ELIGIO DAMAS
y me tengo que mudar
voy a vender los corotos
porque yo pienso emigrar”.
Se trata de parte de la letra de un merengue caraqueño de Miguel Núñez, de la “Caracas vieja”, la de Isidoro Cabrera, esa a la que le cantaron Billo Frómeta y Rafa Galindo. Donde al preguntar por el catre, si no está en venta, se responde:
“El catre yo no lo vendo
Porque en ese duermo yo”.
El catre es el fin y el comienzo; la seguridad que tanto amo. La no predisposición a dejar las cosas al azar. De él no puedo desprenderme porque sería como entregar mi vida y permitir que el moho, el incesante invasor todo se lo lleve. Quedarme en el absoluto abandono y debilidad extrema, pues a él voy pegado. Es mi última trinchera.
Debo defender mi vida, mis principios y, mantener en alto las promesas que hice; cada uno de nosotros somos el “Gran Capitán”. No puedo abandonar a su suerte los tripulantes que navegan conmigo y pusieron sus esperanzas en mí que les llevaría a puerto seguro. Puedo hacerlo, la embarcación no sólo muestra la elegancia, arrogancia de allá arriba, en aquella bandera de 8 estrellas y tres colores, amarillo, azul y rojo, que en la parte más alta del palo mayor es agitada por los vientos, sino que velas, remeros y hasta la máquina que usamos cuando no soplan los vientos desde sotavento, con la energía debida, están en su punto óptimo. La brújula que usamos, hecha a mano por un gran artista y técnico, el anterior capitán, el mismo arañero, quien pudo detener el tiempo y hacer en su breve recorrido por la existencia humana, lo que a otros llevaría varias vidas, funciona de manera armónica y marca con precisión los rumbos; aun cuando la mar se encrespe, revienten los olas contra el casco hecho de recia madera, los vientos agiten en exceso las velas y el brusco hamaquear amenace la seguridad del barco y de todos ella, la brújula, que no es otro que “El Plan de la Patria”, está allí señalando el camino. Nosotros bregamos, botamos lastre, achicamos el fondo de la nave, levamos velas o las recogemos según las circunstancias y ella, la brújula, imperturbable, señalando la ruta y dándonos oportunidad para cambiar de dirección, eludir peligros y volver de inmediato a la punta de su flecha.
“El catre yo no lo vendo
Porque en ese duermo yo”.
El camino tiene muchas curvas; todos debemos saberlo porque la vida no es sólo caminar recto y hacia adelante. Incluso, en veces no hay caminos, “se hace camino al andar”, como dijese Machado. Hay trampas que te pone la vida y obligado estás a sortearlas. Cuando salimos no sabíamos las dificultades y secretos del camino. Es más, suponíamos que en la ruta había que hacer los caminos, para eso vamos preparados con el equipo adecuado. No hay un mapa de ruta con los detalles sino uno general del espacio a transitar y no se sabe exactamente dónde pasar la noche, dar una vuelta para eludir un promontorio; fieras enormes, peligrosas y en abundancia nos acechan, difíciles de vencer por su fiereza, no sabemos en cuál recodo o una mar de poco fondo donde el barco puede encallar.
Es verdad, hay brujos u oráculos que creen conocer palmo a palmo el camino sin nunca haberlo recorrido o, mejor sin haber hecho el camino. Juran y perjuran que sus pergaminos y mapas enmohecidos o sus viajes astrales les han permitido conocer cada detalle. Hablan de viajeros que antes por allí pasaron a quienes nadie ha visto y menos escuchado nada. Hasta tienen sus manuales operativos como aquel de “para bachaco chivo” y así se llegan lejos, hasta el puerto deseado sin tropiezos. Su brújula no marca el rumbo solamente sino que también sus mapas “planimétricos” registran cada detalle, reacción, fuerza y todo; donde hay huecos, zanjas y un suelo plano sin verrugas. Sabiendo eso, por supuesto, tienen de una vez la respuesta ante todo. Por dónde andar y dónde no. Donde el mar es hondo o hay peligro que el barco toque fondo. Lo malo es que cuando uno les pregunta los detalles hablan de manera evasiva, complicada, como si no quisieran que uno les entendiese. No es que sean egoístas porque uno que les conoce, sabe bien que no es por eso, les sobra solidaridad, sino que el lenguaje del cual están dotados es como muy elevado para los simples mortales que, además de brújula, tenemos que ir tanteando el camino o hacerlo cuando nos encontramos que no hay.
Como no les entiendo, porque mis debilidades me imposibilitan para ello y me empeño en dar una curva, donde la otra opción es remontar una montaña enorme lo que amenaza desgastar mis fuerzas y energía que necesito a lo largo del camino, no logro que me entiendan y no me amonesten desde lejos. Pero me fortalece que ya he visto a muchos, por orgullo, durante años dando cabezazos a murallas enormes, en lugar de dar la vuelta allí mismito, en este camino que vengo haciendo y ponerla a ella a mirarme la espalda.
Por esas cosas, aunque me ofrezcan villas y castillos, hospedajes imaginarios en un camino nunca transitado, o mejor uno inexistente, para hablar como un geógrafo o poeta, para seguridad del cumplimiento de la tarea que tengo asignada:
“El catre yo no lo vendo”.
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Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 6/09/2014 05:22:00 a. m.
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