domingo, 27 de mayo de 2012
NOTAS DE MI CARTERA
Notas de mi cartera
Ciro Bianchi Ross
26 de Mayo del 2012 21:42:22 CDT
En un comienzo los condenados a muerte en La Habana cumplían su
sanción en la horca. Esa máquina de matar estaba instalada en la plaza
de las Ursulinas, que se aboca sobre la calle de Egido. A la calle de
Bernaza se le llamaba el Camino de la horca porque conducía hasta el
lugar del patíbulo. En 1810, cuando aún no se había construido la
Cárcel de Tacón, la horca fue situada en la explanada de la Punta. En
1834, Fernando VII, el rey felón, abolió el uso de la horca en España
y en todos sus dominios. Sería sustituida por el garrote. Durante
decenas de años las ejecuciones fueron públicas. Luego el garrote se
ubicó en el interior del recinto carcelario. En esa explanada murieron
en garrote vil Narciso López, Eduardo Facciolo y Ramón Pintó, entre
otros. Domingo Goicuría también guardó prisión en el lugar, pero fue
ejecutado, también en garrote, en la loma del Príncipe, fortaleza
convertida en prisión política desde 1796, cuando la estrenó como tal
Antonio Nariño, precursor de la independencia de Colombia.
La Audiencia Pretorial radicó y celebró sus reuniones en el piso
principal de la Cárcel de Tacón desde la apertura de esa instalación
penitenciaria. Y permaneció en ese sitio, ya como Audiencia de La
Habana, hasta 1938.
En 1930, salvo la parte ocupada por la Audiencia, la Cárcel Nueva, que
en esa fecha era ya vieja, viejísima, quedó vacía. En el vetusto
edificio se instalaron entonces las oficinas del Ayuntamiento y de la
Alcaldía de La Habana, y allí estuvieron mientras se efectuaba la
restauración del palacio municipal —antiguo Palacio de los Capitales
Generales; hoy Museo de la Ciudad— dispuesta por el alcalde Miguel
Mariano Gómez.
Nueve años después el edificio de la Cárcel era desmantelado. Sobre el
terreno donde se asentó se construyó el Parque de los Mártires, en
recuerdo de cuantos sufrieron prisión o muerte en esa cárcel. No
fueron demolidas y, como reliquias históricas, forman parte del parque
dos celdas bartolinas en las que se encerraba a los presos más
contumaces o a aquellos a los que se quería castigar con mayor dureza.
Quedó en pie además la capilla donde numerosos héroes y mártires
pasaron las últimas horas de su vida.
Carnavales
El 24 de febrero de 1895 la inauguración del carnaval de La Habana
correspondiente a ese año coincidió con el inicio de la Guerra de
Independencia. Como el horno no estaba para pastelitos, el general
Emilio Calleja Isasi, gobernador de la Isla, ni lento ni perezoso,
dictó un bando que puso en vigor la ley de orden público de 1870 y se
acabó la fiesta.
No volvieron los carnavales habaneros hasta 1902, en vísperas de la
instauración de la República. Carlos de la Torre, a la sazón alcalde
de La Habana, dispuso que en los paseos carnavalescos «tanto los
jinetes como los carruajes, sin excepción alguna, irían al trote largo
o andadura del país». Fue en esas fiestas cuando por primera vez
desfiló un automóvil, propiedad de la familia Zaldo. No sería, sin
embargo, hasta 1908 cuando se eligió aquí por primera vez a la reina
del carnaval y sus seis damas. La elegida se llamaba Ramona García y
era una modesta operaria de la fábrica de cigarros El Siboney.
Para los festejos de 1914, el alcalde Fernando Freyre de Andrade
autorizó que las comparsas salieran de sus barrios respectivos y
dispuso asimismo que además de serpentinas y confetis, los paseantes
pudieran arrojar huevos rellenos de harina de castilla.
Trágico fue el resultado de la primera medida, pues no se sabe cómo
las comparsas de El Gavilán y El Alacrán, que desde tiempo atrás
mantenían una rivalidad irreductible, coincidieron en Belascoaín y San
Lázaro. Acometió una contra la otra y hubo muertos y heridos de parte
y parte. Ahí no acabó la cosa. Los de El Gavilán lograron apoderarse
del símbolo de la comparsa rival y advirtieron que lo enterrarían en
los terrenos del Torreón. Lo hicieron, en efecto, pero al día
siguiente los alacraneros, con su abanderado al frente, invadieron el
barrio de San Lázaro y lo desenterraron, operación que cobró nuevas
vidas.
A Freyre de Andrade no le quedó más alternativa que la de suspender
las salidas de las comparsas —no volverían a aparecer hasta 1937—,
pero a él mismo no le fue mejor en cuanto a los huevos rellenos de
harina, cuando en el paseo del tercer domingo se convocó al concurso
de Máscaras a pie.
Esa tarde, el alcalda concurrió al teatro Alhambra. Se representaba La
casita criolla, y en esta el actor Gustavo Robreño hacía una
representación perfecta del alcalde capitalino. Concluyó la puesta de
la pieza, salió Freyre de Andrade a la calle y los transeúntes,
creyendo que se trataba del actor que participaría en el concurso, la
emprendieron con él a huevazo limpio, es decir con aquellos huevos
rellenos de harina de castilla que el mismo alcalde había autorizado.
Durante el siglo XIX fueron famosos los bailes de máscaras que tenían
lugar en el teatro Tacón los domingos de carnaval; domingos que llevan
los nombres de Piñata, la Vieja, Sardina y Figurín. Fue precisamente
con uno de esos bailes que se inauguró el referido coliseo el 28 de
febrero de 1838, y no sería hasta el 3 de marzo siguiente cuandk se
dio inicio allí a las representaciones teatrales. A fines de esa
centuria y a comienzo del siglo XX fueron muy famosas las orquestas de
carnaval de Raymundo Valenzuela. Era tan solicitado el artista y tenía
tantos compromisos que se veía obligado a formar varias orquestas: la
primera de Valenzuela, la segunda, la tercera… Todas empezaban a tocar
a la hora programada y en determinado momento del baile aparecía
Raymundo en compañía de su hermano Pablo para poner un toque mágico a
la jornada.
A Raymundo Valenzuela y sus orquestas de carnaval dedicaría José
Lezama Lima su poema El coche musical.
A nivel de embajadas
Cuba y Estados Unidos establecieron relaciones diplomáticas a nivel de
embajadas en 1923, durante el mandato del doctor Alfredo Zayas y
Alfonso, cuarto presidente de la República de Cuba. El 5 de marzo de
ese año, Enoch Crowder presentó sus cartas credenciales como embajador
de Washington en La Habana; el primero, y en diciembre, Cosme de la
Torriente, coronel del Ejército Libertador y canciller durante el
Gobierno del general García Menocal, se acreditaba en Washington con
igual rango.
Hasta ese momento los vínculos entre ambos países se mantenían a nivel
de ministro plenipotenciario. Para esa fecha, Crowder llevaba más de
dos años en La Habana como enviado especial del presidente Harding.
Llegó el 6 de enero de 1921, a bordo del acorazado Minnesota, y allí
mantuvo sus oficinas hasta que el buque regresó a Estados Unidos. Se
instaló entonces en el hotel Sevilla y, colmo y pasmo de la
injerencia, fustigó a Zayas con 15 memorandos confidenciales sobre
asuntos que solo incumbían a los cubanos y que recorrían una escala
que iba desde el presupuesto y la honradez administrativa hasta los
impuestos y los contratos para las obras públicas. Se las arregló, no
se sabe cómo, para que Boaz W. Long, ministro plenipotenciario de
Estados Unidos en Cuba, fuera llamado a Washington y poco después se
anunciara allí su renuncia.
Para entonces Estados Unidos solo mantenía embajadas en dos países del
continente: Canadá y Perú.
Casas de socorro; médicos municipales
El primer hospital moderno y científico que tuvo La Habana fue Reina
Mercedes, llamado así en honor de la esposa del rey Alfonso XII,
muerta poco después de la boda. Cesada la soberanía española en Cuba,
el nombre de la instalación se redujo a Mercedes, a secas.
No fue la creación de este hospital, en 1886, fruto de la gestión
oficial. Tampoco lo fue su sostenimiento. Ello se debió a la
iniciativa, los desvelos y el buen manejo del médico cubano Emilio
Núñez de Villavicencio y a la contribución de un grupo de
benefactores, mientras que su administración estuvo a cargo de una
Junta de Patronos. También al empuje privado se debe la fundación de
excelentes quintas o casas de salud como Sanitaria de Belot, Garcini,
Santa Rosa, San Leopoldo, La Quinta del Rey…
Los médicos municipales hicieron su aparición en Cuba en agosto de
1871, y en octubre se creaba la primera Casa de Socorros, institución
para la atención primaria y sobre todo de urgencia. Llegaría a la
Revolución, que, con grandes transformaciones en sus propósitos y
desenvolvimiento, la convertiría en policlínico. El necrocomio se
inauguró el 19 de marzo de 1880.
Hoteles
Los primeros hoteles o albergues para forasteros —de alguna manera hay
que llamarlos— surgen en Cuba durante los primeros tiempos de la
colonización española. Los cabildos entregaban a los vecinos cierta
cantidad de tierra para que la cultivaran o la dedicaran a la cría de
ganado mayor o menor. El beneficiado quedaba obligado a iniciar la
crianza entre los seis y los 12 meses después de haber recibido la
encomienda y debía suministrar a la villa, para el consumo público, el
número de reses que el cabildo le asignara y hacerlo al precio fijado
por los regidores. Además en el centro de su propiedad y próximo a la
casa que utilizaría como vivienda se le obligaba a construir un local,
que debía surtir de agua y de leña, para el alojamiento gratuito del
viajero. A eso se le denominaba la casa del pasajero.
La cama y el sillón
Hacia 1830 no existían aún hoteles en La Habana, pero en 1828 se
reportaban 1 157 «cuartos interiores» para alquilar. El mobiliario de
esas habitaciones desconcertaba, de entrada, a los extranjeros que las
rentaban, pero terminaban agradeciendo, sobre todo, la cama.
Sobre las camas de la época afirma Robert Francis Jamesson, oficial de
la Marina británica, en sus Cartas habaneras (Letters from The Havana;
1820):
«La más comúnmente usada es una simple cruceta de madera en la que se
extiende un pedazo de lona. Sobre ella se coloca un par de sábanas
finas entre las cuales uno se acuesta, mientras una delicada armazón
sostiene una red que lo envuelve a uno protegiéndolo de los mosquitos.
Es lo que se llama catre. Hace falta un poco de hábito para
reconciliar los huesos con él, pero la frescura que ofrece induce a
uno a preferirlo al colchón».
Jamesson, que fue el primer representante de Inglaterra ante la
Comisión Mixta para la abolición de la trata negrera —de ahí el motivo
de su estancia en la Isla— describe el día tipo de un hombre con
recursos en La Habana de entonces.
¿Qué hace el habanero cuando no tiene nada que hacer? Sobre ello
también se pronuncia Jamesson en sus Cartas habaneras. Toma un baño,
se viste para el almuerzo, que casi siempre es sobre las tres de la
tarde, duerme la siesta…, dice.
Apunta de manera explícita: «Cuando no hay nada que hacer, puede
mecerse uno en un amplio sillón…».
En sus comentarios al libro de Jamesson, el erudito Juan Pérez de la
Riva precisa que esa es una de las referencias más antiguas al sillón
de balance que se hallan en la literatura. Balance que según creemos,
dice Pérez de la Riva, fue inventado por algún cubano de fines del
siglo XVIII.
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Ciro Bianchi Ross
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