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© 2018
CONSIDERACIONES
OPORTUNAS ACERCA DEL MATRIMONIO
Dirijo estas breves
palabras a Ustedes, queridos hermanos sacerdotes, diáconos, religiosas,
religiosos y fieles de nuestra Arquidiócesis de Santiago de Cuba. También a
todas las personas que se han acercado a nosotros y a los interesados en
conocer el pensamiento de la Iglesia sobre el matrimonio.
En Cuba estamos inmersos
en el proceso de redactar una nueva Constitución de la República. Se han
cumplido varias de las etapas previstas: un grupo de trabajo redactó un
Proyecto que fue presentado, discutido y aprobado por la Asamblea Nacional.
Actualmente estamos en la etapa de consultar a la población lo propuesto para,
a partir de las opiniones expresadas, modificar el texto que deberá ser
aprobado por la Asamblea Nacional en diciembre próximo y que posteriormente,
será sometido de nuevo a consulta popular en un referendo, para que sea
aprobado o rechazado por ésta.
La constitución es la ley
fundamental de un Estado que fija la organización política del mismo y los
derechos, deberes y garantías de los ciudadanos. De ahí que refleje “los
principios y valores esenciales y mínimos, lo que implica no abarcar y expresar
en detalle todos los ámbitos de la vida política, económica y social”1. Se
reforma una constitución cuando es necesario hacerle cambios sustanciales a la
anterior. En la nueva redacción propuesta hay modificaciones en varios
aspectos, entre otros: El económico, la definición de ciudadanía, organización
política del Estado, derechos, deberes y garantías de los ciudadanos.
Es precisamente en éste
último punto donde se introduce un cambio sustancial en la definición del
matrimonio. Por lo novedoso e inesperado, y el alcance posterior que puede
tener este tema es por lo que comparto estas ideas con Ustedes. En vez quedar
definido como en la Constitución actual: “la unión voluntaria de un hombre y
una mujer”, expresión que recoge el sentir y la sabiduría del pueblo, se
introduce una nueva definición: “la unión voluntariamente concertada entre dos
personas con aptitud legal para ello”. Este cambio es el que preocupa a muchos,
pues como la Constitución es una norma que establece “Valores y principios
mínimos”, posteriormente se podrían hacer leyes complementarias que por Ej.
Legalicen el matrimonio entre dos personas del mismo sexo, se les permita
adoptar niños o niñas privándoles a éstos desde el nacimiento de tener un padre
o una madre, o se modifique el contenido educativo en la escuela, medios de
comunicación, ámbitos culturales, para adaptarlos a esa nueva propuesta.
Los otros contenidos del
texto constitucional propuesto ya han sido iluminados de una manera u otra en
otros documentos de la Iglesia2 y cada persona debe usar, en conciencia y
responsabilidad, su capacidad de juicio y el derecho de opinar para aprobar o
rechazar lo propuesto buscando siempre lo que sería mejor para el futuro de
nuestro pueblo.
¿Qué pensamos los
cristianos sobre el matrimonio?
Hemos oído, expresado de
manera superficial y parcializada, que el rechazo a definir como matrimonio la
unión entre dos personas del mismo sexo proviene casi solamente de los
cristianos, es decir, de los que creemos en Dios y manifestamos que Jesucristo
es el Camino, la Verdad y la Vida. Esta expresión es simplista y falsa, pues
entre los que rechazan este tipo de unión hay hombres y mujeres, creyentes y no
creyentes, cristianos y no cristianos, científicos y personas con menos
preparación, del campo y de la ciudad, civiles y militares, adultos y jóvenes.
Es un abanico en el que está representado todo nuestro pueblo y es natural que
sea así, pues esta postura está avalada por la experiencia, la historia y las
ciencias que estudian al ser humano y su comportamiento.
La institución del
matrimonio es tan antigua como la humanidad, está en el mismo origen del hombre
y de las primitivas formas de organización social. En el trascurso de la
prehistoria e historia de la humanidad y en las diferentes culturas ha habido
diversas formas de concebir y realizar la unión matrimonial pero, en todas,
están presentes y relacionados entre sí los dos sexos, hombre y mujer. Esto es debido
a que la naturaleza del matrimonio es la convivencia y ayuda mutua entre los
cónyuges y la procreación y educación en común de los hijos. Así ha sido
concebido y vivido el matrimonio en todas las culturas y pueblos.
Los seres humanos somos
seres sexuados, hombre o mujer, cada sexo con sus particularidades y
diferencias genéticas, físicas, biológicas y psicológicas, de tal manera que se
complementan. Esta complementariedad se expresa de manera única y singular en
el matrimonio. Ignorar lo que por naturaleza nos ha sido dado o ir en contra de
las leyes y procesos inscritos, incluso genéticamente, en nuestro ser trae
siempre consecuencias lamentables ya sea de inmediato o con el correr de los
años. El ser humano no es solamente razón, sentimientos, deseos, libertad sin
límites, capacidad de ilusionarse; es también materia, biología, genética, con
la que tenemos que contar y que nos condiciona. No se puede tratar de
simplificar este problema ni querer ridiculizar, como se ha hecho, a los que
pensamos de esta manera.
Los datos que aportan la
experiencia y las ciencias son patrimonio de creyentes y no creyentes. Los
cristianos añadimos que creemos que en Dios está el origen de todas las cosas y
del género humano y que Él nos creó sexuados. Esto lo expresamos de la
siguiente manera: “varón y hembra los creó” (Gen 1, 27), ninguno de los dos es
superior al otro, los dos son iguales en dignidad y derechos y están llamados a
unirse de tal manera que ya no sean dos sino “una sola carne”. (Gen. 2,24)
Hay otras muchas razones
que nos llevan a rechazar la definición del matrimonio como “la unión de dos
personas”. Como hemos dicho anteriormente entre ellas están las posibles
consecuencias que esto traería consigo y que ya se hacen presentes, aunque no
se hable de ello, en los pocos países que han adoptado una definición de esta
naturaleza:
La posibilidad de
aprobarse en el futuro leyes que admitan el matrimonio entre dos personas del
mismo sexo, tal como ya lo han expresado algunos de los que promueven esta
nueva definición.
La posterior autorización
a la adopción de niños y niñas, ya que de por sí una unión de esa naturaleza no
puede ser fecunda.
Esto traería la
consecuencia injusta de privar a estos niños, desde el mismo día de su
nacimiento, de tener un padre o una madre; los niños no sólo necesitan que se
les quiera sino que necesitan también a un papá y una mamá. Si actualmente
constatamos que la ausencia del padre o de la madre en el hogar puede crear
situaciones de inestabilidad en los hijos, esto se ampliará mucho más con el
matrimonio entre dos personas del mismo sexo.
Preocupa a los padres
también que se modifique el contenido educativo en la escuela, ámbitos
culturales y medios de comunicación para adaptarlo a esa nueva propuesta.
¿Nos damos cuenta del
innecesario cambio cultural que esto generaría?
Una de las razones que se
alega para este cambio es que hay que hacer justicia a las personas que
conviven y comparten sus bienes y no son un matrimonio. Si el dilema es no
dejar desvalidas a estas personas, se deben buscar los medios legales que
protejan a quienes se encuentren en esos casos, pero esto no debe tomarse como
argumento para cambiar la definición de una institución de orden natural como
es el matrimonio que ha resguardado la continuidad de la humanidad, a lo largo
de los siglos.
¿Qué ventaja tendría en
estos momentos proponer un cambio de esta magnitud que genera cuando menos
reserva y cuando más rechazo firme? Es falso alegar que es propio de una
revolución hacer cambios como este, romper con las tradiciones. La manera de
celebrar un matrimonio si puede ser considerada una tradición, pero no el
matrimonio en sí. En el caso del matrimonio no se puede aplicar este concepto
ya que la unión matrimonial siempre ha sido entre personas de ambos sexos,
hombre y mujer. Esto no es una tradición, sino que es un hecho inherente a la
naturaleza humana.
Nos podríamos preguntar
¿De dónde surgen y nos llegan estas ideas tan ajenas a nuestra cultura? De
países en los que existen grupos poderosos con gran capacidad económica y de
influencias. Se valen del creciente proceso de globalización y tratan de
influir para crear una cultura uniforme que acepte y adopte sus criterios
descalificando a los de los otros. Es lo que entre nosotros a veces se ha
llamado el “imperialismo cultural”. Han penetrado los organismos
internacionales, de tal manera, que muchos de éstos y gobiernos de países ricos
influyen en países menos desarrollados necesitados de ayudas económicas,
financiando en ellos a grupos afines a sus ideas y presionando a los gobiernos
de los mismos hasta el punto de condicionar, en muchas ocasiones, la ayuda
económica, para que apliquen políticas como estas. Es un nuevo colonialismo
ideológico.
Nos sentimos agradecidos
de que el tema de la familia esté generando tantos intercambios, inquietudes y
preocupación, es muestra de compromiso cívico. Esto nos obliga también a tomar
conciencia de nuestra responsabilidad en su cuidado, crecimiento y estabilidad.
Deseando la bendición de
Dios para Ustedes, sus familias y para todo nuestro pueblo.
+ Mons. Dionisio García
Ibáñez
Arzobispo de Santiago de Cuba
Arzobispo de Santiago de Cuba
Santiago de Cuba, 29 de
agosto de 2018
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