lunes, 21 de noviembre de 2016

II CHAVEZ LLEGA A LA PRESIDENCIA Y SE DECANTA EL CHAVISMO

II.- Chávez llega a la presidencia y se decanta el chavismo

             El presidente Chávez, llamó audazmente a los venezolanos a la construcción del “Socialismo del Siglo XXI”  y sin duda, la gran mayoría de los chavistas asumieron  eso no sólo posible, hasta expedito y como “cayendo y corriendo”; más cuando se pensó la renta petrolera como una excelente y poderosa palanca para impulsar aquel cambio tan exigente. Pareció a muchos que aquello tenía pertinencia, sin pensar en más nada.
             Venezuela ha sido un país donde el capitalismo tiene sus particularidades, que lo hace ostensiblemente diferente a Brasil, Argentina y la mayoría de otros del continente; quien aporta divisas, de manera determinante, es el Estado a través de la renta petrolera y ese mismo ente, ha sido quien ha servido para que los grupos económicos improductivos, fundamentalmente importadores, se enriquezcan cada vez más sin producir nada. Las clases dominantes, en buena medida, no han salido del sector del trabajo, empresarial privado, sino han sido creaciones, como Frankenstein, del Estado petrolero. No es extraño que empresa Polar, que exporta hasta capitales, pretenda que los venezolanos le suministren dólares provenientes de la renta petrolera para poder producir en Venezuela y hasta para colocarlos en sus negocios en el exterior. Hasta no hace mucho se decía que del total de divisas que ingresan, aun habiendo caído bruscamente los precios del petróleo, el 95 % provenía del ingreso petrolero y en el otro menguado 5%, buena parte también se debía al Estado por otros rubros.
             Quizás, partir del peso de la renta petrolera como palanca para fundamentar la idea del socialismo, suponiendo como poco significativo el valor y fuerza de los valores y componentes capitalistas,se dilucidará más tarde, le dimos mayor valor a la capacidad cambiaria del dinero, aquel proveniente de la renta petrolera, que a la creatividad popular, puesto el pueblo, en el momento apropiado, dadas esas “condiciones objetivas y subjetivas” que suelen mencionar quienes hacen de alquimistas y disposición de desatarlas, sin facilismos ni acomodos; sin tratarle como un eunuco, sino aprovechando en mucho de aquello que Aquiles Nazoa llamó sus “fuerzas creadoras”. Subestimamos de nuevo la capacidad de supervivencia de las fuerzas del capitalismo y creímos, otra vez, lo que revela nuestra ingenuidad, que transformar una sociedad, que debe hacerse estructural y superestructuralmente, es cosa de voluntad y pocos días. Claro, ahora le pusimos un ingrediente que concebimos como competente para comprar todo lo necesario, hasta las ganas de trabajar, la renta petrolera de 140 dólares el barril. La experiencia de los cubanos no nos sirvió de mucho y al parecer poco caso le hicimos a lo que seguramente nos advirtieron, pese a que Raúl admite que, si bien es verdad el bloqueo, como la guerra económica en nuestro caso, tuvo un enorme peso contra ellos, no explica ni justifica todo.No obstante, en el curso del proceso, como es habitual y por supuesto propio del conflicto que eso deriva, el chavismo comenzó a fragmentarse; o para decirlo de manera que podría parecer más ortodoxa y quizás por lo mismo, pero aceptable, los no aptos para afrontar aquella lucha comenzaron a irse o “saltar la talanquera”. La política en Venezuela siempre ha servido para muchos personajes, sin importar su origen clasista, como palanca para ascender socialmente y hacer grandes negocios. El chavismo no escapó a ello. Por eso, en Chávez, figuras como Luis Miquilena, repudiadas ancestralmente por la gente de la IV República, creyeron encontrar, a la manera tradicional, la forma de insertarse en el aparato del Estado, con rango preferencial para hacer las prácticas habituales de los agentes de la politiquería,  negocios para ellos y sus círculos cercanos. Convencidos que sus oscuros deseos no podrían cristalizarse porque el nuevo presidente no les resultó presa fácil, unos cuantos, sobre todo en medio y con inmediatez al golpe del 2002 comenzaron a irse. Entre ellos, el padre o abuelo de la revolución de entonces, la del “Oráculo del Guerrero”, Luis Miquilena. Por cierto, siempre me pregunté, ¿cómo se planifica una revolución, con ese señor en el mando? ¡Pensar que Chávez solía presentarlo como un padre!
          Luis Miquilena fue originalmente militante del PCV, dirigente o líder entre los autobuseros de Caracas, quien resolvía sus diferencias con sus adversarios a cabillazos, habiéndose ido de aquel partido, pues allí no tenía cabida ni acomodo, pasó a formar parte de URD o Unión Republicana Democrática, más parecida a él, organización liderada por Jóvito Villalba. Esta nueva militancia le enfrentó también a los adecos, de donde resultó una continuación del odio mutuo que ya venía de cuando el personaje de marras tenía militancia comunista y se liaba a cabillazos con ellos. Pero unos y otros, con sus honrosas excepciones que no viene al caso mencionar, compartían el mismo mezquino deseo de utilizar a sus dirigidos para alcanzar sus propósitos o satisfacer sus ambiciones. Por algo, casi todos ellos, de un lado u otro, terminaron siendo empresarios e inversionistas en muy buenos negocios. No es extraño, como una vez dijo Pompeyo Márquez, en aquel vaivén de la IV República, cinco años para Copei y otros cinco para AD, militantes o dirigentes de ambos partidos terminasen de socios para no quedar por fuera ni un momento.
            Miguel Enrique Otero, gerenciando El Nacional, en nombre de la familia, pues como es sabido, es hijo del notable escritor venezolano Miguel Otero Silva, a quien su padre Miguel Otero Vizcarrondo, le favoreció fundando la editorial para que tuviese como desatar sus inquietudes que eran entonces muy revolucionarias, tanto que era miembro del PCV, optó por apoyar la Candidatura de Chávez. Uno creyó que tenía algo que ver con aquello de sus ancestros, pues su madre, María Teresa Castillo, también tuvo vínculos con la intelectualidad izquierdista de su tiempo, pero esos amores poco duraron. Se dijo que Miguel Enrique, alejado de la derecha por la historia de su padre y del diario que manejaba, aprovechó la coyuntura que significó la candidatura de Chávez para pasar sus guardadas facturas. Entre estas una relacionada con un proyecto turístico para el que requería una gruesa inversión y nada más natural, en el pensamiento del “empresariado” venezolano, que usar las arcas del Estado. Pero Chávez, pasados los momentos de euforia por aquel triunfo, sobre todo de un joven provinciano sin vínculos con las clases altas, puesto sobre aviso, más por sus propias antenas que por su entorno, “no pisó el peine”. Entonces Miguel Enrique pudo preguntarse con verdadera sensatez ¿qué hago yo aquí?
            Por una interrogante anterior, aquella relacionada con Miquilena, al comenzar todo, después de electo Chávez presidente, hice una lista del orden en que abandonarían la “hazaña”; a Jorge Olavarría puse de primero y segundo al viejo dirigente sindical. Creo haber acertado. Miquilena no fue nunca en el chavismo un líder, sobre todo por su avanzada edad, acabar de salir del congelador, por aquel fuego enorme del de Sabaneta, se le convirtió en un “gran jefe”, burócrata, cabildero y cogollérico a quienes muchos rindieron pleitesía, mientras hizo esfuerzos para mantenerse fingidamente leal a una causa hermosa, para sacarle provecho propio y para sus amigos íntimos, entre los cuales abundaron empresarios de maletín, banqueros y tramposos de toda laya. Recuerdo como muchos, hasta de quienes formaban filas en grupos, iban a Caracas desde el interior o de algún rincón de esa ciudad donde se aposentaba “el viejo caudillo”, a presentarle reclamos hasta por cosas que acontecían por el concepto que éste mismo tenía del partido y de las cosas. Cuando Miquilena se fue del lado de Chávez, en aquellos agitados días de abril, acusándole de los crímenes que la derecha y sus francotiradores producían en la ciudad para alentar un levantamiento militar, se llevó consigo una corte de adulantes, gente sin talento, acostumbrados a medrar, en busca del mejor postor, muchos de ellos diputados, que formaban parte de su grupo, uno de los tantos que habían en el MVR. Es decir, el grupo que para entonces pudiera haberse calificado de la derecha como estrictamente, se fue y dejó todos los espacios a los de otros signos. Aquí en Anzoátegui se dio el curioso caso, no sé si se repitió en otro sitio, que miembros de la “Liga Socialista”, quienes hacían militancia dentro del MVR, de estrechos vínculos con Maduro, lo que sabía por las comunicaciones que tenía con ellos, por inconformidades con la escogencia de David De Lima como candidato a la gobernación, decisión que atribuyeron estrictamente a Miquilena,  se fueron a hacer oposición. Estuvieron en desacuerdo con aquella decisión porque teniendo mayoría en la Dirección Regional del partido, aspiraban que el futuro gobernador fuese uno de ellos.
            Hubo saltos increíbles, cuyos autores no sé qué harán para explicárselos a sus descendientes, como los de aquellos que se fueron porque Chávez no aligeraba el proceso, lo que implicaba ahondar su enfrentamiento con ciertos, si no todos, grupos empresariales, pero optaron por incorporarse a las filas de quienes querían desaparecer. Ahondar el proceso para ellos era hacer lo que en otros sitios habían hecho y culminado en absolutos fracasos. Es decir, como Chávez no se deshacía de aquellos empresarios y políticos venales, quienes eso pedían, con ellos se fueron. ¿Cómo entender eso?  Un amigo nuestro, proveniente del MIR, incorporado a las filas del chavismo desde los tiempos del MBR-200, estuvo entre los primeros en irse comenzando Chávez a gobernar por considerar que las políticas del “Comandante” no se avenían con su visión revolucionaria; haber mantenido el IVA y a la señora Izaguirre al frente de las finanzas, lo definió como un pacto del comandante con el neoliberalismo; pero en lugar de irse a las alturas, a las montañas, como antes lo hizo, aunque no fuese el Olimpo, tomó para la derecha; asunto que nunca entendí. Afortunadamente siguió siendo el hombre humilde y abnegado de siempre, sólo que pudo haber sufrido una crisis de identidad. Uno de los pocos argumentos que recuerdo de Pablo Medina contra Chávez, fue su reclamo persistente que el presidente debía desconocer y negarse a pagar la deuda externa. Lo que implicaba una acción agresiva, extremista y riesgosa por la reacción que aquello pudiera a producir. Solicitaba nada más y nada menos que un reto al FMI y al mundo de las finanzas y banca mundial, uno de los sectores más fuertes del capitalismo. Era como poner una bomba en medio de las oficinas del gran poder imperial. Pero, aquel atrevido proponente, por no haber sido escuchado ese su discurso para justificar su separación, terminó enrolándose en las filas de quienes antes fueron sus enemigos y en buena medida responsables de la deuda contra la cual se manifestaba y los acreedores mismos.Es decir, fue a enrolarse en las filas dela gente contra quienes pedía medidas a Chávez. Se fue a servir al FMI, el gran acreedor. El mismo Aristóbulo en medio de una de esas crisis y estando en el PPT, se fue del lado de Chávez y hasta le acusó de “haberse fumado una lumpia”.
            Es decir, el proceso Bolivariano fue decantándose, definiendo su perfil y adherentes; el propio presidente, pudo observar o estudiar a muchos que cerca a él estuvieron y estaban y hacer su personal clasificación y calificación. Llegó un momento que tenía muy definidos sus cuadros o “anillos”, como gustaba decir a los primeros chavistas. Los grupos mismos se fueron perfilando o mejor amalgamando y hasta definiendo sus coincidencias para el diseño de las políticas y las decisiones fundamentales.

            Muerto el presidente Chávez amainó aquello de saltar para el otro lado. Pareció haberse producido un sereno decantamiento, tanto que aquel trágico hecho no generó traumas ni contingencias. Lo que no quiere decir que no se hubiese puesto en movimiento un proceso natural derivado de la ausencia del fuerte liderazgo que antes existió.No olvidemos que antes, en vida del presidente, un grupo de intelectuales de enorme aceptación y respeto en el campo de la izquierda, se atrevieron a definir que el proceso revolucionario venezolano padecía del defecto que llamaron “Hiperliderazgo”, que si bien pareció ser una de sus mayores virtudes, por su efecto unificador, fue una debilidad que pudo generar muchas dificultades en aquel presente y guardar desagradables sorpresas para el futuro. Pareciera ser que aquellos personajes, los muy notables y los modestos o muy modestos, dejaron de ser competentes para nada y sí mantenerlos lo más alejado posible.

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