Mon, Apr 20, 2020 10:25 pm
Ciro Bianchi Ross (cirobianchiross@gmail.com)To:you + 26 more Details
Breviario dominical
Ciro Bianchi Ross
La calzada de Ayestarán —no Ayesterán, como se escucha con frecuencia—
es una de las vías habaneras más transitadas.
Nace en Carlos III —Avenida Salvador Allende— e Infanta y se interna
en lo que se llamó Ensanche de La Habana para desembocar en la calzada
de Boyeros. La cortan importantes avenidas. Hay en ella centros de
producción y servicio, oficinas diversas, laboratorios farmacéuticos,
establecimientos comerciales y de recreo, sucursales bancarias y
lugares de culto. En dicha calle y sus alrededores se asentó, entre
las décadas de 1940 y 1950, el llamado distrito cinematográfico de La
Habana, con empresas como el Circuito Carrerá, propietaria de los
cines Acapulco, Trianón, Auditórium y San Francisco, entre otros; Cine
Periódico S. A., productora de noticieros y documentales, Centro
Fílmico y Noticuba, productora de materiales informativos. No puede
eludirse en este recuento, forzosamente incompleto, las célebres
«casitas de Ayestarán», que los amantes alquilaban por horas
—generalmente tres—. En las inmediaciones de esta calzada se ubicó, en
los años veinte, Social, la importante revista de Conrado W.
Massaguer, y el busto de Allan Kardec, padre del espiritismo que,
desplazado del parque donde se le situó en 1957, en ocasión del
centenario de su natalicio, trajo mala suerte a cuantos tuvieron que
ver con su retiro, hasta que se colocó de nuevo, esta vez al fondo de
Estación Central de Ferrocarriles.
En Ayestarán esquina a 20 de Mayo ocurrieron en 1949 los dos atentados
que Policarpo Soler perpetró contra Luis Felipe Salazar Callicó
(Wichy) caballeros ambos del gatillo alegre aunque de tendencias
rivales. El cadáver de Noel, hermano de Wichy y jefe de la policía del
Ministerio de Educación, apareció acribillado a balazos y literalmente
cosido a puñaladas. Convencido Wichy de que Policarpo había sido el
asesino, se dedicó a buscarlo para ajustarle cuentas, pero Policarpo
le cazó la pelea y le cogió la delantera.
Del primero de los dos atentados, Wichy salió gravemente herido. Se
repuso al fin, pero a partir de ahí vivió, se dice, como un condenado
a muerte sin fecha fija. Llegó así el 1 de septiembre. Ese día
temprano en la mañana acudió al cementerio a gestionar el traslado de
los restos de su hermano. Lo acompañaban un amigo de confianza y su
hermana Efigenia. Regresó a su casa y al descender del automóvil una
ráfaga de ametralladora disparada desde un auto en marcha, al estilo
de los pistoleros de Chicago, los abatió a los tres. La mujer cayó
cerca de la calle y los dos hombres esgrimieron sus armas sin que
pudieran repeler la agresión. Otro automóvil se acercó a la escena y
uno de sus tripulantes descargó su ametralladora contra los tres
cuerpos todavía tendidos en el piso. Efigenia, que quedó viva para
contar la historia, declaró que vio bajar del segundo automóvil a un
hombre grueso, de pelo negro y espejuelos oscuros que, ametralladora
en mano, remató con saña a Wichy Salazar y a su amigo. Lo reconoció
sin vacilación alguna. Era Policarpo Soler y, entre otros, lo
acompañaba El Colora’o.
Muy llamativo es en esta calzada el monumental grupo escultórico
conocido como «El legado hispánico». Se erige en el parquecito
triangular que queda al fondo del edificio de la Biblioteca Nacional y
es obra de la escultora norteamericana Anna Huntington, que es
asimismo la autora de la única escultura ecuestre que existe de José
Martí y se halla en el Parque Central de Nueva York. Una réplica de
ese Martí a caballo fue traída a Cuba, gracias a las gestiones del
historiador Eusebio Leal y el apoyo financiero de cubanos radicados en
el exterior. Se emplazó frente al Museo de la Revolución; antiguo
Palacio Presidencial. «El legado hispánico» fue donado a Cuba, en
1956, por el esposo de la escultora. MORIRÉ COMO HE VIVIDO
Ahora. ¿por qué Ayestarán? ¿Quién es el patriota que desde 1904 da
nombre a esta calzada?
Nació en La Habana el 16 de abril de 1846 e hizo estudios en Nueva
York y en el colegio El Salvador, de José de la Luz y Caballero.
Matriculó luego en la Universidad de La Habana, donde sobresalió por
la frescura de su talento y lo sólido de sus conocimientos. Graduado
de abogado, encontró empleo en el bufete del reputado jurisconsulto
José Morales Lemus, y allí estuvo hasta que estalló la Guerra de los
Diez Años. No demoró en sumarse a la lucha.
Los que lo conocieron hablaron en su momento acerca de un hombre
imbuido por la idea de la independencia, y compenetrado con ella. La
rectitud de intenciones y la nobleza de su carácter marcharon en
paralelo al servicio de Cuba. Dicen que se distinguía por su
generosidad y nobleza de sus actos. Era juicioso, valiente y decidido
y caminó directamente hacia el sacrificio, sin importarle la muerte.
Ya en la manigua fue electo miembro de la Cámara de Representantes,
aunque fue, se dice, más soldado que político. Participó en una
veintena de combates, a veces bajo las órdenes de Ignacio Agramonte.
Llevada alrededor de un año en la manigua cuando se le confió una
misión secreta en el exterior. Debía trasladarse a Estados Unidos. Lo
hizo. Cumplió el encargo y se dio prisa en regresar a Cuba vía Nassau,
con un importante cargamento de armas, a bordo del velero Guanahaní.
Tras no pocos contratiempos arribó a Cayo Romano, el 14 de septiembre
de 1870, pero las contrariedades no habían cesado. Vagó perdido, sin
comer ni beber durante días hasta que cayó en manos de los españoles.
A bordo del guardacostas Centinela, lo trasladaron a La Habana. Llegó
a ese puerto el 23 de septiembre y el mismo día, un consejo de guerra
sumarísimo lo condenó a muerte, en garrote, sentencia que se cumplió
en el Castillo del Príncipe al día siguiente.
Ese día escribió a su madre una carta conmovedora. No conocía en ese
momento la sentencia que le había impuesto el tribunal militar, pero
estaba seguro de la severidad extrema de la pena. Es así que expresó:
«Moriré como he vivido, con conciencia de haber cumplido con mi
deber, de no haber hecho mal a nadie y sí mucho bien a infinidad de
personas».
Luis Ayestarán Moliner fue el primer habanero en incorporarse a las
filas del Ejército Libertador.
ALMA MATER
El amigo Reny Martínez, agudo y enterado colega, me dice con relación
a la página «Esculturas habaneras» publicada en esta página el pasado
5 de abril, que es checo el artista que esculpió el Alma Máter, y no
yugoslavo. El escribidor no estaba ni está seguro de la nacionalidad
de Mario Korbel, el artista en cuestión, pues en algunas fuentes
sitúan su nacimiento en un país y otras, en otro. Por eso aludió al
«artista checo (o yugoslavo) …»
Lo que sí está fuera de toda duda es que dos modelos posaron en esa
ocasión para Korbel. La faz corresponde a una muchacha unos quince
años de edad, Feliciana Villalón y Wilson, que nunca antes ni después
se prestó a otro artista para esos menesteres. Era hija del ingeniero
José Ramón Villalón, coronel de la Guerra de Independencia (1895-1898)
y ministro de Obras Públicas en tiempos del presidente Menocal. Fue el
proyectista, entre 1934 y 1940, de los cuatro edificios que flanquean
la escalinata. El cuerpo, en cambio, de formas rotundas, corresponde a
una mujer en pleno desarrollo anatómico, pero se desconoce su nombre.
Mario Korbel comenzó a esculpirla en 1919 y envió luego el prototipo a
Nueva York, donde lo llevaron al bronce. Ya en La Habana, se colocó
primero en un terreno yermo, dentro del recinto universitario, cerca
del Rectorado, y años más tarde en lo alto de la escalinata
monumental.
Digamos de paso que dicha escalinata, de 88 escalones, se construyó en
cuatro meses, en 1928, con vistas a la Conferencia Panamericana que
tendría lugar en La Habana. En esos días, un cartel informaba que se
trataba de una obra del presidente Machado ejecutada por Carlos Miguel
de Céspedes, su secretario (ministro) de Obras Públicas.
Sucedía lo siguiente. Cada noche, los estudiantes que eran unos
jodedores y ya antimachadistas, aunque no tanto como lo serían
después, destruían el cartel hasta que Machado decidió sustituirlo por
una tarja de bronce atornillada al. muro que los estudiantes
arrancaron y desaparecieron cuando cayó la dictadura.
AULA MAGNA
Y ya que por la Universidad andamos, asomémonos al Aula Magna.
Se construyó entre 1906 y 1911 y es obra del arquitecto Emilio
Heredia. No destaca por su belleza. Es sobrio su exterior, pero
puertas adentro conserva extraordinarios valores artísticos sin contar
sus valores históricos pues ha sido escenario de actos muy importantes
y solemnes, algunos de los cuales desbordaron el recinto
universitario.
Sobresalen allí, en la pared que sirve de fondo al estrado de la
presidencia, los paneles en los que el pintor cubano Armando Menocal
representó el universo de los conocimientos que en ese tiempo se
explicaban en la Universidad. También los frescos del techo, los
medallones que rematan la pared principal y los latinajos con los que
se da solución de continuidad a la Universidad de San Gerónimo,
universidad primada habanera, de la que se conserva la campana menor
utilizada para llamar al claustro de profesores. Allí, en un pequeño
mausoleo, dentro de una urna de mármol blanco, se conserva los restos
del padre Félix Varela, muerto en San Agustín de la Florida, y
depositados aquí el 22 de agosto de 1912.
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Ciro Bianchi Ross
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