De la corrupción en PDVSA, pequeñas historias de antaño. Por las migajas se descubre el banquete
Eligio Damas
Se dice que a partir de las pequeñas historias se construyen las grandes, si el escritor antes de contarlas descubre la relación que hay entre ellas. Un conjunto de estas, insignificantes, individualmente consideradas, pudieran tener una connotación distinta si se establece la correlación, el enlace, que es inherente; no sólo desde el punto de vista cuantitativo, sino lo que pudiera revelar cualitativamente hablando y acerca de lo pudiera suceder al más alto nivel. Es una historia pequeña, casi personal, que permite al lector construir a partir de ella, una grande; de esas que los expertos y numerólogos cuentan en altas cifras de dólares. Es como un pequeño síntoma, casi marginal, que avisa de una cruenta enfermedad.
Las distintas aventuras y “hazañas” de El Quijote son un conjunto de historias que hablan de toda una época, cultura y concepciones de un largo período de la historia y sociedad de su tiempo. En “Cien años de Soledad”, hallaremos lo mismo, porque la vida de Úrsula Iguarán y de todos los Aureliano, cuentan la historia de Colombia y si se quiere, la de América Latina. “Llueve sobre Macondo”, “La Hojarasca”, son pequeñas historias contadas anteriormente que forman parte de la gran novela del Gabo. Y así mismo es en “Doña Bárbara”, “Hombres de Maíz” y hasta en “Los Pasos Perdidos”.
Por eso contaré esta, llamémosla también pequeña historia, que no es sino una, conocida por mí, como solemos decir en lenguaje coloquial, “en vivo y en directo”, que sumada a las tantas que la gente, incluyendo el lector, conoce, hablarían de una gran historia y sobre todo sugieren lo que pudiera haber sucedido allá arriba, cómo sería el festín, por aquello de si así son las migajas, si eso es lo que hasta llegaba abajo por goteo. Los acuciosos, investigadores, periodistas bien informados han hablado de enormes negocios y corruptelas a lo largo de toda la historia de la economía petrolera, en este caso hablaré de cosas que pudieran ser insignificantes pero muy alusivas, apenas del ñemeo que sugiere muchas cosas y de lo que la gente poco habla, porque parece ser intrascendente, olvidando que, como dije antes, detrás de una o unas pequeñas historias, pero que se repiten aquí y allá, algo que forma parte del paisaje, suele haber una trascendente y hasta descomunal.
Mi amigo, por su experiencia de haber trabajado de muy joven en la industria petrolera gringa, de la cual salió no recuerdo exactamente por qué motivo, valiéndose de una relación familiar logró incorporarse a la naciente nacional representada en aquella que se llamó CVP o Corporación Venezolana del Petróleo y de allí pasó a PDVSA, apenas nació esta empresa, como resultado de la nacionalización en 1975. No fue necesario mérito académico alguno, lo que habla también suficientemente a quien esto lea.
En la ciudad donde vivía y por las ventajas que la industria daba a sus llamados “empleados de confianza”, mi amigo pudo comprarse primero una casa en una urbanización de esas de trabajadores de cierto nivel o de sectores de clase media de la “de abajo todavía” y prontamente un apartamento de “mayor jerarquía”. Es decir, obtuvo ambos beneficios, dos viviendas, en un plazo relativamente corto y sin costo alguno para él; sólo manteniéndose en su condición de empleado de confianza. Tómese en cuenta para lo que diré de seguidas, que se trata de una empresa del Estado.
Y lo que diré de seguidas es que, no puede haber empleado de más confianza para el Estado que maestros, enfermeros y médicos, por sólo nombrar estos, cuyos roles trascendentes, formar y cuidar de la salud de todos los ciudadanos y particularmente los trabajadores, quienes pese eso, nunca recibieron los beneficios, ni en sueño, que aquellos de la industria petrolera.
Lo primero, por lo que seguiré contando, es que esos beneficios, por confianza, de lo que usted no hallará ninguna explicación, salvo que fue una copia de la industria gringa para darle un trato especial a los norteamericanos que se traía a nuestro territorio lleno de plagas, paludismo, tifus, sarampión, calor y al mismo tiempo usarles como “esquiroles”, frente a la buena cantidad de trabajadores criollos sometidos a una brutal explotación. Así nacieron por ejemplo, para no extendernos, “el campo americano”, donde vivían los gringos y, primero, la ranchería, después “el campo obrero”.
Volviendo a mi amigo, una vez en PDVSA, teniendo las dos viviendas, otorgadas por la empresa, dada su condición de “empleado de confianza”, de las cuales ya hemos hablado, le trasladan a un nuevo cargo en una ciudad cercana a la de donde vivía, donde hay un campo petrolero. Al llegar a su nuevo destino, no habiendo espacio en lo que ya no se llamaba “campo americano”, sino “de empleados de confianza”, le asignaron, mientras tanto, una casa en la ciudad que la compañía tenía alquilada, con unas cuantas más para esos fines. Y eso hacen, porque mi amigo, pese la cercanía entre una ciudad y otra, apenas unos 45 minutos de carretera, optó por trasladarse a su nuevo destino, no sabía hasta cuándo y teniendo hijos pequeños, con toda la familia, que por cierto era relativamente grande.
En aquella vivienda todo era de gratis. Luz, agua, teléfono, aún para llamadas internacionales. Con respecto a la comida y demás servicios, la familia hacía una lista semanal de todo lo que requería, pedido que le era entregado sin costo alguno.
Estando de visita en aquella casa, invitado por mi amigo para compartir su bienestar por unos días, escuché a su esposa quejarse que el baño de una de las habitaciones de los niños estaba “descompuesto”; esa fue la palabra usada para el diagnóstico. Por mi propia iniciativa entré el baño y constaté que la cadenita que une la tapa del bajante al gancho del tanque no estaba. Metí las manos buscándola, no la hallé. Entonces pedí a la esposa de mi amigo me buscase una cadenita parecida o un pedazo de cordel o nylon para corregir la falla, pero recibí como respuesta, por supuesto de manera muy cordial y amigable:
-“Tranquilo, no te des mala vida, que llamé a mantenimiento y ya vienen a resolver ese asunto”.
Era sábado y mi amigo estaba libre, por lo que nos disponíamos a preparar un sancocho de pescado y al resto del festejo.
En esto, llegó una camioneta con varios hombres, me llamó la atención tanto movimiento para cosa por demás insignificante. Vi como desprendieron toda la poceta, instalaron una nueva, habiendo hecho lo concerniente al caso, hasta trabajos de plomería y albañilería y se llevaron el equipo desinstalado que era sin duda nuevo. Solo bastaba quitarle alguna que otra mancha, incluyendo los vestigios de haber sido instalado antes, para que siguiese siendo nuevo. Este servicio, como el de los alimentos y otros artículos de consumo en la casa, eran prestados por empresas privadas, distintas a PDVSA.
A mi amigo, unos meses después, le volvieron a trasladar a la ciudad de antes, donde tenía las dos viviendas de las cuales hablamos arriba. Las que visitaba los fines de semana. Al trasladarle, todos los muebles y cuanta cosa fue necesario que tuviera en la ciudad donde había estado, los metieron en dos grandes conteiner, se los llevaron a su nuevo destino y allí los dejaron en un enorme depósito bajo 7 llaves. A él, su esposa y sus muchachos, con los asuntos personales de cada quien, alojaron en un lujoso apartamento de uno de los edificios de una urbanización para ese fin. No le preguntaron nada; si quería volver a su casa, porque todo eso la había decidido “la empresa”. Por supuesto, aquella solución le convenía. No tenía donde meter aquel corotero, porque sus viviendas estaban llenas de lo mismo y estando en aquel apartamento gozaría de las mismas ventajas que disfrutó en la casa de donde antes estuvo.
Largos meses estuvo en aquella situación, hasta donde quienes aquello inventaron pudieron soportar, justificar y mejor mantener. Hasta que al fin volvió a una de sus cómodas viviendas. Le devolvieron sus corotos que estaban como dije en un conteiner y depósito privados.
A todas estas, el lector ya debe haber imaginado toda la trama de corrupción que en eso había. No voy a contarla porque sería ofenderlo y hasta quizás le restaría el único interés que esta historia tiene. Sólo diré que PDVSA, no prestaba directamente ninguno de los servicios en ese extraño, casi kafkiano proceso, que prestaron a mi amigo, sino los contrataba a particulares. Y esta palabra “particulares” no lo era tanto, porque en ella entraban los de adentro. Pero esa pequeña cosa, la envuelta en esta historia que habla de la corrupción de los pequeños, en la que mi amigo sólo era un objeto, la que todo el mundo observa, pero nadie le para o a nadie llama la atención por parecer insignificante, como las migas que caen de una mesa enorme con un exquisito y abundante banquete, habla a gritos, como sugiere, de la enorme corrupción de más arriba. La corrupción de PDVSA, no es de ahora, ni de ayer, es una cosa cebada que viene desde lejos. Por eso, hay que ser acucioso y estricto, como no permitir que los corruptos de antaño ahora se rasguen sus vestiduras e intenten pasar como santos inocentes.
Y no conté la anécdota de “Los Rojos”, una brigada gringa encargada de apagar pozos incendiados que traían desde EEUU a un costo altísimo, pudiéndolo hacer con personal de PDVSA sin pagar nada. Estas son miserias, entradas, pero como preludio de una obra grandiosa.
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