¿Basta la estrategia? ¿Y lo táctico? Maduro, Rafael Dudamel y sus circunstancias
Eligio Damas
En “El viejo y el mar”, Ernest Hemingway, ente otras cosas nos narra de la lucha entre el pescador y aquel animal enorme que le mantuvo en ascuas. Es un combate por demás habitual entre pescadores que se hallan con enormes presas que, en principio, parecen superiores a las suyas por su peso, volumen y hasta capacidad de moverse. En esas circunstancias, si el pescador logra prender con sus “artes” al animal, debe procurar manejarlo con paciencia y suficiente habilidad para agotarlo, controlarlo, darle muerte y al final subirle a su embarcación si esto es posible. Si en la primera observación diagnostica que se trata de un animal superior a sus posibilidades y recursos opta por desplazarse a otro espacio con suma cautela para no llamar su atención o intentar ahuyentarle, si cree indispensable mantenerse en el área, porque es de pesca buena.
El torero no suele enfrentar a la bestia sin ayuda de otros y estudiar previamente a la “bestia”. Acostumbra en primer lugar asistir al espacio o “patio”, donde a esta encierran antes de la corrida para estudiarle y tener una idea general de su conducta y rasgos cuando llegue el momento de lidiarla. Ya en la arena, en el primer tercio, sus ayudantes darán varios pases previos al animal, lo que forma parte de la fiesta misma, para que el “maestro” desde el burladero, observe los movimientos de aquél y descubra lo que en el ámbito toreril llaman sus derrotes o mañas. Si tiende a embestir de un modo, lado u otro.
El torero, cumplido ese ritual, saldrá a su primer encuentro con su oponente y a lucirse dando pases de diferente “marcas” con el capote, pero con extremada cautela. Ya sabe lo suficiente de su adversario como para atreverse a lo que hará en ese tercio, previa determinadas circunstancias. Porque el animal, siendo de buena clase y casta, está enérgico, fuerte y así no acostumbra el torero llegarle más cerca en la ejecución de artes difíciles y entusiastas. Para ayudarlo en esos momentos está el “Picador”, algo así como la bestia humana que armada de una punzante lanza y de sobremanera protegido, montado sobre un caballo fuerte y de buena alzada, al cual también se le cuida para que no salga herido de cualquier embestida de la “bestia” de lidia, hundirá repetidamente su arma en el cuerpo del animal para así restarle fuerza y volverle un guiñapo.
Luego volverán los peones de brega o los ayudantes del “maestro” a corretear al animal para que otra vez le estudie y planifique lo que hará de inmediato, que será de nuevo el lucirse dando pases pero esta vez más “atrevido” dentro de eso que llaman “los espacios del toro”. Es decir, el torero se acerca más a un rival disminuido. Y, según, eso volverán los picadores a su tarea de aniquilar al rival del torero hasta ponerle en condiciones inferiores. Y aún así, saldrán los banderilleros, entre estos el propio “maestro”, a pinchar el lomo de la “bestia” con el mismo fin del picador, solo que esta vez la tortura y el sacrificio es más sutil y hasta se intenta darle cierto matiz de arte.
Sólo así, cumplido todo aquello, el “maestro” llegará al tercer tercio, el de la muerte. Antes del “arte” final, el “maestro” se “atreverá” a meterse hasta en la intimidad del toro.
Hay un pequeño reptil que suele aceptar el reto de otros más grandes y hasta de fieras, basándose en su asombrosa velocidad para moverse. Cuando se trata de combatir con una culebra venenosa no le da el frente en cualquier sitio, donde sea que con ella se tope. Acepta el reto pero maniobra para conducir a su rival al área donde puede hallar hierbas que le permiten contrarrestar la dosis de veneno que su contrario le inocule en cada mordida y de esa manera, por su propia velocidad y capacidad para agredir, termina venciendo a su rival. Lo sustancial es que no combate en cualquier parte y menos en el espacio que su adversario escoja.
El fútbol también atiende a esas reglas. No es este fútbol aquel de antes que, como me dijo un alumno nuestro, militante de una recién nacida liga profesional, manejado no por estrategas sino simplemente preparadores físicos, a ellos antes de entrar a la cancha sólo les decían “vayan pues y échenle bolas”. Ahora no es así. El juego se planifica como en los casos arriba referidos. Depende de los distintos factores que haya que atender, como la hora, el sol, el calor, la altura y el rival. Este no es siempre es el mismo y tampoco el estilo, cada caso hay que estudiarlo.
Dudamel llegó a la cancha del Macaraná sabiendo del historial de su rival y equipo que ahora allí enfrentaría. Que miles de aficionados se convertirían en número 12 de mucha fuerza y entusiasmo. Es una carga enorme de triunfos, copas y larga lista de jugadores estrellas y una afición que no espera de su equipo otra cosa que no sea el triunfo.
Antes había empatado con Colombia y acumulado un punto, lo que era un paso importante. No era menester buscar empeñosamente ganar el juego, eso no hacía falta y, menos correr el riesgo que en esa búsqueda, el contrario llenase de goles las redes de Wuilmer Fariñez, un guardameta de lujo. El empate, en aquellas circunstancias, parecería un triunfo. El punto ya acumulado y la posibilidad real de ganarle al que enfrentarían en tercera instancia, hacía pertinente jugar a la defensa, sin premura, con recato, para contener al rival y evitar este se llevase el triunfo y de hacerlo lo hiciese por la mínima diferencia. Si lograba ese propósito, podía decir que había logrado la meta ansiada para la primera parte de la jornada de la Copa América.
Por eso, Dudamel planteó su juego de defensa. Evitar que el contrario anotase goles y salir a la ofensiva en la medida que las circunstancias aquello hiciese posible, sobre todo caerle por sorpresa. No desarmar nunca las líneas de atrás. Los muchachos cumplieron a cabalidad lo planeado por ellos y el técnico. Al final se obtuvo otro punto que ya suman dos, por lo que de ganar a Bolivia, aspiración nada descabellada y realizable daría al equipo venezolano cinco puntos, suficientes para pasar a la segunda ronda. Y eso se lograría habiendo evitado derrotas ante equipos superiores en el papel. “No des combates que sabes perderás; por lo menos evítalos”.
Y llegó al juego con los hermanos bolivianos y allí están los resultados; Dudamel con modestia y respeto no lo dijo pero salió a ganar; sabía que esta vez lo podía lograr y tenía acumulado puntos necesarios para pasar a la segunda ronda. No sé hasta dónde llegará con sus muchachos, pero si sé que su táctica ha estado acorde con su plan estratégico. No hay nada de aquello de ofreciendo una vaina y haciendo otra y menos creerse que las manifestaciones de buena fe sustentadas en gritos y simplezas sirven para lograr la coherencia entre la táctica y la estrategia.
Esos políticos que ofrecen hasta con megáfono, a su vez pegados a todos los medios y señales de comunicación, villas y castillos, el cielo que ahora no tomarían por asalto, porque esto no es necesario estando adentro, pero además hacen lo indebido, hasta lo contrario y dejan de hacer y se quedan parados en las estaciones porque el tren ya partió y porque buena vaina es culantro pero no tanto, y como que de un huevo de gallina no puede eclosionar en un becerro, deberían pensar en la sencillez y realismo de cómo Dudamel ha manejado lo táctico y lo estratégico.
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