Antonio Díaz, pintor de ciudades Ciro Bianchi Ross Tarjeta de presentación Sancti Spíritus, 1942. Es el pintor de los tejados. Su intenso quehacerm plasmado en más de mil piezas, recrea asimismo el tema marino yu las naturalezas muertas. Es impactante su retrato de cuerpo entero de José Martí, en el centro universitario de su ciudad natal. Obras suyas forman parte de numerosas colecciones públicas y privadas de Cuba, Estados Unidos, Rusia, Japón, Portugal y Venezuela. Mereció la Distinción por la Cultura Cubana y el premio Amelia Peláez por la obra de la vida. Ostenta además la Medalla del Mérito Artístico. El gobierno espirituano le otorgó el título de "Pintor de la Ciudad", pero ese pintor de la ciudad no lo es solo de Sancti Spítitu. Lo es también de todas las ciudades coloniales americanas. Uno puede entrar por esta puerta, gastada por el tiempo y el uso, y adentrarse en el rico mundo interior de Antonio Díaz y puede salir por ella para acompañarlo en sus recorridos por una ciudad que el artista atrapa en sus pupilas y reinventa cada mañana en sus lienzos. Todos hemos visto esas arcadas, las callejuelas empedradas y mojadas por la lluvia reciente, la torre de la iglesia, las fachadas coloniales, los tejados... pero los buscaríamos inútilmente en la trama de la ciudad porque no son más que paisaje imaginado por mucho que nos empeñemos en decir que lo hemos visto. Sancti Spíritus, la cuarta villa que fundaron los españoles en Cuba, donde nació, en 1942, y vive Antonio es tierra de paisajistas. Allí se reprodujo un paisaje que se agotó en sí mismo y que Antonio, antiguo y contemporáneo a la vez, rescató desde otra perspectiva. El hombre, en su pintura, no está inmerso en su circunstancia; la ve desde arriba, primero en una visión panorámica, como un sereno mar color terroso, luego en un tejado, después en una teja, a la que el pintor arranca todas sus posibilidades plásticas. Debajo de esas tejas vuelve a estar el hombre, con sus filias y fobias, sus agobios, desencantos, ilusiones y esperanzas. El localismo de Antonio se hace entonces universal. El Pintor de la Ciudad, como se le conoce, lo es no solo de Sancti Spíritus. Lo es también de todas las ciudades coloniales americanas. El artista mira desde lo alto y con dedicación, paciencia y oficio sublima la teja, capta tonos y luces y hace una pintura plácida, pero no una obra para gustar y agradar, sino que lo hace sentirse en paz consigo mismo. Eterno inconforme con lo que sale de sus manos, nunca da por terminado un cuadro, sino que lo abandona. Aunque ha pintado mucho el paisaje rural y también el marino, le place ser el Pintor de la Ciudad. Sin desconocer la importancia de ese sello personal, prefiere verse a sí mismo como un paisajista en el sentido amplio de la palabra. Un pintor realista que ama el paisaje porque ama la vida. LA REALIDAD NO, MI REALIDAD -¿Cuánto de realidad e imaginación hay en sus paisajes? -Creo que la realidad siempre está presente en toda mi obra, lo que sucede es que mi intención es convertirla en mí realidad, la que pretendo que el espectador vea y asuma como si existiera e incluso llegue a preguntarse si este es aquel o más cual lugar que observó en un momento. Detrás de todo eso hay siempre una gran carga de paisaje imaginado, que solo existe dentro de mí, pero que cualquiera pueda hacer suyo como parte de sus vivencias; razón por la que muchos se sienten identificados con el cuadro que están presenciando. -¿Hasta dónde entonces podremos reconocer a Sancti Spíritus en sus paisajes? -Sancti Spíritus, como es conocido, es una de las siete primeras villas fundadas por los españoles. Con mayor o menor número de variantes, todas tienen entre sí rasgos comunes y, entre ellos, uno de los que mayor peso es el de la presencia de las casas con techos de tejas, y en particular de tejas españolas. Esto hace que, vista desde arriba, cualquiera de esas villas haga evocar a una de sus "hermanas". Como vivo en Sancti Spíritus y en mis trabajos casi es una constante el tema de la ciudad y sus tejados, no es difícil para quien me conozca identificarlos como paisajes espirituanos, lo que para mí es un motivo de satisfacción por ser la ciudad en la que vivo y quiero. -En ningún caso hay en su obra una copia servil del natural. ¿Fue ese el consejo que le dio Maximiliano González? -Maximiliano González, de quien valdría le pena hablar más adelante, no imaginó nunca que entre sus oyentes en una conferencia que ofreció en Sancti Spíritus hace ya alrededor de 48 años lo escuchaba un muchacho que apenas había cumplido los 15, pero que tenía gran avidez por aprender todo lo que pudiera relacionarse con el tema de la pintura. De aquella primera experiencia guardo dos consejos que siempre he seguido a través de toda mi vida de creador: no copies la realidad tal cual aparece ante tus ojos, para eso existe la cámara fotográfica; segundo y no menos importante: mira mucho, pero mira lo bueno; observa con gran cuidado la obra de los grandes maestros, eso educa tus ojos, que se pueden "afinar" al igual que los oídos, y cuando veas lo que no sirve, al igual que al músico le molesta la nota discordante, a tus ojos molestará lo que en pintura no esté bien hecho. Esos consejos, que no me los dio a mí en particular, sino a toda la audiencia, me han servido de mucho y he tratado de trasmitírselos a los jóvenes que ahora me consultan. -En 1982 sufrió un revés en el Salón de la Unión de Escritores y Artistas (NNEAC): pensaba alzarte con el premio y salió con las manos vacías. Al año siguiente se resarce del fracaso. ¿Qué pasó aquella vez? ¿Qué conclusiones sacó del desengaño? -La carrera del autodidacta, como es mi caso, está plagada de tropiezos y descalabros. Si no sabes sobreponerte a ellos y exigirte cada vez más nunca lograrás nada. Cuando en 1982 la UNEAC llevó a cabo en la provincia su primer salón de artes plásticas me presenté con dos cuadros; tenía fe ciega de que serían objeto de algún reconocimiento. La noche de la premiación, sin embargo, comprobé que mis trabajos habían pasado inadvertidos. Por suerte esa es una etapa superada y sólo fue producto de mi ignorancia, pienso que quizás también porque hasta ese momento en el territorio no había habido espacios de confrontación. Es de esas decepciones, que dicho sea de paso quitan el sueño, de donde podemos sacar la fuerza y el impulso para replantearnos lo que hemos venido haciendo hasta ese instante y empezar a analizar en qué nos hemos equivocado y por dónde está el camino. De aquel desengaño saqué varias conclusiones: nunca debemos pensar que la nuestra es la verdad absoluta y debemos ser lo suficiente humildes para reconocer que siempre habrá quien vaya delante...Lo importante es lo que hagamos para reducir la distancia que nos separa. -Hasta esa fecha, ¿cómo fue la pintura de Antonio? -Recuerdo que durante muchos años fui lo que se conoce como un pintor de domingo, mi labor como trabajador de la educación, en la cual transité prácticamente por todas las enseñanzas -maestro primario, profesor de secundaria básica, profesor de adultos, inspector- no me permitía entregarme por entero a la pintura y si no fuera por la seriedad con la que siempre la asumí, pudiera decirse que en mí era un hobby. Debo reconocer que era una pintura que yo llamo de complacencia, paisajes bonitos y copias que me solicitaban, pues muchas veces me interesaba más complacer a los demás con lo que hacía que complacerme a mí mismo como creador. Cuando en 1982 sufrí el descalabro aludido rompí casi totalmente con lo hecho hasta ese instante y empecé a sentirme feliz al trabajar sin ataduras. No me fue fácil, sobre todo porque la gente esperaba de mí aquello a lo que la tenía acostumbrada, no obstante, poco a poco se me empezó a aceptar con mis nuevas propuestas. -¿Cómo llegó a la pintura? -A nada se llega en un día, todo es resultado de una sedimentación a veces de largo tiempo. No podría, aunque quisiera, señalar el momento preciso en que llegué a la pintura, quizás sí pudiera fijar la época en la que comencé a interesarme por ella. Fue, sin dudas, durante mis estudios en la enseñanza primaria, en los Hermanos de La Salle, pues entre sus profesores había uno que sobre el pizarrón, con tizas de colores, pintaba algunos motivos que para mí resultaban impresionantes y me seducía la idea de que algún día yo pudiera hacer algo semejante. El arte es algo que se lleva dentro y aunque no nos percatemos va guiándonos hacia donde podamos dar rienda suelta a aquello que puja por brotar. Pudiera concluir afirmando que desde una edad muy temprana me convertí en pintor y que de entonces hasta acá no he hecho otra cosa que tratar de dominar un arte al que después de más de 50 años, creo que conozco un poco, pero no domino. -¿Qué le aportan Fernández Morera, Mariano Tobeñas y Rogelio Valdivia? -En los años en que comencé a dar mis primeros pasos en estos quehaceres dos nombres eran paradigmáticos en todo el territorio espirituano: Oscar Fernández Morera y Mariano Tobeñas. Ellos marcaron con su sello la obra de todos sus contemporáneos y la de aquellos que surgimos alrededor de dos décadas después de su desaparición física. Muchas eran las casas en las que con orgullo se exhibían algunas de sus obras y hasta nuestros días sus nombres se pronuncian con respeto y admiración. Por supuesto, yo no sería una excepción. Oscar con sus paisajes citadinos y Mariano con sus paisajes bucólicos guiaron mis primeros pasos, prueba de ello es que mis primeros pininos con el óleo fueron cuadros de la Iglesia Mayor, de rincones espirituanos y la copia del cuadro de Tobeñas, un campesino que montado en su caballo se pierde en la bruma de una tarde con olor a lluvia recién caída y en la que las palmas que Mariano pintaba con indudable maestría se erigen esbeltas en un paisaje que resume tristeza. Rogelio Valdivia fue otra cosa. Autodidacta como Morera y Tobeñas. Cursó estudios en San Alejandro, pero no los culminó por su participación en las luchas antimachadistas, lo que lo llevó al Presidio Modelo, en la Isla de Pinos, de donde retornó a su ciudad natal. Su obra difería de sus otros dos contemporáneos, pues su filiación académica no le impedía un modo de hacer menos apegado a lo puramente hedónico, incorporó temas históricos y copias del arte universal. Tuve la oportunidad de conocerlo y tenerlo entre los miembros de mi filial de la UNEAC, aunque ya para ese entonces su edad era bien avanzada... No puedo decir que en mi trabajo haya influido su obra más allá de la admiración por su entrega total a las artes plásticas. -¿Quién fue Maximiliano González? ¿Es cierto es fue alumno de Diego Rivera y amigo de Lam y de Picasso? -A Maximiliano lo conocí allá por el año 1960, cuando fue invitado a Sancti Spíritus por el Círculo de Bellas Artes y venía precedido de una gran fama, la que, por mi corta edad, yo magnificaba todavía más. Era espirituano, pero su espíritu aventurero y lleno de ansias por explorar otros mundos no le permitían adaptarse a los estrechos horizontes que su ciudad natal le ofrecían. Para la conferencia o más bien charla que debía ofrecer se le preparó una mesa con su consabido mantel y su búcaro de flores. Para asombro de todos retiró ambas cosas, se quitó los zapatos y de un salto se sentó sobre la mesa, cruzó las piernas y comenzó a hablar sobre sus incursiones por el mundo, pero lo que más interesó a todos fue su encuentro con Picasso. Contó que, deseoso por conocerlo, fue en varias ocasiones a su casa sin conseguir que el malagueño lo atendiera, hasta que un día parece ser que agotó su paciencia y en persona le abrió la puerta y le preguntó qué quería con tanta insistencia. Le contestó: verlo pintar. Picasso, casi sin mirarlo, lo hizo pasar y le dio acceso a su estudio, para complacerlo. Así nació una amistad entre ambos que lo llevó a ser poseedor de una pequeña obra del maestro. Cuánto hay de cierto en esta anécdota o de incierto, no se me culpe por ello. Sí puedo afirmar que su visita dejó un sedimento positivo en todos los que le escuchamos y que con él y con su seguidor más cercano, Raimundo Martín, la plástica espirituana tiene un antes y un después. Muy alejado de los cánones académicos fuertemente enraizados en el territorio, era lógico que Maximiliano no tuviera la aceptación mayoritaria, pero ya por aquel entonces su nombre aparecía en más de un libro de arte. Sin embargo, cabe apuntar como dato curioso, que aquel que llegó a convertirse en el paradigma de la vanguardia espirituana no pudo escapar del embrujo de su ciudad natal, y en el museo provincial se conserva un motivo colonial que realizara, por supuesto, con gran acierto. Ese embrujo atrapó también a Fayad Jamís, que si bien no era espirituano, sí estuvo muy vinculado a nuestra ciudad, y dejó como recuerdo de sus inicios una excelente realización de la Iglesia Mayor. SOY PARTE DEL PATRIMONIO CITADINO -¿Qué significa para usted el título de "Pintor de la Ciudad"? ¿No te encasilla demasiado? - El título de Pintor de la Ciudad llegó de forma paulatina. A alguien, no sé bien a quién, se le ocurrió llamarme de esa manera, quizás motivado por alguno de mis cuadros con la temática de los tejados, pero poco a poco la frase se fue acuñando hasta que en junio del 2004 la Asamblea Municipal del Poder Popular me entregó el título de manera oficial. Todavía no he logrado interiorizarlo, al extremo de que cuando en actividades públicas se me presenta como tal, no le niego que no puedo evitar el sonrojarme. Creo que por esa razón no ha sido motivo de encasillamiento para mí. Cuando trabajo, nunca lo hago pensando en esa condición que me han conferido. Pinto lo que deseo pintar en ese momento. Como por más de veinte y cinco años, la ciudad y sus tejados son casi una constante en mi pintura, no es extraño que aborde cualquier otra temática, eso sí, siempre dentro del paisaje, ya sea urbano, rural o marino. Lo que más me agradaría de ese título es que se me conociera como tal, no porque sólo pinte la ciudad, sino porque le pertenezco a ella, soy parte de su patrimonio. -¿Por qué su insistencia en el paisaje? -Hay cosas que por más que uno le busque explicación no la encuentra. Desde que por primera vez cogí un pincel lo que se me ocurrió pintar fue un paisaje y lo hice no porque nadie me lo pidiera, sino porque el hacerlo me producía y me produce gran goce espiritual. Es una sensación de regocijo interior, un bienestar especial. Lo hago porque es lo que más me satisface como creador. Hay muchas maneras de hacer, todas válidas y respetadas, algunas con mayor o menor cantidad de adeptos o simpatizantes, pero ninguna llega a tener la admiración general que despierta el paisaje... quizás porque es difícil encontrar a alguien que en algún instante de su vida no se haya extasiado ante una puesta de sol, una flor recién abierta en la mañana o la panorámica de una ciudad vista desde arriba con la niebla del amanecer envolviéndola en una fina gasa. -El paisaje, por lo general, es solo belleza: una escena no contaminada, despoblada de hombres, luchas y miserias. Así, ¿es una forma de desentenderte de la realidad? -Tengo la suerte de que cada vez que me pongo a trabajar en un cuadro, me desentiendo de la realidad, no solo de esa realidad llena, como dice, de luchas y de miserias, sino también de la gran cantidad de problemas que hay que enfrentar para la subsistencia diaria tan lejana y perturbadora para el quehacer artístico. Cuando esa realidad es más fuerte que mi poder de concentración, pongo a un lado los pinceles y me dejo arrastrar por la vorágine circundante. De lo que no hay dudas es que cuando se está inmerso en la labor de la creación, los que llevamos dentro de nosotros ese don encontramos en ella un refugio que nos permite hacer más llevadera nuestras vidas. No sé si pinto paisajes para evadirme de la realidad, lo que sí es innegable es que ojalá la vida fuera solo la contemplación de un bello paisaje. -El tema colonial es imperativo en su obra. ¿Qué hay de contemporáneo en su pintura? -Cuando comencé a pintar, el quehacer de los pintores locales que me antecedieron permeó mis trabajos durante un buen tiempo, esto se explica aún más si se tiene en cuenta mi condición de autodidacta, pero llegó el momento en que me percaté de que nada había de encomiable en seguir un camino trillado. Creo que si algo hay de contemporáneo en mi obra está dado por el hecho de no ceñirme a la realidad tal cual es, sino en crear mi propia realidad. Ahora bien, lo de ser más o menos contemporáneo no me preocupa, en un final todo lo que se haga en el tiempo real en el que vivimos es contemporáneo. Creo más en la sinceridad de lo que se haga que en el ser contemporáneo a la fuerza. -¿Cuándo empieza Antonio a recorrer su verdadero camino? -La década de los 80 fue definitoria para el curso de mi trabajo, es en ella que dejo mi labor como profesor y me incorporo a trabajar profesionalmente en la UNEAC en un cargo que por entonces se llamaba Especialista en Organización. Poco tiempo antes había ingresado a esta institución, luego se me elige como presidente de la Filial de Artes Plásticas, asisto como delegado al Tercer Congreso, viajo a la antigua Unión Soviética en un viaje de intercambio cultural... No hay dudas que todos estos acontecimientos, unidos a otros, ejercen gran influencia en mi labor creadora y me llevan a una nueva visión. Ya la pintura no sería más algo colateral en mi vida, sino que sería el centro mismo de mi existencia. ENTRE DOS AGUAS -¿Cómo explica una obra como "Entre dos aguas"? ¿Qué polémica provocó? -"Entre dos aguas" merece un aparte en mi trabajo. Lo realicé para el Salón Oscar Fernández Morera, obtuvo el premio del salón y el premio de la UNEAC, pero no solo por esa razón lo distingo, sino porque ha sido de todos mis trabajos el más divulgado y porque en cierto momento dio lugar a que algunos, que pretenden ver más allá que los demás, le vieran aristas que nunca pasaron por mi mente. Como su nombre lo indica, una canal que, en diagonal, atraviesa el cuadro de una esquina a la otra tiene, con los caracteres propios de las letras que venían impresas en las cajas metálicas rusas, todos mis datos personales, y por supuesto se infiere que ese soy yo situado en el centro de dos vertientes de un techo que vierte sus aguas en esta. Como el cuadro se realiza en el momento más álgido del derrumbe del campo socialista algunos quisieron ver en esas dos aguas el capitalismo y el socialismo y en el medio al artista quizás sin saber hacia dónde dirigirse. Esas maquinaciones no me molestaron en absoluto, al contrario, qué bueno sería que todo cuanto uno produzca dé lugar a cualquier tipo de reflexión, eso significa que la obra ha calado, y como la pintura es polisémica hay que dejar que cada uno piense lo que le parezca. -¿Qué hay de plasticidad en una teja? -Mucho. La teja da posibilidades infinitas, sobre todo con el color. En más de una ocasión he dicho que la teja no es solo roja como algunos quieren verla; la teja, según sea más vieja o más nueva, varía su colorido; eso da la oportunidad hasta de falsearla y lo importante es que el espectador la asuma como una teja aunque diste de la realidad más estricta. Sus líneas curvas también contribuyen a darle plasticidad y más allá de todo lo anterior es la cobija bajo la cual habitan millones de personas. Las tejas agrupadas conforman esas techumbres de nuestras ciudades coloniales que vistas desde un plano superior se nos asemeja como un sereno mar de color terroso. Nuestro poeta Pablo Armando Fernández en su poema "Cúpula y estrado", que escribió para el catálogo de una de mis exposiciones, finaliza sus versos diciendo: "Debajo de esas tejas se confinan la ilusión, la esperanza". -Tiene más de mil cuadros en su haber. ¿Cómo trabaja Antonio Díaz? -A pesar de que ya son muchos los cuadros que he realizado puedo afirmar que pinto cuando tengo deseos. No puedo sentir que el pintar se me convierta en una camisa de fuerza, por eso no tolero hacerlo para una fecha fija y cuando lo hago, obligado por determinadas circunstancias, pienso que el resultado no es el mejor. Para mí, pintar tiene que tener el sentido del disfrute, no del trabajo obligatorio. Prefiero las mañanas para trabajar, comenzar mi actividad del día frente al cuadro; si algo se interpone, puedo decirle que ya ese día se perdió. Me gusta trabajar con música, pero no siempre el mismo tipo de música, eso depende de cómo tenga la neura... un día me decido por los instrumentales, otro, por los boleros y otros, no soporto ninguna. Prefiero trabajar solo, son pocas las personas a las que puedo tener cerca mientras pinto. No soy de los que trabajan durante jornadas interminables... Me gusta interrumpir el trabajo y después volver a él, eso me permite encontrarme con cosas que antes no vi. Cada noche, antes de irme a la cama, observo detenidamente el cuadro que en ese momento estoy realizando y determino por dónde continuar al siguiente día. Esa ha sido una práctica muy importante para mí desde que comencé a pintar. -¿Cuándo da por concluida una pieza? -Los dos momentos más difíciles para mí cuando pinto son el comienzo y cuando estoy a punto de darlo por terminado. Un cuadro se abandona, no se termina, dijo un gran pintor y yo nunca he dado por terminada una pieza. Como eterno inconforme que soy, estaré haciendo algo nuevo a una obra mientras la tenga cerca de mí. Y los defectos que puedan hallarse en mis trabajos están allí porque no fui capaz de hacerlo mejor, no porque conociéndolos los haya dejado ex profeso. -¿Dónde busca Antonio la inspiración? -La inspiración, ese fenómeno sobre el que tanto se ha dicho y especulado, jamás salgo a buscarlo, llega cuando menos se espera, pero no debe dejarse escapar. Es una idea que lo mismo puede surgir mientras caminas por una calle, cuando conversas con otra persona o inclusive cuando pintas otro cuadro, y hay que ir dándole forma en la mente y luego comenzar a plasmarla. Pienso que una obra no es producto de una sola inspiración sino de un sinnúmero de inspiraciones que van apareciendo mientras trabajas, por eso casi siempre el producto final dista mucho de la idea inicial. A Hemingway se le atribuye la expresión: si la inspiración existe que me coja trabajando, y de Picasso es esta otra: no busco, encuentro. TIERRA DE PAISAJISTAS -¿No quisiera salirse del paisaje? -Por más de veinte años mi trabajo ha versado principalmente sobre la ciudad y sus tejados. Algunos quieren verme exclusivamente como El Pintor de la Ciudad, pero no es menos cierto que en mis inicios fueron las marinas y los paisajes rurales los que más me motivaban, y en honor a la verdad si tuviera que dejar de pintar la ciudad serían las marinas las que ocuparían un lugar preferente pues, a pesar de que vivo lejos del mar, es un tema que me atrae y disfruto muchísimo cuando lo hago. No creo que haya un tema en la pintura que en algún momento no haya abordado, pero no sistemáticamente. -Hay una buena paisajística en Sancti Spíritus y en Cuba. ¿Cómo se inserta Antonio en ella? -Sancti Spíritus es tierra de paisajistas. A esa tendencia, como ya he dicho, me afilié desde el primer momento y lo hice con fervor y sinceridad, sin descubrir nada que ya no estuviera descubierto, pero sí con el deseo expreso de tener una personalidad artística, algo muy difícil de lograr y que casi siempre llega cuando menos lo piensas. En mi caso el comenzar a pintar la ciudad desde arriba, tomando la teja como leit motiv, contribuyó a crearme mi propia identidad artística, razón por la cual muchos me conocen como El Pintor de los Tejados. Sin desconocer lo importante que es el sello personal, prefiero que se vea en mí al paisajista en el sentido amplio de la palabra. -¿Qué cree haber logrado en la pintura? -Cuando vuelvo los ojos atrás y veo al muchacho que hace 50 años daba sus primeros pasos y desbrozaba caminos a ciegas, sin más guía que una acendrada voluntad, no me reconozco, no porque la vanidad haga presa de mí y me ciegue para no darme cuenta del inmenso camino que falta por recorrer, sino porque nunca imaginé alcanzar lo poco que he alcanzado. Con mi trabajo he logrado un reconocimiento social que a la vez que me compulsa a seguir adelante, me llena de satisfacción espiritual y me da fuerzas no sólo para seguir pintando, sino también para seguir viviendo. -¿Qué faltaría a Antonio por lograr? -Soy un eterno inconforme y son muchas las cosas que me faltarían en el arte. Por ejemplo, dominar todas las técnicas habidas y por haber, algo que normalmente el autodidacta no puede conseguir. Aunque no me avergüenza en absoluto tal condición, no es menos cierto que la enseñanza en una escuela de arte facilita el camino a recorrer. Algo más que quisiera lograr, ya en un plano personal, sería el de deshacer todos los entuertos que he dejado a lo largo del camino. -Si tuviera que presentarse ante un auditorio que no lo conoce ni ha visto uno solo de sus cuadros, ¿qué diría de sí mismo? -Diría: soy Antonio Díaz, un pintor realista que ama el paisaje porque ama la vida. -- Ciro Bianchi Ross cbianchi@enet.cu http://wwwcirobianchi.blogia.com/ http://cbianchiross.blogia.com/
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