lunes, 27 de enero de 2014
HABLAR DE RAUL CORREA
Hablar de Raúl Corrales
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
25 de Enero del 2014 20:20:36 CDT
Es de los grandes fotorreporteros cubanos, y su labor de años fue
reconocida con el Premio Nacional de Artes Plásticas, correspondiente
a 1996, que por primera vez distinguió a un fotógrafo. Antes, en 1988,
había merecido la Orden Félix Varela, la más alta condecoración del
Estado cubano en la esfera de la cultura, y el Instituto Superior del
Arte le otorgaría, en 2005, un Doctorado Honoris Causa.
La crítica resalta el tono poético de su fotografía, el poder de
síntesis, la capacidad para mostrar los detalles y su tratamiento
escultórico de la luz, sin que se pierda en sus imágenes el sentido
del mensaje directo, una manera de ver la vida y el tratamiento
enaltecedor del ser humano.
Una de sus fotos, El sueño, está considerada entre las cien mejores
imágenes de toda la historia de la fotografía. Pero más allá de fotos
aisladas, Raúl Corrales testimonió y documentó gráficamente los años
iniciales de la Revolución. No hay acontecimiento trascendental de ese
período que él no capturara en imágenes.
Así sucedió entre 1959 y 1964, cuando Corrales figuró en los equipos
fotográficos del periódico Revolución y la revista Cuba. En esa última
fecha, sin embargo, abandonó la fotografía de prensa. Cierto es que
otras tareas lo reclamaron, pero no deja de ser significativo su
alejamiento. Casual o no, coincide con el inicio de la decadencia de
la fotografía en la prensa cubana. Si hasta ese momento la fotografía
fue en Cuba la imagen misma de la Revolución y su vehículo más eficaz
de difusión, con fotos desplegadas a grandes espacios y
fotorreportajes de autor, comenzaba a replegarse ante las fotos de
«actividades», con su consabida trinidad de tribuna-orador-público,
mientras que la reducción de publicaciones y de páginas, la mala
calidad del papel y la escasez de materiales fotográficos hacían el
resto.
Antes, en la revista Carteles, su labor fotorreporteril había sido
también muy destacada. Junto con Oscar Pino Santos como redactor,
Corrales llegó a los lugares más inimaginables de la geografía cubana
para develar cómo vivían y morían los campesinos de las montañas y los
carboneros de las ciénagas, los cortadores de caña y los mineros… Eran
verdaderas denuncias aquellos reportajes, un llamado a la conciencia.
«Cuando se acabe la miseria en Cuba, dijo un día Korda a Corrales, te
vas a morir de hambre».
De puro milagro no había muerto de hambre Raúl Corrales hasta
entonces. Antes de su inicio en la fotografía se vio obligado a
acometer las ocupaciones más modestas. Fue vendedor de periódicos y de
frutas, limpiabotas y mozo de limpieza, valet de Jorge Negrete durante
las presentaciones del mexicano en Cuba… Pudo reunir lo suficiente
para adquirir una camarita de 127 milímetros. Tomaba con ella sus
imágenes, pero no todas las imprimía. Se contentaba con mirar los
negativos con un vidrio de aumento delante de una lamparita. Fue
entonces que consiguió empleo en la Cuba Sono Film y se hizo fotógrafo
profesional. Corría el año 1944.
Lejos están ya aquellos tiempos en que Raúl Corrales, armado de una
cámara Speed Graphic 4 x 5 y un maletín lleno de chasis y bombillos,
recorría La Habana en busca de la noticia. Lleno de ideas y proyectos,
nunca dejó de «inventar» fotos, aunque a veces no las tomara. Dejó a
su muerte un archivo de miles de negativos sin imprimir, varios libros
publicados y un prestigio bien consolidado dentro y fuera de Cuba.
Era muy dadivoso el general
Raúl Corrales nació en Ciego de Ávila, a unos 423 km al este de La
Habana, el 29 de enero de 1925, hace 88 años. Un día su madre decidió
venir para la capital, con todos sus hijos. El padre vendría después.
A los dos días de estar en la urbe, ya Corrales vendía periódicos. Un
revendedor de prensa, un «tonguero», como se le llamaba en la época,
le consiguió trabajo en El Carmelo, de Calzada y D, en el Vedado, el
mejor grill room de entonces. También allí vendería periódicos y
revistas y, por otra parte, conocería a alguna gente interesante.
El ex presidente Mario García Menocal llegaba a El Carmelo todas las
tardes, a las cuatro. Corrales se mantenía atento a su llegada y
corría a abrirle la puerta del automóvil, un vehículo negro,
imponente. Cuando le decía «Buenas tardes, mi general», Menocal le
tiraba una propina de diez centavos. Le llevaba a la mesa las revistas
norteamericanas que el ex mandatario gustaba leer, y Menocal entonces,
después de pagárselas, lo gratificaba con otros diez centavos. «Era
muy dadivoso el general», recordaba Corrales no sin ironía y no
olvidaba que le prestó un gran servicio la tarde en que advirtió su
ausencia y se interesó por él. Alguien le dijo que tras una discusión
con el dueño del establecimiento lo pusieron de patitas en la calle.
«Pues llámenlo otra vez, comentó Menocal, que el muchacho me agrada».
Corrieron a buscarlo y lo repusieron.
No haría hueso viejo en aquel restaurante. Un buen día salió de El
Carmelo para ayudar al padre en su expendio de frutas. Trabajaba el
turno de la madrugada. Terminaba en la escuela a las diez de la noche,
relevaba al padre y esperaba la llegada de su hermano a las seis de la
mañana. «Había muchos noctámbulos en La Habana de entonces; la noche
habanera era muy animada», evocaba.
Corrales vendió frutas hasta que le avisaron de un empleo como mozo de
limpieza en la Cuba Sono Film, una empresa del Partido Socialista
Popular que daba servicios de fotografía y películas en actos
políticos y sociales. Allí estaban Paco Altuna, José Tabío y dos
fotógrafos de apellido Viñas, que mucho influyeron en Corrales.
En una ocasión se presentó un pedido, Altuna, que era el fotógrafo de
guardia, no estaba, y Corrales se ofreció para «cubrirlo». Caminó
media Habana con una cámara enorme y un maletín lleno de placas,
chasis y bombillos. «Aquello me identificaba como fotógrafo a los ojos
de todos y yo me sentía el hombre más realizado de la tierra». Llegó a
su destino, tomó una sola foto, la que le pidieron, y volvió sobre sus
pasos. Ya en la empresa, el administrador le inquirió acerca de su
trabajo. «La foto está hecha», respondió Corrales. «Bueno, dijo el
hombre, esperemos por Fulano para que la revele». «Ya está revelada»,
repuso Corrales. Dijo el administrador entonces: «Que Zutano la
imprima». «Ya está impresa», comentó Corrales. Así se hizo fotógrafo.
En 1953, luego del ataque al cuartel Moncada, Batista ordenó la
clausura del periódico Hoy, donde Corrales había ido a trabajar como
fotógrafo tras su paso por la Cuba Sono Film. Entonces con Oscar Pino
Santos, uno de los redactores del periódico, formó pareja y
acometieron reportajes que propusieron a Bohemia, pero esa revista a
veces los aceptaba y a veces no, y no comían si los trabajos no
aparecían en sus páginas. La situación cambió cuando Miguel Ángel
Quevedo, director-propietario de Bohemia, compró por dos millones de
pesos la revista Carteles a Alfredo T. Quílez. El narrador Antonio
Ortega, nuevo director de Carteles, llevó a Pino Santos y a Corrales
como colaboradores fijos. Publicarían uno o dos reportajes a la semana
—uno de ellos, con seudónimo— y recibirían 30 pesos por cada uno.
Eran años en los que ya no se podía ejercer el periodismo en Cuba si
no se había cursado estudios en la Escuela Profesional Manuel Márquez
Sterling. Incluso los columnistas debían tener la titulación del
Colegio Nacional de Periodismo. El delegado del Colegio en Carteles,
el célebre cronista deportivo Elio Constantín, le dijo a Ortega que si
Pino Santos y Corrales no pasaban la Escuela Profesional no podrían
seguir ejerciendo la profesión. Ambos se fueron a la Márquez Sterling.
Por cierto, grande fue la sorpresa de Corrales en su primera clase. El
curso llevaba ya días de empezado. Para colmo, Corrales llegó tarde en
su primer día, entró al aula de periodismo gráfico y cuando se
disponía a ocupar su puesto, seguro de que nadie había advertido su
presencia, el profesor lo saludó desde el estrado. «Corrales, ¿qué
hace usted aquí?», inquirió. «Ahora soy su alumno», respondió el
aludido. «Pues siéntese enseguida que la clase de hoy tratará sobre
uno de sus reportajes».
Estaría en la fundación de la ya desaparecida revista Cuba, una de las
experiencias más interesantes del periodismo cubano de la
Revolución.
Fue invitado a incorporarse, como fotorreportero, a una comitiva del
Gobierno que, encabezada por Fidel Castro, visitaría la hacienda
Cortina, en la provincia de Pinar del Río. Era un predio de 1 800
caballerías —más de 24 000 hectáreas—, dedicado al fomento de la
ganadería vacuna y caballar, la siembra de tabaco y frutales, y la
extracción de resina de pino, y dotado de un aparato administrativo y
comercial que aseguraba el emporio. En aquellos días de la visita, la
hacienda había sido intervenida por el Instituto Nacional de la
Reforma Agraria (INRA). Fidel recorrió la propiedad, estuvo en la casa
de vivienda y otras instalaciones, admiró las colecciones de obras de
arte que atesoraba, y al final alguien, tal vez el mayordomo, sugirió
que el grupo se quedase a cenar. Se montó una mesa fastuosa. Fidel
tomó asiento y quedó pensativo. Dijo de pronto: «Vámonos». La jornada,
para el jefe de la Revolución y sus acompañantes, terminó en medio de
la noche, acomodados bajo los árboles y comiendo de los enlatados que
llevaban.
Raúl Corrales y el geógrafo Antonio Núñez Jiménez, que ocupaba
entonces una posición principal en el INRA, presentaron a la revista
Bohemia, dirigida todavía por Quevedo, el reportaje sobre la visita de
Fidel a la finca del ex senador José Manuel Cortina. Pasaron 15, 30
días y el reportaje no aparecía publicado. Llamó Fidel a sus autores y
les dijo: «Vamos a publicarlo, y como Bohemia no lo publica, lo
haremos en nuestra propia revista». Añadió: «Tienen quince días para
hacer una revista como esta», y entregó a Núñez Jiménez un ejemplar de
la revista Life. Ese fue el origen de la revista Cuba, que en sus
comienzos llevó el nombre de INRA.
De prisa por la vida
Con posterioridad, Corrales estuvo en el núcleo fundador de la
Academia de Ciencias hasta que pasó a trabajar en la Oficina de
Asuntos Históricos de la Presidencia de la República —hoy, del Consejo
de Estado—. Fotocopió allí, durante 25 años, los papeles que contenían
la historia reciente de Cuba, los documentos de las figuras más
importantes de la Revolución. «Se tuvo en mí una gran confianza y hoy
puedo decir con orgullo que acometí ese trabajo con entusiasmo y total
responsabilidad», dijo en una ocasión. Tomó fotos casi hasta el mismo
momento de su muerte. Falleció en La Habana, el 15 de abril de 2006.
Aparte de El sueño (1959) se cuentan entre las mejores fotos de Raúl
Corrales, las tituladas Las botas del mayoral (1955) y La caballería
(1959), la que capta a un grupo de jinetes cuando penetraba en un
latifundio norteamericano intervenido en virtud de la Ley de Reforma
Agraria. También las de la serie La banda del nuevo ritmo, captadas en
las trincheras durante la Crisis de los cohetes, de octubre 1962. Su
estética era bien simple. Me dijo un día: «Yo nunca tengo la esperanza
de lograr una buena imagen. Sé, y perdone la inmodestia, cuando voy a
lograr una buena imagen. Ella sale porque yo la veo y si la veo es
porque está ahí. La vi y apreté el obturador». Entonces, inquirí:
«¿Cuánto de búsqueda y cuánto de casualidad hay en una buena
fotografía?». Su respuesta fue casi un pistoletazo: «Yo no busco una
buena fotografía; yo veo una buena fotografía». Añadió: «Si volviera a
nacer, sería fotógrafo de nuevo. He andado siempre de prisa por la
vida y, así, elegí lo más rápido: captar imágenes».
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Ciro Bianchi Ross
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