Recuerdo a Bola de Nieve Ciro Bianchi Ross Se cumplieron en estos días años de la muerte de Ignacio Villa Fernández, aquel músico que hizo célebre el sobrenombre de Bola de Nieve. Su muerte resultó sorpresiva. Que se supiera al menos, no estaba enfermo. Eran los tiempos en los que, a causa del aislamiento político que padecía Cuba, para viajar desdeLa Habana a cualquier país latinoamericano, había que volar primero a México. Bola recibiría un homenaje en Perú y debía abordar en la capital azteca el avión hacia Lima. Visitar México lo entusiasmaba siempre; era el escenario de sus primeros éxitos y donde el mundo empezó a conocerlo por el nombre artístico que lo haría famoso. Allí, como siempre lo hacía, se alojó en la casa de su amigo el ingeniero Luis Medina. Se había retirado ya a la habitación que en aquella casa se le destinaba cuando la muerte le pidió una cita irrecusable. Finalizaba la "alegría terrestre" de Bola de Nieve, se silenciaba su "corazón sonoro". Dormía y se quedó dormido para siempre. Era el 2 de octubre de 1971. Tenía 60 años de edad. "Yo quiero que me entierren en Guanabacoa", dijo en cierta ocasión a la prensa. Sus restos se trajeron a Cuba y el pueblo los acompañó hasta el pequeño cementerio de su villa natal. "Con la melodía de su más popular canción de cuna, escribió Miguel Barnet, el féretro descendió a la tierra cubana, pero quedó en el aire aquel timbre seco, aquella ronquera ancestral, aquel canto antiguo". Porque Bola de Nieve, lo dijo él mismo muchas veces, tenía voz de persona. Con relación a esto, me dijo en la entrevista que le hice poco antes de su muerte: "Escojo por placer las canciones que interpreto. Cuando me gusta una canción la estudio hasta averiguar todos sus rincones que pueda tener en su letra y en su música. Muy de tarde en tarde lanzo una canción, y cuando lo hago ya es mía para siempre. Cuando la canción que yo canto me gusta más en otra voz, la saco de mi repertorio, que no es tan amplio. Tengo esa pretensión, un poquito petulante. Siempre he dicho que yo no canto, sino que expreso lo que las canciones, pregones o poemas musicalizados tienen dentro. Cultivo la expresión más que la impresión. No me interesa impresionar. Lo que me interesa es tocar la sensibilidad del que escucha". Diría Nicolás Guillén al despedirlo junto a la tumba recién cerrada: "Bola quedará en la historia y en lo más poético, en la leyenda, allí donde la historia sea impotente para explicárnoslo". No busca, encuentra Fue Inés, la madre de un niño gordo llamado Ignacio Jacinto Villa Fernández, la que lo embulló para que matriculara teoría y solfeo con el maestro Gerardo Guanche y piano en el conservatorio Matéu, de Guanabacoa. Con Mamaquica, la abuela, y Domingo, el padre, la casa de Bola era, escribe Barnet, un modelo de cubanía; una casa aureolada por la figura ya legendaria de Inés Fernández, la alegre bailadora de rumba, cuentera maravillosa, amiga de músicos, escritores y pintores, anfitriona ejemplar de fiestas que terminaban siempre en una rumba de cajón, que empezaba en la cocina y se deslizaba por el patio atravesando las once habitaciones del inmueble. Es la madre la que inculca a Ignacio Jacinto la pasión por la música, mientras que de su padre, cocinero, hereda el gusto por la cocina. Pero aquel niño debe ayudar al sostenimiento de la casa. Para hacerlo reparte cantinas de comida a domicilio y es ahí cuando los muchachos del barrio empiezan a apodarle Bola de Nieve, lo que enfurece a Ignacio Jacinto. El mismo nombrete con el que, no sin maldad, la cantante Rita Montaner, también guanabacoense, lo lanzará al mundo desde un escenario mexicano, en 1933. Ya para entonces Bola ha recorrido la áspera escuela de la vida. Lo que se dice estudiar, estudió poco piano. No estudiaba, aprendía; no buscaba, encontraba. El trabajo lo ayudó a llenar los vacíos de su formación. Supo hacerse de un repertorio adecuado al timbre áspero de su voz, y de María Cervantes, su mayor y verdadera influencia, dicen especialistas, tomó elementos rítmicos y la forma de acompañarse al piano. Animó películas silentes en el cine Carral, de Guanabacoa, y no demoró en ser contratado como pianista de la orquesta de Gilberto Valdés que se presentaba en el cabaret La Verbena. Trabajó con la soprano Zoila Gálvez y respaldó a Rita por primera vez en el Roof Garden del Hotel Sevilla. Ella interpretaría allí El manisero, de Moisés Simons, y Siboney, de Ernesto Lecuona. "La ayuda que le brindó Ernesto Lecuona fue decisiva en la carrera de Bola, afirma Miguel Barnet. Fue el autor de Siboney quien lo trajo de México y lo impulsó para que actuara para el gran público en Cuba. Bola... se encontraba dudoso de enfrentarse al público de su país. Lecuona lo convenció, seguro como estaba de que Bola era posesión y dominio de su arte". Extremos opuestos Elogios recogió muchos a lo largo de su vida artística. El chileno Pablo Neruda dijo que el cubano se había casado con la música y vivía con ella en una intimidad llena de pianos y cascabeles. El poeta mexicano Efraín Huerta, luego de llamarlo el artista más gracioso y generoso del mundo, decía que el piano, para Bola, era otro yo, una especie de prolongación, y el español Andrés Segovia expresó que escucharlo era asistir al nacimiento conjunto de la palabra y la música. Los aplausos y enaltecimientos se repiten y multiplican desde Jacinto Benavente hasta Carlos Varela, que escribe en una de sus melodías: "Y cuando cierran el Monseñor / dicen que pasa algo raro / por las paredes se oye una voz / y tocan solas las teclas del piano". Carpentier afirmaba: "Bola de Nieve nos pone a todos de acuerdo, evidentemente". Palabras ciertas sin duda alguna, pero exageraba, se le iba la mano cuando añadía que tenía, por encima de eso, "el talento necesario para ponerse de acuerdo con todos los públicos del mundo..." Porque razón tenía Esther Borja al afirmar que "con Bola de Nieve el público se comportaba en los extremos opuestos: o lo amaba entrañablemente o no lo soportaba". No se otra forma se explica el anuncio que se dio a conocer en la prensa habanera de 1935 y en el que se echaba a volar la falsa noticia de que Bola no demoraría en aparecer en el escenario del Shanghái, un teatro de obras gruesas y pasadas de tono y mujeres desnudas. Decía: "El empresario del Shanghái se ha interesado vivamente por el 'solicitado' actor, cantante, imitador, 'disseur' esperando verlo actuar dentro de breves días en el elegante teatro de la calle Zanja. ¡Felicidades, Bola!". Esos extremos opuestos de admiración y rechazo trajeron lamentables consecuencias en su quehacer discográfico. Solo grabó 43 piezas en casi cuarenta años de trabajo, afirma el musicógrafo Gaspar Marrero. México lindo y querido El 19 de enero de 1933 viajó a Yucatán, como pianista acompañante de Rita Montaner. Se presentan en un espectáculo de variedades. En febrero, el empresario Campillo contrata a ambos cubanos para que actúen en la producción Cuba-México que presenta en el teatro Iris de la capital mexicana. Trabajan luego en el Politeama. Fue en ese escenario donde Bola comenzó su carrera en solitario. La radioemisora WX le confía un programa diario de una hora de duración. A partir de ahí viaja intensamente. . Actuó en EU con Pedro Vargas y Rita Montaner y, ya en La Habana, tocó con Lecuona a dos pianos en los teatros Campoamor y Principal de la Comedia. En 1936 está en Argentina con Esther Borja y Ernestina Lecuona y participa en el filme Adiós, Buenos Aires. Hace giras por Chile y Perú y vuelve a arrasar en la capital argentina. Con Conchita Piquer, en España, en 1947. Viaja nuevamente a EU y canta junto a Paul Robeson y Lena Horne y también junto a Libertad Lamarque. Se presenta en un concierto de música cubana que se ofrece en el Carnegie Hall de Nueva York y la crítica lo compara con Chevalier y Nat King Cole. Ese día, 21 de noviembre de 1948, recibe la emoción más grande de su vida cuando el público que colmó el Carnegie Hall para verlo le tributó una ovación cerrada sin haber cantado y lo hizo salir nueve veces a escena luego de haberlo hecho. Mantiene el Gran Show de Bola de Nieve en CMQ Radio y hace televisión. Está en el cabaret Montmartre junto a Rita Montaner y Sonia Calero. Viaja intensamente por Francia, Dinamarca e Italia. En 1956, luego de actuar en el Salón de las Américas dela Unión Panamericana de Washington, la prensa norteamericana lo califica como un maestro de la canción cubana. Triunfala Revolución y se presenta en escenarios de Checoslovaquia, Unión Soviética y China y forma parte de la delegación cubana a la expo internacional de Montreal, Canadá, en 1967. Aquí en La Habana, su espacio preferido es el restaurante Monseñor, de 21 y O, en el Vedado. Pero hace recitales frecuentes en el Museo Napoleónico y, siempre a las doce de la noche, se presenta en conciertos en el Auditórium Amadeo Roldán, donde, creo recordar, dirige una vez una Orquesta Sinfónica del Chachachá, creada para la ocasión, o se hace acompañar por ella. Escribió piezas como Arroyito de mi casa, ¡Ay, amor! Mamá Perfecta, No dejes que te olvide.... Nunca sin embargo se consideró un compositor. El misterio de su arte, dice Barnet, reside en que cada canción que él escogía estaba relacionada con un capítulo de su vida. Nadie como él para expresar el sentimiento amoroso en la canción. Nadie como él para recrear hasta lo más simple y vulgar. Arroyito de mi casa fue escrito al murmullo de un arroyo pestilente que pasaba por el fondo de su vivienda, en la calle División y que para él tenía evocaciones poéticas. A un periodista, que le pidió que se definiera, le dijo que era "un negro en flor". Y a otro se le presentó "como un hombre triste que siempre está alegre". A mí, cuando lo entrevisté en 1970, me dijo que le había dado por creerse un neoclásico de la nación popular. De cualquier forma, un personaje singular, universal dentro de su genuina cubanía, cubano dentro de su universalidad. -- Ciro Bianchi Ross cbianchi@enet.cu http://wwwcirobianchi.blogia.com/
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