martes, 24 de octubre de 2017

MILITANCIA AFECTIVA VS POLITICA

 Militancia afectiva vs política
                                                   Por Lorenzo Gonzalo, 22 de octubre del 2017
No es un secreto que la izquierda, las ideas socialistas, los conceptos socio políticos de inclusión, participación y justa distribución de la riqueza, se han ido transformando. No obstante, también es cierto que existen grupos de personas, cada vez más reducidos, que aún abogan por la ortodoxia del proyecto llamado socialismo real, cuyo fracaso, lejos de negar la necesidad de superar el sistema político del capitalismo, reforzó esos criterios y ha llevado a una revaluación de conceptos y terminologías. En Cuba, estos criterios parecen tener aún cierta validez rectora. Las razones de semejante actitud quizás radiquen, no tanto en la negación irracional del derrumbe del campo socialista o el rechazo a las nuevas políticas practicadas en Vietnam y China, sino por los temores que genera Estados Unidos, quien al menor resquicio intentará revertir el proceso cubano. Quienes así piensan no entienden que esas relaciones son también un proceso que hallará irremisiblemente su fin y para acelerarlo sólo es necesario seguir la dinámica de los tiempos, único método y criterio, capaz de desmentir las campañas de difamación y desinformación del jamás deseado enemigo del Norte.
Dicho lo anterior, si nos marginamos de ese debate interno del Poder cubano y nos centramos en las funciones del emigrado cubano, es nuestro deber expresar que deben mejorarse los medios empleados hasta ahora, para que ese segmento de la sociedad cubana que vive en la orilla del frente, desde Cayo Hueso hasta los confines del Norte, participe en la realización de esas labores de modo efectivo.
La organización de la emigración debe ser espontánea, independiente del gobierno. La participación en los eventos debe provenir del propio emigrado evadiendo identificarse con las políticas oficiales, campañas, consignas o figuras políticas.  Los actos no pueden ser partidistas, ni las personas expresarse como funcionarios del gobierno.
La efectividad del cabildeo en Washington, es inversamente proporcional a la vinculación que puedan tener aquellos que la realizan, con el gobierno cubano. De aquí que las gestiones de las grandes corporaciones tengan mayor receptividad. Pero no debemos perder de vista que las realizadas por los políticos locales de Miami, son abrumadoramente superiores y quien no lo crea que le pregunte a Marco Rubio.
Hay decenas de miles de emigrados cubanos que son respetuosos del Estado cubano y aunque mayoritariamente no simpatizan con el gobierno, desean las mejores relaciones entre Estados Unidos y Cuba y reclaman sus derechos como emigrados y como nacionales cubanos. Estas decenas de miles son susceptibles de organizarse.
Existe una diferencia entre coincidir con la concepción general del gobierno y defender de un modo similar el oficialismo, sus valores nacionales, el ritmo de sus reformas y las declaraciones públicas de sus funcionarios o incluso su política exterior. Podemos pensar igual, pero discrepar políticamente.
El emigrado que llegó a partir de los ochenta a la ciudad de Miami, tiene un especial arraigo con Cuba. No se fue por razones políticas, aunque difícilmente encontramos entre ellos a quienes defiendan el gobierno cubano. Son las razones personales, de tipo familiar y económicas las que explican sus deseos de regresar y visitar parientes y amigos, al margen de los desengaños políticos que lleven consigo y que los hacen renuentes a identificarse con actividades que sean o parezcan ser dirigidas como un apoyo al gobierno. Por Cuba, por el Estado, por la soberanía, por familiares y por el derecho que cada cual pueda sentir, por esos valores o alguno en particular, son susceptibles de movilizarse, pero por el gobierno, salvo reconocer su legitimidad, no moverían un dedo. 
Esos sentimientos o valores, los convierten de hecho, en un militante a favor de las mejores relaciones entre Estados Unidos y Cuba, de aquí que mayoritariamente los emigrados saludaran con alegría el 17 de diciembre del 2014, cuando ambos gobiernos anunciaron establecer relaciones diplomáticas. Pero esa militancia es afectiva, no política, lo cual imposibilita conducirlos a la acción cívica, reclamando a favor de sus intereses, como hacen los emigrados de otras nacionalidades. No son capaces de tomar las calles ni reunirse en nutridos grupos como lo hicieron en los primeros siete u ocho años de la década de los noventas en Miami, cuando la espontaneidad definía sus acciones. Un caso opuesto es la actitud de la derecha conservadora y de los viejos adalides del gobierno inconstitucional de Batista. Estas personas tienen la voluntad de aglutinarse en diversidad social e ideológica, para pedir el derrocamiento del gobierno cubano.
La militancia afectiva en cambio no se escucha y peor aún, no actúa. Hubo un tiempo a principios de los noventas que abogar por el fin del bloqueo y las buenas relaciones eran apoyadas por grupos bastantes numerosos. Eso duró hasta que pequeñas agrupaciones, que religiosamente aprueban las acciones y el legado del gobierno cubano, fueron magnificadas maliciosamente por la prensa local, dando la impresión que quienes protestaban o gestionaban un nuevo estado de cosas entre ambos países, eran todos comunistas, agentes o simpatizantes irrestrictos del gobierno cubano.
Adaptándonos a los nuevos tiempos debemos buscar avenidas que conduzcan a mover esos miles de voluntades, para que se organicen en función de sus derechos como emigrados y como ciudadanos cubanos. Pero hay que sentar las bases que le den al emigrado la espontaneidad que tuvo en otros tiempos y ser ellos quienes convoquen las acciones políticas en sus países de residencia. De igual modo esos grupos deben, solicitar reuniones ocasionales con las autoridades cubanas para tratar asuntos puntuales.
En breve habrá uno de esos Encuentros, ojalá quienes tienen el don de la oratoria, el liderazgo y la capacidad de organizar, aborden este tema y abran el camino para la crítica objetiva y soluciones adecuadas. Creo que, como comentarista, cumplo con mi obligación de hacer las observaciones y análisis pertinentes.
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