domingo, 6 de mayo de 2012
CRIMEN Y CASTIGO
Crimen y castigo
Ciro Bianchi Ross
5 de Mayo del 2012 19:30:57 CDT
Un crimen horrendo tuvo lugar en el territorio del actual municipio
matancero de Colón, a 50 metros de la Carretera Central, en el camino
que sale de esa vía y busca, hacia el norte, el caserío de El
Resbalón. José, Ramón y Narciso, hijos del «Gallego» José Álvarez
Pérez —coronel de la Guerra de Independencia y rico ganadero de la
zona— fueron asesinados por miembros del Ejército en la madrugada del
26 de julio de 1932. Dieciséis meses después, el 25 de noviembre de
1933, derrocada ya la dictadura machadista, Santiago, el hermano
sobreviviente, y sus hombres, ultimaban a balazos, casi en el mismo
lugar de los hechos, a cinco de los oficiales implicados directamente
en el asesinato.
Se trata de un suceso singular y escalofriante, apenas abordado en los
libros de Historia y con escasas referencias en los archivos. Acusados
de cuatreros en su momento, lo que no es cierto, se ha puesto en duda,
por otra parte, la condición de luchadores antimachadistas de los
asesinados aquella madrugada; y la conducta durante la República y
luego su posición actuante contra la Revolución del hermano que escapó
a la muerte, contribuyeron en gran medida a empañar su memoria.
Por suerte, un joven investigador matancero, Eduardo Marrero Cruz,
volvió sobre el incidente en su libro Crimen y vendetta: el caso de
los hermanos Álvarez —Eds. Matanzas, 2010— y salvó imprecisiones,
superó visiones parciales, reconstruyó el suceso y rescató del olvido
a sus protagonistas. De ahí tomo la información. Así fueron los
hechos.
Estado de guerra
Al coronel José Álvarez Pérez la vida parecía sonreírle. Con la paga
que recibió tras el licenciamiento del Ejército Libertador y el fruto
de la venta de un establecimiento que logró recuperar tras el fin de
la guerra, adquirió la finca La Paloma, cerca de Los Arabos, sitio
perteneciente entonces al municipio de Colón. Compró otras fincas con
el tiempo y ya en 1930 era uno de los 26 propietarios con más de cien
caballerías en la provincia de Matanzas. Posesiones que se
revalorizaron con la construcción de la Carretera Central y con el
otorgamiento de la condición de municipio a Los Arabos. Nacido en
Lugo, el «Gallego» Álvarez inspiraba más miedo que respeto, asevera
Marrero Cruz.
Su esposa, la cubana Josefa Rodríguez Amador, murió en 1928 de manera
súbita al enterarse de que su hijo Santiago había sido detenido en La
Habana, en compañía de Gabriel Barceló, acusados ambos de conspiración
para la rebelión. El mes de agosto de 1931 marca el momento más alto
de la lucha de los partidos políticos burgueses contra la dictadura de
Machado. Se insurreccionan Menocal y Mendieta y son apresados en Río
Verde, Pinar del Río, sin disparar un tiro. Se alzan Justo Luis del
Pozo, en Las Villas; Celestino Baizán, en La Habana, y Pedro López
Dorticós, en Cienfuegos. Se mantienen en armas Blas Hernández y Justo
Cuza. Venden caras sus vidas Arturo del Pino, que se bate solo, en su
fábrica de Luyanó, con un enjambre de policías, y el general Francisco
Peraza, en la localidad pinareña de Hoyo de Majagual, mientras que en
Gibara se abren paso los 37 combatientes llegados en el barco Ilse
Vormauer. Siguiendo órdenes del general Menocal, también se alza en
Matanzas el «Gallego» Álvarez al frente de 25 hombres, entre los que
figuran sus cuatro hijos. Hay alzados asimismo en Cárdenas, Limonar y
Camarioca. El 11 de agosto, Machado declara el estado de guerra en la
nación.
Es en la finca La Paloma, donde tiene lugar el primer combate de las
huestes de Álvarez contra tropas del Gobierno. Es una escaramuza
rápida y violenta. Huyen los soldados, luego de dejar a su teniente
muerto en el campo de batalla. Buscan refuerzos y regresan a la finca.
Encuentran solo a la esposa de José, uno de los hijos del «Gallego», y
quieren fusilarla junto a sus hijos, el mayor de los cuales tiene ocho
años de edad. Se arrepienten de hacerlo, dice Marrero Cruz, por temor
a la reacción del «Gallego», pero en venganza dan candela a una de las
casas de vivienda.
La ciudad de Colón es ocupada literalmente por tropas del Gobierno.
Efectivos de la Guardia Rural de los puestos vecinos llegan a reforzar
el mando local. El 16 de agosto vuelven a enfrentarse la partida de
Álvarez y el Ejército. Hay muertos y heridos en la escaramuza, entre
ellos Santiago, pero el teniente Armando Vilches sale mal parado y
debe refugiarse, con los suyos, en Cascajal, desde donde pide
refuerzos al regimiento acantonado en Matanzas. Se piensa que el
«Gallego» tiene cientos de hombres bajo su mando, lo que no es cierto.
Hay robos y atracos. En Los Arabos operan cuadrillas de delincuentes
como la de los Vázquez y la conocida como La Mano Negra; siembran el
miedo en la provincia matancera. El coronel Méndez Peñate, dirigente
de la Unión Nacionalista, se escabulle de Matanzas, pero lo apresan en
Las Villas. Otros dirigentes oposicionistas son también capturados o
muertos. Machado actúa con astucia: penetra en la conspiración y la
desarticula; reprime con dureza al combatiente de a pie, pero tiene
guantes de seda para los jefes, a los que detiene para amnistiarlos
después.
Los Álvarez se acogen a la amnistía que decreta el Gobierno. Pero
conspiran. Proyectan un nuevo levantamiento. Piden armas, caballos y
otros pertrechos a los propietarios de la zona donde residen. Afirma
Marrero Cruz en Crimen y vendetta: «Es muy difícil discernir, en la
prensa o documentos de la época, los actos de rebeldía de los de
bandolerismo, porque el Gobierno enmascaraba los primeros con los
segundos para dar una imagen de estabilidad política».
¡Fuego!
Tras la amnistía, el «Gallego», por problemas de salud, se instala en
Colón y es trasladado a La Habana cuando una parálisis general lo
obliga a guardar cama hasta su muerte. Sus hijos permanecen en las
fincas a fin de evitar riesgos y provocaciones. No dura mucho la
tranquilidad, pues pronto se sabe que elementos del Ejército, vestidos
de paisano, exigen por los campos dinero y monturas en nombre de los
Álvarez. Dos de ellos, Narciso y Ramón, conversan sobre esto con el
teniente coronel Abelardo Herrera y se quejan además de los sucesivos
robos de ganado de que son víctimas. Es entonces que el alcalde de Los
Arabos y el jefe de Policía de esa localidad acusan a José, Narciso y
Ramón de abigeo y de hacer exigencias de dinero a los vecinos. Se
sabe, dice Marrero Cruz, que en 1931 los Álvarez requisaron caballos,
monturas y armas de fuego en nombre de la Revolución. Aunque hay
fuentes que aseguran que los devolvieron pasado el alzamiento, «es muy
probable que partiendo de ese antecedente se les haya preparado la
celada, a pesar de haber transcurrido casi un año del suceso».
El 18 de julio de 1932 los tres hermanos son detenidos en su finca de
Muela Quieta, pero enseguida quedan en libertad por falta de pruebas.
Tres días después vuelven a ser apresados José y Narciso. Los internan
en el cuartel de la Guardia Rural, de Colón. Ramón llega para
interceder por sus hermanos y lo detienen también. El «Gallego»
Álvarez, temiendo por la vida de sus hijos, consigue su traslado para
el castillo de San Severino. Es el 23 de julio.
Ya el 25, el primer teniente Casimiro Lavastida, de San Severino,
recibe del teniente coronel Herrera la orden de entregar los
prisioneros al segundo teniente Ladislao Valido, del Escuadrón 26 de
la Rural, de Colón, a fin de que sean juzgados. Valido se presenta en
la vieja fortaleza a las 12 de la noche. Lavastida, cumpliendo órdenes
de Herrera y del capitán Sacramento del Castillo, le entrega los
prisioneros y exige que se le firme una constancia, lo que no se hace.
Al día siguiente, al enterarse de la muerte de los hermanos, solicita
a sus superiores que le envíen por escrito la autorización de entregar
a los prisioneros, que recibió de manera verbal. Se la niegan y lo
increpan por haber pedido a Valido un recibo de la entrega. Le ordenan
entonces que asiente en el libro de incidencias que los Álvarez habían
salido de la instalación militar por haber quedado en libertad.
Lavastida no obedece. Escribe que los había entregado por
disposiciones superiores.
Las cosas sucedieron así. A las ocho de la noche del día 25, Vilches
pide, desde Colón, que un militar se dirija a la ciudad de Matanzas y
se encuentre con Valido en el castillo de Peñas Altas. Allí, a las 11,
un automóvil los recogerá para ir en busca de los detenidos. Mientras
tanto, Vilches reúne en el cuartel de Colón al jefe del puesto de
Calimete, a un sargento de la localidad de San José de los Ramos y a
varios soldados y clases de Los Arabos. Les dice que se abocan a un
momento difícil; se impone cumplir una misión encomendada por el
teniente coronel Herrera y emanada a su vez del Estado Mayor. A las
diez de la noche parten hacia el demolido ingenio Agüica. Por el
camino, Vilches pide a uno de sus hombres que, sin dejarse ver,
intimide a los campesinos para exigirles bestias y monturas.
Sobre las dos de la mañana llegan los Álvarez al crucero que hace la
Carretera Central con el camino que, hacia el sur, va a Jacán y
Palmillas, y hacia el norte a El Resbalón. Por esta última vía, a 50
metros de la Central, los esperaba la soldadesca juntada por Vilches.
En una carta que, tras la caída de la dictadura de Machado, dirigió el
«Gallego» Álvarez al Embajador norteamericano en La Habana, dice que
allí Vilches increpó a Ramón, que era el menor de los hermanos. Quería
saber dónde ocultaba las armas de fuego. Nada respondió Ramón y el
teniente pidió a un sargento que montara su revólver y disparara si
nuevamente Ramón se negaba a responder. Ramón se mantuvo en sus trece.
Disparó el sargento y el tiro le rozó la cabeza. Luego lo acribilló a
balazos. Un cabo también disparó. Morían igualmente, sin poder
defenderse, los otros dos hermanos.
Después de despojarlos de sus pertenencias, el teniente Vilches ordenó
que quitaran las esposas a los cadáveres y que pusieran cerca de ellos
las armas con las se quiso aparentar lo que no era. Ordenó además que
soltaran a los caballos que les exigieron a los campesinos.
Se descontaron 50 tiros de los inventarios del cuartel de Colón. El
teniente Valido no permitió que se practicara a autopsia a fin de
evitar que se supiera la cantidad enorme de disparos que impactaron la
anatomía de los Álvarez.
Dieciseis meses después, el 25 de noviembre de 1933, con el pretexto
de que serían presentados ante el Tribunal de Sanciones de Santa
Clara, cinco de los oficiales implicados en el asesinato de los
hermanos Álvarez fueron sacados del castillo de San Severino. En una
curva de la Central los esperaban hombres de Pro Ley y Justicia, grupo
de acción mandado por Santiago, el hermano sobreviviente. Sabían que
los escoltaban soldados que se dejarían desarmar. La idea inicial era
la de hacer bajar a los detenidos del coche jaula y hacerlos caminar
hacia el monte, pero sobre la marcha Santiago cambió de opinión y se
movió más al este porque no quiso que la sangre de los asesinos se
mezclara con la de sus hermanos. Llegado el momento, solloza el
teniente Vilches. El teniente coronel Herrera repite que solo cumplió
órdenes, y echa en cara a Sacramento del Castillo su interés por
apropiarse de las tierras del «Gallego». El teniente Valido emprende,
con el teniente Nardo, una desesperada e inútil carrera en la
oscuridad.
¡Fuego! —grita Santiago Álvarez.
--
Ciro Bianchi Ross
ciro@jrebelde.cip.cu
http://wwwcirobianchi.blogia.com/
http://cbianchiross.blogia.com/
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario