Elliot Abrams, sobre Maduro o cuando la mentira y la inmoralidad se fueron al campo un día
Eligio Damas
Voy a empezar, hasta donde llegue mi memoria, mientras allá en su cuarentena, el lector me ayuda poniendo lo que aquí falte, haciendo una lista de dictadores de América Latina, sin atender cronología ni orden alfabético.
Strossner, Jorge Videla, Emilio Eduardo Massera, Orlando Ramón Agosti, Rafael Leonidas Trujillo (Chapita), Somoza (padre e hijo), Fulgencio Batista, Gustavo Rojas Pinilla, Carlos Castillo Armas, Juan Vicente Gómez, Juan María Bordaberry, Alfredo Stroessner, Marcos Pérez Jiménez, Humberto Castelo Branco y ya, me cansé.
En esta lista faltan unos cuantos que el lector en la tranquilidad de la cuarentena podrá completar y hasta a su gusto, poniendo los que crea deben estar allí; pero los nombrados todos, me sirven y hasta sobran para demostrar lo que habré de decir.
Ellos forman en buena medida la mayoría de los dictadores del continente de esta historia digamos que moderna del continente. Observe el lector y tome en cuenta que en esa lista, si uno procediese de acuerdo a nuestro estricto código y carga sentimental, determinados en buena medida por todo de lo que fuimos objeto quien esto escribe y mis amigos y compañeros, cabrían Rómulo Betancourt y Raúl Leoni; pero no los vamos a meter porque queremos ser por demás estrictos. Y lo que es igual no es trampa.
Todos, absolutamente todos, tienen varias cosas en común. Gobernaron sin respeto a legalidad alguna y absoluto desprecio por la gente, incluyendo por su derecho a la vida. La ley era su palabra y el destino de la gente determinado por ellos y hasta el último de sus funcionarios. El ingreso nacional era propiedad suya. No se sentían obligados ni siquiera por repartir parte de la renta para mantener a parte del pueblo contento, porque para eso estaba su perenne disposición a reprimir. Al descontento no se le calmaba con bonos, aumentos salariales de vez en cuando o repartiendo cajas o bolsas de comida; no, no eran nada sutiles y menos populistas. Al descontento se le daba cárcel, tortura, campo de concentración o muerte. Su preocupación por mantener contento a alguien estaba centrado en el gobierno gringo que les apoyaba.
Todos se cuidaron de tener una constitución, elaboradas por ellos a gusto y medida, a la que tenían, hoja por hoja, guindada en un clavo del baño, lo más cerca posible de la poceta. ¿Elecciones? No había nada de esa pendejada; si alguna vez incurrieron en el error de hacerlas por cuidar las apariencias, en pleno desarrollo de las mismas, sus cuerpos armados, nada de eso de un CNE para cambiar cifras, se encargaban de recoger todo, mesas, listas, tarjetas y hasta urnas y las llevaba a donde nadie más supiera de ellos. Si alguien, por casualidad, lo que nunca sucedía porque los en las mesas presentes eran agentes suyos cuidadosamente escogidos, alguien protestaba le sacaban a planazos y más nunca se sabía de su vida.
A los organismos internacionales, empezando por la OEA, aquello no les llamaba la atención. Ya estaban advertidon de todo lo que habría de suceder y la manera de comportarse si alguna voz discrepante hasta ellos llegase. Borrón y cuenta nueva. Nada hemos visto y no habiendo visto nada, no hay nada por averiguar.
Todo eso y más comportaban nuestras dictaduras. Y como dijimos más y falta algo sustancial, vayamos al grano, pues en esto entraría Eliot Abrams.
Todos esos dictadores tuvieron el mismo padrino. Si no hubiese sido así, no hubiesen sido dictadores y por supuesto menos gobernado tanto tiempo ni guardar la más mínima forma. ¿Y quién era ese padrino capaz de mantenerles tanto tiempo en el poder y abusando por demás?
Pues nada más ni nada menos que el Tío Sam. No voy a perder el tiempo y menos hacérselo perder a ustedes diciendo cosas para intentar demostrar esa intromisión en nuestros asuntos que pudieran no creer, como que detrás de cada golpe, promoviéndolo, señalando a los jefes , dándoles apoyo incondicional para que ellos ejecutasen y luego permaneciesen en el poder hasta morir, como Chapita y Gómez, darle paso a otro ya cuando no era posible sostener aquello, siempre estuvo la embajada respectiva de EEUU, su agregaduría militar y el aval del Pentágono. No, no voy a perder mi tiempo ni el de ustedes en eso. Me limitaré a invitarles a la lectura de “Margarita, está linda la mar”, novela de Sergio Ramírez, escritor nicaragüense de los del Frente Sandinista, quien fue vicepresidente en el primer gobierno de Ortega y ahora es enemigo o contrario a este y vive y trabaja como profesor universitario en Estados Unidos. Y Ramírez, aparte de vivir ahora allá, lo que no le ha impedido seguir escribiendo bien, tiene muy buena acogida y él eso cuida. Sólo que como Vargas Llosa no puede recoger lo que antes escribió y le encumbró a la fama. A este aquello de “Pantaleón y las visitadoras”, donde “Marito” pinta el abominable cuadro de corrupción y pequeñez del ejército peruano.
Lo que Ramírez cuenta acerca de la conducta de aquella dictadura y sus relaciones con el gobierno de EEUU es ni más ni menos lo mismo con respecto a otros países y sus respectivas dictaduras. Y si entusiasma, también pudieran leer “La Casa de los Espíritus” de la chilena Isabel Allende y “La Fiesta del Chivo”, de Vargas Llosa que ilustra sobre la conducta de esas dictaduras made in USA.
Eliot Abrams, quien según su currículo es egresado, si es que entendí bien, en una carrera de Relaciones Internacionales, de universidad prestigiosa, refiriéndose al destino que le asigna a Maduro, frente al cual repite la última oferta de su gobierno, para quien el nuestro también depende de su voluntad, como cuando poblaron al continente con aquella corte de dictadores, que sería dejar la presidencia, para se constituya un gobierno de transición escogido por AN de Guaidó que llamaría, no se sabe cuándo, pues ellos no lo han decidido, podría ser más nunca, a “elecciones libres”, en las cuales podrían participar los dos antes mencionados. Falta agregar que, días antes a esta última declaración, Abrams llegó más lejos, hasta delineó un programa de gobierno que empezaría en lo mismo de siempre, con un préstamo del FMI. Es decir, nada hay por hacer, para qué reventarse la cabeza si ya Eliot Abrams, el egresado de universidad de lustre de EEUU, ungido en ella por los principios democráticos y el respeto de los derechos de la gente, ya tiene todo “listo y puesto”. Falta sólo el dictador quien saldría de la decisión de la mayoría de la AN de Guaidó.
Tome el lector que Abrams para nada alude a la Constitución venezolana donde está previsto lo que habría por hacerse en cada circunstancia y además, siendo ella producto de la decisión mayoritaria de los venezolanos. Si mi memoria no me traiciona, en el continente, incluyendo el país de nacimiento de Abrams, no hay constitución con ese aval. Entonces si se es demócrata, no debe ser fácil ignorar aquello que no es mera formalidad. Una AN dudosa, dividida, sin hablar del carácter que le dio el TSJ, se dice desacato, ahora me acordé, un vocero de segunda del gobierno de EEUU, como lo es Abrams, no pueden estar por encima de la Constitución Bolivariana o lo que es lo mismo del pueblo todo.
Pero dijo algo más Abrams que justifica el título, cómo que según él, toda “dictadura, salvo extraña excepción, ha salido por intermedio de una negociación”.
Claro, Abrams es egresado de una escuela de Relaciones Internacionales, posiblemente está impregnado de toda escaramuza y arte para imponer y engañar en el mundo de la diplomacia, pero no es historiador y quizás por esto y no por mala intención opta por decir lo que dijo que para su mal es una vulgar mentira.
Si acaso es todo lo contrario, en América Latina, porque suponemos se refiere a este, nuestro espacio, salvo Pinochet, extraña excepción, los dictadores han salido por haber llegado al final de su vida, haberle dado paso a otro dictador, como se hizo frecuente en Argentina o por la acción liberadora de los ejércitos y pueblos cansados ya de ellos y de la imposición de los gobiernos de Estados Unidos, como aconteció en Venezuela con Pérez Jiménez
No sabemos de ningún caso donde la buena voluntad o por “convicción democrática” de algún gobierno del gran país del norte, nos hayamos quitado de encima alguna dictadura. ¿Cómo habría de ser posible eso si ellos se encargaban de ponerlas y respaldarlas hasta el minuto final?
Y decimos eso de “minuto final”, porque es cierto, ya al final cuando veían a cuanta dictadura deshacerse, venirse a pique, en ese instante daban alguna inmoral e hipócrita señal de estar de acuerdo con lo que acontecía en virtud que no podían hacer otra cosa.
El único caso de “negociación” del cual podría hablarse es el de Pinochet. Allí el ejército le apoyó hasta el final, como solían decir los adecos, “como un solo hombre”. Ese ejército chileno es orgullosamente de ultra derecha y no le entra ni coquito. Por eso tumbó a Allende bajo la orientación, orden y respaldo del Pentágono y Henry Kissinger y por las mismas cosas, mantuvo a Pinochet, pese los cambios y avances del movimiento popular en el instante preciso para que conservase sus prerrogativas hasta dónde se le fue posible y no se podía más. Era más bien como un mal ejemplo y denuncia de la alcahuetería del pentágono.
Es mentira lo que dice Abrams, y es mentita todo lo que dice.
¿Cómo llegar a tanta inmoralidad para que, habiendo acusado a Maduro de lo que hasta un fiscal de la corte estadounidense ha intervenido haciéndose portavoz del gobierno central, ahora propongan olvidarían todo si aquél accediese a sus propuestas? ¿Bastaría eso para que Maduro, el acusado de “capo de la droga”, nada más y nada menos que por un fiscal, deje de serlo bajo la condición que renuncie a la presidencia?
La mentira y la inmoralidad se fueron al campo un día.
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