en su libro que, situado como estaba en la
Oficina Militar del Presidente, no podía enterarse del monto de todos
los negocios de Batista, que llevaban sus testaferros Andrés Domingo
Morales del Castillo y Manuel Pérez Benitoa. Pero da por seguro que el
dictador intervenía directamente en la concesión de las Obras
Públicas. Imponía a los contratistas una multa de hasta el 35 por
ciento sobre el valor total del contrato.
Llegaban los contratistas al despacho presidencial con una maleta
llena de dinero y salían con la maleta vacía y hasta sin maleta, dice
Silito Tabernilla en su libro. Batista era un ladrón desorejado.
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Ciro Bianchi Ross
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