lunes, 15 de junio de 2015
CAMINANDO POR REINA
Caminando por Reina
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
13 de Junio
del 2015 21:49:27 CDT
Reina sigue siendo Reina, aunque desde 1918 esa
importante calzada del
municipio de Centro Habana lleve el nombre oficial de
Avenida de Simón
Bolívar. Lamentablemente el uso y la costumbre actuaron
aquí
negativamente. Perduró uno de sus nombres coloniales, y casi nadie
la
conoce con el honroso nombre del Libertador, que ha quedado relegado
a
documentos más o menos oficiales.
Se le llamó primero Camino de San Antonio,
por conducir al ingenio San
Antonio el Chiquito, propiedad del regidor Don Blas
de Pedroso, que
existía en la zona de la actual Plaza de la Revolución. Fue,
desde la
ciudad, el camino principal de salida hacia el campo hasta
1735,
cuando se construyó el primer puente de Chávez que posibilitó la
salida
por la Calzada del Monte. Partía ese camino de la antigua calle
Real (Muralla),
atravesaba el Campo de Marte (en lo que hoy es la zona
del Parque de la
Fraternidad), enlazaba con lo que sería Carlos III y
seguía hasta el citado
ingenio. En 1751, al construirse una ermita
consagrada a San Luis Gonzaga en la
esquina con la llamada Calzada de
la Beneficencia (Belascoaín), se le comenzó a
llamar con este nombre,
San Luis Gonzaga. La ermita fue demolida en 1835, en
tiempos del
capitán general Tacón, por constituir un obstáculo para
la
construcción del llamado Paseo Militar o de Tacón (Carlos III o
Salvador
Allende) y unirlo a Reina.
Cuando Carlos III estuvo listo, fue un paseo
espléndido para los
habaneros de mediados del siglo XIX salir en volanta desde
las
inmediaciones del Castillo de la Punta y seguir, gracias a la Alameda
o el
Paseo del Prado, hasta el Campo de Marte, hoy Plaza de la
Fraternidad, dar
vueltas en torno a la Fuente de la India y continuar
el recorrido por Reina y
Carlos III hasta el Castillo del Príncipe
para desandar el recorrido.
Se
cuenta que en la esquina de Águila estaba «el mentidero», placer
sombreado con
un semicírculo de bancos donde se reunían por la tarde
los viejos y los
políticos a formar tertulia y beber el refresco de
sambumbia que se ofertaba en
las inmediaciones. En esa misma zona
funcionaba, desde 1817, un mercado
construido de casetas de madera y
guano en su mayoría, y donde también se
encontraba una fonda,
propiedad de Francisco «Pancho» Marty, el contratista del
Teatro de
Tacón, el hombre que tenía el monopolio del pescado en La
Habana.
Colgaba en una de las paredes de esa fonda un cuadro del
Neptuno,
primer barco de vapor que vino a La Habana, en 1819, y esa
imagen
terminó dándole nombre a esa casa de comidas y a todo el
mercado,
encuadrado en las calles de Reina, Galiano, Dragones y Águila.
Ese
mercado lo construyó Tacón para mejorar las condiciones del
mercado
primitivo de casetas de madera y guano. Llevaba el nombre de
Tacón,
pero todo el mundo lo conoció hasta fechas muy recientes como Plaza
del
Vapor. Es el sitio donde hoy se asienta el parque El Curita,
sobrenombre de
Sergio González, militante del Movimiento 26 de Julio
asesinado por sicarios
batistianos. El lugar es un importante nudo del
transporte urbano.
Es en 1844
cuando esta calle ganó el nombre de Reina, Calzada de la
Reina, en homenaje a
Isabel II, la hija de Fernando VII, que un año
antes había comenzado a regir
los destinos de España y sería una mujer
de infausta memoria por sus intrigas,
desaciertos políticos y
liviandades. Isabel II, la de los tristes destinos y
los alegres
amores.
Callejero
Aunque maltratada hoy por el paso del tiempo
y la desidia, esta
concurrida arteria comercial fue conocida como la Reina de
las Calles,
sobrenombre con que la promocionaban los comerciantes asentados
en
ella. Comienza con el bellísimo Palacio de Aldama (Reina número 1)
y
termina más allá de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, la
edificación
de carácter religioso más alta de Cuba.
Corre desde la calle Amistad hasta
Belascoaín. Entre una calle y la
otra existen o existieron importantes
establecimientos comerciales
como los almacenes de Ultra y Sears, convertido
este último en el
Palacio Central de Computación. La redacción y los talleres
de los
periódicos El País y Excélsior, en el número 158. La casona marcada
con
el número 352, en la esquina con Lealtad, del más puro estilo Art
Nouveau y
donde durante largos años se ubicó la redacción de la
revista Cuba. También la
Cámara de Comercio china, en el número 161.
El local, con el número 402, de la
ya desaparecida Policía Secreta y,
en el 362, la también extinguida Escuela
Elemental de Artes Plásticas,
anexa a San Alejandro. El narrador y periodista
Enrique Labrador Ruiz,
«el novelista hecho en la redacciones», como él mismo se
llamó, habitó
durante largos años en el número 107, donde atesoraba una de
las
bibliotecas particulares más grandes de que se tenga noticia en Cuba.
Y ya
que se habla de libros, imposible dejar de mencionar la librería
Canelo, en el
259, emblemática en lo que a la compraventa de textos de
segunda mano se
refiere, donde el escribidor conversó varias veces con
el novelista de La
sangre hambrienta, a quien conoció en casa del
poeta José Zacarías Tallet.
Por
no dejar de haber, existió allí, en el número 306, la funeraria
Vega Flores, y
una ferretería, en el número 319, a la que todos
seguimos identificando por los
apellidos de sus fundadores, Feíto y
Cabezón. En los altos de este
establecimiento funcionaba un comedor
popular. Contrario a lo que muchos
piensan aún, Al Bon Marché, número
467, no fue solo un expendio de artículos
religiosos, sino librería y
juguetería que, al igual que Los Reyes Magos, de
Galiano y San Miguel,
podía exhibir siempre las últimas novedades en juguetes.
En el número
314 de esta calle funcionó la célebre 1010, emisora del
Partido
Socialista Popular (Comunista), donde debutaron o hicieron
sus
primeras armas muchos artistas perdurables.
La Calzada de Reina fue y
sigue siendo en alguna medida, una vía
eminentemente comercial, sin que soslaye
por eso la función
habitacional y de servicio.
Un levantamiento apresurado y
posiblemente incompleto arroja que en
1958, entre otros establecimientos, en
dicha calle abrían sus puertas
17 tiendas por departamentos, 13 joyerías, diez
peleterías, seis casas
de venta de efectos eléctricos, dos mueblerías, una
locería, una
colchonería y tres sastrerías, entre ellas, la número 61, El
Arte,
donde laboró el legendario Comandante Camilo Cienfuegos.
Asimismo, había
cuatro salones de belleza, entre ellos, el número 82,
el de Joseíto El Mago, el
Rey del desriz. Y seis casas de huéspedes,
cuatro tiendas de víveres y licores
finos, ocho restaurantes con
bares, dos dulcerías, tres librerías, tres
clínicas o dispensarios
médicos, un dentista, un laboratorio farmacéutico, dos
salas
cinematográficas, seis estudios fotográficos y un gabinete de
escultura
y decoración.
Habría que incluir además ocho bufetes de abogados. El
Conservatorio
Peyrellade, en el número 453; el convento de María Reparadora, en
el
409; y en Reina 303, el Juzgado Municipal del Sur.
Los precios fijos
De
niño, siempre los sábados por la tarde, iba con mi madre a Los
Precios Fijos,
una tienda por departamentos con peletería, quincalla,
almacén de tejidos y
taller de confecciones. La fachada del edificio
daba a Reina, pero tenía
también entradas por las calles Águila y
Estrella. En días como esos, esa
tienda, al igual que casi todas las
otras de La Habana, estaba abarrotada. Sin
embargo, no se hacía cola
en esta ni en ninguna, ni se preguntaba quién era el
último, sino que
el cliente, digamos mejor, la clienta, se arrimaba al
mostrador y
esperaba que la empleada la atendiera por el orden que la
propia
empleada establecía. Mi familia tenía allí una tarjeta de crédito
que
le permitía comprar y pagar en el plazo convenido.
Siempre encontraba la
manera, en aquellos sábados por la tarde, de
asomarme al patio central del
Palacio de Aldama. El inmueble
pertenecía desde mucho tiempo antes a una de las
siete ramas de la
opulenta familia Mendoza, pero casi todos los comercios que
abrían al
patio llevaban el nombre del propietario original. Había una
cafetería
Aldama, una peletería Aldama y, para no variar, un salón de
belleza
también Aldama.
Enfrente, el edificio imponente de la Sears Roebuck
and Company S.A.,
comercio minorista de artículos varios, una de las cinco
filiales en
Cuba de firmas norteamericanas bajo el control del grupo financiero
de
Chicago, cuya casa matriz de igual nombre era entonces la mayor cadena
de
tiendas de EE.UU. y la principal entre todos sus intereses. Me
aficioné tanto a
la Sears habanera que hoy, cuando visito Estados
Unidos, hago las compras en
establecimientos de esa entidad, donde,
para mi sorpresa he encontrado, entre
las vendedoras, no pocas
seguidoras de esta página.
Caminando por Reina hacia
Belascoaín, por la acera de la izquierda, se
hallan los Almacenes Ultra, otra
gran tienda de La Habana de ayer y de
hoy. Luis y Lizardo González, hermanos
oriundos de Sagua la Grande
dedicados al comercio de tejidos, la fundaron en
1938, en el mismo
sitio donde se encuentra ahora. Tenían un socio comanditario,
el
español César Rodríguez, que no demoró en controlar el negocio. Los
activos
totales de Ultra superaban los cuatro millones de pesos y sus
ventas anuales
oscilaban entre los tres y los cuatro millones,
mientras que las utilidades
pasaron de 86 700 pesos, en 1956, a 151
000 en 1959.
Permítame el lector una
digresión. Todavía en los años 80 eran
espectaculares los sándwiches del bar El
Polo, en Reina y Ángeles.
Cuando el dinero no alcanzaba, echábamos mano a los
bocaditos de queso
del cafecito de Reina y Escobar.
Lealtad
Una tarja de
bronce rememora el lugar donde cayó abatido por la fuerza
pública Francisco
«Paquito» González Cueto, de 13 años de edad. Se
disponía a participar en el
entierro de las cenizas del líder
comunista Julio Antonio Mella, cuando fue
víctima de la brutalidad
policíaca. Hubo otros muertos y heridos, incluso
policías y bomberos,
que nunca se mencionan, en aquella manifestación que salió
de la
residencia de Reina 402, esquina a Escobar, donde se llevó a cabo
el
velorio y fue despedido, con la voz ahogada por la tuberculosis y
la
emoción, por el hoy cada vez más olvidado Rubén Martínez Villena.
Las
cenizas de aquel atleta hecho líder, que había muerto asesinado en
México,
se depositarían en un túmulo construido a la carrera en la
Plaza de la
Fraternidad. No pudo consumarse el acto. Los despojos,
aparentemente perdidos,
se mantuvieron ocultos hasta la década de
1960, cuando se depositaron en la
Plaza Mella, frente a la escalinata
de la Universidad.
Aquella casa de Reina y
Escobar, después de la Policía Secreta, era la
del senador Wifredo Fernández,
alabardero del dictador Gerardo
Machado, asesino de Mella. El pueblo la saqueó
a la caída de la
dictadura machadista, el 12 de agosto de 1933, y echó el
guante a su
propietario cuando, disfrazado de marinero, pretendía salir de Cuba
en
un barco.
Mucho se movió el escribidor por la Calzada de Reina. Entre 1972
y
1989 trabajó en la revista Cuba, ubicada en la casa que a comienzos
del
siglo XX se hizo construir el jabonero Ramón Crusellas en la
esquina de
Lealtad. Al abandonarla dicha revista, se pensó que en ella
se instalaría el
museo de Centro Habana. Vana ilusión. Se le dio a una
empresa de confecciones
textiles. Hoy la casa, desocupada, se destruye
ante la pereza y la indolencia
de los que debían meter el hombro para
salvarla.
--
Ciro Bianchi
Ross
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