domingo, 23 de junio de 2019

EL RINCON


APUNTES DEL CARTULARIO

Ciro Bianchi Ross

Pequeña historia del Rincón


El Rincón es una localidad diminuta situada a tres o cuatro kilómetros
al sur de Santiago de las Vegas. Un poblado de unos 5 000 habitantes
que se agrupan sobre una calle central o calzada muy larga y dos o
tres cortes de calle perpendiculares, de apenas 50 metros de extensión
cada una. Es famoso por su hospital y el santuario donde se rinde
culto a San Lázaro, no solo a San Lázaro obispo, sino al San Lázaro de
los perros y las muletas de palo.
    En otros tiempos dispuso de un hotel, cuya edificación se mantuvo en
pie hasta hace poco, y fue célebre por el bodegón de los Vega, donde
se elaboraban unas galletas que gozaron de demanda en toda La Habana;
esas que hoy llamamos galletones o galletas de panadero, redondas y de
sal, pero con diámetro y grosor mayor que las corrientes, y que aún
algunos identifican como galletas de Vega.
    El Rincón nació, en 1838, al calor del ferrocarril, cuyo tramo
Habana-Bejucal se inauguró un año antes, cuando en un paraje escondido
en una de las suaves curvas del camino de hierro –de ahí su nombre,
Rincón- se construyó una pequeña estación ferroviaria que permitía el
trasiego de mercancías y correspondencia. Casi de inmediato se
levantaron en sus inmediaciones algunas casas y ranchos.  Cirilo
Villaverde, que anduvo por allí en esa época, habló en su libro
Excursión a Vueltabajo de la “aldeilla” que era entonces el Rincón,
con sus cinco o seis casas, entre ellas “dos tiendas o almacenes de
víveres que llaman mixtos”. El progreso volvió a sonreír al poblado
cuando  en 1862 se instaló allí un nudo ferroviario que lo enlazó con
otras localidades, y el Rincón continuó creciendo aun cuando solo
cumplía funciones de puente obligado entre Santiago de las Vegas y los
territorios de Bejucal y San Antonio de los Baños. En 1917, sin
embargo, se corta el desarrollo natural de la zona al saberse de la
construcción del nuevo hospital para leprosos.  El mero anuncio de la
construcción de dicho centro hospitalario provocó la emigración de
muchas de las familias  establecidas, y el hueco no pudo ser llenado
por los que llegaron para instalarse de manera permanente o temporal y
estar así cerca de sus enfermos.
La Habana contaba desde el siglo XVIII con un leprosorio emplazado en
las inmediaciones de la caleta de Juan Guillén, que hoy forma parte
del parque Maceo, pero, ya a inicios del sigo XX,  el crecimiento de
la ciudad hacia el Vedado y el todavía incipiente Miramar y la nueva
política urbanística aconsejaban el traslado de los enfermos y la
demolición del viejo lazareto. No había fuera de la ciudad ningún
edificio idóneo para alojar a los enfermos, pero aun  así el Estado
procedió, en 1915, a la venta del edificio y adquirió la finca Dos
Hermanos, a la salida del Rincón, para construir allí el nuevo
hospital, cuyas primeras instalaciones debían estar listas en
noviembre de 1916.  Pasó esa fecha y poco se había  construido en la
finca Dos Hermanos.  La situación se agravó cuando el comprador, que
quería el edificio para demolerlo, exigió el desalojo del viejo
lazareto. Fue así que el 26 de diciembre de 1916 se procedió a
trasladar a los leprosos para el puerto del Mariel, donde quedarían
alojados en las viejas barracas de la estación cuarentenaria, y el
vetusto caserón del hospital era reducido a cenizas en enero de 1917.
La noticia de que serían traslados al Mariel a bordo de un barco
desvencijado llenó de pavor a los enfermos que temían se les arrojara
al mar durante la travesía. Accedieron al fin a hacer el viaje cuando
se aseguraron que los acompañarían las Hermanas de la Caridad de San
Vicente de Paul que manejaban el leprosorio. Pero ahí no terminó el
asunto. En aquellas barracas no existían las condiciones mínimas para
la asistencia de los enfermos. Tampoco disponían de camas, ropas ni
comida. Al cabo de dos meses en ese infierno, los propios leprosos,
en protesta por la incuria y abandono a que estaban allí sometidos,
prendieron fuego a las insalubres instalaciones, quedándose a campo
raso, en el mayor de los abandonos.
    El 25 de febrero de 1917, en rústicas carretas, los leprosos fueron
trasladados para el poblado del Rincón, lugar donde tampoco existía un
verdadero hospital, pues el contratista había incumplido los términos
en que debía entregar las instalaciones y solamente existían unos
cuantos pabellones a medio construir, sin calles trazadas, sin
servicio de agua y sin enfermería.
    Levantar aquello, convertirlo en un verdadero hospital, demandó el
ingente esfuerzo del sacerdote Apolinar López y de Sor Ramona Idoate,
Madre Superiora. Desde su llegada a Cuba, procedente de México, en
1916, Apolinar López asumió como capellán del hospital de San Lázaro,
y se negó siempre a recibir sueldo o mesada por sus servicios. Lo que
le tocaba recibir, lo donaba para la atención de los enfermos. Hasta
1951, año en que falleció, solo admitió el padre Apolinar que se
cubrieran sus gastos de ropa y alimentación. Era, dicen, un verdadero
santo.


    



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Ciro Bianchi Ross

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