lunes, 11 de mayo de 2020

EL INTENDENTE RAMIREZ

Ciro Bianchi Ross (cirobianchiross@gmail.com)To:you + 26 more Details
El Intendente Ramírez
Ciro Bianchi Ross

«Rostros de la nación» es el título del calendario que para el
presente año 2020 preparó y puso en circulación la Oficina del
Historiador de la Ciudad con una serie de retratos de figuras cimeras
de la Colonia; desde la imagen de José Martí creada por Armando
Menocal en 1901 y que proviene de la pinacoteca del Tribunal Supremo
de Justicia, hasta la del obispo Espada; pintura anónima de 1805 que
muestra al prelado en su madurez.  Destacan en la colección los
retratos del gobernador Luis de las Casas y de Francisco Arango y
Parreño, el llamado «estadista sin Estado» y eminencia gris de la
sacarocracia criolla. También los de Félix Varela y José Antonio Saco,
Luz y Caballero y Enrique José Varona, en tanto que de mucha cuenta
son de los de Ignacio Agramonte y Antonio Maceo, provenientes ambos de
la colección del Ayuntamiento habanero. Impresionante se muestra
Carlos Manuel de Céspedes en su retrato de 1872, obra de J. Devich,
que figuró en los fondos de la embajada de Cuba en Washington y hoy se
exhibe en la Sala de las Banderas del Museo de la Ciudad. Dos figuras
más completan esta lista de notables con que la Oficina del
Historiador coloca la primera piedra del exhaustivo catálogo de la
institución que realizará oportunamente. Son Alejandro Ramírez y
Claudio Martínez de Pinillos, Conde de Villanueva, que ilustran, los
meses de abril y de mayo respectivamente.
Es a esas dos figuras a las que el escribidor dedicará el espacio de
hoy. Más a Ramírez que a Pinillos porque al Conde de Villanueva dedicó
ya la página correspondiente al 10 de noviembre pasado.  Ambos
ocuparon la Intendencia General de Hacienda y fue encomiable el
esfuerzo que en todos los órdenes —económico, social, cultural—
acometieron en favor de La Habana. Fueron decididos integristas; bien
que quisieron para Cuba, lo quisieron para Cuba española. Enemigos de
la independencia de las colonias americanas.  Los dos murieron
víctimas del ataque cerebral que sufrieron a consecuencia de disgustos
provocados por desavenencias en el giro en que se desempeñaban.
Algo los diferenció, sin embargo. La honradez. Los grandes proyectos y
realizaciones de Pinillos no solo beneficiaban a la Colonia, sino que
redundaban en su propio enriquecimiento. Alejandro Ramírez, en cambio,
era de una honradez acrisolada. No pudo soportar la acusación de
concusionario que le hicieron sus enemigos que pidieron a gritos su
deposición. Nada tan injusto como acusarlo de haberse enriquecido con
robos y comisiones. Cierta prensa la emprendió al mismo tiempo contra
Arango y Parreño a fin de desacreditarlo y destruirlo. Ramírez se
sintió más dolido aún por el silencio que, ante los ataques en su
contra, guardó el elemento cuyos intereses había defendido con
grandísimo celo. Arango, por su parte, optó por el retiro de la vida
pública
Agobiado por la pena y la ingratitud, fue víctima de una fiebre
cerebral que lo mató en veinticuatro horas, el 20 de mayo de 1821.
Tenía 44 años de edad. Tal fue, por lo menos, la causa a la que
atribuyó la enfermedad la creencia general del público, dice el
historiador Ramiro Guerra. Moría en la pobreza el hombre que durante
cinco años gobernó y duplicó los ricos caudales de la Isla.
Escribe Emilio Roig con relación a la muerte de Ramírez: «El hecho
mismo de que tantas veces y con tanta energía se recalque, en elogio
de Alejandro Ramírez, el rasgo de que fue “el intendente que murió
pobre” muestra bien a las claras cuán insólito era este hecho».
SOLTAR LAS TRABAS
Para Francisco Calcagno, Alejandro Ramírez fue el Intendente «más
notable de cuantos ha tenido la Isla y uno de los que más brillante
papel ha desempeñado en la Hacienda americana».
Nació en 1777 cerca de Valladolid y llegó a La Habana en 1816 para
ocupar, por recomendación y gestiones de Arango y Parreño, el cargo de
jefe superior de Hacienda. Lo avalaba su quehacer anterior en
Guatemala y Puerto Rico, al tiempo que su cultura le permitía ingresar
como miembro en la Academia española de la Historia, y el Rey le
otorgaba el título de Consejero de Indias.
José Antonio Saco ponderaba su gestión en la isla borinqueña:
«Convirtió el país, de inculto y miserable que era, en colonia, en
colonia floreciente y civilizada; el secreto de su sistema consistía
en soltar las trabas que por las antiguas leyes de Indias obstruían la
agricultura y el comercio de América española y sembrar las semillas
de la Instrucción pública, de la economía política, y de las ciencias
naturales en los países que gobernó»,
Su labor aquí no desmereció el prestigio de que gozaba y fue fecunda
en bienes para el país.  Como hitos significativos del paso de Ramírez
por la Intendencia se impone mencionar el censo de población y de
riqueza, y la declaración de propiedad de realengos y terrenos
mercedados. Abolición del estanco del tabaco. Fomento de la población
blanca. Exención de impuestos sobre maderas, tasajos, sebo y útiles
para la agricultura y la industria. Libre arbolado…
Auspició la fundación de nuevas poblaciones y protegió otras:  Mariel,
Nuevitas, Guantánamo, Sagua, y Matanzas y propuso la creación del
Jardín Botánico y el Museo Anatómico. Protegió las artes y las
ciencias físico-naturales, la Escuela de Química y la cátedra de
Economía Política. Amplió las atribuciones de la Sociedad Económica de
Amigos del País, de la que fue director, y con las modernizaciones que
introdujo en la agricultura y el comercio consiguió en 1820 duplicar
la renta pública. Creó en dicha Sociedad su sección de Literatura y su
amor por las bellas artes quedó demostrado con la fundación de la
academia de pintura y escultura que después de su muerte recibió el
nombre de San Alejandro.
LA PRIMERA AUTORIDAD
Asume Juan Manuel Cajigal el mando de la Isla, pero, enfermo y
achacoso, sigue el ejemplo de su antecesor en el cargo y deja las
manos libres a Ramírez que, desde 1815, es la verdadera primera
autoridad de la Colonia.
Corre el año de 1820 y ocurren importantes acontecimientos en España
que repercuten en Cuba e imprimen nuevos rumbos a la política
colonial. Los constitucionalistas de 1812, que no se ha resignado al
duro despotismo de Fernando VII, convencen a jefes y oficiales de las
tropas que el monarca ha acantonado en Cádiz con el fin de enviarlas
sobre las colonias rebeldes de América, a que ejecuten un
pronunciamiento que impone al llamado rey felón la jura de la
Constitución.
La noticia llega a La Habana de manera extraoficial y Cajigal asegura
que no propiciará cambio alguno en el gobierno mientras no reciba
instrucciones precisas de Madrid. Vana ilusión. Un batallón de tropas
regulares se pronuncia en la Plaza de Armas a favor del cambio y
soldados y oficiales de La Fuerza con numerosos paisanos invaden el
palacio de gobierno y obligan a Cajigal a proclamar la Constitución
desde sus balcones. Con ella queda establecida la libertad de
imprenta.
La consecuencia más trascendental de todo esto fue la desaparición de
la decisiva influencia de Ramírez y del grupo de hacendados y criollos
de la clase rica capitaneados por Arango que desde años antes ejercían
el gobierno y dominaban la opinión pública, con preponderancia no solo
en Cuba, sino también en España. Era el triunfo de los comerciantes
sobre los productores. Poco importaba a los comerciantes de la calle
Muralla, promotores de los sucesos, las libertades que les
garantizaría la Constitución. Más bien eran enemigos de ellas, pero
era su oportunidad de derribar al Intendente de Hacienda, a Arango y a
su grupo y socavar la autoridad del Capitán General que los apoyaba.
Por eso, junto con la jura de la Constitución, ese elemento pidió la
cabeza de Alejandro Ramírez que, amenazado y vejado en el palacio de
gobierno, debió buscar refugio en las habitaciones privadas del
Capitán General.
Aun con su autoridad muy disminuida, Cajigal pudo imponer cierta
moderación en los ataques contra Ramírez, pero sus enemigos se
envalentonaron con la llegada de Nicolás Mahy, el nuevo Capitán
General. La embestida subió cada vez más de tono y Alejandro Ramírez
no sucumbió a la calumnia.
Los comerciantes no perdonaron al Intendente el haber derribado el
monopolio de la Factoría del tabaco ni haber acabado con los abusos y
desórdenes de las aduanas a fin de que fluyera hacia las cajas del
Fisco lo que antes se quedaba en las arcas de los comerciantes. Puso
el Intendente cara al contrabando que en las aduanas adquiría niveles
de escándalo con el azúcar y se hacía mayor con el café. Hizo que se
reconocieran como legítimas las antiguas mercedes de los cabildos con
solo demostrar el derecho de posesión.
La muerte de Alejandro Ramírez benefició al alto comercio, a negreros
e importadores de esclavos, a latifundistas. Hizo más aguda la
división entre criollos y peninsulares y paralizó la labor educativa y
reformadora en la que había contado con el apoyo de Arango y Parreño y
el Obispo Espada. Mucho de lo que hizo, fue anulado después, como el
proyecto de aumentar con rapidez la población blanca con miras a la
sustitución gradual del trabajo esclavo por el trabajo libre. El
fomento de la pequeña propiedad esbozado por Ramírez tropezó a raíz de
su muerte con obstáculos casi insalvables. Se paralizó la construcción
de nuevas escuelas. No pudo sostenerse la cátedra de economía política
porque además de ser mal vista por las nuevas autoridades, no contó
con los fondos necesarios para retribuir el trabajo del profesor. Los
esfuerzos de reconstrucción económica que impulsó fracasaron en muchos
aspectos o produjeron escasos resultados. Fueron infructuosos los
esfuerzos para mejorar el nivel de la instrucción…
Bien merece que se le recuerde por lo que hizo y por lo que intentó
hacer. Una calle que bordea un costado de la vieja Quinta de
Dependientes desde la Calzada del Diez de Octubre hasta la de Buenos
Aires, en el Cerro, lleva su nombre.
   
   





   

   

   

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