APUNTES DEL CARTULARIO
Ciro Bianchi Ross
Biografía de la Rampa
Toda ciudad –todo país- tiene su historia y su pequeña historia. Con
la primera se confeccionan los anales y se conforman las efemérides;
se redactan libros de texto y se llenan discursos académicos y
oficiales; se incorpora al turbión colectivo y sirve de acicate y
ejemplo. Con la otra, condenada al olvido, obligada a transmitirse a
lo sumo de boca en boca, se escriben novelas y se enhebran páginas
como esta.
¿Cuentos de los miles de transeúntes –cubanos y no- que a diario
bajan y suben por La Rampa conocen los antecedentes de este pedazo de
vía que es, desde hace varias décadas, el corazón de La Habana?
Es el tramo de la avenida 23 que corre desde Infanta hasta la calle
L, en el Vedado. O lo que es lo mismo: los 500 metros que se extienden
desde el lugar donde radica el Ministerio de Comercio Exterior hasta
donde se halla el hotel Habana Libre.
Hay una foto aérea de La Rampa cuando todavía no lo era. Se tomó hace
algo más de 80 años desde el mar. A la izquierda se ve el edificio del
cabaret Montmartre, y, a la derecha, el del Hotel Nacional. Pero
ninguno de ellos se ubica propiamente en La Rampa. ¿Qué se observa
entonces en la fotografía? Nada. Casi nada… A la derecha, el edificio
del actual Ministerio del Trabajo, más arriba, el ya desaparecido
edificio Alaska, construido en 1930, y en la acera de enfrente el
edificio de la funeraria Caballero. Nada más. Veinte años después de
esa foto, se toma otra desde la misma perspectiva, y ya La Rampa es La
Rampa.
La Habana de 1909 terminaba prácticamente en Infanta. Todavía en 1916,
esa calle era de tierra a partir de Carlos III. Entonces la avenida 23
llegaba hasta L. Fue en tiempos del presidente Menocal que Infanta y
23 se encontraron.
El propietario de los terrenos que bordean La Rampa era Bartolomé
Aulet y construyó su vivienda en el fondo de un hoyo cercano a lo que
hoy es la sede del Instituto Cubano de Radio y Televisión. Cuando
fallece, a comienzos de la década del 40, deja a su sobrina Evangelina
como única heredera. Pero la muchacha, según una de las cláusulas del
testamento, no podría disponer de sus propiedades hasta 1975.
Evangelina no esperó tanto. Se buscó a un buen abogado y este encontró
apoyo en el coronel José Eleuterio Pedraza, segundo hombre fuerte de
la Cuba de entonces, y entre los dos convencieron a un juez venal de
lo injusto y arbitrario de la voluntad del muerto. Dicho y hecho: la
sobrina y sus compinches se enriquecieron de la noche a la mañana.
El italiano Amadeo Barletta fue de los primeros compradores.
Fascista, agente de Benito Mussolini y organizador de las Camisas
Negras en La Habana, este personaje había sido expulsado de Cuba
durante la Segunda Guerra Mundial y reapareció en 1946 como
representante de la General Motors. Era, se dice, jefe de una de las
cuatro grandes familias mafiosas que operaron en Cuba hasta 1959.
Tenía múltiples empresas tapaderas: Unión Radio, el periódico El
Mundo, el canal 2 de la TV… y por supuesto, la Ámbar Motors, que
radicó en el edificio del actual Ministerio de Comercio Exterior,
donde había numerosos bufetes y oficinas, y radicaban los
distribuidores de las automóviles Cadillac, Oldsmobile y Chevrolet.
Sería Goar Mestre, el todopoderoso propietario de la CMQ, quien se
percató antes que nadie de las posibilidades de La Rampa. Se decidió
por este lugar desoyendo las sugerencias de los que le aconsejaban que
edificara Radio Centro en la esquina de Monte y Prado. Mestre pensó
que si construía en La Rampa el edificio de su empresa, los terrenos
aledaños se revalorizarían y la zona se poblaría de inmediato. Radio
Centro se inauguró el 12 de marzo de 1948. Poco antes, el 23 de
diciembre de 1947, había abierto sus puertas el teatro Warner, hoy
cine Yara, con una función de gala a la que asistió el presidente Grau
San Martín. Se exhibió la película norteamericana Night and Day y la
entrada al teatro costó diez pesos. La recaudación se donó íntegra a
una institución benéfica.
A partir de entonces La Rampa, que se llama así por su acentuada
inclinación, se edificó en un abrir y cerrar de ojos: edificios de
apartamentos, como el Retiro Médico con sus murales pintados por Lam,
restaurantes y centros nocturnos, agencias de publicidad. Se dice que
una de las formas de medir la actividad comercial de una zona son los
bancos que se establecen en ella. Siete entidades bancarias o sus
sucursales se asentaron en La Rampa y otras más lo hicieron en sus
proximidades.
Resulta imposible hablar de La Rampa sin aludir a la colección de
obras de arte que forma parte de sus aceras: una muy buena selección
de pintura cubana está en esas losas de granito, cada vez más
deterioradas por la suciedad y la ignominia. Tampoco puede hacerse
sin mencionar al Pabellón Cuba. Se construyó en 70 días en 1963, y sus
arquitectos Juan Campos y Enrique Fuentes proyectaron una obra abierta
a la brisa y a la perspectiva; un alarde de arquitectura aérea donde
las suaves pendientes avanzan entre la vegetación y el agua
cristalina.
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Ciro Bianchi Ross
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