El secuestro de Falla Bonet (II y final)
Ciro Bianchi Ross • 18 de Febrero del 2012 22:33:48 CDT
El Ford color naranja que conducía Olimpio Luna se adelantó al Packard
en que viajaba el millonario Eutimio Falla Bonet e hizo un giro a la
derecha, con lo que las defensas delanteras de ambos vehículos
quedaron trabadas. Olimpio descendió de su auto y con naturalidad se
aproximó al coche de Eutimio. Parecía que pediría una disculpa, pero
llevaba una pistola 45 en la mano. Era la noche del 3 de abril de 1935
y la intersección de 23 e Infanta, donde había tenido lugar el
encontronazo de los dos automóviles, lucía oscura y solitaria.
Manuel, obedezca las órdenes
—¡No se muevan! ¡Están detenidos! —dijo Olimpio a Eutimio y a su
chofer, encañonándolos. A esa altura había llegado ya al lugar del
hecho otro auto, también marca Ford, que conducía al resto de los
integrantes del comando que Joven Cuba, la organización que lideraba
Antonio Guiteras, había activado para el secuestro. Ametralladora en
mano, sus hombres rodearon al Packard y dijeron ser agentes de la
autoridad. Manuel, el chofer de Falla, intentó resistir, pero su
patrón le pidió que obedeciera las órdenes de los recién llegados.
Eutimio y su chofer fueron obligados a descender del vehículo en que
viajaban. El Packard, conducido por uno de los militantes de Joven
Cuba, se perdió en la noche. Lo esconderían en el garaje de la Calzada
de Infanta casi esquina a Basarrate. Los secuestrados, mientras tanto,
siguiendo indicaciones de sus captores, abordaban uno de los autos que
participaban en la operación a fin de que los condujeran a la casa de
la calle 27 entre Paseo y 2, donde los guiteristas pensaban mantener a
Eutimio en cautiverio.
El viaje entre Infanta y 23 y la casa de la calle 27 transcurrió en
silencio. No hablaban los secuestradores. Tampoco lo hacían los
secuestrados, confiados hasta ese momento en que, en calidad de
detenidos por agentes de la fuerza pública, verían al jefe de
investigaciones del Ejército que quería interrogarlos.
Ya en el interior de la vivienda, sin embargo, la cosa cambió. El
chofer, esposado, fue encerrado en un cuarto de criados encima del
garaje, donde permanecería bajo custodia, y uno de sus captores
comunicó a Eutimio Falla Bonet que estaba secuestrado. El millonario
no se inmutó.
—¡Nosotros no somos delincuentes! —explicó el militante guiterista. El
dinero que le pediremos es para la causa. Se lo devolveremos cuando
triunfe la revolución.
La expresión de Eutimio no evidenciaba temor, ni siquiera inquietud.
Restándole importancia al asunto comentó que él podía haber ayudado
sin que hubiera necesidad de llegar a la acción del secuestro. Pero se
le congeló la sangre en las venas cuando supo que exigían 300 000
dólares de rescate. En un primer momento se negó a creerlo, pero salió
de toda duda cuando le dieron a leer una carta escrita por Antonio
Guiteras y que debía reescribir. En ella, Eutimio pedía a su familia
que, de acuerdo con las instrucciones que recibiría oportunamente,
entregara la cantidad indicada.
Estado de guerra
—Es que yo no tengo tanto dinero en efectivo —murmuró, y sus captores
tuvieron que refrescarle la memoria. Claro que los tenía. Poco antes,
una compañía de seguros le había pagado 600 000 dólares tras el
incendio de la Papelera Cubana, de su propiedad.
Eutimio era un hueso duro de roer. No se dejaría vencer así como así
y, por otra parte, 300 000 dólares era una cifra demasiado elevada.
—Bien, tengo el dinero… Aun así no puedo darlo porque el teniente
coronel José Eleuterio Pedraza dispuso que los bancos den cuenta al
Gobierno de toda extracción superior a los 200 dólares, de manera que…
Pedraza, jefe de la Policía Nacional, había sido nombrado gobernador
militar de La Habana en los días de la huelga de marzo, y al
decretarse el estado de guerra en la capital estableció, entre otras
medidas represivas, el toque de queda a las nueve de la noche y la
prohibición de que grupos conformados por dos o más personas
circularan por las calles durante el día.
Los militantes de Joven Cuba no dieron su brazo a torcer.
—En una caja de seguridad de la sucursal de The Royal Bank of Canada,
en la Lonja del Comercio, usted guarda los 600 000 dólares. De ahí
puede tomar el dinero.
—¿Cómo lo saben?
Uno de los militantes de Joven Cuba le explicó por qué lo sabían, pero
no le dijo todo lo que sabían, y Eutimio Falla Bonet se plegó al
pedido de sus captores. Más bien se prestó a colaborar cuando advirtió
que la carta debía dirigirla a su cuñado David Suero, que era quien
llevaba los negocios de la familia.
El escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II dice en su libro Tony
Guiteras, un hombre guapo, publicado hace un par de años, que Eutimio
puso en la carta que era absolutamente indispensable que siguieran
estrictamente las instrucciones en cuanto a la entrega del dinero «por
estar en peligro mi vida…». Nada escribe acerca del contenido de la
misiva en cuestión el historiador cubano Newton Briones Montoto en
Aquella decisión callada (La Habana, 1998), de donde tomo información
para esta página. Solo asegura que Eutimio pedía que el dinero debía
ser entregado en billetes de a cien.
Briones Montoto añade que Eutimio se quedó en camiseta y, con pulso
sereno, copió de su puño y letra el borrador escrito por Guiteras y
que le facilitaron sus captores. Luego firmó: «Eutimio».
Tendría sin embargo que repetir el documento cuando le pidieron que lo
firmara como mismo lo hacía en los cheques. Preguntó entonces cómo
conocían los secuestradores su firma en los documentos bancarios y se
desconoce qué le contestaron. Le entregaron otra hoja en blanco para
que reescribiera la carta. Lo hizo sin chistar.
Eran las 11 de la noche. Habían transcurrido poco menos de dos horas
del secuestro.
Billetes marcados
David Suero, una vez recibido el aviso no demoró la entrega del
rescate más de lo imprescindible. En la mañana del 4 de abril, Ricardo
Cervera, apoderado de los Falla Bonet, con los 300 000 dólares en
billetes de a cien, esperaba, maletín en mano, en la Plaza de Armas a
que alguien le diera la contraseña acordada y le reclamase el dinero.
En la misma Plaza, con uniforme de fregador de automóviles, aguardaba
Olimpio Luna, el hombre que durante casi un mes había chequeado los
movimientos de Eutimio Falla Bonet y que fuera factor decisivo en el
secuestro. Un grupo armado, encabezado por Juan Antonio Casariego,
hombre de toda la confianza de Guiteras, daba cobertura a la operación
y protegía a Olimpio.
El reloj del Ayuntamiento, emplazado en el viejo Palacio de los
Capitanes Generales, dejó escuchar 12 campanadas. Olimpio se acercó a
Cervera y el maletín con el dinero cambió de manos. Enseguida Olimpio
caminó hacia el vehículo donde Casariego y el resto de sus compañeros
lo esperaban.
—¡Ahora sí está hecha la revolución! —exclamó Guiteras y empezó a
colocar el dinero en montoncitos encima de una cama. Mandó por la
esposa de Fernández de Velasco, que había ocupado las carteras de
Trabajo y Justicia durante el Gobierno de los cien días, y luego de
decirle que ya tenían la revolución en las manos, le pidió que lo
ayudara a guardar el dinero en un lugar seguro. Al día siguiente la
señora viajó a Miami con 80 000 dólares y en el transcurso de los días
otras mujeres harían lo mismo con parte del resto del dinero.
El problema, afirma Briones Montoto, era cambiarlo, pues la Policía
cubana había dado la numeración de los billetes a las autoridades de
Estados Unidos y reclamaban su devolución. Una compra hecha
intencionalmente en El Encanto, de Galiano y San Rafael, y pagada con
uno de aquellos billetes, puso de manifiesto que su numeración estaba
controlada, dice Taibo II en su libro y añade que desde Miami
trasladaron el dinero a México, país en el que se adquirirían, por
intermedio del presidente Lázaro Cárdenas, armas y barcos para
realizar un desembarco en el oriente cubano e iniciar la lucha
insurreccional.
Ciro Bianchi Ross
ciro@jrebelde.cip.cu
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