ELIGIO DAMAS
La historia de la vieja izquierda, que incluye a todos aquellos grupos e
individualidades que tuvieron participación antes que Chávez hiciese su
aparición en la política, es una de divisiones y luchas casi fratricidas.
Fueron pocos los momentos que los políticos de esa tendencia, desde 1941, para
tomar un punto importante de referencia, tuvieron encuentros que les
permitiesen avanzar. Aunque es cierto que las pocas veces que se pusieron de
acuerdo en la formulación táctica y acción, fueron asertivos, como el combate
final contra Pérez Jiménez.
El período conocido como de la lucha armada contra gobiernos de AD y Copei, se
caracterizó por la permanente división de los partidos y grupos que le
promovían. Al final, cuando se percataron que aquella forma de lucha les
conducía al fracaso y derrota tras derrota, emergieron tan atomizados que no se
reconocían entre ellos. Son dignas de recordar las palabras que sobre este
asunto escribiera Alfredo Maneiro, referente de mucha importancia para Hugo Chávez.
En cada contienda electoral, como en la guerrilla, participaban variados grupos
con sus propias candidaturas, mismas ofertas, discursos apenas diferentes en
detalles insustanciales que creían suficientes para andar cada uno por su lado.
Eso sí, en la vida cotidiana o en lo electoral coyuntural, se referían unos a
otros, en público o privado, como si fuesen enemigos irreconciliables. El
imperialismo, las clases dominantes y los partidos del status, estaban en
segundo plano.
Acabo de leer por salteo un artículo que me llegó al correo, elaborado en común
por unas cuatro personas, que antes de exponer sus ideas sobre el debate que ha
desatado Jorge Giordani, le aderezaron al viejo profesor desde el inicio un
cúmulo de insultos, palabras, juicios soeces, que de ser cierto todo ello, uno
debería preguntarse con asombro cómo Chávez tuvo a ese señor a su lado. Por
cierto, el más saludable y menos mal gusto, es aquel muy del aprecio de Rómulo
Betancourt de derecha endógena de “cafetín”. Expresión que no le encuentro
sentido, menos a las más procaces, para ayudar en el debate que todos
demandamos. Estilo por cierto tan indelicado e irrespetuoso que expone a
quienes le usan a no ser leídos en su totalidad pese que digan cosas muy
interesantes y que uno pueda compartir.
Lo anterior, como otros tantos ejemplos, son muestras como aquel estilo
pareciera intentar reaparecer y si eso sucede, es demasiado el mal que haría a
quienes sólo esperan poder entenderse porque hay más para esto que para la discordia.
Al retornar la vieja izquierda a lo que llamaron forma de lucha legal, bajo el
criterio pesimista que era un esfuerzo inútil, donde la derecha siempre tendría
las de ganar, no se percataron nunca que su desventaja no estaba en el poder y
argucias del contrario sino en su propia debilidad derivada de la dispersión y
habitual tendencia a desconfiar unos de otros. Cada grupo se consideraba el
portador de la verdad y esta era tan limitada que cualquier diferencia, por
insustancial que fuese, era suficiente para formar su propia pequeña
agrupación. Más que hacerle oposición a los partidos del sistema, aquellas
agrupaciones minúsculas de la izquierda se la hacían entre ellas.
En aquel estado de postración y orfandad las sorprendieron el Caracazo y
alzamiento de Chávez. Por eso el primer gran mérito de este fue lograr unir a
la izquierda verdadera y los sectores ganados para construir un país mejor.
Quizás, eso pareciera suceder, desaparecido Chávez con toda su capacidad para
manejarse con habilidad en medio de las borrascas y saber comprender a los
discrepantes, aquellos sorprendidos por los hechos antes mencionados, lo hayan
sido de nuevo por las manifestaciones naturales, derivadas de lo que nos ha
acontecido y no han sabido otra cosa que retornar a lo que era su habitual
proceder y natural forma de procesar las diferencias.
El simplismo, generalización, elemental división entre buenos y malos,
consideración de toda divergencia como negativa, falta de generosidad para
entender a aquellos aunque no tengan en verdad la razón, cosa que en nuestro
caso de ahora estaría por verse, fueron criterios absolutamente ajenos al
comandante Chávez y por eso nos condujo con éxito.
No saber administrar un debate necesario de la actual coyuntura, implica
desperdiciar el legado más importante del comandante.
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