domingo, 23 de junio de 2013

NO TE IMPORTE SABER


No te importe saber

Ciro Bianchi Ross •22 de Junio del 2013 18:12:42 CDT

¿Cómo se inspira un compositor? ¿Qué lo motiva? ¿Es siempre
protagonista de lo que compone? ¿Lo animan de manera invariable, los
sentimientos que plasma o quiere plasmar en sus canciones? ¿Cuenta su
vida o resume sus vivencias en cada obra que sale de sus manos?
Acerca de composiciones y compositores, qué los inspiró y cómo se
inspiraron, hablaremos en esta página. Digamos antes que eso que, por
comodidad, llamamos inspiración, puede aparecer en los momentos más
insospechados.
Moisés Simons por ejemplo, que nació en La Habana en 1889, y que, al
tener lugar la invasión hitleriana a Francia pasó dos años encerrado
en un campo de concentración porque su nombre y apellido «olían» a
judío, tomaba un café con leche en la muy habanera esquina de San José
y Amistad y tuvo una idea que escribió en una servilleta. Llamó a
aquel apunte, «el pregoncito». Corría el año de 1928; pensaba Simons
viajar al exterior y antes de hacerlo entregó «el pregoncito» a Rita
Montaner que se iba a grabar a Nueva York. Cuando Simons al fin llegó
a París se encontró que su «pregoncito», popularizado por Rita y por
Antonio Machín, le había precedido. En aquel café de San José y
Amistad había escrito Moisés Simons lo que sería el primer éxito
internacional de la música cubana, El manisero.
Otro de los grandes clásicos cubanos, una canción que ha dado la
vuelta al mundo, fue escrito por su autor en un tranvía mientras
viajaba de La Habana a Marianao. Pocos días después la estrenaba con
su agrupación musical y Miguelito Valdés no demoraría en cantarla con
la orquesta Casino de la Playa. Así nació No te importe saber, pieza a
la que seguirían Anoche aprendí, La noche de anoche y Me contaron de
ti, entre otras muchas porque su autor, René Touzet, era una fábrica
de canciones, y todas buenas.
También eran muy buenos los boleros de Orlando de la Rosa. Es el autor
de Nuestras vidas y No vale la pena; el hombre que tuvo la brillante
intuición de juntar a Elena Burke y a Omara Portuondo en un cuarteto.
A fines de los años 50, cuando se hablaba acerca de ese compositor se
decía siempre «el malogrado» Orlando de la Rosa, porque había muerto
en la cima de su carrera sin llegar a cumplir los 40 años de edad. En
una de sus piezas hizo algo así como el resumen de su quehacer
autoral: escribió La canción de mis canciones con los títulos de todo
lo que había compuesto. Una proeza.

Vieja luna
Orlando de la Rosa fue, dice el musicógrafo Cristóbal Díaz Ayala, de
quien el escribidor toma buena parte de la información que calza esta
nota, el primero de los compositores de su generación que se inspiró
en la Luna. Escribió Anoche hablé con la Luna y Vieja Luna. Otro
compositor, Bobby Collazo, la emprendería con el tema hasta agotarlo.
Dedicaría al asunto toda una serie, pues cantó a la Luna de cada país
que visitó. Así quedaron piezas como Luna de Camagüey, Luna de Yumurí,
Luna mexicana, Luna de Quisqueya, Luna de Copacabana, Luna gaucha… Con
todo, asegura la crítica, lo mejor que dejó en esa cuerda es Luna de
Varadero, que escribió en el afamado balneario a instancias de Esther
Borja. Otro éxito de Collazo —y grande— es La última noche. La
escribió a pedido de Pedro Vargas, «El tenor de las Américas», a punto
ya de salir de México. Fue una canción por encargo, como lo fue
Longina, escrita por el trovador Manuel Corona a petición del
periodista Armando André.
Esto es la felicidad fue escrita a dos manos, que al final fueron
tres, por Orlando de la Rosa y Bobby Collazo. Lo contó este último:
«Hacía falta dinero y estábamos Orlando de la Rosa y yo; Orlando vivía
en un piso bajo y yo arriba en un edificio de la calle San Lázaro al
que le decíamos la cafetera… porque los chismes empezaban en el piso
bajo e iban subiendo… San Lázaro 220. Entonces Orlando se sentó al
piano y empezó a coger un “tumbaíto” —estaba de moda el mambo en
aquella época— y yo empecé: “Tú me quieres”, y él, “Yo te quiero”, y
así empezó la canción. Entonces nos fuimos a ver al editor. Su
secretario era el compositor Carbó Menéndez, y terminamos la canción
con su ayuda».
Recibirían 200 pesos cada uno por la pieza, pero el editor retenía los
derechos autorales por su impresión. Nada extraño en Cuba. En 1940,
Jorge González Allué recibía de una poderosa editora musical
norteamericana 50 pesos como anticipo por los derechos de impresión de
su Amorosa guajira. Nunca más tendría noticias de aquella empresa.
Corría el año de 1937 y una puesta de sol despertó en Allué el deseo
de cantar a la campiña cubana. Pasaba las vacaciones en la finca de un
amigo y lo bello del paisaje, a la caída de la tarde, impactó su
sensibilidad. Meses después, de un tirón y en menos de una hora,
escribiría la obra.

La vida es un sueño
Si Allué vendió su Amorosa guajira por 50 pesos, antes, en 1911,
Gonzalo Roig vendía su Quiéreme mucho por tres. El maestro, que se
había casado precisamente en ese año, llevaba amores también con la
actriz Blanca Becerra, que le inspiraría la bellísima melodía. Era
frecuente entonces que un compositor escribiese una música y pidiera
los versos a un letrista o poeta. O que sucediese al revés y pusiera
música a un poema. En este caso, Gonzalo y Blanquita intentaron
acometer, a cuatro manos, la letra de Quiéreme mucho.
Escribió Roig: «Quiéreme siempre, negra querida. / No dudes nunca de
mi querer. / Él es muy grande, él es inmenso…». Agregó ella: «Siempre,
mi negro, yo te querré».
Parafraseaban los versos de Ramón Gollury, poeta y periodista ya
olvidado, pero que en su momento hizo célebre el seudónimo de Roger de
Lauria, y como vieron que con lo conseguido no llegaban a ninguna
parte, Roig decidió incorporar a la pieza los versos de Lauria tal y
como los escribió el poeta: «Quiéreme mucho, dulce amor mío / que
siempre amante te adoraré…». Luego Agustín Rodríguez, un gallego
avecindado en La Habana que fue uno de los libretistas de la zarzuela
Cecilia Valdés, de Roig, escribió la segunda parte. Aquella de «Cuando
se quiere de veras / como te quiero yo a ti…». Lo curioso es que Roig
tomó los versos de Lauria sin pedir permiso. El escritor se enteraría
de su «colaboración» con el maestro la noche en que escuchó la pieza
en el teatro Martí.
Existen tantas versiones sobre cómo surgió y se compuso La engañadora
que resulta difícil precisar cuál es la verdadera, aun cuando su
creador, el maestro Enrique Jorrín, insistiera en aclararlo más de una
vez.
Lo de Arsenio Rodríguez, el autor de Bruca Maniguá y La yuca de
Catalina, fue verdaderamente penoso. En 1949 se instaló en Nueva York.
Tenía la esperanza de que una intervención quirúrgica le permitiera
recobrar la visión. No lo consiguió y escribió entonces La vida es un
sueño. Dice: «Después que uno vive veinte desengaños, / ¿qué importa
uno más?». Parece un lamento de amor, pero no. Arsenio Rodríguez es,
como se le llamó, «El ciego maravilloso» de la música cubana.

Tres palabras
Corre el año de 1947 y la cantante mexicana Chela Campos pide al
cubano Osvaldo Farrés que componga una canción para ella. Farrés se
niega, vacila, no se siente suficientemente motivado. Pero la mexicana
no se da por vencida. Insiste. «Vamos, Maestro, si con tres palabras
se hace una canción», le dice, y Farrés acepta el reto. Compone la
canción que Chela Campos le pide y la titula precisamente así: Tres
palabras.
Ya para entonces Farrés había entrado en Hollywood por la puerta ancha
cuando en 1940 su bolero Acércate más fue el tema de una película que
interpretaron Esther Williams y Van Johnson.
En realidad Osvaldo Farrés no leía música ni tocaba el piano. Conocía,
al igual que Agustín Lara e Irving Berlín, los rudimentos de la
música, pero no podía llevar sus inspiraciones al papel pautado.
Nacido en Quemado de Güines, en el centro de la Isla, Farrés era un
magnífico dibujante y un publicista aventajado cuando descubrió que
tenía el don de componer bellas melodías.
Halló esa veta por casualidad. En 1937 preparaba con cinco muchachas,
en un estudio de CMQ Radio, una promoción de la cerveza Polar cuando
un locutor comentó: «Ahí está Farrés con sus cinco hijas…». En el
acto, Farrés se comprometió a escribir una guaracha con ese título. Al
cabo, no serían cinco hijas, sino cinco hijos: Pedro, Pablo, Chucho,
Jacinto y José, que no tardarían en ser conocidos en toda Cuba luego
de que Miguelito Valdés montara la pieza con la orquesta Casino de la
Playa.
«Jamás pensé en convertirme en un compositor. Ni la canción ni la
música entraban en mis planes, y mucho menos imaginé que llegaría a
vivir de ellas», dijo en una ocasión. Y logró hacerlo sin embargo,
pues no demoraría en convertirse en el compositor de moda en Cuba, un
hombre capaz de trocar en éxito cuanto escribía.
Toda una vida pasó a ser un himno para los enamorados. Tres palabras
apareció en una cinta de Walt Disney. Quizás, quizás, quizás la cantó
Sarita Montiel en la película Bésame. En verdad, la Montiel interpretó
varias canciones de Farrés en seis de los filmes que protagonizó. Nat
King Cole dejó también su versión de Quizás... No me vayas a engañar
fue uno de los grandes éxitos de Antonio Machín. Obras de Osvaldo
Farrés se utilizaron también en películas argentinas y mexicanas. Otra
pieza suya, emblemática, es Madrecita, compuesta en 1954. Si Toda una
vida fue, como ya dijimos, el himno de los enamorados, Madrecita se
cantaba hasta la fatiga en el Día de las Madres. Farrés la compuso en
homenaje a la suya. Pero la buena señora nunca pudo oírla porque era
sorda como una tapia.

El cronista
Como Juan Formell lo sería en su momento, Miguel Matamoros fue un
cronista de su tiempo. Hechos, situaciones, personajes de su Santiago
natal, y de toda la Isla, le inspiraron no pocas melodías.
Un vendedor ambulante de pasteles desapareció misteriosamente de las
calles santiagueras. Lo conocían como «Huye» o esa palabra formaba
parte de su pregón. Matamoros lo extraña y escribe El que siembra su
maíz: «Huye, Huye… / ¿dónde está Mayor? / ¿Dónde está? / Ya no vende
por las calles, / ya no pregona en la esquina, / ya no quiere
trabajar…». Viene a Cuba el doctor Asuero, un médico español. Trae un
método de curación contra determinados tipos de parálisis. Todo
estriba en que el enfermo se deje tocar un nervio que se llama
trigémino. El procedimiento no es todo lo eficaz que se anuncia, y
Matamoros escribe El paralítico, mientras que en ¿Quién tiró la
bomba?, esboza la situación de terror que vive la Cuba de 1935 bajo la
égida del entonces coronel Batista. Como antes, en La mujer de
Antonio, había abordado la realidad cubana del machadato: «Mala lengua
tú no sigas / hablando mal de Machado / que te ha puesto aquí un
mercado / que te llena la barriga…».




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Ciro Bianchi Ross
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