Aguiar, la calle del dinero
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
21 de Mayo del 2016 21:51:24 CDT
Aguiar, esa calle habanera que comienza en la Avenida de las Misiones
y se interna a lo largo de unas 15 cuadras en la ciudad vieja para
morir en Sol, junto a los muros del convento de Santa Clara, debe su
nombre a Luis José Aguiar, uno de los regidores del Ayuntamiento de La
Habana, que se destacó de manera extraordinaria en la defensa de la
ciudad ante la agresión inglesa de 1762. Uno de los restaurantes más
emblemáticos de la urbe, en el Hotel Nacional, lleva también su
nombre, El Comedor de Aguiar.
Esta calle —que cuenta con una magnífica sala de conciertos en el
antiguo Oratorio de San Felipe Neri, en la esquina con Obrapía, y
donde pronto tendrán su sede el Tribunal Supremo, en el número 367,
antigua sede de The Royal Bank of Canada, y el Instituto de Historia
de Cuba, en el tramo de la vía que corre entre Obispo y O’Reilly,
acera de los nones— fue, en opinión del escribidor, hasta 1958 e
incluso un poco después, la calle del dinero.
Allí tenían casas matrices o sucursales nueve bancos y un elevado
número de compañías, agencias de seguro y numerosas asociaciones
comerciales como la Cámara de Comercio Británica, la Asociación de
Bancos de Cuba y la Cámara Nacional de Comerciantes e Industriales.
Como si eso fuese poco, sobre la calle Aguiar abrían sus puertas los
bufetes de más de 105 abogados, entre ellos algunos pejes gordos del
régimen batistiano como Rafael Guas Inclán, vicepresidente de la
República, en el número 574 de la calle; Jorge García Montes, primer
ministro, en el 310. Gastón Godoy, presidente de la Cámara de
Representantes, en el número 360, y en el 305, Marino López Blanco,
ministro de Hacienda. Y también algunos abogados opuestos a la
dictadura, desde las filas de la Ortodoxia, como Francisco Carone y
Ernesto Dihigo, ambos con oficinas en el edificio marcado con el
número 556.
No faltaban, desde luego, las casas de vivienda y los locales que
daban cabida a establecimientos comerciales, como los Almacenes de
Sedería y Quincallería, en el 560, la sastrería y camisería de Ramón
Gómez, en el número 408, y la tienda de ropa hecha para caballeros de
José Wladawsky, en el 609. En el 402 se hallaba el Club de Sport y
Fomento del Turismo de La Habana, y, en la esquina de O’Reilly, el bar
del hotel Lafayette donde, se dice, se impuso el «cubanito», el
sabroso coctel que se elabora con ron blanco, zumo de tomate, salsa
inglesa y pimienta, y que se puntea con sal. El propietario principal
de la fábrica de sombreros de Barquín y Compañía, número 602, era
miembro de la Cámara de Comercio de la República.
En Aguiar 569 se confeccionaban las sábanas Palacio. Un eslogan
comercial viene desde el fondo de los tiempos. Acaso lo recuerden los
mayores de 70 años. Dice: «Sábanas Palacio. Suaves como la seda y
fuertes como el lino. Garantizadas por 360 lavadas».
Desconoce el escribidor si alguien se animó a contarlas alguna vez.
El distrito bancario
Escribe José María de la Torre en su libro Lo que fuimos y lo que
somos; La Habana antigua y moderna, publicado en esta ciudad en 1857,
que don Luis José Aguiar, que terminó dando nombre a esta calle, vivía
en la esquina de Tejadillo. Añade que al tramo de Aguiar entre
Teniente Rey y Muralla se le llamó Carnicería por hallarse allí
—segunda casa a la derecha según se entraba por Teniente Rey— la
carnicería real, mientras que a la esquina de Amargura se le llamó De
los Terceros por la capilla de la Tercera Orden de San Agustín, y la
de O’Reilly fue la del Anticristo. A Aguiar se da el nombre de Contias
en algunas escrituras, pero dice De la Torre que desconoce los
motivos.
El llamado Distrito Bancario habanero, nuestro pequeño Wall Street, se
enmarcaba entre O’Reilly y Amargura, y Mercaderes y Compostela. En ese
espacio se hallaban las sedes de los bancos principales; edificios
majestuosos y con fachadas de columnas monumentales que no dejaban
duda sobre la solidez, la riqueza y la eternidad de las instituciones
que albergaban, aunque a veces algunos se desmoronaban cuando les
soplaba un vientecito platanero. Estaban allí la Bolsa de La Habana,
la Lonja del Comercio, la Cámara de Comercio de la República —en lo
que sería el Hotel Raquel— y las cámaras de comercio española,
italiana, francesa, británica y alemana, y también la Cámara de
Comercio Americana de Cuba. Oficinas de agencias de seguro y fianzas y
de empresas azucareras y no azucareras… La Cámara de Comercio China
radicaba en Reina número 161, altos, y la hebrea, al final de la calle
Muralla.
Aguiar era uno de los ejes de ese Distrito. Aparte del ya mencionado
Banco de Canadá, radicaba allí una sucursal del Trust Company de Cuba,
instalada en lo que fuera la sede del Banco del Comercio, en la
esquina con Obrapía, en el edificio del Oratorio de San Felipe Neri, y
enfrente, una sucursal del Banco Núñez. El Banco Gelats, el más
antiguo entre las casas bancarias nacionales, ocupaba el bellísimo
edificio marcado con el 456 de la calle, sede hoy de la Tele Banca. En
el número 360 se hallaba el edificio del Banco de los Colonos, un
inmueble ahora en remodelación. El edificio del Chase Manhattan Bank
—número 310— pertenece al Banco de Crédito y Comercio, y el local del
Banco Hispano Cubano, en el número 305, se subdividió en dos o tres
apartamentos. El edificio del Banco de Boston, en el 411 esquina a
Lamparilla, es una dependencia del Banco Central de Cuba, y el Banco
Pedroso, en la esquina de Empedrado, es un comedor obrero.
Desconoce el escribidor a cuánto ascendían los depósitos del Chase y
del Banco de Boston. Ni cuánto acumulaba el Banco Pedroso, si bien a
fines de los años 50 reportaba utilidades superiores a los 100 000
pesos anuales. Los depósitos del resto de las seis entidades
mencionadas ascendían a unos 530 millones de pesos, según datos que
aporta Guillermo Jiménez en su obra Las empresas de Cuba 1958.
Bancos y banqueros
El Trust, pese a su nombre, era un banco cubano, el principal, con
depósitos por 232 millones de pesos, 26 sucursales y 800 empleados.
Era el eslabón bancario del más importante grupo financiero-azucarero
del país, la Sucesión Falla Gutiérrez, propietaria de siete centrales
y el segundo mayor entre los grupos azucareros asentados en la Isla.
El Trust compró varios bancos. Adquirió entre otros el Banco del
Comercio, en lo que se considera la más importante transacción
bancaria desde el crack de los años 20, operación que le permitió
ascender al primer lugar. Escribe Jiménez que contaba con una
administración muy eficiente y capaz. Su situación económica y
financiera resultaba muy buena y su expansión era extraordinaria,
captaba negocios y depósitos continuamente. Era una de las empresas
cubanas más rentables, con utilidades que superaban el millón y medio
de pesos anuales.
El Banco Núñez, con 22 sucursales, era, por el monto de sus depósitos
—97 millones—, el cuarto entre las entidades bancarias. Carlos Núñez,
su propietario único, nacido en Holguín, en 1885, no había adquirido
su fortuna por herencia, matrimonio ni prebendas políticas. Hijo de un
español humilde, apenas cursó estudios primarios. Compró en un inicio
varias carretas para el transporte de caña y adquirió luego colonias
cañeras. El 21 de marzo de 1921, en pleno crack bancario, inauguró en
un local prestado su exitoso banco, una de las empresas cubanas más
rentables con utilidades superiores al millón de pesos. En 1939 lo
trasladó para La Habana y tres años más tarde lo reestructuró como una
sociedad anónima cuyos accionistas eran él y sus siete hijos.
El Banco Gelats era el noveno del país en razón del monto de sus
depósitos: 46 millones de pesos en 1956, y estaba muy relacionado con
los intereses de España, donde poseía inversiones sustanciales en
valores. Operaba la cuenta en dólares del Convenio de Pago entre los
dos países. Gelats era la más alta personalidad de los intereses
económicos de la Iglesia Católica, consejero económico del Arzobispado
de La Habana y banquero en Cuba de Su Santidad el Papa.
Gelats controlaba de manera unipersonal la política de su banco y se
le achacaban métodos de dirección obsoletos, dice Jiménez en el libro
citado. Su renuncia a las sucursales le causó pérdida de clientes;
solo abrió una, al comienzo de la calle Línea, ya en 1958. Aunque su
banco descendía en posición, seguía siendo de los más importantes,
sólidamente arraigado entre los capitales más tradicionales del país.
El Banco de Canadá, con 23 sucursales, tenía depósitos por 127
millones de pesos. El Banco de los Colonos —22 millones en depósitos—
fue fundado en 1942 por un grupo de colonos oriundos de Canarias, con
el propósito de refaccionar a pequeños cosecheros, pero en menos de
diez años abandonó esa política para convertirse en prestamista de
propietarios de grandes centrales azucareros. Su último presidente fue
el ya mencionado Gastón Godoy, muy vinculado al régimen batistiano:
huyó con Batista en su mismo avión el 1ro. de enero de 1959, y a su
muerte, en agosto de 1973, asumiría la despedida de duelo. Presidió la
Asociación Nacional de Colonos de Cuba, que radicaba en el edificio
del banco.
De los ubicados en la calle Aguiar, el banco con menor monto de
depósitos era el Hispano Cubano. Su fundación fue idea de cuatro
inversionistas italianos presididos por Guido Pereda, pero al fallecer
este antes de que el banco se inaugurara, el negocio fue a parar a
manos de dos testaferros de Batista: Manuel Pérez Benitoa y José López
Vilavoy, quien controlaba casi a partes iguales el 80% de las acciones
con la esposa del dictador. Imagine el lector cómo andarían las cosas
allí, que el Banco Nacional de Cuba lo intervino a partir de
septiembre de 1957 y en julio del año siguiente apremió a sus
propietarios a que lo vendieran por incumplimiento del compromiso de
saldar deudas pendientes por cinco millones de pesos.
Almuerzo en Wall Street
En aquel distrito bancario hubo un restaurante que se llamó, por
supuesto, Wall Street, en el 370 de la calle Aguiar. El 14 de marzo de
1945 el Doctor Eugenio Llanillo, un abogado grueso, de baja estatura,
con sonrisa y tabaco perpetuos, almorzó en el restaurante Wall Street
y acompañó la comida con vino Marqués de Riscal. Luego subió a su
oficina en el edificio del Banco de Canadá y poco después volvió al
restaurante para beber una copa de sidra. Horas después aparecía
asesinado en la carretera que va de Punta Brava a la playa de Santa
Fe. El letrado había sido objeto de una detención ilegal por la
policía, que se excedió al propinarle un trato demasiado severo y
fulminarlo con dos balazos en la cabeza.
¿Por qué mataron a Llanillo? Como otros crímenes de la época, este
suceso no se dilucidó del todo. ¿Le pasaron la cuenta los llamados
«hombres de acción» por haber sido hasta su muerte, abogado de Batista
y Marta, o por suponerlo cómplice de la entrada clandestina en la Isla
del excoronel José Eleuterio Pedraza, con el propósito de derrocar al
gobierno del presidente Grau San Martín? ¿Fueron los hombres de
Pedraza los que lo ultimaron, al suponer que había delatado a su jefe?
Ya lo veremos en otra ocasión.
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Ciro Bianchi Ross
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