ELIGIO DAMAS
Cuando lo llevó a la gallera, todos los allí presentes gritaron entusiasmados. Advirtieron en él, por su porte, majestuosidad, armónico y viril canto, dotes para imponerse a los demás y reinar por largo tiempo en el redondel de combate.
De manera entusiasta, atendiendo a su largo e intenso historial y por su programa de entrenamiento, los apostadores inclinaron sus simpatías hacia aquel esquivo combatiente que retornaba con bríos del invernadero. La primera campaña la cumplió con brillantez; en cada combate salió ileso y triunfante. Tanto éxito obtuvo que a la mitad de ella desaparecieron las apuestas y casi al final, la vida se le volvía aburrida y público y apostadores comenzaron a dispersarse. Y entre sus asesores, alguno que otro que a la rigurosidad unía talento poco común, con anticipación percibió sutiles deseos por cambiar a un estilo ramplón y rutinario y se fue a sentar en las galerías o a esperar con conmiseración la hora inexorable del sancocho.
Por falta de rivales en su entorno, apostadores y simples aficionados, moralistas de vieja estirpe, gritones incondicionales de galería y alguno que otro diletante con la piedra filosofal en la pretina del pantalón, lo incentivaron a establecer vínculos con otras cuerdas. En las suya, las apuestas se entablaban en cantidades irrisorias, en simples bolívares, por una media docena de refrescos o cuantimás, por una botella de aguardiente barato. Hasta había apostadores y apuestas de pedazos de plazo de loza.
En su ámbito, las cuerdas se repetían como partículas de un espejo trizado. Lo importante era combatir y demostrar ante el público la destreza del gallo y la técnica y metodología alcanzada por los entrenadores. Renovar la estrategia, hacer la gallera más entusiasta y al público más exigente y satisfecho era el ideal que guiaba a aquella comunidad sencilla y abnegada. Había en todo ello una actitud generosa e inteligente frente a la vida y la milenaria cultura de la riña de gallos.
Al final de cada combate, , salvo la decisión de los jueces a favor de uno u otro gallo o el final trágico con la pérdida de la vida de unos de los " combatientes" , cosa poco frecuente por la sutileza de las reglas, nadie perdía. Los apostadores beneficiados, por su propia iniciativa y acordes con el viejo ritual, corrían con los gastos de la fiesta de la tarde de gallos. Fiesta de amigos, de hermanos, donde todos cumplían las letras del libro nunca escrito.
Cuando llegó la hora de la verdad, el momento de la grandeza y dignificación de las galleras; más allá de su mundo primigenio, el gallito rutilante, elegante y veloz, se plegó a un sector de sus asesores, poco ágiles y despiertos para el combate pero fieros y rísperos en las apuestas. Perdió la elegancia y altivez del pasado y se volvió lento y frontal. Sus nuevos estrategas engordaron con él y en las galleras de sus nuevos combates sólo se contaba el efectivo.
En su última pelea le cayeron en cayapa - el parte policial dijo que fue por un ajuste de cuentas - y lo dejaron inmóvil.
La última vez que de él me hablaron, me dijeron que hacía esfuerzos por volver a su viejo estilo; aquel que entusiasmaba a sus galleras.
¡Qué difícil es ser coherente!
"El Norte".
Barcelona, 04 - 10 - 94
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Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 10/23/2014 06:13:00 p. m.
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