APUNTES DEL CARTULARIO
Ciro Bianchi Ross
En El Gato Tuerto
Dicen los bohemios y los faranduleros que la noche más larga de La
Habana transcurre en El Gato Tuerto, el bar-restaurante de la calle O,
casi enfrente del Hotel Nacional, en el Vedado. Dicen más. Aseguran
que, para amanecer, La Habana espera a que El Gato Tuerto cierre sus
puertas. Porque no existe otro sitio en la Isla que se empecine tanto
como este en hacer perpetúas las noches. ¿Cómo lo logra? Dice el
narrador Hugo Luis Sánchez: «El secreto radica en la combinación de un
restaurante en los altos del establecimiento, con lo mejor de la
cocina internacional y cubana, y un café concert en los bajos. A la
salida, el entorno del Malecón, escogido por los habaneros para, sobre
su ancho muro, jurarse amor del bueno».
Tropicana, Montmartre o Sans Souci presentaban producciones tan
fastuosas que nada que tenían que envidiar a las mejores de París o
Montecarlo. La intensidad de la noche habanera y la calidad de sus
shows habían conseguido ubicar a la ciudad entre las más importantes
del mundo si de diversiones de todo tipo y vida mundana se trataba.
Entre 1957 y 1958 los cabarets de lujo habaneros experimentaron un
auténtico momento de esplendor. En corto tiempo y ante la atónita
mirada de los habaneros, se edificaron, en Miramar, el hotel Rosita de
Hornedo, en el Vedado los hoteles Habana Riviera, Capri y Habana
Hilton, tres grandes y suntuosos establecimientos. En Galiano y
Malecón, el Deaville abrió sus puertas el 17 de julio de 1958 y otro
tanto acontecía en la ciudad de Santa Clara con la apertura en enero
del 57, del cabaret Venecia y su elegante casino.
En febrero de 1959, declaraba Nat Kahn, gerente del hotel Riviera:
«Tres nuevos hoteles de lujo en La Habana fueron factores decisivos
para arrebatarle la clientela a la Florida». Con el juego legalizado
como atracción principal, La Habana tuvo su mejor temporada turística
entre 1957 y 1958.
Los cabarets denominados de segunda —Ali Bar, Sierra, Alloy, Las
Vegas… — constituían otra de las opciones de la noche habanera. Aunque
no había en ellos grandes producciones, presentaban un espectáculo
variado y una o dos figuras importantes. Contaban también con una
nutrida clientela los cabarets de la famosa Playa de Marianao, de
naturaleza mucho más popular.
Los grandes cabarets y también los de segunda y tercera representaban
una bohemia con cierta tradición. Justo a finales de la década del 50
comienzan a surgir, sin embargo, en las proximidades de la Rampa
habanera, pequeños locales que rompen un poco con esa noche que va
haciéndose convencional. Sin demasiado lujo y sin acudir a
producciones o revistas musicales de ningún tipo, el ambiente íntimo y
desenfadado propio de estos lugares, permitía disfrutar de la descarga
espontánea de un combo o la voz de Elena Burke, digamos, con Frank
Domínguez o Meme Solís al piano.
Así, a mediados de 1960, en el hotel St John’s comienzan a
programarse descargas con la participación de Doris de la Torre, Elena
Burke y Frank Domínguez, Pacho Alonso, Felo Bergaza, Dandy Crawford y
el dúo René y Nelia, entre otras figuras de la onda feeling.
Pero el gran acontecimiento para los amantes y cultivadores de las
descargas fue la apertura el 31 de agosto de ese año de 1960 de El
Gato Tuerto, idea de Felito Ayón, un animal de la noche habanera que
fue quien ideó y dio nombre a lo que fue La Bodeguita del Medio. Se
remozó y decoró la vieja casona de la calle O. Cuadros de Amelia,
Mariano, Martínez Pedro, Tapia Ruano, Alberto Falcón, Acosta León
colgaban de las paredes de ese lugar, ya de hecho distinto, donde
había luz suficiente para leer o escribir y al que se podía llegar a
las seis de la tarde sin demasiado protocolo o sin protocolo. Había
allí exposiciones de pintura y venta de libros y discos. En un
ambiente un tanto intelectual se disfrutaban las presentaciones de
Elena con Frank Domínguez como pianista acompañante, Miguel de
Gonzalo, Meme Solís. Doris de la Torre. Maggi Prior y el dúo Las
Capellas. Miriam Acevedo, cantaba y recitaba poemas de Virgilio
Piñera.
Han pasado los años. Transcurrieron ya casi sesenta años desde la
apertura de El Gato Tuerto. La vieja casona de la calle O fue
totalmente restaurada. Un trabajo que incorporó al inmueble las
ganancias de la vida moderna sin privarlo el ambiente de antaño, que
sigue siendo el de siempre.
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Ciro Bianchi Ross
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