jueves, 4 de septiembre de 2014

PINTOR DE CIUDADES: ANTONIO DIAZ


Antonio Díaz, pintor de ciudades
Ciro Bianchi Ross


Tarjeta de presentación
Sancti Spíritus, 1942. Es el pintor de los tejados. Su intenso
quehacerm plasmado en más de mil piezas, recrea asimismo el tema
marino yu las naturalezas muertas. Es impactante su retrato de cuerpo
entero de José Martí, en el centro universitario de su ciudad natal.
Obras suyas forman parte de numerosas colecciones públicas y privadas
de Cuba, Estados Unidos, Rusia, Japón, Portugal y Venezuela. Mereció
la Distinción por la Cultura Cubana y el premio Amelia Peláez por la
obra de la vida. Ostenta además la Medalla del Mérito Artístico. El
gobierno espirituano le otorgó el título de "Pintor de la Ciudad",
pero ese pintor de la ciudad no lo es solo de Sancti Spítitu. Lo es
también de todas las ciudades coloniales americanas.


Uno puede entrar por esta puerta, gastada por el tiempo y el uso,  y
adentrarse en el rico mundo interior de Antonio Díaz y puede salir
por ella para acompañarlo en sus recorridos por una ciudad que el
artista atrapa en sus pupilas y reinventa cada mañana en sus lienzos.
 Todos hemos visto esas arcadas, las callejuelas empedradas y mojadas
por la lluvia reciente, la torre de la iglesia, las fachadas
coloniales, los tejados... pero los buscaríamos inútilmente en la trama
de la ciudad porque no son más que paisaje imaginado por mucho que nos
empeñemos en decir que lo hemos visto. Sancti Spíritus,  la cuarta
villa que fundaron los españoles en Cuba, donde nació, en 1942,  y
vive Antonio es tierra de paisajistas. Allí se reprodujo  un paisaje
que se agotó en sí mismo y que Antonio, antiguo y contemporáneo a la
vez,  rescató desde otra perspectiva. El hombre, en su pintura, no
está inmerso en su circunstancia; la  ve desde arriba, primero en una
visión panorámica, como un sereno mar color terroso, luego en un
tejado, después en una teja, a la que el pintor arranca  todas sus
posibilidades plásticas. Debajo de esas tejas vuelve a estar el
hombre, con sus filias y fobias, sus agobios, desencantos,  ilusiones
y esperanzas. El localismo de Antonio se  hace entonces universal.  El
Pintor de la Ciudad, como se le conoce, lo es no solo de Sancti
Spíritus. Lo es también  de todas las ciudades coloniales americanas.
 El artista mira desde lo alto y con dedicación, paciencia y oficio
sublima la teja, capta tonos y luces y  hace una pintura plácida, pero
no una obra para  gustar y agradar, sino que lo hace sentirse en paz
consigo mismo.  Eterno inconforme con lo que sale de sus manos, nunca
da por terminado un cuadro, sino que lo abandona. Aunque ha pintado
mucho el paisaje rural y también el marino,  le place ser  el Pintor
de la Ciudad. Sin desconocer la importancia de ese sello personal,
prefiere verse a sí mismo como un paisajista en el sentido amplio de
la palabra. Un pintor realista que ama el paisaje porque ama la vida.
LA REALIDAD NO, MI REALIDAD
-¿Cuánto de realidad e imaginación hay en sus paisajes?
-Creo que la realidad siempre está presente en toda mi obra, lo que
sucede es que mi intención es convertirla en mí realidad,  la que
pretendo que el espectador vea y asuma como si existiera e incluso
llegue a preguntarse  si este es aquel o más cual lugar que observó en
un momento.  Detrás de todo eso hay siempre una gran carga de paisaje
imaginado, que solo existe dentro de mí, pero que cualquiera pueda
hacer suyo como parte de sus vivencias; razón por la que muchos se
sienten identificados con el cuadro que están presenciando.
-¿Hasta dónde entonces podremos reconocer a Sancti Spíritus en sus paisajes?
-Sancti Spíritus, como es conocido, es una de las siete primeras
villas fundadas por los españoles.  Con mayor o menor número de
variantes, todas tienen entre sí rasgos comunes y, entre ellos,  uno
de los que mayor peso  es el de  la presencia de las casas con techos
de tejas,  y en particular de tejas españolas.  Esto hace que, vista
desde arriba, cualquiera de esas villas  haga evocar a una  de sus
"hermanas". Como vivo en Sancti Spíritus y en mis trabajos casi es una
constante el tema de la ciudad y sus tejados, no es difícil para quien
 me conozca identificarlos como paisajes espirituanos, lo que para mí
es un motivo de satisfacción por ser la ciudad en la que vivo y
quiero.
-En ningún caso hay en su obra una copia servil del natural. ¿Fue ese
el consejo que le dio Maximiliano González?
-Maximiliano González, de quien valdría le pena hablar más adelante,
no imaginó nunca que entre sus oyentes en una conferencia que ofreció
en Sancti Spíritus hace ya alrededor de 48 años lo escuchaba un
muchacho que apenas había cumplido los 15, pero que tenía gran avidez
por aprender todo lo que pudiera relacionarse con el tema de la
pintura. De aquella  primera experiencia guardo dos consejos que
siempre he seguido a través de toda mi vida de creador: no copies la
realidad tal cual aparece ante tus ojos, para eso existe la cámara
fotográfica; segundo y no menos importante:  mira mucho, pero mira lo
bueno; observa con gran cuidado la obra de los grandes maestros, eso
educa tus ojos, que se pueden "afinar" al igual que los oídos, y
cuando veas lo que no sirve, al igual que al músico le molesta la nota
discordante, a tus ojos  molestará lo que en pintura no esté bien
hecho.   Esos consejos, que no me los dio a mí en particular,  sino a
toda la audiencia, me han servido de mucho y he tratado de
trasmitírselos a los jóvenes que ahora me consultan.
-En 1982 sufrió un revés en el Salón de la Unión de Escritores y
Artistas (NNEAC): pensaba alzarte con el premio y salió con las manos
vacías. Al año siguiente se resarce  del fracaso. ¿Qué pasó aquella
vez? ¿Qué conclusiones sacó del desengaño?
-La carrera del autodidacta, como es mi caso, está plagada de
tropiezos y descalabros.  Si no sabes sobreponerte a ellos y exigirte
cada vez más nunca lograrás nada. Cuando en 1982 la UNEAC  llevó a
cabo en la provincia su primer salón de artes plásticas me presenté
con dos cuadros; tenía fe ciega de que serían objeto de algún
reconocimiento. La noche de la premiación, sin embargo,  comprobé que
mis trabajos habían pasado inadvertidos. Por suerte esa es una etapa
superada y sólo fue producto de mi ignorancia, pienso que quizás
también porque hasta ese momento en el territorio no había habido
espacios de confrontación. Es de esas decepciones, que dicho sea de
paso quitan el sueño, de donde podemos sacar la fuerza y el impulso
para replantearnos lo que hemos venido haciendo hasta ese instante y
empezar a analizar en qué nos hemos  equivocado y por dónde está el
camino.
De aquel desengaño saqué varias conclusiones: nunca debemos pensar que
la nuestra es la verdad absoluta y debemos ser lo suficiente humildes
para reconocer que siempre habrá quien vaya delante...Lo importante es
lo que hagamos para reducir la distancia que nos separa.
-Hasta esa fecha,  ¿cómo fue la pintura de Antonio?
  -Recuerdo que durante muchos años fui lo que se conoce como un
pintor de domingo, mi labor como trabajador de la educación, en la
cual transité  prácticamente por todas las enseñanzas -maestro
primario, profesor de secundaria básica, profesor de adultos,
inspector-  no me permitía entregarme por entero a la pintura y si no
fuera por la seriedad con la que siempre la asumí, pudiera decirse que
en mí era un hobby.   Debo reconocer que era una pintura que yo llamo
de complacencia, paisajes bonitos y copias que me solicitaban, pues
muchas veces me interesaba más  complacer a los demás con lo que hacía
que  complacerme a mí mismo como creador.  Cuando en 1982 sufrí el
descalabro aludido rompí casi totalmente con lo  hecho hasta ese
instante y empecé a sentirme feliz al trabajar sin ataduras. No me fue
fácil, sobre todo porque  la gente esperaba de mí aquello a lo que la
tenía acostumbrada, no obstante, poco a poco se me empezó a aceptar
con mis nuevas propuestas.
-¿Cómo llegó a la pintura?
-A nada se llega en un día, todo es resultado de una sedimentación a
veces de largo tiempo. No podría, aunque quisiera, señalar el momento
preciso en que llegué a la pintura, quizás sí pudiera fijar la época
en la que comencé a interesarme por ella.  Fue, sin dudas, durante mis
estudios en la enseñanza primaria, en los Hermanos de La Salle, pues
entre sus profesores había uno que sobre el pizarrón, con tizas de
colores, pintaba algunos motivos que para mí resultaban impresionantes
y me seducía la idea de que algún día yo pudiera hacer algo semejante.
El arte es algo que se lleva dentro y aunque no nos percatemos va
guiándonos hacia donde podamos dar rienda suelta a aquello que puja
por brotar. Pudiera concluir afirmando que desde una edad muy temprana
me convertí en pintor y que de entonces hasta acá no he hecho otra
cosa que tratar de dominar un arte al que  después de más de 50 años,
creo que conozco un poco, pero  no domino.
-¿Qué le aportan Fernández Morera, Mariano Tobeñas  y Rogelio Valdivia?
-En los años en que comencé a dar mis primeros pasos en estos
quehaceres dos nombres eran paradigmáticos en todo el territorio
espirituano: Oscar Fernández Morera y Mariano Tobeñas.  Ellos marcaron
con su sello la obra de todos sus contemporáneos y la de aquellos que
surgimos alrededor de dos décadas después de su desaparición física.
Muchas eran las casas en las que con orgullo se exhibían algunas  de
sus obras y hasta nuestros días sus nombres se pronuncian con respeto
y admiración.  Por supuesto, yo no sería una excepción.   Oscar con
sus paisajes citadinos y Mariano con sus paisajes bucólicos guiaron
mis primeros pasos, prueba de ello es que mis primeros pininos con el
óleo fueron cuadros de la Iglesia Mayor, de rincones espirituanos y la
copia del cuadro de Tobeñas, un campesino que montado en su caballo se
pierde en la bruma de una tarde con olor a lluvia recién caída y en la
que las palmas que Mariano pintaba con indudable maestría se erigen
esbeltas en un  paisaje que resume tristeza.
 Rogelio Valdivia fue otra cosa. Autodidacta como Morera y Tobeñas.
Cursó  estudios en San Alejandro, pero no los culminó por su
participación en las luchas antimachadistas, lo que lo llevó al
Presidio Modelo, en la Isla de Pinos, de donde retornó a su ciudad
natal.  Su obra difería de sus otros dos contemporáneos, pues su
filiación académica no le impedía un modo de hacer menos  apegado a lo
puramente hedónico, incorporó temas históricos y copias del arte
universal. Tuve la oportunidad de conocerlo y tenerlo entre los
miembros de mi filial de la UNEAC, aunque ya para ese entonces su edad
era bien avanzada... No puedo decir que en mi trabajo haya influido su
obra más allá de la admiración por su entrega total a las artes
plásticas.
-¿Quién fue Maximiliano González? ¿Es cierto es fue alumno de Diego
Rivera y amigo de Lam y de Picasso?
-A Maximiliano lo conocí allá por el año 1960, cuando fue invitado a
Sancti Spíritus por el Círculo de Bellas Artes y venía precedido de
una gran fama, la que, por mi corta edad,  yo magnificaba todavía más.
Era espirituano, pero su espíritu aventurero y lleno de ansias por
explorar otros mundos no le permitían adaptarse a los estrechos
horizontes que su ciudad natal le ofrecían. Para la conferencia o más
bien charla que debía ofrecer se le preparó una mesa con su consabido
mantel y su búcaro de flores. Para asombro de todos retiró ambas
cosas, se quitó los zapatos y de un salto se sentó sobre la mesa,
cruzó las piernas  y comenzó a hablar sobre sus incursiones por el
mundo, pero lo que más interesó a todos fue su encuentro con Picasso.
 Contó que, deseoso por conocerlo, fue en varias ocasiones a su casa
sin conseguir que el malagueño lo atendiera, hasta que un día parece
ser que agotó su paciencia y  en persona le abrió la puerta y le
preguntó qué quería con tanta insistencia. Le contestó: verlo pintar.
Picasso, casi sin mirarlo,  lo hizo pasar y le dio acceso a su
estudio, para complacerlo.  Así nació una amistad entre ambos que lo
llevó a ser poseedor de una pequeña obra del maestro.
 Cuánto hay de cierto en esta anécdota o de incierto,  no se me culpe
por ello. Sí puedo afirmar que su visita dejó un  sedimento positivo
en todos los que le escuchamos y que con él y con su seguidor más
cercano, Raimundo Martín,  la plástica espirituana tiene un antes y un
después. Muy alejado de los cánones académicos fuertemente enraizados
en el territorio, era lógico que Maximiliano  no tuviera la aceptación
mayoritaria, pero ya por aquel entonces su nombre aparecía en más de
un libro de arte. Sin embargo, cabe apuntar como dato curioso, que
aquel que llegó a convertirse en el paradigma de la vanguardia
espirituana no pudo escapar del embrujo de su ciudad natal,  y en el
museo provincial se conserva un motivo colonial que realizara,  por
supuesto, con gran acierto. Ese embrujo atrapó también a Fayad Jamís,
que si bien no era espirituano,  sí estuvo muy vinculado a nuestra
ciudad, y dejó como recuerdo de sus inicios una excelente realización
de la Iglesia Mayor.
SOY PARTE DEL PATRIMONIO CITADINO
 -¿Qué significa para usted el título de "Pintor de la Ciudad"? ¿No te
encasilla demasiado?
- El título de Pintor de la Ciudad llegó de forma paulatina.  A
alguien, no sé bien a quién, se le ocurrió llamarme de esa manera,
quizás motivado por alguno de mis cuadros con la temática de los
tejados, pero poco a poco la frase se fue acuñando hasta que en junio
del 2004 la Asamblea Municipal del Poder Popular me entregó el título
de manera oficial. Todavía no he logrado interiorizarlo, al extremo de
que cuando en actividades públicas se me presenta como tal, no le
niego que no puedo evitar el sonrojarme. Creo que por esa razón no ha
sido motivo de encasillamiento para mí.
          Cuando trabajo, nunca lo hago  pensando en esa condición que
me han conferido. Pinto lo que deseo pintar en ese momento. Como  por
más de veinte y cinco años,  la ciudad y sus tejados son casi una
constante en mi pintura,  no es extraño que aborde cualquier otra
temática, eso sí, siempre dentro del paisaje, ya sea urbano, rural o
marino. Lo que más me agradaría de ese título es que se me conociera
como tal, no porque sólo pinte la ciudad, sino porque le pertenezco a
ella, soy parte de su patrimonio.
-¿Por qué su insistencia en el paisaje?
-Hay cosas que por más que uno  le busque  explicación no  la
encuentra. Desde que por primera vez  cogí un pincel lo que se me
ocurrió pintar fue un paisaje y lo hice no porque nadie me lo pidiera,
sino porque el hacerlo me producía y me produce gran goce espiritual.
 Es una sensación de regocijo interior, un bienestar especial.   Lo
hago porque es lo que más me satisface como creador.  Hay muchas
maneras de hacer, todas válidas y respetadas, algunas con mayor  o
menor cantidad de adeptos o simpatizantes, pero ninguna llega a tener
la admiración general que despierta el paisaje... quizás  porque  es
difícil encontrar a alguien  que en algún instante de su  vida no se
haya extasiado ante una puesta de sol,  una flor recién abierta en la
mañana o  la panorámica de una ciudad vista desde arriba con la niebla
 del amanecer envolviéndola en una fina gasa.
         -El paisaje, por lo general, es solo belleza: una escena no
contaminada,  despoblada de hombres, luchas y miserias. Así, ¿es una
forma de desentenderte de la realidad?
-Tengo la suerte de  que cada vez  que me pongo a trabajar en un
cuadro,  me desentiendo de la realidad,  no solo de esa realidad
llena, como dice, de luchas y de miserias, sino también de  la gran
cantidad de problemas que hay que enfrentar  para la subsistencia
diaria tan lejana y perturbadora  para el quehacer artístico. Cuando
esa realidad es más fuerte que mi poder de concentración, pongo a un
lado los pinceles y me dejo arrastrar por la vorágine circundante. De
lo que  no hay dudas es  que cuando se está inmerso en la labor de la
creación, los que llevamos dentro de nosotros ese don encontramos en
ella un refugio que nos permite hacer más llevadera nuestras vidas. No
sé si pinto paisajes para evadirme de la realidad, lo que sí es
innegable es que ojalá  la vida fuera solo la contemplación de un
bello paisaje.
-El tema colonial es imperativo en su obra. ¿Qué hay de contemporáneo
en su pintura?
-Cuando comencé a pintar,  el  quehacer de los pintores locales que me
antecedieron permeó mis  trabajos durante un buen tiempo, esto se
explica aún más si se tiene en cuenta mi condición de autodidacta,
pero llegó el momento en que me percaté de que nada había de
encomiable en seguir un camino trillado. Creo que si algo hay de
contemporáneo en mi obra está dado por el hecho de no ceñirme a la
realidad tal cual es, sino en crear mi propia realidad. Ahora bien, lo
de ser más o menos contemporáneo no me preocupa, en un final  todo lo
que se haga en el tiempo real en el que vivimos es contemporáneo. Creo
más en la sinceridad de lo que se haga que en el ser contemporáneo a
la fuerza.
-¿Cuándo empieza Antonio a recorrer su verdadero camino?
-La década de los 80 fue definitoria para el curso de mi trabajo, es
en ella que dejo mi labor como profesor y me incorporo a trabajar
profesionalmente en la UNEAC en un cargo que por entonces se llamaba
Especialista en Organización.  Poco tiempo antes  había ingresado a
esta institución, luego se me elige como presidente de la Filial de
Artes Plásticas, asisto como delegado al Tercer Congreso, viajo a la
antigua Unión Soviética en un viaje de intercambio cultural...   No hay
dudas que todos estos acontecimientos, unidos a otros, ejercen gran
influencia en mi labor creadora y me llevan a una nueva visión.  Ya la
pintura no sería más algo colateral en mi vida, sino que sería el
centro mismo de mi existencia.
ENTRE DOS AGUAS
-¿Cómo explica una obra como "Entre dos aguas"? ¿Qué polémica provocó?
-"Entre dos aguas" merece un aparte en mi trabajo.  Lo realicé para el
Salón Oscar Fernández Morera, obtuvo el premio del salón y el premio
de la UNEAC, pero no solo por esa razón lo distingo, sino porque ha
sido de todos mis trabajos el más divulgado y  porque en cierto
momento dio lugar a que algunos, que pretenden ver más allá que los
demás, le vieran aristas que nunca pasaron por mi mente.
 Como su nombre lo indica, una canal que, en diagonal,  atraviesa el
cuadro de una esquina a la otra tiene, con los caracteres propios de
las letras que venían impresas en las cajas metálicas rusas,  todos
mis datos personales, y por supuesto se infiere que ese soy yo situado
en el centro de dos vertientes de un techo que vierte sus aguas en
esta.
Como el cuadro se realiza en el momento más álgido del derrumbe del
campo socialista algunos quisieron ver en esas dos aguas  el
capitalismo y el socialismo y  en el medio al artista quizás sin saber
hacia dónde dirigirse. Esas maquinaciones no me molestaron en
absoluto, al contrario, qué bueno sería que todo cuanto uno produzca
dé lugar a cualquier tipo de reflexión, eso significa que la obra  ha
calado, y como la pintura es polisémica hay que dejar que cada uno
piense lo que le parezca.
-¿Qué hay de plasticidad en una teja?
-Mucho. La teja  da posibilidades infinitas, sobre todo con el color.
En más de una ocasión he dicho que la teja no es solo roja como
algunos quieren verla; la teja, según sea más vieja o más nueva, varía
su colorido;  eso  da la oportunidad hasta de falsearla  y lo
importante  es que el espectador la asuma como una teja aunque diste
de la realidad más estricta. Sus líneas curvas también contribuyen a
darle plasticidad y más allá de todo lo anterior es la cobija bajo la
cual habitan millones de personas.  Las tejas agrupadas conforman
esas techumbres de nuestras ciudades coloniales que vistas desde un
plano superior se nos asemeja como un sereno mar de color terroso.
Nuestro poeta Pablo Armando Fernández en su poema "Cúpula y estrado",
que escribió para el catálogo de una de mis exposiciones, finaliza sus
versos diciendo: "Debajo de esas tejas se confinan la ilusión, la
esperanza".
 -Tiene más de mil cuadros en su haber. ¿Cómo trabaja Antonio Díaz?
-A pesar de que ya son muchos los cuadros que he realizado puedo
afirmar que pinto cuando tengo deseos.  No puedo sentir que el pintar
se me convierta en una camisa de fuerza, por eso no tolero hacerlo
para una fecha fija y cuando lo hago, obligado por determinadas
circunstancias, pienso que el resultado no es el mejor.  Para mí,
pintar tiene que tener el sentido del disfrute, no del trabajo
obligatorio. Prefiero las mañanas para trabajar, comenzar mi actividad
del día frente al cuadro; si algo se interpone, puedo decirle que ya
ese día se perdió.
Me gusta trabajar con música, pero no siempre el mismo tipo de música,
eso depende de cómo tenga la neura... un día me decido por los
instrumentales, otro, por  los boleros y otros, no soporto  ninguna.
Prefiero trabajar solo, son pocas las personas a las que puedo tener
cerca mientras pinto. No soy de los que trabajan  durante jornadas
interminables... Me gusta interrumpir  el trabajo y después volver a él,
eso me permite encontrarme con cosas que antes no vi. Cada noche,
antes de irme a la cama, observo detenidamente el cuadro que en ese
momento estoy realizando y determino por dónde  continuar al siguiente
día. Esa ha sido una práctica muy importante para mí  desde que
comencé a pintar.
-¿Cuándo da por concluida una pieza?
-Los dos momentos más difíciles para mí cuando pinto  son el comienzo
y cuando estoy a punto de darlo por terminado.  Un cuadro se abandona,
no se termina, dijo un gran pintor y yo nunca he dado por terminada
una pieza.  Como eterno inconforme que soy, estaré haciendo algo nuevo
a una obra mientras la tenga cerca de mí. Y los defectos que puedan
hallarse en mis trabajos están allí porque no fui capaz de hacerlo
mejor, no porque conociéndolos los haya dejado ex profeso.
-¿Dónde busca Antonio la inspiración?
-La inspiración, ese fenómeno sobre el que tanto se ha dicho y
especulado,  jamás salgo a buscarlo, llega cuando menos se  espera,
pero no debe dejarse escapar. Es una idea que lo mismo puede surgir
mientras caminas por una calle, cuando conversas con otra persona o
inclusive cuando pintas otro cuadro, y hay que ir dándole forma   en
la mente y luego comenzar a plasmarla.   Pienso que  una obra no es
producto de una sola inspiración sino de un sinnúmero de inspiraciones
que van apareciendo mientras trabajas, por eso casi siempre  el
producto final dista mucho de la idea inicial.  A Hemingway se le
atribuye la expresión: si la inspiración existe que me coja
trabajando, y de  Picasso es esta otra: no busco, encuentro.
TIERRA DE PAISAJISTAS
-¿No quisiera salirse del paisaje?
-Por más de veinte años mi trabajo ha versado principalmente sobre la
ciudad y sus tejados. Algunos quieren verme exclusivamente como El
Pintor de la Ciudad,   pero no es menos cierto que en mis inicios
fueron las marinas y los paisajes rurales los que más me motivaban, y
en honor a la verdad si tuviera que dejar de pintar la ciudad serían
las marinas las que ocuparían un lugar preferente pues, a pesar de que
vivo lejos del mar, es un tema que me atrae y disfruto muchísimo
cuando lo hago. No creo que haya un tema en la pintura que en algún
momento no haya abordado, pero no sistemáticamente.
-Hay una buena paisajística en Sancti Spíritus y en Cuba. ¿Cómo se
inserta Antonio en ella?
 -Sancti Spíritus es tierra de paisajistas.  A esa tendencia, como ya
he dicho, me afilié desde el primer momento y lo hice con fervor y
sinceridad, sin descubrir nada que ya no estuviera descubierto, pero
sí con el deseo expreso de tener una personalidad artística, algo muy
difícil de lograr y que casi siempre llega cuando menos lo piensas.
En mi caso el comenzar a pintar la ciudad desde arriba,  tomando la
teja como leit motiv,  contribuyó a crearme mi propia identidad
artística, razón por la cual muchos me conocen como El Pintor de los
Tejados. Sin desconocer lo importante que es el sello personal,
prefiero que se vea en mí al paisajista en el sentido amplio de la
palabra.
-¿Qué cree haber logrado en la pintura?
-Cuando vuelvo los ojos atrás y veo al muchacho que hace 50 años daba
sus primeros pasos y desbrozaba caminos a ciegas, sin más guía que una
acendrada voluntad, no me reconozco, no porque la vanidad haga presa
de mí y me ciegue para no darme cuenta del inmenso camino que falta
por recorrer, sino porque nunca imaginé alcanzar lo poco que he
alcanzado. Con mi trabajo he logrado un reconocimiento social que a la
vez que me compulsa a seguir adelante, me llena de satisfacción
espiritual y me da fuerzas no sólo para seguir pintando, sino también
para seguir viviendo.
-¿Qué faltaría a Antonio por lograr?
          -Soy un eterno inconforme y son muchas las cosas que me
faltarían en el arte.   Por ejemplo,  dominar todas las técnicas
habidas y por haber,  algo que normalmente el autodidacta no puede
conseguir. Aunque no me avergüenza en  absoluto tal condición, no es
menos cierto que la  enseñanza en una escuela de arte facilita el
camino a recorrer. Algo más que quisiera lograr, ya en un plano
personal,  sería  el de deshacer todos los entuertos que he dejado a
lo largo del camino.
 -Si  tuviera que presentarse ante un auditorio que no lo conoce ni ha
visto uno solo de sus cuadros, ¿qué diría de sí mismo?
-Diría: soy Antonio Díaz, un pintor realista que ama el paisaje porque
ama la vida.














-- 
Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu
http://wwwcirobianchi.blogia.com/
http://cbianchiross.blogia.com/

No hay comentarios:

Publicar un comentario