domingo, 17 de agosto de 2014

OTRA NOCHE EN TROPICANA


Otra noche en Tropicana
Ciro Bianchi Ross * digital@juventudrebelde.cu
16 de Agosto del 2014 21:13:58 CDT

Lo dijimos la semana anterior en esta misma página: Martín Fox fue el
hombre que hizo grande a Tropicana. Era un jugador, pero, al igual que
otros de su misma especie, rara vez se acercó al juego para apostar.
Lo hacía para ganar. Si con él entró por la puerta ancha en Tropicana
el juego de azar, no es menos cierto que le interesó llevar las
posibilidades del cabaré hasta sus últimas consecuencias. El juego fue
para él un medio de vida y la forma de acceder a un universo social
que tal vez de otra forma le hubiera sido vedado. El cabaré, en
cambio, fue su sueño. En sus memorias, publicadas en Nueva York en el
año 2005, bajo el título de Tropicana Nights: The Life and Times of
the legendary Cuban Nightclub, su esposa Ofelia dice que el cubano es
capaz de sacrificarlo todo a cambio de un minuto de placer. Martín Fox
proporcionaba ese placer en una esplendente sala de fiesta en la que
al compás de la mejor música y una atrevida coreografía se movían,
ligeras de ropa, las más despampanantes mulatas del Caribe.
Todas las fuentes consultadas consignan que Fox nació en Ciego de
Ávila. Un lector que escribe a raíz de la publicación de la página de
la pasada semana y que firma simplemente con el nombre de Orlando su
mensaje electrónico, refiere en cambio que nació y pasó su primera
juventud en Calimete, provincia de Matanzas. Trabajó como obrero
agrícola. Fue ayudante de mecánico y luego mecánico en el central
España, de la misma provincia, donde conoció a Florentino (Tino)
Hernández, que tendrá, hasta su fallecimiento en 1956, un papel
importante en la vida de Fox y que mi corresponsal promete contar más
adelante. Fox y Tino se instalan en Ciego de Ávila y para vivir se
convierten en vendedores ambulantes de viandas, frutas y vegetales.
Bautizan la carretilla en la que mueven su mercancía como La Batallita
y, camuflándose con el carretón, se hacen apuntadores de la bolita.
Otras fuentes refieren, sin embargo, que Fox, tornero de un central
azucarero, sufrió un accidente laboral que le lesionó la mano
izquierda y le costó el empleo. Fue entonces que se dedicó a la
bolita, primero como listero o apuntador, y más tarde como banquero.
No demoraría en convertirse en el banquero más connotado de la región.
Su banco de apuestas, en la calle Independencia, la arteria comercial
más importante de la ciudad de Ciego, se disimulaba tras un inocuo
expendio de cigarros y tabacos y billetes de la Lotería Nacional. Esa
tienda donde, para hacer sus apuestas, se daban cita representantes de
todos los sectores de la sociedad avileña, se llamó, dice Guillermo
Jiménez en su libro Los propietarios de Cuba, La Vallita.
Llega a la capital de la Isla en 1941 y no demora en controlar la
bolita en Centro Habana. Comienza su acercamiento a Tropicana en 1943
y al año siguiente se asocia con Víctor de Correa, su fundador y
propietario. Compra a este la concesión del casino de juego del
cabaré. Compra después a la viuda de Truffin el predio de algo más de
dos hectáreas y media donde se ubica el centro nocturno y termina
sacando a Correa del juego en virtud de los 92 000 pesos que le
adeudaba. Corre el año de 1950 y Martín Fox es el propietario único de
Tropicana.

Rodney y arcos de cristal
Decide darle un vuelco a la sala de fiesta. Quiere hacer de Tropicana
el cabaré más deslumbrante del país; convertirlo en una referencia
para el turismo internacional. Ese empeño lo lleva a remodelar el
inmueble y a contratar a un nuevo coreógrafo. En marzo de 1952 el
mítico Roderico Neyra, un mulato de baja estatura, bigote fino y
sonrisa pícara, conocido como Rodney en el mundo del espectáculo,
asume las coreografías de este establecimiento nocturno de la calle
72, en Marianao.
Un año antes Fox había entrado en tratos con el arquitecto Max Borges,
hijo. La remodelación de Tropicana se extiende hasta 1954 y es una de
las obras cumbres del Movimiento de la Arquitectura Moderna en la
Isla. Respecto a esta dice Eduardo Luis Rodríguez en el libro que
sobre el tema publicó Ediciones Unión, en 2011: <<La obra consiste en
adiciones en los jardines del cabaret, existente desde 1939. El
arquitecto resolvió el más espectacular de todos los elementos del
proyecto, el salón Arcos de Cristal (1951) con un sistema de cáscaras
compuesto por cinco delgadas bóvedas de hormigón colocadas
excéntricamente y decrecientes en tamaño, lo que produce un efecto
telescópico que dirige el espacio hacia la zona de la orquesta. El
ambiente de este salón es excepcional e integra la naturaleza a través
de los vidrios que cierran, en forma de arco, los espacios entre cada
bóveda. El salón contiguo, Bajo las Estrellas (1952) está al aire
libre, mientras que el casino (1954) lleva a las últimas consecuencias
la concepción integradora entre arquitectura y naturaleza>>.
Por este proyecto Max Borges, hijo, mereció la Medalla de Oro del
Colegio Nacional de Arquitectos. Es una de las pocas obras cubanas que
incluyó Henry Russell Hitchcock en la exposición Latin American
Architecture, celebrada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, en
1955. En 2002 todo el conjunto fue declarado Monumento Nacional.
Rodney marcó una manera de hacer y concebir el mundo del espectáculo
que llega hasta hoy. Produjo los shows Vudú ritual, Carabalí, Mayombe,
Carnaval carioca, Copacabana, Tambó, Rumbo al Waldorf y Ritmo y color...
que le dieron fama internacional a Tropicana. En sus espectáculos
participaron artistas de la talla de Josephine Baker, Nat King Cole,
Tongolele, Carmen Miranda. Maurice Chevalier, Xavier Cugat, Liberace y
nuestro gran Benny Moré, entre otros.
Aunque sea un dato de Rodney que se desconozca, ese artista, aquejado
por la lepra, no debuta en Tropicana en 1952. Había estado allí antes,
dice Leonardo Acosta en el primer tomo de su Descarga cubana: el jazz
en Cuba, como figurante y asistente de David Lichine y Julio Richards,
a cargo de la coreografía del show Congo Pantera, que juntó en el
escenario de la sala de fiestas de Marianao a las mejores figuras del
ballet clásico mundial, pertenecientes al elenco del Ballet Ruso de
Montecarlo del coronel Basil y a un centenar de bailarines cubanos que
se movieron al ritmo desenfrenado de los tambores de Chano Pozo y la
música trepidante de Gilberto Valdés. Ese encuentro de
Lichine-Rodney-Chano, precisa Acosta, sería para el mundo del
espectáculo en Cuba tan importante como lo fue el encuentro de Chano
con Dizzy Gillespie para el jazz afrocubano. La estancia habanera del
ballet del coronel Basil bien merece una página aparte. Lo trajo Pro
Arte Musical y sus presentaciones en el teatro Auditórium fueron un
éxito de público y de crítica, pero, por lo costosas, un fracaso
económico. Aquella famosa compañía quedó varada en La Habana, sin un
centavo para retornar a Europa hasta que Víctor de Correa le ofreció
dinero y los pasajes de regreso a cambio de sus presentaciones en
Congo Pantera.
Rodney se inició como bailarín. Bailó y acometió pequeños cuadros
coreográficos en el teatro Shanghái, del Barrio Chino habanero, con
sus espectáculos sórdidos cuando no pornográficos. Sin embargo, hoy se
ve en lo que hizo para el coliseo de la calle Zanja --una mezcla de
sexo, música, baile y humor-- el antecedente de sus grandes
producciones para el cabaré. Cuando su incapacidad física se hizo
mayor y más evidente --los guantes le permitían ocultar la deformidad
de las manos-- abandonó su carrera como bailarín y se metió cada día
más en la coreografía. En 1945 organizó el espectáculo de Las mulatas
de fuego, con gran éxito en Cuba y en México, y en 1950 es ya el
coreógrafo del cabaré Sans Souci hasta que, contratado por Martín Fox,
salta a Tropicana, aunque en ocasiones simultanea la coreografía de
los dos cabarés. Como dice Leonardo Acosta en el libro citado, la
competencia entre Sans Souci, Tropicana y Montmartre poco a poco se
iría convirtiendo en una <<emulación fraterna>> a medida que los tres
gigantes del mundo nocturno habanero se iban transformando en feudos
de varias <<familias>> con intereses similares.

Aparece Santo Trafficante
Tropicana pasa hasta hoy como el único de los grandes establecimientos
del juego en La Habana que era propiedad exclusiva de cubanos. Para
mantenerse independiente y no caer en la égida de la mafia
norteamericana, el cabaré pagaba con una jugosa suma la <<protección>>
del presidente Batista. Sus directivos y empleados administrativos
eran familia de Fox o amigos y compinches de sus negocios como
bolitero y, por tanto, cubanos. Por otra parte, el cabaré permitía
mostrar a visitantes de todo el mundo el trabajo que desplegaban
bailarines, músicos, diseñadores, vestuaristas... nacidos todos en Cuba.
En el mismo casino de la sala de fiestas, a diferencia de la mayor
parte de las casas de juego, eran cubanos casi todos sus empleados.
Cuán metida estuvo la mafia en Tropicana, es un tema difícil de
precisar. Se dice que con Rodney salieron del Sans Souci las
celebridades y los grandes jugadores para seguirlo a Tropicana.
Entonces Santo Trafficante, concesionario del juego en el cabaré de la
carretera de Arroyo Arenas o propietario del establecimiento, dicen
los estudiosos del tema, necesitaba <<establecer una cabeza de playa en
Tropicana para demostrar que la mafia era garante de todo lo que
prosperaba en su territorio>>.
En un inicio, Trafficante se acercó a Fox sutilmente y con cautela.
Obsequió a Ofelia, la esposa de Fox, un abrigo de visón plateado, y a
partir de ahí se dio a la tarea de ganarse a la pareja. Cuando llamaba
a Fox por teléfono se identificaba como El Solitario, a fin de hacerle
pensar que actuaba solo, lo que no era cierto. Era una jugada
inteligente. Para un hombre como Fox, que se había hecho por sí mismo
y dirigía un negocio muy personalizado, venderle o asociarse con un
solo hombre resultaba más factible que entregarlo a un conglomerado
como la mafia. Trató también el mafioso de Tampa de ganarse a los
empleados de Fox con regalos espectaculares. A Felipe Dulzaides,
director de Los Armónicos, grupo musical que se presentaba de manera
habitual en Tropicana y que decía admirar, entregó un día un juego de
llaves. <<Esto es para ti y los chicos>>, dijo. Al salir del cabaré,
Dulzaides quedó sin palabras cuando vio el Cadillac Seville último
modelo, nuevo de paquete, que Trafficante, <<sin compromiso alguno>>
obsequió a los músicos. Uno de los hombres de confianza de Trafficante
era asiduo en Tropicana. Aunque podía verse como una irrupción en
terreno ajeno, su presencia no solo se justificaba sino que se
animaba. Norman Rothman, un elegante judío de mediana edad y dueño de
clubes nocturnos, era el <<amiguito>> de Olga Chaviano, despampanante y
seductora vedette cubana que figuraba en la nómina de Tropicana.
¿Hubo negocios entre Fox y Trafficante? De haberlos, ¿hasta dónde
llegaron? No se sabe. Dice un periodista norteamericano al respecto:
<<Fox entendía los dictados del hampa. Si convenía a sus intereses
aliarse con Trafficante y la mafia de La Habana, lo haría. Lo único
que hacía falta era convencerle>>.









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Ciro Bianchi Ross
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