sábado, 20 de junio de 2015
APUNTES DE VIAJE: BARACOA A BUEN TIEMPO
Subject: Ciro te recomienda
Date: Sat, Jun 6, 2015 11:21 pm
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Apuntes de viaje: Baracoa a buen tiempo
Ciro Bianchi Ross •
digital@juventudrebelde.cu
6 de Junio del 2015 20:38:40 CDT
Se dice que
quien se baña una vez en las aguas del río Miel, no se
marcha nunca más de
Baracoa. La afirmación, sin duda exagerada, sirve
para resaltar un hecho
cierto: el que visite una vez esa ciudad de la
región oriental cubana, sentirá
siempre el deseo de regresar. Estuve
allí por última vez en 1995 y, sin que
pueda explicar los motivos, me
mataban las ganas de volver. Este reportaje fue
solo un pretexto.
Situada a más de mil kilómetros del este de La Habana y a 250
de
Santiago de Cuba, Baracoa, que tiene 504 años de fundada, es la
ciudad
primada de Cuba; como se lee en su escudo: «La primera en el
tiempo».
Su nombre, en lengua de los primitivos pobladores de la región,
quiere
decir, según unos, «tierra alta», y, para otros, «existencia de
mar».
Dadas las características del lugar donde se ubicó, cualquiera de
los
dos significados podría ser válido porque Baracoa está encajonada
entre el
océano y las montañas que exhiben una vegetación tan
exuberante y
lujuriosa.
Un escenario que, unido a la indolencia de los gobernantes
coloniales
y republicanos, condicionó durante siglos el aislamiento de la
zona,
su atraso cultural y una economía agrícola asentada en la tala
de
árboles y los cultivos del plátano, el coco y, sobre todo, el cacao.
Hasta
1965, cuando se inauguró el viaducto La Farola, el territorio no
tuvo
comunicación terrestre con el resto del país, salvo aquella que
podía hacerse a
pie o en mulo por estrechos caminos de montaña. Como
si se tratase de una de
las tantas isletas del archipiélago cubano, se
llegaba allí por mar, en una
goleta que hacía el viaje desde Santiago
de Cuba. O en un avión destartalado
que volaba dos veces al día
siempre que el tiempo lo permitiera. Así, decir
Baracoa, al igual que
el Cabo de San Antonio, en el extremo occidental de la
Isla, era
mentar el fin del mundo.
Se fundó en 1511 y fue durante cuatro años
la capital de la Colonia,
pero cuando en 1518 se le concedió el título de
ciudad, estaba ya
prácticamente despoblada. A partir de ahí y hasta el triunfo
de la
Revolución en 1959 vivió abandonada a su suerte. Castigada por
los
ciclones, las sublevaciones indígenas, los ataques de corsarios y
piratas
y, más aún, por la indiferencia de los gobernantes, Baracoa se
convirtió en la
Cenicienta de Oriente. La primera en el tiempo era
también la ciudad más
preterida.
A lo lejos, el yunque
La Farola es una elevación montañosa que
impone y el viaducto que la
atraviesa una obra de envergadura: partió por su
centro el macizo
Sagua-Baracoa, el más abrupto e intrincado de Cuba. Se le
conceptúa
entre las siete maravillas de la ingeniería civil cubana.
Urgía
construir el viaducto y por eso se adaptó a la topografía del
terreno. Se
buscaron las pendientes menos peligrosas y se siguieron en
muchos tramos los
trillos que utilizaban los campesinos. La solución
final fue la de partir del
firme y aprovechar el apoyo de la ladera
para colocar las placas voladizas y
los 11 puentes que cuelgan de la
montaña sostenidos por columnas. La obra
concluyó en 18 meses y desde
entonces Baracoa, capital del municipio del mismo
nombre —921
kilómetros cuadrados y 80 000 habitantes; el 57 por ciento de
los
cuales vive en zonas rurales— estuvo al fin, como quien dice, al
alcance
de la mano.
El Yunque, a lo lejos, domina el paisaje. Es una montaña cuya forma
se
supone trazada por la erosión de las aguas del río Toa —el más
caudaloso de
Cuba— y sus afluentes. Cristóbal Colón lo menciona en su
Diario de navegación.
Llama a El Yunque «montaña alta y cuadrada que
parecía isla».
Reserva y
patrimonio mundiales
Es, dicen los navegantes, un faro natural. El Yunque se
divisa a gran
distancia mar adentro y sirve de guía a los marinos que buscan
llegar
a Baracoa. Sus laderas, cubiertas de bosques son el hábitat de no
pocas
especies endémicas y en ellas se han encontrado numerosos restos
arqueológicos
taínos, etnia con una fuerte presencia en la zona.
En una metáfora visual dada
a conocer por The Natura Conservancy, una
publicación científica
norteamericana, se sugiere que si el tamaño de
un país lo determinara su
biodiversidad, Cuba tendría entonces una
extensión territorial mayor que toda
Norteamérica y dejaría pequeños a
la América Latina y el Caribe. El peso mayor
de esa afirmación
hipotética, según los especialistas, lo decidiría Baracoa,
región que
reporta el endemismo mayor de la flora y la fauna del
archipiélago
cubano. Por eso Baracoa y la región geográfica donde se encuentra,
las
llamadas Cuchillas del Toa, son Reserva Mundial de la Biosfera
y
Patrimonio de la Humanidad.
El bosque pluvial alterna allí con el chascarral
y el pino cubano y
guarda más de cien especies autóctonas, entre otras,
algunas
cocotrinas, el ocuje colorado y tres de los cuatro tipos de
palmas
cubanas. Es el último reducto del carpintero real, amenazado
de
extinción, y del almiquí, fósil viviente igualmente en peligro. Muy
rica es
su variedad de vertebrados. Y es también el ámbito exclusivo
de la polymita,
pequeño caracol de gran belleza y colorido sin igual,
único en el mundo.
La
cruz de la parra
Una estancia en Santiago de Cuba propició que el escribidor
saltara a
Baracoa. Un viaje de cuatro horas por carretera. La ciudad primada
es
alargada y estrecha. Vista en el mapa, causa la impresión de un alero
que
le sale al malecón de la ciudad, en extensión el tercero del país,
superado
por los de La Habana y Cienfuegos. Las casas, por lo
general, son de puntal
alto, con techos a dos aguas y tejas francesas.
Las ventanas son españolas. La
mayoría de las edificaciones no son
muy antiguas, pero la ciudad sí mantiene el
trazado colonial de sus
calles y plazas. Se remozaron numerosas viviendas.
Nueva vida otorga a
la ciudad el bulevar, al que se asoman comercios privados
que, junto
con el turismo, contribuyen a la renovación del territorio. Un
nuevo
hotel se construyó en el malecón.
En ambos extremos de la villa se
levantan sendas fortalezas
coloniales. La de Matachín, en la bahía de Miel, y
La Punta, en la
ensenada de Porto Santo. Ambos baluartes complementan al
castillo de
Seboruco, que se erige un poco retirado de la costa, sobre una loma
de
unos 40 metros de altura.
Cuando la capital de la Isla pasó a Santiago de
Cuba, Baracoa cayó en
un olvido del que emergió en el siglo XVIII cuando, por
razones de
geopolítica, adquirió valor estratégico. Fue entonces, entre 1739
y
1743, que se construyeron los tres fuertes antes mencionados y la
ciudad
pasó a ser el territorio mejor defendido de la colonia después
de La
Habana.
El Museo Municipal, instalado en el fuerte Matachín, merece
una
visita. Al igual que la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción
de
Baracoa. En este templo se conserva el símbolo más antiguo de
la
cristiandad en la América, la llamada Cruz de la Parra, una de
las
veintitantas que dejó Colón en su primer viaje y la única que ha
llegado a
nosotros. Fue confeccionada con madera de uvilla, un árbol
americano, y las
pruebas de carbono 14 le confirman una antigüedad que
se corresponde con el
descubrimiento del Nuevo Mundo. Sus cuatro
extremos hubo que forrarlos con
latón plateado para evitar que los
feligreses arrancaran astillas para
llevarlas de recuerdo. Hasta el
dictador Fulgencio Batista, en su momento,
agarró su pedacito.
Arroz con coco
Todavía se escuchan y se bailan en Baracoa
el nengón y el kiribá, dos
de las formas más remotas del son tradicional
cubano. Hay allí un
fuerte movimiento de cultura popular. Es muy extendida una
artesanía
que trabaja en exclusiva los recursos naturales. Abundan
los
talladores de madera y los pintores naif.
Hay en Baracoa una cocina
original que apenas se conoce en el resto
del país. Al arroz con coco los
baracoesos lo tienen como un plato
típico, aunque se come además en
Barranquilla, Cartagena de Indias y
otras ciudades caribes. Es un plato
delicadísimo como lo son asimismo
los pescados y mariscos cocinados en salsa de
coco. Para confeccionar
dicha salsa, se muele la masa del fruto y se exprime
luego con un paño
fino. Se le añade después achote (bija), culantro, cebolla,
ají
picante, orégano y su punto de sal y se pone a fuego lento hasta
que
espese y se obtenga la salsa.
El bacán es el pastel en hojas de Santo
Domingo, pero en Baracoa —y en
eso está la diferencia— se cocina con leche de
coco. Es como el tamal
tradicional, pero utiliza plátano en vez de maíz. Esa
leche da un
toque peculiar al calalú, comida de santos y de dioses que se
elabora
allí como en cualquier parte, con los tallos de todos los
tubérculos.
El frangollo no es más que la masa de plátano verde tostado y
molido.
El cucurucho, un dulce finísimo, es de coco molido y mezclado
con
naranja, piña, papaya o miel, masa que se envuelve en la fibra vegetal
del
coco. La bola de cañón es como la papa rellena, pero de plátano
pintón o
maduro. Y el chorote no es más que el conocido y gustado
chocolate, engordado,
eso sí, con almidones naturales.
El escribidor y su esposa hicieron un almuerzo
memorable en Rancho
Toa, a orillas del río de ese nombre, el más caudaloso de
Cuba: ajiaco
criollo, puerco asado en púa, arroz congrí, malanga y
plátanos
hervidos y aliñados con un mojo de cebolla…
Entre el sueño y la
vida
Digno de apreciarse de cerca es el mestizaje del baracoeso. A
diferencia
del resto del país, no hubo en Baracoa grandes dotaciones
de esclavos. El
blanco se mezcló con descendientes de aborígenes, y la
fuerte presencia
francesa, a partir de la Revolución Haitiana, dio
otro toque singular. Luego,
ya en el siglo XX, vienen a Cuba más de
medio millón de caribeños en busca de
trabajo como macheteros en los
cortes de caña. Pero esa migración no llega a
Baracoa. Todo eso
origina una inmovilidad centenaria en el mestizaje,
con
características y especificidades que lo distinguen y diferencian del
de
La Habana y Santiago de Cuba.
Más de 60 familias con apellidos franceses
radican hoy en el
territorio. Sus antepasados impusieron en la villa sus modas
y sus
costumbres, su filosofía y su literatura, y controlaron la
economía
local. Revitalizaron la industria azucarera, que desaparecería con
el
tiempo, e introdujeron nuevas variedades en la siembra del café.
Con el
auge del banano (1902-1946) volvió Baracoa a conocer de cierto
florecimiento
para sumirse de nuevo en la miseria y la desesperanza
cuando las plagas de la
pintadilla y la sigatoca arruinaron la mayor
parte de los cultivos.
En pleno
esplendor bananero, en 1929, llegó a la ciudad la rusa
Magdalena Menasses. Su
padre, uno de los consejeros del zar, fue
fusilado, al igual que su rey, tras
el triunfo de la Revolución de
Octubre. Peregrinó ella por el mundo hasta
llegar a Cuba junto con su
esposo Albert, también ruso, que tuvo que huir de su
país cuando fue
involucrado en el atentado a Lenin que protagonizó la
terrorista
Kaplan. Nadie supo nunca por qué se asentaron en Baracoa, quizá
para
librarse del brazo largo de la KGB. Lo lograron y allí
establecieron
primero un café y luego un hotel que aún se mantiene
abierto.
Todavía se le recuerda en la cuidad como una mujer «ambivalente,
dual,
sospechosa», como un ser «detenido entre el sueño y la vida».
Alejo
Carpentier la tomó de referente cuando concibió a la Vera de
La
consagración de la primavera, uno de los personajes más subyugantes de
las
letras cubanas.
A buen tiempo
Baracoa es una joya. Cayamba, «el trovador de la
voz más fea del
mundo», como él mismo se identificaba, llamó a su ciudad
«tesoro
escondido en un cofre de montañas». La imagen es justa,
pero
incompleta. Porque el tesoro es también el lomerío; los ríos
caudalosos,
que es posible transitar en cayuca; el mar y la gente…
Sorprende el calor con
que se acoge al visitante en la casa de
cualquier campesino o pescador. No se
le dice al recién llegado
«buenos días» ni «mucho gusto» ni «encantado». Se le
dice solo: «A
buen tiempo». Lo que significa que la llegada es oportuna,
bien
recibida y que el anfitrión está dispuesto a compartir lo mucho o lo
poco
con quien lo visita.
--
Ciro Bianchi
Ross
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