domingo, 21 de junio de 2020

LO TOMA O LO DEJA

Lo toma o lo deja
Ciro Bianchi Ross

El escribidor lo ha dicho más de una vez. El primer bar que dispuso en
Cuba de esa maravilla que es el aire acondicionado, fue el Pan
American, en la calle Bernaza número 1 esquina a O’Reilly, en La
Habana Vieja.  Como la innovación amenazaba con dejar sin clientela al
Floridita, Constantino Ribailagua, su propietario, se vio obligado a
hacer lo mismo, aunque a regañadientes pues prefería el local abierto.
    Si el Pan American fue el primer bar cubano dotado de aire
acondicionado, el primer establecimiento habanero de su tipo que
dispuso del servicio de meseras fue el bar Manzanares, en el cruce de
Carlos III e Infanta, toda una novedad entonces.
    El lugar había sido una sala de baile, muy frecuentada por el mítico
Alberto Yarini, que gustaba asimismo de ir a bailar a La Verbena, en
el Marianao de entonces.  Con los años, Manzanares se descomercializó
como sala de fiestas y su espacio dio asiento a diversos comercios,
entre ellos el bar que adoptó el nombre del lugar y que introdujo a
las meseras, innovación que no tardó en ser imitada en otras cantinas.
Digamos de paso que camarera y mesera no son exactamente lo mismo.
Mesera es la empleada de un bar o centro nocturno que tiene como
propósito esencial que el cliente gaste el mayor dinero posible en el
establecimiento... Lo acompaña en la mesa, bebe con él, le sigue la
conversación y lo hace sentirse importante y escuchado. Luego cliente
y mesera pueden compartir la cama o no, pero eso no es lo esencial.
    Todavía en 1963 el escribidor vio meseras en algunos bares habaneros.
LA MAYOR ARMADA
La armada británica que en 1762 atacó y tomó La Habana fue la mayor
concentración de buques y hombres que hasta entonces había cruzado el
Atlántico, asegura Eduardo Torres Cuevas en su Historia de Cuba.  La
integraron 34 barcos de línea y de carga bajo la conducción del
almirante Sir Jorge Pockock, y el ejército de operaciones mandado por
el Conde de Albemarle, estaba compuesto por 10 000 hombres de tropa y
8 000 tripulantes. A ellos se sumaban refuerzos de las Trece Colonias
y 2 000 peones negros de Jamaica. Más de 20 000 hombres en total.
LA IGLESIA MÁS ALTA
La parroquia del Sagrado Corazón y San Ignacio de Loyola, la llamada
iglesia de los jesuitas o, sencillamente, la iglesia de Reina,
emplazada en la calzada de ese nombre esquina a Belascoaín, del más
puro estilo gótico, es la más alta de las construcciones religiosas
cubanas.  Su primera piedra se puso el 7 de agosto de 1914 y quedó
inaugurada el 3 de mayo de 1923 luego de ser consagrada por monseñor
González Entrada, Obispo de La Habana Se trata de un edificio que
resulta importante en la silueta capitalina. Destaca por la esbeltez
de su torre, y aquí viene lo interesante ¿Cuál es su verdadera altura?
Algunos refieren que el edificio, con su torre, mide 77 metros, a lo
que se suma la cruz de bronce de cuatro metros que lo remata y que le
da un alto total de 81 metros. Para otros, es de 74,27 metros la
altura real de la edificación de los cuales más de 50 corresponden a
la torre. Pero sea una u otra la cifra real, lo interesante del asunto
es que en la construcción de dicha torre no se utilizó una sola
cabilla, sino que se hizo de piedra y concreto.
DIES PLANTAS PARA EL SEVILLA
La ampliación del hotel Sevilla con el bloque de diez plantas con
salida al Paseo del Prado y comunicación con el patio interior de la
instalación hotelera, requirió para su construcción del empleo de un
millón quinientos mil ladrillos que se colocaron a razón de 25 000
ladrillos por jornada. El contrato para la edificación de este
añadido, que permitió que el hotel Sevilla contara con un total de 300
habitaciones se firmó el 24 de enero de 1923 y la obra quedó terminada
menos de un año después, el 2 de enero de 1924. La planta alta de la
edificación la ocupa el Roof Garden, con un espacioso salón, cocina y
pantry, en tanto que la planta baja acoge a una decena de
establecimientos comerciales.
ESCORIAL DE TOPES DE BATISTA
Se cuenta que, en los años 30 del siglo pasado, el coronel Fulgencio
Batista, entonces jefe del Ejército, hacia una cabalgata por las
montañas del Escambray y en Topes de Collante pensó que se trataba un
sitio ideal para la construcción de un hospital antituberculoso. Lo
obsesionada y aterrorizaba la tuberculosis; su madre, muy joven, y dos
de sus hermanos, habían sido víctimas de esa enfermedad, la llamada
peste blanca, en una época en que no existían las sulfas ni se había
descubierto la penicilina.  El propietario de los terrenos los puso a
su disposición sin que mediara pago alguno, y el hospital
antituberculoso de Topes de Collante comenzó a construirse en 1936, y
se inauguró el 9 de mayo de 1954, luego de languidecer durante el
periodo de los gobiernos auténticos de Grau y Prío (1944—1952).
Emplazado sobre una meseta de la finca Itabo, en las montañas del
Escambray, a 850 metros de altura, la obra cuenta con 32 000 metros de
superficie cubierta y once pisos. Tiene 183 metros de frente, 63
metros de fondo y 36 metros de alto. Lo más señalado de la obra, sin
embargo, fueron los obstáculos innumerables que tuvieron que vencerse
para su construcción. El mayor de esos obstáculos fue la empinada
carretera de 23 km de extensión que se impuso construir, así como toda
la infraestructura de albergues, almacenes, agua, electricidad y otras
facilidades que hubo que acometer.
    Como el edificio requería el empleo de unos seis millones de
ladrillos, se construyó un tejar en sus inmediaciones y se abrió una
cantera de roca volcánica en la falda de la loma para evitar llevar
desde lejos los ladrillos y la piedra.  La construcción del sanatorio
antituberculoso de Topes de Collantes, que se realizó con estructura
de acero, requirió de 2 860 toneladas de vigas, 4 760 toneladas de
cemento, 542 toneladas de cabillas, 23 600 metros cúbicos de piedra y
40 000 metros cúbicos de arena.
    Alguien la definió como una obra «musolinesca». Se le llamó «El
Escorial de Topes de Batista». Apenas funcionó como centro
antituberculoso.
BUEYES EN EL PRADO
En lo que hoy es el parque América Arias —frente al Memorial Granma—
estuvo instalada la estación del ferrocarril urbano cuyos trenes
transportaban pasajeros hasta el Vedado. Donde después se construyó el
hotel Sevilla, hubo un almacén de madera. Tres de esos
establecimientos se asentaban sobre el Paseo del Prado y por esa misma
calle sacaban su mercancía en carretas tiradas por bueyes.
    En esa época, el Necrocomio de La Habana —lo que hoy sería el
Instituto de Medicina Legal— se hallaba en la esquina de Zulueta y
Cárcel y por ahí se entraba también a los fosos municipales.
    En el Necrocomio, durante la Guerra de Independencia, se velaron los
restos del coronel mambí Néstor Aranguren, y en 1906 los del general
Quintín Banderas, muerto durante la llamada guerrita de agosto que
encabezaron los liberales contra el presidente Tomás Estada Palma.
    En esa época, los trajes para caballeros, de alpaca negra y azul, se
vendían en 16,80 pesos oro español, y los de dril blanco en 8.50 pesos
oro, mientras que un restaurante del Paseo del Prado ofrecía un menú
compuesto por consomé, huevos a la turca, filete de pargo gratinado,
riñones furbilete, frutas varias, pan y café, por 80 centavos.
    En esa fecha no existía aún la moneda cubana y circulaban en el país
las monedas norteamericana, española y francesa. Un centén español
equivalía a 5, 63 pesos plata, en tanto que el luis francés a 4,51,
más o menos pues había que estar al tanto del cambio del día, que se
publicaba en los periódicos.
HELICÓPTEROS
Si oye decir que hubo en La Habana una terminal de helicópteros, no lo
ponga en duda…  A mediados de los años 50, en una burda maniobra
especulativa, se demolió el viejo convento de Santo Domingo, de enorme
valor histórico, para construir un edificio de oficinas donde también
funcionaría la terminal de helicópteros de La Habana. Las protestas de
Emilio Roig, entonces historiador de la ciudad, y de otros
intelectuales e instituciones de la época, no lograron impedir aquella
arbitrariedad. En ese sitio, toda la manzana que enmarcan las calles
de Obispo y O’Reilly, San Ignacio y Mercaderes, mantuvo abiertas sus
puertas la Universidad de La Habana desde su fundación, en 1728, hasta
su traslado a la loma de Aróstegui, su emplazamiento actual, a
comienzos del siglo XX.
    Otras entidades ya le habían echado el ojo a aquella manzana. El
Banco Nacional quiso edificar su sede en ese terreno y con ese fin lo
adquirió en 1951 por 323 956 pesos. Lo traspasó a Terminal de
Helicópteros S. A. que acometería un edificio con todas las de la ley,
con una inversión de más de dos millones de pesos, pero que
desentonaba en su contexto.
    La terminal, hasta donde sé, no funcionó. El edificio mismo estaba
inconcluso al triunfar de la Revolución y el presidente de la
sociedad, el ruso Vladimir M. Kresin, murió de un infarto el 18 de
enero del propio año de 1959. El Gobierno Revolucionario destinó el
inmueble a Ministerio de Hacienda y luego se instaló allí el
Ministerio de Educación hasta que la Oficina del Historiador de la
Ciudad logró recuperarlo para instalar la Universidad de San Jerónimo
y las sedes de las academias de Historia y de la Lengua, entre otras
dependencias.


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Ciro Bianchi Ross

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