domingo, 13 de mayo de 2012
LA FARANDULA SIGUE
La farándula sigue
Ciro Bianchi Ross
12 de Mayo del 2012 21:46:40 CDT
No pocos lectores me interceptan en estos días en la calle. Quieren
que abunde en esos agujeros negros que se advierten en la crónica
habanera y a los que aludí en la página dedicada al teatro Shanghai,
el pasado 29 de abril, y al que, más que como un teatro pornográfico
—aunque proyectaban allí películas de ese corte— definí como un
coliseo de malas palabras y gordas coristas desnudas. Insisten en que
escriba sobre clubes y cabarés, restaurantes y hoteles de los años 50.
Dos queridos amigos, el francés Michel Martin, y José Manuel del Río,
de España, como imaginándome en aprietos, acudieron, sin que yo se los
pidiera, en mi ayuda. Y, cada uno por su vía, me hicieron llegar
valiosos materiales. Entre estos una guía de La Habana con el
sugestivo título de Para después de la oscuridad, correspondiente a
1956, y otra editada nada menos que por la Marina de Guerra
norteamericana, en 1954, para facilitar la estancia en Cuba de sus
alistados. Además de artículos publicados entonces sobre el teatro
Shanghai y el cabaré Sans Souci y una especie de diccionario
biográfico de las vedettes cubanas de la época.
Como 50 años no pasan en vano hay en esos documentos referencias a
lugares que ya no son o acerca de los que este escribidor guarda un
vago recuerdo. Y de otros, como algunos monumentos que perdieron
preeminencia y significación. Las estatuas de Fernando VII —entonces
en el centro de la Plaza de Armas— y del presidente Alfredo Zayas —en
el espacio que ocupa el Memorial Granma— están entre los monumentos
que se recomendaba visitar, y entre las instalaciones de «Deporte y
Recreo» no faltaban la Valla Habana, para las lidias de gallos, y los
frontones de jai alai.
La lectura de la relación de los hoteles de la época resulta patética;
y no menos ocurre con la de los bares y restaurantes, de los que se
insertan muy pocos en estas guías en comparación con la cantidad de
estos que había entonces en nuestra capital.
Algunos de esos establecimientos —Nacional, Sevilla y Presidente—
siguen siendo orgullo de la hotelería cubana, mientras que otros
—Florida, Ambos Mundos y Saratoga— viven hoy un esplendor que no
conocieron antes. A muchos de los hoteles relacionados en estas guías
se los tragó el tiempo. Dejaron de ser lo que eran, como el Royal Palm
—San Rafael e Industria— o el Lafayette, en O’Reilly 264. Y de otros
ni siquiera quedan los edificios donde se asentaron. Tales son los
casos del San Carlos —Egido 507—, San Luis —Belascoaín 73— y Gran
Hotel —Teniente Rey 557—. El área que ocupó el hotel Pasaje, en Prado
115, corresponde ahora a la sala Kid Chocolate. Dos buenos hoteles se
consignan en estas guías en la calle Industria: Gran América y Regina.
¡Asombro! Para los redactores de la guía de La Habana confeccionada
por la Armada de Estados Unidos, son hoteles de playa Areces, Briaritz
y Regis, situados todos en el Paseo del Prado, quizá porque desde
estos se veía el mar, así como el hotel de apartamentos de 19 y 8, en
el Vedado, y, entre otros, el Trotcha, en Calzada y 2, en la misma
barriada, lo que confirma que esa instalación fundada en los años 80
del siglo XIX, mantuvo sus funciones hoteleras durante más tiempo del
que se suponía. Ya habrá advertido el lector que la publicación de los
documentos remitidos por mis serviciales amigos Michel y José Manuel
es anterior a la apertura de hoteles como Habana Libre, Riviera,
Capri…
Mes amis, Johny Dream
Se abunda en detalles sobre la taberna San Román —San Pedro y Oficio—
solo para decir al final que está fuera del circuito turístico. Pasa
revista a otros restaurantes de cocina española, como La Tasca —Cárcel
y Prado— y El Colmao, en la calle Aramburu 366. Cataloga al
bar-restaurante Floridita —Obispo y Monserrate— como «la cuna del
daiquirí», destaca la presencia del narrador Ernest Hemingway en el
lugar y habla de su daiquirí especial y le celebra su buena cocina, al
igual que lo hace con el Monseñor —21 y O—, para decir enseguida que
cuenta con uno de los mejores bares de La Habana. Del Sloppy Joe dice
que es la meca de los visitantes extranjeros —entiéndase,
norteamericanos— y recalca que no son habituales en esa casa, famosa
también por sus sándwiches, los cubanos ni los norteamericanos
asentados de manera permanente en la ciudad.
También para norteamericanos residentes que quieren huir de los puntos
más abiertos al turismo, se recomienda el club Mes Amis, en Séptima y
42, Miramar. Lo contrario del Southland, en San Rafael y Prado, muy
propio para visitantes. El Johny Dream, a la orilla del Almendares, es
recomendado especialmente por la privacidad que garantiza a las
parejas. No queda fuera de las sugerencias, como bar y restaurante, el
club Pan American, en la calle Bernaza 1. Este fue el primer
establecimiento de su tipo en La Habana que contó con la maravilla del
aire acondicionado, y estuvo a punto, en su momento, de arrebatarle la
clientela al Floridita. La guía exalta su excelente coctelería y sus
platos a base de carnes blancas y rojas. Frascati —Prado 357— se
especializaba en cocina italiana.
El Shanghai se halla entre los teatros que se promocionan en Para
después de la oscuridad, no en la de la Marina de Guerra. Señala que
no se trata de un teatro chino aunque esté radicado en el Barrio Chino
habanero. Las obras que allí suben a escena, se dice, son difíciles de
entender para quien no domine el español, pero los bailes que se
presentan entre un acto y otro y las películas pornográficas que se
exhiben son fáciles en cualquier idioma. Añade —¡vaya promoción!— que
se trata de una sala «estrecha y mal ventilada», pero que no puede
pedirse más por lo que se paga en la taquilla. Precisa: «Este teatro
es probablemente uno de los pocos lugares en el mundo que muestra
abiertamente películas pornográficas».
Hay que decir que eso no es del todo cierto. Ese era el fuerte de la
programación del cine Pacífico, en la calle Zanja, entre otras salas
cinematográficas. En la misma guía se alude al club Colonial —Oficios
164, frente al convento de San Francisco— con sus programas «a menudo
subiditos de tono para complacer al turismo», llevados a la pista
generalmente por travestis, según refiere Leonardo Acosta en el tomo I
de su Descarga cubana. Y el Paleta Club —Carretera Central, sin más
precisiones en el documento— con habitaciones para «funciones»
privadas y películas para despedidas de soltero; una programación que,
se lee en Para después de la oscuridad, mantiene al establecimiento en
la mira de las autoridades, que casi siempre se la dejan pasar, pero
que en ocasiones lo clausuran.
Caluroso, incómodo, maloliente
La policía mira para otro lado mientras José Orozco García, empresario
del Shanghai ofrece el espectáculo de seis muchachas completamente
desnudas y exhibe películas «de relajo», dice el periodista Richard
Skylar en un artículo de 1957 sobre ese teatro. Si preguntas a un
funcionario cubano, se encogerá de hombros. Te dirá que el Shanghai no
existe porque no se anuncia. Los cubanos habituales se pasan de boca a
boca informes sobre la programación y a los estadounidenses de paso
por la Isla les basta para llegar al coliseo una corta caminata desde
el centro comercial de la ciudad. Los que saben cómo es la cosa llegan
temprano para alcanzar buenos asientos. El lleno de la platea es total
y ni siquiera ofreciendo diez pesos a los revendedores, que es lo que
se les paga en el teatro América en noches de gran gala, se consigue
un buen asiento, y debe el espectador conformarse con una butaca del
centro en la quinta o sexta fila.
Cuando apenas hay aire en la sala y el calor se hace insoportable, se
alza el telón. El profesionalismo que les falta, lo suplen los actores
con la pasión con que asumen la apuesta. Poco entienden los
espectadores extranjeros de lo que se dice, pero caricias y gestos no
necesitan de traductores. Concluye el primer acto y baja el telón.
Seis muchachas aparecen en el escenario. No interpretan precisamente
una coreografía. Actúan en solitario, sin coordinación alguna, pero la
ropa va desapareciendo y las muchachas giran, saltan, corren; parecen
querer lanzarse hacia el lunetario. Es lo mismo que el público ha
visto durante años, sin variación alguna. Cae otra vez el telón y, sin
que el espectador se reponga, vuelve a levantarse la cortina. Es el
segundo acto de la obra que abrió la noche. Ya nadie recuerda qué pasó
antes, pero no importa. Vuelven las malas palabras, las insinuaciones,
el acto sexual que se simula y que nunca se escenifica. La pieza de
resistencia, por llamarle de alguna manera, está aún por venir. Es la
película pornográfica.
Hay dos funciones todas las noches y matinés los domingos en ese
teatro caluroso, maloliente e incómodo de 750 capacidades. Siempre las
funciones se estructuran de la misma manera: la obra de teatro, la
revista musical y la película.
Hay en estas páginas un vistazo amplio a los cabarés habaneros de los
50. Del Panchín y el Pensilvania, clubes de segunda categoría en la
Playa de Marianao, frente al Coney Island, se dice que profesores de
baile norteamericanos los visitan para enterarse de cómo se bailaban
de verdad los ritmos cubanos.
Bajo el rubro de «Los magníficos», se pasa balance en Para después de
la oscuridad, a establecimientos como Tropicana y Parisién, en el
hotel Nacional, el más nuevo de los clubes nocturnos de La Habana de
entonces, inaugurado en enero de 1956. También al Sans Souci, en la
carretera de Arroyo Arenas, y al Montmartre, en 23 y P, la única sala
de fiestas importante que era entonces completamente bajo techo.
Del Montmartre dice también que es cara y la favorita de los cubanos;
contaba con un casino de juego que abría todos los días desde las
cuatro de la tarde. Hay casinos asimismo en Tropicana y en el
Parisién. Sans Souci, además del casino, con ruleta, dados y otros
juegos de azar, incluía un bingo con premios de hasta 1 500 pesos.
Sans Souci nació después de finalizada la I Guerra Mundial en una
villa de estilo español. Hacia 1956 fue objeto de una gran inversión
que permitió renovarlo totalmente. En diciembre de ese año presentó en
su pista a la gran cantante francesa Edith Piaf, «el Gorrión de
París», y por esa misma época ofreció 350 000 dólares al boxeador
Rocky Marciano, campeón mundial de los pesos pesados, para que se
enfrentara al Niño Valdés, su retador cubano, encuentro que Marciano,
que se retiraría invicto para morir poco después en un accidente de
aviación, no aceptó. Por cierto, el campeón era fanático de las
comidas del Frascati durante sus estancias en La Habana.
Fue en el Sans Souci que empezó en Cuba un juego de azar conocido como
Razzle Dazzle, que se jugaba con ocho dados y un tablero y que ofrecía
al jugador una posibilidad de triunfo de uno entre mil, aunque los
croupiers se empeñaban en hacer creer a los ingenuos exactamente lo
contrario. La gente perdía el dinero por miles y luego venía el llanto
y el crujir de dientes. Una figura de la política norteamericana
perdió en ese juego varios miles de dólares en una sola sentada en el
Sans Souci. Bicho que era el sujeto, pagó con un cheque sin fondos.
Hubo un gran escándalo cuando se descubrió la triquiñuela. No por el
juego, sino por el cheque. Sobre esto hablaremos en otro momento.
Anticipemos solamente que el Gobierno cubano suspendió el Razzle
Dazzle en el Sans Souci y en todos los casinos de la Isla y expulsó a
11 de sus jugadores.
--
Ciro Bianchi Ross
ciro@jrebelde.cip.cu
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