El
hombre de la Casa Prado
Ciro
Bianchi Ross * digital@juventudrebelde.cu
31
de Mayo del 2014 18:33:00 CDT
Dedicaré
la página de hoy a contestar, hasta donde el espacio me
permita,
preguntas que formularon los lectores en el transcurso de las
semanas
más recientes.
Antes
quiero agradecer al colega Manuel Lauredo, de Radio Bayamo, su
valioso
envío que, lamentablemente, llegó tarde --muy tarde-- a mis
manos,
pero que aprovecharé en otra ocasión. Interesante resulta la
síntesis
de la investigación sobre la estancia de Antonio Maceo, en
1890,
en el Hotel Inglaterra, que remite Raúl Aguiar Rodríguez.
Asimismo
agradece el escribidor a Juan Picart, de Sancti Spíritus, la
colección
de recortes que me remitió acerca del senador machadista
Wifredo
Fernández, padre de la fórmula conocida como <<cooperativismo>>;
especie
de pacto entre los partidos liberal, conservador y popular,
todos
con representación parlamentaria, y que allanó el camino de la
reelección
del dictador Gerardo Machado sin candidato opositor. Son
notas
dadas a conocer en la revista Bohemia en ocasión del suicidio
del
destacado político y periodista, en 1934, en los días en que, en
la
prisión militar de La Cabaña, esperaba ser presentado al Tribunal
de
Sanciones, como se denominó a la instancia judicial a que fueron
sometidos
los machadistas y que funcionó en el Capitolio. Los recortes
incluyen
cartas escritas por Fernández en la prisión y el artículo que
Ramón
Vasconcelos, <<la pluma de oro del periodismo cubano>>, como se le
llamaba,
publicó a su muerte. El plato fuerte de esa recortería es el
testimonio
de Benjamín Olivero, jefe del grupo de la organización ABC
que
detuvo a Fernández y a otros dos cómplices de menor cuantía del
dictador
a bordo ya del barco de carga Erfurt, pese a la oposición del
capitán
de la nave que alegaba que sus pasajeros se hallaban bajo la
protección
de la bandera de Portugal. Tal vez en otro momento nos
ocupemos
de este interesante tema.
Emergencias:
hechos y personajes
¿Sabía
usted que en el Hospital General Freyre de Andrade, esa casa de
salud
de la avenida de Carlos III a la que nos aferramos en llamar,
erróneamente,
Hospital de Emergencias, se realizó en Cuba la primera
operación
de cambio de sexo? ¿Que allí funcionó el primer servicio de
cirugía
maxilofacial que existió en el país y que entre sus
profesionales
estuvo la doctora Ana Larralde, primera cubana que se
especializó
en esa rama de la Medicina? ¿Que en ese hospital nacieron
la
especialidad de Reumatología, la primera Clínica del Dolor y los
primeros
servicios de cirugía menor y geriatría de Cuba?
Esos
y otros temas afines a esa institución médica aborda el doctor
Manuel
Blanco, director del Hospital General Freyre de Andrade, en un
mensaje
que remite a este escribidor. Precisa que fue allí donde se
aplicó
por primera vez en la Isla la anestesia epidural continua con
catéter
y que su hospital fue el escenario de la primera intervención
quirúrgica
que se transmitió en el país por circuito cerrado de TV.
Añade
que el primer director de la institución fue el doctor Benigno
Souza,
cirujano eminente e historiador; autor de Máximo Gómez, el
generalísimo,
excelente y fluida biografía del general en jefe del
Ejército
Libertador, y que su primera superintendente de enfermeras
fue
Margarita Núñez, fundadora de la Sociedad Cubana de Enfermería. En
Emergencias
hizo la residencia en Cirugía el doctor Manuel <<Piti>>
Fajardo,
Comandante del Ejército Rebelde. Vivía entonces en la esquina
de
Valle y Basarrate.
Aporta
Blanco un dato que sorprende al escribidor. El doctor William
Mayo,
fundador en Estados Unidos de las famosas clínicas de los
Hermanos
Mayo, fue paciente de este hospital, como lo fueron los
luchadores
revolucionarios Antonio Guiteras y Rafael Trejo, Pablo de
la
Torriente Brau y Aracelio Iglesias. Allí recibieron asistencia
médica
los estudiantes universitarios golpeados en el estadio del
Cerro
(Latinoamericano) cuando, encabezados por José Antonio
Echeverría,
protestaban contra la dictadura de Batista, y hacia esa
instalación
se remitieron los cadáveres de los mártires de Porvenir y
Concepción,
en la barriada de Lawton, y de Mario Reguera, entre otros
muchos
jóvenes asesinados por la policía batistiana.
Asegura
el doctor Manuel Blanco que muchos son los hechos y personajes
que
se relacionan con el Hospital General Freyre de Andrade. <<Este
humilde
e histórico hospital que resiste el paso del tiempo y que con
el
gran sentido de pertenencia de su colectivo sale en primera fila al
combate
en nuestro proceso de transformaciones, sabiendo lo que nos
queda
por hacer y convencidos del compromiso que tenemos con la
historia
y con el pueblo>>.
Recuerdo
de la infancia
El
mensaje de Eustacio Gutiérrez Hernández me trae recuerdos lejanos.
Inquiere
el amable lector nada más y nada menos que por el hombre de
la
Casa Prado. Durante años, mientras vivió la abuela del escribidor,
su
casa, que era también la de sus padres, fue el centro de reunión de
la
familia y allí se daban cita invariable, para el almuerzo
dominical,
algunos parientes allegados. Llegaban mi tío y su hijo y
dos
tíos viejos, hermanos de mi abuela, lo que hacía que, junto con
nosotros,
fuéramos diez a la mesa. Preparaba ella toda la comida; era
la
dueña indiscutida de los fogones, que eran de carbón ya que no
permitió
nunca que se instalara una cocina de gas. Había pocas
variaciones
en el almuerzo: arroz blanco, frijoles negros y alguna
vianda
frita, como platos acompañantes, y como plato principal una
carne
asada y mechada con jamón o una buena carne con papas, cuando no
una
cubanísima ropavieja. Mostrábamos un entusiasmo casi patriótico y
constitucional
por la carne de res, pero éramos poco allegados a las
verduras
y al pescado y nunca se ponían bebidas alcohólicas en la
mesa,
ni siquiera una triste cerveza ya que se suponía que a esa hora
los
hombres de la casa habían ya consumido su cuota en la barra de La
Princesa,
en 16 y Concepción, en Lawton, o en la bodega del gallego
Daniel,
en Diez y Acosta, en la misma barriada.
¿Qué
tiene que ver todo eso con el hombre de la Casa Prado? Sucede que
mientras
se esperaba por la hora del almuerzo, mi padre y su hermano
escuchaban
en un modesto y antiquísimo radio de los llamados <<de
capilla>>
un programa musical que patrocinaba La Casa Prado, sastrería
y
camisería sita en Belascoaín 267, en Centro Habana. Desde que
comenzaba
el programa, casi al filo del mediodía, el conductor del
espacio
daba noticias acerca del hombre de la Casa Prado. Anunciaba,
digamos,
que en esa jornada estaría moviéndose en el Vedado. Así,
vagamente
hasta que su ubicación se iba precisando a medida que
transcurría
el programa. Está en los alrededores de la CMQ, en 23 y M,
decía
el locutor, y más adelante: en las inmediaciones del parque
Mariana
Grajales, en 23 y C, y ahora, cerca de Paseo o en los
contornos
del edifico Atlantic --actual Icaic-- para asegurar, ya en los
finales
del espacio, que el sujeto se hallaba en los portales de La
Pelota,
que no estoy seguro que se llamara así entonces, en 23 y 12.
El
asunto estribaba en identificarlo. Había que preguntarle si era el
hombre
de la Casa Prado. Si lo era, el agraciado recibía un bono
contra
el cual ese establecimiento comercial le obsequiaba una
guayabera.
Ni
mi padre ni mi tío ganaron nunca el concurso. Eran participantes
pasivos.
Seguían con la imaginación su periplo, pero jamás salieron de
la
casa a localizar e identificar al personaje, aunque más de una vez
lo
tuvieron relativamente cerca. La frase llegó a ser tan popular que
en
esos años se aludía como al hombre de la Casa Prado a aquel sujeto
con
quien era difícil encontrarse, aunque se procurara, o a quien
aparecía
sin que se le esperara.
Casas
de La Habana
Por
la casa situada en la calle Aguilera esquina a Rafael de Cárdenas,
frente
al antiguo Club Ferroviario, en Lawton, pregunta Leydis
Vázquez,
estudiante de sexto año de la carrera de Estudios
Socioculturales.
En efecto, como asegura ella en su mensaje, allí
radicó
el sanatorio del doctor José Baralt Barnet para enfermas
mentales.
Pero antes fue la residencia de Rafael de Cárdenas, general
del
Ejército Libertador, y su familia. Una casa con historia no solo
por
su propietario, que fue además jefe de la Policía en La Habana,
sino
porque en esta pasó una temporada Anaïs Nin, la famosa narradora
norteamericana,
autora de Delta de Venus y La casa del incesto, entre
otros
libros, y que era sobrina de Antolina Culmell, la viuda del
general.
Por eso Anaïs, hija del gran pianista cubano Joaquín Nin,
fecha
sus cartas desde Cuba en <<Finca La Generala, Luyanó>>, que a esa
barriada
pertenecía la zona en su tiempo, y después.
Rafael
de Cárdenas murió muy joven. Falleció en 1911, a los 42 años de
edad.
Anaïs vino en 1917 y se maravilló con la naturaleza cubana: el
aire,
suave y agradable; los campos, fértiles y pródigos, y las palmas
altísimas,
alzándose hacia un cielo lleno de brillo. <<Todo luce
transformado
por una calidez y suavidad ocultas>>, escribió. Una
naturaleza,
un campo, un cielo, un mar que le regalaron su belleza
abrumadora,
que muchos no percibían y que ella entendía como una forma
divinamente
pura.
Al
abandonarla la familia, la casa quedó vacía durante un tiempo hasta
que
se instaló allí la 13ra. Estación de Policía. Cuando se construyó
especialmente
para esta un edificio en la misma calle Aguilera, el
inmueble
fue ocupado por el sanatorio Baralt.
Escribe
Anaïs Nin en una de sus cartas habaneras: <<Me encuentro
viviendo
en las afueras de la ciudad, en la más bella de las casas,
casi
un palacio, amueblado y decorado con exquisitez, rodeada de un
jardín
encantador...>> Pero, de aquella casa encantada, convertida en
casa
de vecindad, no queda nada, solo los pisos y la escalinata
monumental.
A
ese edificio dediqué algunas páginas en el libro Así como lo cuento,
publicado
en 2004 en coedición entre Juventud Rebelde y la Casa
Editora
Abril.
Respecto
a la pregunta de las ruinas que aún desafían el tiempo en la
calle
Calzada entre 2 y Paseo, son las del antiguo Hotel Trotcha. En
una
crónica publicada en el periódico habanero La Discusión, el 23 de
enero
de 1890, dice Julián del Casal:
<<Todo
el que vive en La Habana lo ha visitado alguna vez. Tiene el
brillo
de una moneda nueva y la alegría silenciosa de las poblaciones.
La
miseria no ha penetrado en sus ámbitos y sus habitantes parecen
dichosos.
Allí se refugian, en los meses de verano, los que el calor
destierra
de la ciudad, los escasos poseedores de bienes de fortuna y
los
que no se atreven a alejarse del suelo natal>>.
Antes
de que acabe
Una
judía norteamericana se empeña en reconstruir la historia de su
madre.
La señora vivió en La Habana, en días de la II Guerra Mundial,
y
trabajó en un taller de talla de diamantes. Dice que su madre le
contó
que en ese tiempo hubo en La Habana, sobre todo en el Vedado,
unos
20 de esos talleres. Los operarios vinieron en lo fundamental de
Bélgica
u Holanda y volvieron a Europa o viajaron a EE.UU. al
finalizar
la contienda bélica. Pregunta al escribidor cómo pudiera
avanzar
en su investigación. No sé, pero alguna información encontrará
en
el libro La comunidad hebrea de Cuba; La memoria y la historia, de
Margalit
Bejarano, publicado en 1996 por la Universidad Hebrea de
Jerusalén.
--
Ciro
Bianchi Ross
http://wwwcirobianchi.blogia.com/
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