lunes, 7 de abril de 2014
SIN BIGOTE Y DELANTAL
Sin bigote y delantal
Ciro Bianchi Ross * digital@juventudrebelde.cu
5 de Abril del 2014 19:11:33 CDT
Vuelvo a aprovechar el espacio de hoy para satisfacer la curiosidad de
lectores que escribieron en procura de información. La semana pasada,
al hacer lo mismo, aludí, entre otros temas, al desaparecido hotel
Miramar, situado en la intersección de Malecón y Prado, y a Brenda,
una bailarina uruguaya que hizo furor en La Habana de los años 40 del
siglo pasado.
Combinando ambos temas, escribió Cristóbal Díaz Ayala, musicógrafo
cubano radicado en Puerto Rico y autor, entre otros muchos títulos, de
ese libro imprescindible que es Música cubana: del areíto al rap, que
cuenta con múltiples ediciones. Decía Díaz Ayala al escribidor:
<>.
Sobre el Miramar, otro lector cuyo nombre no retuve, hizo esta
interesante precisión: <>.
Hasta aquí el comentario recibido. Digamos de paso que eso de la mala
sombra de la esquina --y hay lugares y espacios que, sin duda, la
tienen-- es relativo. El Centro Vasco no fue precisamente un fracaso
comercial. En un momento que no puede precisar ahora el escribidor y
siendo ya propiedad de Juan Azerzabaitoria Carán, esta casa
especializada en platos típicos de la cocina vasca y que mostraba una
amplia carta de vinos, se desplazó hacia el Vedado y abrió sus puertas
en Tercera esquina a 4, donde funcionaba asimismo la casa social de la
asociación de los vascos residentes en Cuba. Instalados en Miami
quisieron los dueños del restaurante, ya en los años 80, llevar a su
escenario a artistas cubanos de la Isla. Una noche, en la que se
anunciaba la presencia de Rosita Fornés, una bomba colocada por la
extrema derecha dio al traste con el pretendido espectáculo y destruyó
totalmente el local, que se vio obligado así a cerrar sus puertas para
siempre.
Palacio de 80 ventanas
Sobre el Gran Teatro de La Habana quiere saber un lector que firma
como Alberto su mensaje electrónico. Se interesa por conocer, en
particular, cómo la construcción del edificio del Centro Gallego --el
muy ilustre Centro Gallego de La Habana, como se le llamaba-- asumió el
Teatro Tacón.
El Tacón fue en su momento (1838) uno de los mejores teatros del
mundo. Su austera fachada contrastaba con el lujo y la elegancia de su
interior. La eximia bailarina Fanny Elssler lo comparó con el San
Carlo, de Nápoles, y La Scala, de Milán, y <>. La condesa de
Merlin lo vio, en 1844, como un salón que no desentonaría en Londres
ni en París, en tanto que otros viajeros se resentían al encontrar en
la colonia lo que no existía en la metrópoli. El palco destinado al
Gobernador lucía mejor adornado que el que se destinaba a los reyes en
algunos países. Ochenta ventanas y 22 puertas ventilaban la estancia,
y su lámpara central, en forma de araña, constituía, según la copla
popular, uno de los elementos distintivos de la ciudad, junto al Morro
y la Cabaña. Su acústica era insuperable. En 1878 admitía a 2 287
personas sentadas y a otras 750 que podían colocarse de pie detrás de
los palcos, aunque se dice que en sus inicios tenía capacidad para
unos 4 000 espectadores.
Al efectuar la compra del Gran Teatro, el Centro Gallego se
comprometió a comenzar la edificación de su nuevo palacio social en
1907 y sacó la obra a concurso. Pasarían, sin embargo, tres años para
que comenzara la construcción del nuevo edificio. Porque no fue hasta
el 3 de abril de 1910 cuando la directiva gallega aprobó el proyecto
definitivo, obra del arquitecto belga Paul Belau, de paso por La
Habana, y encomendó su ejecución a la constructora norteamericana
Purdy and Henderson. Para entonces se habían demolido los edificios
anexos al Gran Teatro y este estaba privado ya de su pórtico, el
vestíbulo y los cafés, mientras que el gran salón se mantenía intacto
y fue incluso, en 1911, objeto de reformas. El Gran Teatro Nacional,
escribe Francisco Rey Alfonso en su Biografía de un coliseo, siguió en
pie ofreciendo los más variados espectáculos incluso en los momentos
en que, para llegar hasta su sala, hubo que habilitar un túnel por
entre las obras en construcción o abrir una de las puertas de la calle
San Rafael para permitir el acceso del público.
A finales de 1913 estuvo listo el palacio social del Centro Gallego y
su directiva se trasladó al nuevo edificio desde su antigua sede de
Prado y Dragones. Llegaba así su turno al Gran Teatro, que sería
clausurado para poner en marcha las labores de reconstrucción.
Como requisito indispensable para la ejecución de esas reformas, la
directiva gallega solicitó a la constructora que la acústica del
teatro permaneciera inalterable, dice Rey Alfonso en su libro citado.
Esa y otras pretensiones determinaron que cada uno de los pasos que se
dieran en el histórico inmueble fuera objeto de análisis y
proposiciones por más de un especialista. En tal sentido, y con el
objeto de no separarse del modelo original más de lo estrictamente
necesario, se aprovechó todo lo que se pudo de la estructura del Tacón
y el ingeniero cubano Benito Lagueruela desempeñó un papel muy
destacado en la formulación de esos arreglos. Se tuvo el cuidado de
reproducir lo más exactamente posible la planta del salón y se trató
de utilizar maderas semejantes a las ya existentes.
El palacio social del Centro Gallego y el Gran Teatro representaron
una inversión que sobrepasó los dos millones de pesos. El 22 de abril
de 1915, con la puesta de la ópera Aída, de Verdi, a cargo de una
compañía del empresario Bracale, se inauguraba el Gran Teatro
Nacional. Tres meses después tenía lugar en el nuevo recinto la
primera temporada cinematográfica. En esa ocasión comenzó a funcionar
un ventilador absorbente que hacía descender a 20 grados la
temperatura de la sala.
Parque Alfredo Zayas
Por el ya desaparecido parque Alfredo Zayas inquiere la lectora
Karelia. Se construyó al fondo del Palacio Presidencial, en 1925, a
fin de erigir en su espacio la estatua de ese distinguido intelectual
y conspirador independentista, cuarto presidente de la República de
Cuba. Hoy el antiguo Palacio da albergue al Museo de la Revolución y
el Memorial Granma ocupa el área del parque.
La anécdota matiza dicho sitio. Se dice que Zayas no quiso abandonar
la primera magistratura sin erigirse un monumento que lo perpetuara
para la posteridad. Como el tiempo apremiaba --abandonaría el poder el
20 de mayo de 1925 luego de traspasarlo al general Gerardo Machado-- se
buscó en el extranjero la estatua de un individuo que se le pareciera.
Ya con la estatua en La Habana faltaba solo construir el pedestal
donde se erigiría. Eso fue lo que se hizo. Zayas aparecía de pie,
cubierto con sus ropas características y la cabeza descubierta. Tenía
la mano izquierda dentro del bolsillo de la chaqueta mientras señala
el Palacio Presidencial con la mano derecha. Parecía decir: <>.
Zayas inauguró el monumento el mismo día en que abandonaba la
presidencia. Era demasiado aquello de erigirse un monumento en vida y,
para colmo, inaugurarlo desde el poder. Los estudiantes
universitarios, con Julio Antonio Mella a la cabeza, no ocultaban su
indignación y quisieron derribarlo antes de que se inaugurara. José
Lezama Lima recreó el incidente en su novela Paradiso (1966) y en
septiembre de 1970 lo relató en la entrevista que concedió a la
revista Alma Máter.
Decía Lezama: <>.
--
Ciro Bianchi Ross
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