ELIGIO DAMAS
Según me contaron siendo demasiado niño, creo para dormirme, distraerme o por aquello del sentido común, servirle inocentemente a un mecanismo de dominación, cosas que todavía nadie ha logrado porque de paso soy insomne, Dios creo el mundo en siete días. No estoy seguro del número pero no voy a confirmarlo, porque si bien no soy propenso a dormirme y menos marearme, si tengo algo de supersticioso numeral y el siete (7) forma parte de mis fantasías o mejor cábalas.
Cada día, “de un solo guamazo”, como dijo Roberto Hernández Montoya, expresión que llevaba años sin escuchar, el Padre Eterno creaba una cosa nueva hasta que al fin, no habiendo más nada por hacer, creo al hombre. Le puso por allí en forma de mujer al mando, cosa que parece a la mayoría de ellas no gustó, representada en Eva a quien, según me contaron aquella noche, bajo la mortecina luz de una lámpara de querosén, le extrajeron una costilla para hacer a Adán y se cogiese ese mando con la anuencia de ella. ¡Ah viva las mujeres!
Si la historia no es exactamente así, no me culpen, aunque pueden llamarme ignorante, por valerme de la simple tradición oral.
Lo cierto de todo es que según la versión creacionista del mundo o todo cuanto existe nació así de simple, pero al mismo tiempo misterioso, fascinante, como atosigante y repentino. Pero sobre todo, surgió de un proceso violento, rápido, de un momento para otro. ¿Se ha puesto a pensar en el prodigio de crear todo eso en siete días? La verdad que convoca a la imitación por lo rápido, eficiente y hasta de bajo costo, como le vería un agente del capitalismo. Porque además, la energía utilizada no era de Corpolec ni del petróleo, sino de nadie, barata, e inagotable.
¿Pero de dónde salió todo aquello? ¿Cuáles materiales usó el creador? Pareciera de la nada. De su poder, capacidad creadora e inventiva. ¡Hágase la luz! Y se hizo. ¡Fórmense los mares! Aquella inmensidad de agua apareció de pronto hecha y desparramada. Así parece haber sucedido todo. Según me contó quien me mecía en la hamaca; pudo ser mi madre.
Aquella historia que me contaron de niño, quizás mi madre o una de mis tías, me pareció bella y tanto que me cautivó. No la asumí como creencia, por esa poca propensión mía a no dormirme, pero si como un poema popular que me contaron para bajearme sin éxito, porque me puso a pensar en él y me quedé despierto. Pero eso sí, me despertó mucho más, me puso “los ojos pepirúos”, como suelen decir en Cumaná y desató en mi una gran curiosidad por todo aquello. Pero si supe después, que lo más impresionante y digno de incorporar a la conducta, no fue la creación misma sino el proceder.
Cuando tuve edad de pensar cómo estaba el mundo hecho, cómo funcionaba, por qué era así y no de otra manera, nació en mí la necesidad de encontrarme con otros que se angustiaban por lo mismo.
Se habían producido revoluciones como las china y rusa, que pensaron crear el socialismo y luego vinieron otras cuando todavía éramos jóvenes.
Según quienes sacan cuentas, porque les gustan los números, ellos hablan, el capitalismo comenzó a nacer en las entrañas de la sociedad feudal, hace unos cuantos años. La conquista y colonización de América fueron obras del capitalismo y al mismo tiempo, catapultas del mismo. Fue un proceso largo y lento. Lo que por el ser el nacimiento de un nuevo sistema explotador y haber durado tanto tiempo, no niega que haya sido un cambio revolucionario. Pero el tiempo es relativo, uno no tiene idea exacta, en la historia de la humanidad, cuánto vale el tiempo. ¿Qué aconteció rápidamente o no? No hay parámetros.
Pero no hay duda que uno, a los 17 ó 20 años, después de la revolución bolchevique de 1917 y la China de mediados de la década del cuarenta, habiendo leído y escuchado como se derrumbaba el mundo en aquellos espacios y se creaban cosas nuevas, no importa si pertinentes o no, se creó la idea que “hacer la revolución hacia el socialismo”, era sólo asunto de apelar a la violencia mecánica y, como el creador, “cambiar todo de un solo guamazo”. Se nos parecía, después de tomar el poder, habiendo sumado las fuerzas para ello, un asunto soplar y hacer botellas. Pero parecía contradecirse con que eso debe hacerlo el pueblo y para ello necesita aprender. ¿Y el tiempo? Pero uno lo supeditaba toda a la correlación de fuerzas.
Nuestras lecturas apresuradas de los “clásicos”, porque a menos que uno sea pendejo va a decir que no los leyó, sólo que no los cita porque los libros los vendimos a un tipo que compra para revenderlos y no vaya a ser que la cita no cuadre con lo dicho o no tengamos manera de concretarla en espacio y tiempo, se confundieron con aquella historia de cuna de la creación y por ello llegamos a creer que la revolución socialista o una sociedad de ese tipo, se construye así de un solo cimborriazo, como nos gustaba decir en el pueblo o en siete días, como Dios hizo al mundo, que es una vaina más grande y complicada.
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Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 6/05/2013 06:22:00 a.m.
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