sábado, 18 de octubre de 2014

BOLA DE NIEVES

Recuerdo a Bola de Nieve
Ciro Bianchi Ross

Se cumplieron  en estos días años de la muerte de Ignacio Villa
Fernández, aquel músico  que hizo célebre el sobrenombre de Bola de
Nieve. Su muerte resultó sorpresiva. Que se supiera al menos, no
estaba enfermo. Eran los tiempos en los que, a causa del aislamiento
político que padecía Cuba, para viajar desdeLa Habana a cualquier país
latinoamericano, había que volar primero a México.

Bola recibiría un homenaje en Perú y debía abordar en la capital
azteca el avión hacia Lima. Visitar México lo entusiasmaba siempre;
era el escenario de sus primeros éxitos y donde el mundo empezó a
conocerlo por el nombre artístico que lo haría famoso.  Allí, como
siempre lo hacía, se alojó en la casa de su amigo el ingeniero  Luis
Medina. Se había retirado ya a la habitación que en aquella casa se le
destinaba cuando la muerte le pidió una cita irrecusable.

Finalizaba la "alegría terrestre" de Bola de Nieve,  se silenciaba su
"corazón sonoro". Dormía y se quedó dormido para siempre. Era el 2 de
octubre de 1971. Tenía 60 años de edad.

"Yo quiero que me entierren en Guanabacoa", dijo en cierta ocasión a
la prensa. Sus restos se trajeron a Cuba y el pueblo los acompañó
hasta el pequeño cementerio de su villa natal. "Con la melodía de su
más popular canción de cuna, escribió Miguel Barnet, el féretro
descendió a la tierra cubana, pero quedó en el aire aquel timbre seco,
aquella ronquera ancestral, aquel canto antiguo". Porque Bola de
Nieve, lo dijo él mismo muchas veces, tenía voz de persona.

Con relación a esto, me dijo en la entrevista que le hice poco antes
de su muerte: "Escojo por placer las canciones que interpreto. Cuando
me gusta una canción la estudio hasta averiguar todos sus rincones que
pueda tener en su letra y en su música. Muy de tarde en tarde lanzo
una canción, y cuando lo hago ya es mía para siempre.

Cuando la canción que yo canto me gusta más en otra voz, la saco de mi
repertorio, que no es tan amplio. Tengo esa pretensión, un poquito
petulante.

Siempre he dicho que yo no canto, sino que expreso lo que las
canciones, pregones o poemas musicalizados tienen dentro. Cultivo la
expresión más que la impresión. No me interesa impresionar. Lo que me
interesa es tocar la sensibilidad del que escucha".

Diría Nicolás Guillén al despedirlo junto a la tumba recién cerrada:
"Bola quedará en la historia  y en lo más poético, en la leyenda, allí
donde la historia sea impotente para explicárnoslo".

No busca, encuentra

Fue Inés, la madre de un niño gordo llamado Ignacio Jacinto Villa
Fernández, la que lo embulló para que matriculara teoría y solfeo con
el maestro Gerardo Guanche y piano en el conservatorio Matéu, de
Guanabacoa. Con Mamaquica, la abuela, y Domingo, el padre, la casa de
Bola era, escribe Barnet, un modelo de cubanía; una casa aureolada por
la figura ya legendaria de Inés Fernández, la alegre bailadora de
rumba, cuentera maravillosa, amiga de músicos, escritores y pintores,
anfitriona ejemplar de fiestas que terminaban siempre en una rumba de
cajón, que empezaba en la cocina y se deslizaba por el patio
atravesando las once habitaciones del inmueble. Es la madre la que
inculca a Ignacio Jacinto la pasión por la música, mientras que de su
padre, cocinero, hereda el gusto por la cocina.

Pero aquel niño debe ayudar al sostenimiento de la casa. Para hacerlo
reparte cantinas de comida a domicilio y es ahí cuando los muchachos
del barrio empiezan a apodarle Bola de Nieve, lo que enfurece a
Ignacio Jacinto. El mismo nombrete con el que, no sin maldad,  la
cantante Rita Montaner, también guanabacoense, lo lanzará al mundo
desde un escenario mexicano, en 1933.

Ya para entonces Bola ha recorrido la áspera escuela de la vida. Lo
que se dice estudiar, estudió poco piano. No estudiaba, aprendía; no
buscaba, encontraba. El trabajo lo ayudó a llenar los vacíos de su
formación. Supo hacerse de un repertorio adecuado al timbre áspero de
su voz, y de María Cervantes, su mayor y verdadera influencia, dicen
especialistas, tomó elementos rítmicos y la forma de acompañarse al
piano. Animó películas silentes en el cine Carral, de Guanabacoa, y no
demoró en ser contratado como pianista de la orquesta de Gilberto
Valdés que se presentaba en el cabaret La Verbena. Trabajó con la
soprano Zoila Gálvez y respaldó a Rita por primera vez en el Roof
Garden del Hotel Sevilla. Ella interpretaría allí El manisero, de
Moisés Simons, y Siboney, de Ernesto Lecuona.

"La ayuda que le brindó Ernesto Lecuona fue decisiva en la carrera de
Bola, afirma Miguel Barnet. Fue el autor de Siboney quien lo trajo de
México y lo impulsó para que actuara  para el gran público en Cuba.
Bola... se encontraba dudoso de enfrentarse al público de su país.
Lecuona lo convenció, seguro como estaba de que Bola era posesión y
dominio de su arte".

Extremos opuestos

Elogios recogió muchos a lo largo de su vida artística. El chileno
Pablo Neruda dijo que el cubano se había casado con la música y vivía
con ella en una intimidad llena de pianos y cascabeles.

El poeta mexicano Efraín Huerta, luego de llamarlo el artista más
gracioso y generoso del mundo, decía que el piano, para Bola, era otro
yo, una especie de prolongación, y el español Andrés Segovia expresó
que escucharlo era asistir al nacimiento conjunto de la palabra y la
música. Los aplausos y enaltecimientos se repiten y multiplican desde
Jacinto Benavente  hasta Carlos Varela, que escribe en una de sus
melodías: "Y cuando cierran el Monseñor / dicen que pasa algo raro /
por las paredes se oye una voz / y tocan solas las teclas del piano".

Carpentier afirmaba: "Bola de Nieve nos pone a todos de acuerdo,
evidentemente". Palabras ciertas sin duda alguna, pero exageraba, se
le iba la mano cuando añadía que tenía, por encima de eso, "el talento
necesario para ponerse de acuerdo con todos los públicos del mundo..."
Porque razón tenía Esther Borja al afirmar que "con Bola de Nieve el
público se comportaba en los extremos opuestos: o lo amaba
entrañablemente o no lo soportaba".

No se otra forma se explica el anuncio que se dio a conocer en la
prensa habanera de 1935 y en el que se echaba a volar la falsa noticia
de que Bola no demoraría en aparecer en el escenario del Shanghái, un
teatro de obras gruesas y pasadas de tono  y mujeres desnudas.  Decía:
"El empresario del Shanghái se ha interesado vivamente por el
'solicitado' actor, cantante, imitador, 'disseur' esperando verlo
actuar dentro de breves días en el elegante teatro de la calle Zanja.
¡Felicidades, Bola!".

Esos extremos opuestos de admiración y rechazo trajeron lamentables
consecuencias en su quehacer discográfico. Solo grabó 43 piezas en
casi cuarenta años de trabajo, afirma el musicógrafo Gaspar Marrero.

México lindo y querido

El 19 de enero de 1933 viajó a Yucatán, como pianista acompañante de
Rita Montaner. Se presentan en un espectáculo de variedades. En
febrero, el empresario Campillo contrata a ambos cubanos para que
actúen en la producción Cuba-México que presenta en el teatro Iris de
la capital mexicana. Trabajan luego en el Politeama. Fue en ese
escenario donde Bola comenzó su carrera en solitario. La radioemisora
WX le confía un programa diario de una hora de duración.

A partir de ahí viaja intensamente. . Actuó en EU con Pedro Vargas y
Rita Montaner y, ya en La Habana, tocó con Lecuona a dos pianos en los
teatros Campoamor y Principal de la Comedia. En 1936 está en Argentina
con Esther Borja y Ernestina Lecuona y participa en el filme Adiós,
Buenos Aires.

Hace giras por Chile y Perú y vuelve a arrasar en la capital
argentina. Con Conchita Piquer, en España, en 1947. Viaja nuevamente a
EU y canta junto a Paul Robeson y Lena Horne y también junto a
Libertad Lamarque.  Se presenta en un concierto de música cubana que
se ofrece en el Carnegie Hall de Nueva York y la crítica lo compara
con Chevalier y Nat King Cole. Ese día, 21 de noviembre de 1948,
recibe la emoción más grande de su vida cuando el público que colmó el
Carnegie Hall para verlo le tributó una ovación cerrada sin haber
cantado y lo hizo salir nueve veces a escena luego de haberlo hecho.

Mantiene el Gran Show de Bola de Nieve en CMQ Radio y hace televisión.
Está en el cabaret Montmartre junto a Rita Montaner y Sonia Calero.
Viaja intensamente por Francia, Dinamarca e Italia. En 1956, luego de
actuar en el Salón de las Américas dela Unión Panamericana de
Washington, la prensa norteamericana lo califica como un maestro de la
canción cubana. Triunfala Revolución y se presenta en escenarios de
Checoslovaquia, Unión Soviética y China y forma parte de la delegación
cubana a la expo internacional de Montreal, Canadá, en 1967.

Aquí en La Habana, su espacio preferido es el restaurante Monseñor, de
21 y O, en el Vedado. Pero hace recitales frecuentes en el Museo
Napoleónico y, siempre a las doce de la noche, se presenta en
conciertos  en el Auditórium Amadeo Roldán, donde, creo recordar,
dirige una vez una Orquesta Sinfónica del Chachachá, creada para la
ocasión, o se hace acompañar por ella.

Escribió piezas como Arroyito de mi casa, ¡Ay, amor! Mamá Perfecta, No
dejes que te olvide.... Nunca sin embargo se consideró un compositor. El
misterio de su arte, dice Barnet, reside en que cada canción que él
escogía estaba relacionada con un capítulo de su vida. Nadie como él
para expresar el sentimiento amoroso en la canción. Nadie como él para
recrear hasta lo más simple y vulgar. Arroyito de mi casa fue escrito
al murmullo de un arroyo pestilente que pasaba por el fondo de su
vivienda, en la calle División y que para él tenía evocaciones
poéticas.

A un periodista, que le pidió que se definiera, le dijo que era "un
negro en flor". Y a otro se le presentó "como un hombre triste que
siempre está alegre". A mí, cuando lo entrevisté en 1970, me dijo que
le había dado por creerse un neoclásico de la nación popular. De
cualquier forma, un personaje singular, universal dentro de su genuina
cubanía, cubano dentro de su universalidad.










-- 
Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu
http://wwwcirobianchi.blogia.com/

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