El desnudo de una dama militar y los “desnudos petroleros” de Mendoza Potellá y Einsten Millán Arcia
Eligio Damas
La Venus de Milo, con su exquisita desnudez, forma parte de mis bellos recuerdos de niño. Nuestro profesor de “Historia del Arte”, en el segundo año de bachillerato en el Liceo Sucre de Cumaná, un caraqueño a quien los muchachos le pusieron el apelativo de “Profesor Perspectiva”, por empeñarse mirásemos las cosas en su exacta dimensión, espacio y las reprodujésemos en el dibujo tal como los ojos las miraban. En gran medida nos ponía a aprender con aquello de la observación, técnica que el fascismo español hizo delito, como se denuncia en la bella película “El lenguaje de las mariposas”. Llegaba al aula con pesados y enormes libros de poco más de ½ metro de largo, plagado de fotografías de arte, como aquellos de Josep Pijoan, nos ponía a observar y comparar detalladamente. Hallar en las distintas imágenes, cosas ellas entre comunes y también diferentes y, al final, concluíamos que estas del primer libro era el arte griego y aquellas del segundo, delRenacimiento y luego, ¿qué hay en el Renacimiento de la pintura o la arquitectura griega y qué distinto?
Y detallábamos las figuras de La Venus de Milo, Discóbolo de Mirón o el Pensador de Rodín que los tres están desnudos o casi. Y allí observábamos los cuerpos, la musculatura recubierta por la piel, imágenes más hermosas y humanas que aquellas de las láminas de las clases de Ciencias biológicas, como postas de carne guindadas en la carnicería del mercado y el tener que aprender el nombre de cada músculo e inserción. En “el Pijoan”, como llamábamos a la colección toda, sólo teníamos que observar la suavidad de las curvas del cuerpo y el movimiento que emergía de aquellas figuras, hasta en el Rodín estando en pose de descanso que reclama el pensamiento. Cuando “El Pensador” asume su pose, uno le ve moviéndose buscando el descanso y la relajación; queda claro que antes de estar como al final lo dejó Rodín hizo su movimiento de acomodo.
Allí aprendimos muchas cosas tempranamente; como observar en detalle, comparar y sacar conclusiones. Sobre la belleza del arte y la artística belleza del cuerpo femenino. En verdad no sabíamos si pintar o esculpir aquellos cuerpos que la vida prodigaba, era arte o una hermosa y hábil técnica de reproducir aquello en lienzos, grabados y esculturas. Claro, el Discóbolo y el Pensador, a los muchachos y muchachas también produjeron el mismo efecto que a nosotros la Venus y todas las diosas esculpidas por el arte griego. Y aprendimos que el cuerpo de una mujer es un templo, algo como para mirarlo y admirarlo y hasta conservarlo para siempre para el goce personal como un regalo de Dios. Y que era arte reproducirlas en el movimiento natural de la vida, distinto al anterior, donde las figuras aparecían estiradas y estáticas como si nunca hubiesen sido vivientes.
Éramos un poco como Fonchito, el personaje niño de la novela “Los cuadernos de Don Rigoberto” de Mario Vargas Llosa, obsesionado él, más que con la obra, la vida de Egon Schiele, el pintor expresionista austríaco, y sus modelos niñas y adultas que hacía posar desnudas y las miraba desde todos los ángulos, hasta desde arriba.
Como el cuerpo de aquella linda muchacha, sobre lo que antes he escrito, que desde su cuarto, en el segundo piso de su casa, se dejaba ver por la ventana por nosotros, acurrucados en la oscuridad de la escalera más alta que daba acceso a la iglesia de San Francisco. Fingiendo ella y nosotros que no sabíamos nada uno del otro. Y eso fue, para toda la vida, un secreto entre ella y los afortunados que todas las noches allí nos dábamos cita sin acuerdo previo. Divulgar aquello, más que dañar la imagen de la joven, era para nosotros como destruir una pintura o una escultura que a diario veíamos; es más, que posaba especialmente para nosotros. Era nuestra “Maja Desnuda”, aquella de Goya, asociada a una dama de la alta sociedad de entonces, pero sobre quien el gran pintor español nada dijo, como nosotros tampoco de nuestra maja de San Francisco, allá frente las escaleras de la vieja iglesia.
Por eso, en vez de hablar de la desnudez de una dama por este medio, corriendo el riesgo que a uno hasta con razón lo metan preso, por cosa como poco apropiada y que hasta daría pena, pues es más bien como para aquello admirar y recordar muy íntimamente, en esas tan frecuentes noches que el placer del dormir a uno se escurre, prefiero hablar de las cosas que dicen y muestran gente como Carlos Mendoza Potellá y Einsten Millán Arcia. Si ponen atención, apelo a la racionalidad y le pongo freno a fondo a los sentimientos y especialmente al odio.
Con frecuencia, los dos hablan de lo mismo. Como que nuestra debacle petrolera comenzó desde el mismo momento de la nacionalización. Como que cuando, según el primero, permitimos que el capital extranjero que antes manejó el negocio nos pusiese los gerentes de la nueva industria. Y ellos hasta crearon la falsa imagen de la Faja Petrolífera del Orinoco para ya, cuando el costo de producir en ella demandaba precios por encima de 120 dólares, lo que según dicen los expertos, es una opción para el futuro. Y luego vino Ramírez, quien puso a Chávez a mirar aquella faja con la admiración de uno por “La Maja Desnuda, Venus de Milo y bella chica de San Francisco”.
Por eso, comenzaron a cerrar los pozos de petróleo liviano todavía en capacidad de producir, dicen Potellá, Millán Arcia y todos los técnicos que uno ha leído en estos tiempos, no conforme con el discurso oficial, buscando explicaciones, con la misma atención y hasta ensimismamiento que poníamos en el Pijoan y en la ventana de aquella casa frente a las escaleras de San Francisco.
Aquel viejo, que estuvo muy cerca de los acontecimientos, ahora muy callado, espero no le afecte la salud, por todo y todo necesitamos viva unos cuantos años más, me dijo hasta poniendo el pulgar de la mano derecha bajo la barbilla y los cuatros dedos restantes por encima del labio superior, casi tapándose la nariz, como para que sus palabras fuesen directas sólo a mis oídos, “aquella tarde en Cuba, llegó Rafael Ramírez, más comedido y poco locuaz de lo habitual, se le percibió preocupado, pero estando en aquellas circunstancias, pareció de lo más natural y nadie creyó hubiese un motivo nuevo y diferente. Entró al espacio donde estaba el enfermo recluído. Este al verle entrar, de inmediato, desde su cama, por el monitor por el cual se comunicaba, sin esperar los saludos de rigor, aunque fuesen escuetos, preguntó por los precios. Ramírez, sin hablar, sólo con el gesto, le dio entender lo malo de las noticias. El monitor se apagó y no volvió a encenderse”.
Fue este un cuadro más realista, apegado con rigurosidad a la escuela de los tiempos de Goya; las figuras aparecen muy definidas, diáfanas, no hay ejercicio de sutileza y evasión; uno hasta con menor esfuerzo, ahora por la edad, percibe como cuando mirábamos “el Pijoan”, después de los ejercicios dirigidos por “el Profesor Perspectiva”.
Los expertos petroleros, por eso prefiero hablar de ellos, están diciendo a un público que no escucha, no quiere escuchar o darle importancia a lo que si escucha, que desde antes que maduro fuese presidente viene el descalabro petrolero por una mala visión del negocio y el desvío de la orden popular y hasta histórica de sembrar el petróleo o abrirle, con aquel enorme caudal de dólares, espacios a la economía no rentista. Por supuesto, el ahora presidente, parece ni siquiera haberse enterado de nada de eso y siguió allí caminando y haciendo por inercia.
Por eso, si de alguna desnudez quiero yo ahora hablar, no es la de una dama, aunque sea militar o soldada – palabra por cierto que me suena muy fea, aunque sería más feo me acusen de machista por decirle soldado - porque eso no se hace en público, pues es mejor admirarla y conservarla en la memoria para los momentos de insomnio, sino la que pintan como si fuesen Goya y Egon Schiele, Potellá y Millán Einstein García, para describir la historia de la industria petrolera, sobre todo en los últimos veinte años. ¿Para qué? ¿Para pelear? ¿Poner al desnudo a mucha figura importante? No, para nada eso. Pero sí para que tomemos conciencia, porque los errores se cometen, forman parte de la vida, eso no es condenable, como si es, que conociéndolos, no hagamos nada por enmendarlos y dejemos que todo siga tal como venía para al final terminar haciendo algo de lo que podríamos arrepentirnos para toda la vida.
No perdamos el tiempo desnudándonos y mostrando lo pequeño que somos, ni tampoco denigrando de mujer alguna de quien, por alguna razón, nos llegó un documento que la exhibe desnuda y hasta haciendo el amor, porque eso es de su absoluta privacidad y no constituye delito o proceder condenable, pues al hacerlo nos volvemos pequeños. Menos incurramos en el error miserable de convertir asuntos como esos en motivos de discusión o argumento para contrarrestar los del contrario. Discutamos lo que dicen y pintan Potellá y Einsten Millán, en cuyos cuadros flotan figuras difusas que están pintadas para que el observador paciente, entrenado como entrenaba “El Profesor Perspectiva” a sus muchachos, las perciba sin alarmarse, como que no importa que, en el medio estén, Goya y Egon Schiele, pues la grandeza de ellos está probada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario