Armando G. Tejeda
Corresponsal
Periódico La Jornada
Sábado 26 de abril de 2014, p. 2
Sábado 26 de abril de 2014, p. 2
Madrid, 25 de abril.
Una lectora española, fiel y devota
de la obra de Elena Poniatowska, se seca las lágrimas con un pañuelo mientras
intenta controlar la agitación que se expresa en su pecho y en su voz
temblorosa: Me falta el aire. Yo sólo la quería abrazar y darle una carta y lo
he conseguido, explica Susana Galván instantes después de su encuentro con la
escritora, para después recitar de memoria algunos pasajes de los libros más
importantes de la autora mexicana.
Otra lectora, en este caso una
empresaria, quien acudió a un desayuno en el lujoso Casino de Madrid, tras
salir de la emotiva charla simplemente repetía sin cesar: Esta señora es un
tipazo.
En el último día de su sueño
cervantino, Poniatowska fue propagando por Madrid su sencillez y sus palabras
hondas, cargadas de significado, como cuando advirtió a los jóvenes estudiantes
de la Universidad Complutense que nunca guarden silencio. Siempre levanten la
voz. O cuando habló de esa inmensa lápida que los mexicanos llevan sobre los
hombros, que es el narcotráfico, o cuando confesó que el personaje que más ha
marcado su vida y más ha respetado, al servirle además de guía y consejera,
incluso después de su muerte, es Jesusa Palancares, protagonista de su novela Hasta
no verte Jesús mío, personaje inspirado en la vida de Josefina Bórquez,
quien al final de su vida se quedó menudita, logró alcanzar la esencia.
El Premio Cervantes es considerado
el Nobel de Literatura en español y, como tal, también provoca que a quien se
le otorga despierte un entusiasmo masivo.
Poniatowska, colaboradora de La
Jornada, se ha convertido además en la cuarta mujer en recibir ese
reconocimeinto, después de la filósofa española María Zambrano, la poeta cubana
Dulce María Loynaz y la novelista española Ana María Matute.
El Cervantes también ha servido para
prestigiar aún más la literatura mexicana, al ser la quinta figura literaria en
obtenerlo, después de Octavio Paz, Carlos Fuentes, Sergio Pitol y José Emilio
Pacheco.
Con su apariencia de abuela paciente
–como dijo alguna vez Carlos Monsiváis– y su engañosa timidez distraída y hasta
ingenuidad bisoña –como han podido constatar muchos de sus entrevistados–,
Elena Poniatowska cautiva a España de una forma inédita. Las personas, sus
lectores, que crecen por legión, la abrazan, le dedican unas palabras de
admiración y respeto, la miran a la cara, le solicitan que apoye su causa o,
simplemente, como lo hizo Susana Galván, le piden una firma y le entregan una
carta antes de recuperar el aliento en un lugar apartado del bullicio que estos
días lleva a cuestas la escritora mexicana.
Contra las palabras que denigran
La primera cita del día de
Poniatowska fue a las nueve de la mañana, para acudir a un desayuno con
empresarios, gestores empresariales, periodistas y políticos. Era un escenario
inédito para ella, quien nunca había asistido a esos convites tan típicos en
México y que –según ella– sirven para las intrigas políticas y para conspiraciones.
Recordó que una vez que la invitaron
a algún desayuno, cuando todavía vivía su esposo, Guillermo Haro, éste le dijo
que les respondiera que ella era una mujer que desayunaba con su marido. Así lo
hizo y por eso hasta hoy acude a una cita parecida.
El desayuno fue en el Casino de
Madrid y ahí, arropada por el director de la Real Academia de la Lengua, José
Manuel Blecua, la novelista habló de todo un poco, pero también sobre la lengua
que compartimos y que, a pesar de la invasión de los anglicismos y
extranjerismos, se va enriqueciendo. Todo lo que enriquezca a la lengua no hay
que rechazarlo, pero yo sí me alegro de algunas palabras que van a morir. Me
refiero a las que denigran y son despectivas con las personas, como naco y
naquiza que, afortunadamente, en México ya están desapareciendo, dijo
Poniatowska, quien además reiteró su cerrada defensa de la ortografía y del
buen escribir, al reconocer su profundo desacuerdo al respecto, con el Nobel
colombiano Gabriel García Márquez, quien falleció el jueves 17.
Poniatowska derramó su encanto entre
los invitados, algunos directivos de importantes empresas –como el máximo
ejecutivo en España de la telefónica francesa Vodafone–, así como políticos de
diverso credo y periodistas de numerosos medios de comunicación españoles.
Todos ellos tenían preguntas de lo
más variadas que iban desde su postura sobre la despenalización del aborto, que
ella defendió con un argumento tan sencillo como decir, tras aclarar que es una
católica más que va a misa, que era partidaria de que la única que debe decidir
sobre su cuerpo es la mujer.
O sobre la guerra del narcotráfico y
la cauda de sangre y muerte que ha provocado en México, y que ella reconoció
que es un lastre que no hemos logrado superar después de que estallara en los
sexenios de Vicente Fox y Felipe Calderón.
Poniatowska expresó que el
narcotráfico es una lápida sobre nuestros hombros y señaló que un amigo suyo
colombiano, quien vivió en carne propia la época más sangrienta de la guerra
contra el narcotráfico en su país, le dijo que la situación en México era
bastante peor.
Sin embargo, también advirtió: Yo
creo en la salvación de México, que es el gran país de América Latina, sin
querer menospreciar a ningún otro.
Poniatowska también fue interpelada
por otros asuntos domésticos de esa región, como su relación con el régimen de
Cuba o su opinión sobre Hugo Chávez y su gobierno bolivariano. En cuanto a la
isla, contó el momento que vivió en primera persona, que fue la entrada de los
guajiros en La Habana tras el triunfo de la Revolución y aseguró que ella ahora
ve a Fidel como un viejito feo que se debió ocupar de heredar su poder a otro
cubano y no perpetuarse en el mando.
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