ELIGIO DAMAS
-“¡Por mi culpa! ¡Por mi culpa! ¡Por mi grandísima culpa!”
El cura nos ordenó rezásemos eso, detrás de cada uno de los tres Ave María y Credo que nos puso de penitencia por nuestros pecados. Y eso hicimos para logar expiarlos y alcanzar el perdón y el derecho a hacer la primera comunión. Tendría unos trece años y apenas uno que había salido de la condición de hereje, lo que dice mucho de mi crianza y aprendizajes religiosos.
Un grupo de cinco amigos, entre ellos yo, casi como repetido uno en el otro o cada uno en los demás y hasta uno como sintetizando todos, nos habíamos entusiasmado viendo a los “Boy Scout”, desfilar por el barrio en “fila india”, pese al origen gringo de la institución, con su jefe al frente portando su especie de adarga con una banderita en la parte superior, su cuchillo al cinto y “siempre listos”; uno nunca supo con exactitud para qué meternos en aquel cuerpo, aunque suponíamos que era para lo que fuese, que no fue otra cosa que salir a caminar sin sentido todos los domingos después de asistir a la misa. Fue un ir y venir sin meta y hasta de manera improvisada. Recuerdo, ¡cómo se me va a olvidar! si nunca he repetido una hazaña coma esa, que una madrugada salimos de Cumaná hasta San Antonio del Golfo, un trayecto que en carro se hace en una hora y cuarto aproximadamente, “un ratico a pie y otro caminando”.
Pero para alistarnos como “Boy Scout” debíamos haber hecho aunque fuese la primera comunión y no por azar, sino propio de aquellos tiempos, ninguno había cumplido con ese requisito. ¿Claro!, obviamente, tampoco había ningún impedimento para hacerlo; por lo menos eso creímos nosotros.
Fuimos a hablar con el cura indicado; era este justamente el capellán del cuerpo y quien no gozaba, por lo menos entre las lenguas habitualmente poco discretas y hasta ácidas, lo que no quiere decir engañosas, de mi pueblo, pues se dice ¡voz del pueblo, voz de Dios!, de mucha buena reputación que digamos. El cura no puso reparo, además estaban interesados en esos días, no recuerdo por qué, aunque a muchacho poco le llaman la atención esos detalles, en ampliar las filas del cuerpo Scout o debilitar las nuestras. Les hacíamos falta carajitos como nosotros, con una o varias cartas o cuentas en las manos por cobrar, pero que no debíamos percatarnos de ese derecho. Nos citó para el día siguiente a la catedral con el fin de dar el primer paso o cumplir el trámite primario, llevarle la partida de bautizo, que en todos era nuevecita y luego proceder a la confesión. El cura nos advirtió que debíamos ir preparados para confesar nuestros pecados y cuidásemos no se nos olvidase ninguno; por supuesto, para nuestra tranquilidad, como quien da una pastilla para los nervios, nos advirtió: “No se preocupen, cualquiera sea el pecado basta que lo confiesen para ser perdonados. Pero eso sí, no olviden ninguno. Eso sería muy malo”.
Pero esto nos metió en un serio debate en el cual no quisimos que nadie, aparte de nosotros, interviniese por el temor que aquello nos produjo. Lo primero que intentamos aclarar fue: ¿Qué era pecado? ¿Qué de esos habíamos cometido nosotros, unos carajitos pobres, de comer de vez en cuando, con tacos en la ropa y hasta las alpargatas remendadas?
Preguntando discretamente aquí y allá, compartiendo en el grupo la poca información que recogíamos, logramos una definición de pecado como muy rutinaria, simple y por supuesto infantil. Pecado, según concluímos era hacer cosas malas. ¡Coño! ¿Pero qué cosas malas hacíamos nosotros con aquella facha e historial? Nos pareció una pendejada decirle al cura “Padre, ayer me fugué de la escuela para irme a bañar al río o cuando mi mamá me llamó para que le hiciese un mandado no le hice caso porque estaba en tercera listo para anotar la carrera y ganar el juego”. Como también otras tantas cosas que barajamos entre todos. Aquello no parecía tan malo como darle calificativo de pecado y el padre nos pidió un pecado, tanto que cuando pronunciaba la palabra ponía un rictus extraño que sugería algo muy grave. Los ojos como si se volteaban y parecía hasta hacernos alguna seña o sugerencia incomprensible, tanto que parecía relamerse discretamente.
-“¿Pero qué pecado he cometido para confesarlo de manera que el cura me perdone, pueda comulgar por primera vez y entrar al cuerpo de Scout? Si le digo lo que creo, “a esta edad mía no he cometido pecado alguno el cura no me va creer, pues tal como nos habló y por sus gestos, está seguro que sí. Entonces no nos perdonaría y menos autorizaría a comulgar”.
De repente, unos de los amigos, tanto lo éramos que casi nos habíamos criado juntos, como quien saca las manos de la bolsa de la lotería casera, dijo:
-“¡Ya sé! ¡Juntos hemos pecado varias veces!”
Todos le miramos y esperamos nos diese la ansiada respuesta que buscábamos. Viéndose solicitado por sus cuatro compañeros continuó:
-“¿No se acuerdan? Juntos pecamos hace tres días.”
Otra vez le miramos atentamente, después de mirarnos por parejas sin pronunciar palabra, pues la seguridad suya era ahora nuestra; tenía la respuesta para todos.
-“Antier le caímos a piedra a una de las tantas matas de mango de la quinta de los Berrizbeitia, allí a la vera del camino y cada uno de nosotros “se robó” dos”.
Se refería a una quinta, ahora le dicen finca, que lindaba con nuestro barrio de pobres, donde abundaban las frutas como para darnos de comer a todos, pero al contrario, nos corrían a disparos con sal de sólo vernos merodeando.
Cayó un rato mientras nosotros asentíamos, pues eso fue verdad. ¡Habíamos robado! Y sobre todo por a quién “robábamos”, para el cura eso sería pecado. Seguimos callados a espera que siguiese, pues habló de “varias veces”.
“Ese mismo día, ¿se acuerdan? Hicimos un concurso para ver quien llegaba más masturbándonos después de haber estado “vigiando” a Graciosa mientras se bañaba en el patio de su casa.” En verdad no usó la palabra masturbarse la que conocí muchos años después, realmente dijo, “nos caímos a paja”.
-“¡Coño verdad!” Dijimos los cuatro que escuchábamos atentamente al compañero.
“Ya tenemos pecado que confesar, son dos y el padre tendrá que aceptarlos, sobre todo porque hasta testigos tenemos”, se dijo cada uno para sí.
Unimos nuestras manos y ya, casi como miembros de los Boy Scout, dijimos y nos dijimos en voz alta, “Siempre listos”, también parodiando a “Los tres Mosqueteros”, que eran cuatro, nosotros cinco, “¡Todos para uno, uno para todos!”
-“Esos son pecados veniales”, dijo el cura a cada uno, por separado, tal como se hace en el confesionario, y nos puso la penitencia que ya dijimos. “Eso sí”, dijo para cerrar el asunto, no lo vuelvan a hacer. ¡Y volvimos a pecar!
Al cura, si a alguien pertinente confesó sus propios pecados, no sé que le harían porque los nuestros, hasta él mismo los juzgó como puras pendejadas. ¡Y qué más, si éramos unos carajitos, víctimas de los pecados de otros!
El domingo 15 de octubre, volveré a pecar, porque mis votos anteriores no han ayudado mucho al pueblo, a mí mismo y los míos porque de él formamos parte. Es decir, volveré a masturbarme y tumbar unos mangos del camino, siendo esto lo máximo en materia de cogerme lo que no es mío que he hecho. Hasta creo que mis convicciones han sido frustradas, pero pecaré de la misma forma que antes, sabiendo bien que lo hago con pecados veniales, pues si cambiase mi ancestral proceder sería un pecado mortal. ¡Y el cura, santo como San Francisco y hasta ladino y pecaminoso como aquél de mi niñez, no me dejaría comulgar! Por mí, el diablo, no aumentará sus huestes. Porque Dios y el diablo, saben bien quienes son los suyos, aunque los tramposos crean engañarlos. ¡Pregúntenle a Tarek William Saab!
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Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 10/08/2017 08:41:00 a. m.
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