domingo, 23 de diciembre de 2012

UN SUENO, CHAVEZ EN VISITA AL CIELO, INVITADO DE DIOS



 Una historia de navidad y fervoroso mensaje.

ELIGIO DAMAS

 

            Caminó por largo tiempo. Era un camino empinado, empedrado y brumoso. Llegó ante una muralla inmensa. De lejos, antes observó que los laterales de ésta continuaban el ascenso hasta llegar al punto del horizonte muy allá arriba, marcado por unas elevadas montañas que se escondían en la bruma.

           En el centro de la muralla frontal y alta, había una puerta de madera muy robusta y decorada por el arte de un escultor exquisito y refinado. El tamaño de la puerta se correspondía con lo monumental de la muralla.

           El Comandante, con energía, tocó tres veces. Sus golpes a la puerta, a manera de llamado, trasmitieron la seguridad y firmeza de quien se anunciaba. Se sabía digno para estar allí, tocar como lo hizo y esperar con certeza que la puerta se le abriese.

          Esperó pocos minutos, sin angustiarse, sabedor que le esperaban y no tardarían en abrirle, sin abandonar su habitual humildad y entusiasmo.

          La puerta se abrió con lentitud y dejó asomarse a un anciano con una buena cantidad de llaves colgando de un cinturón de cuero que apretaba su vestidura. Una vez convencido que era el esperado, hizo una seña que fue respondida con el abrir de par en par la puerta.

          Tendió su mano derecha al comandante y pronunció unas cortas palabras de presentación:

           -“Soy San Pedro. A las órdenes de usted como quien en este espacio, que no es otro que el Cielo, represento en muchas cosas la voluntad del Señor; cuido, vigilo y decido quién entra.”

            El Comandante, intentó responder a su anfitrión para decirle en primer término su nombre.

            -“Con su bendición San Pedro, dignísimo representante del Señor, debo decirle que soy……”

           San Pedro, colocando el dedo índice  de su mano derecha en posición vertical sobre sus labios cerrados, indicó discretamente a su interlocutor que callase, volvió a tomar la palabra.

          -“Sé muy bien quién es usted. En el cielo todo lo sabemos. Nada nos es desconocido y menos se nos engaña. El señor creo cielo, tierra y hombre. Con su infinita bondad y tenacidad celestial todo lo observa. Nadie le engaña. Haga lo que haga. Aunque intente tapar u ocultar lo que mal hizo. Quien como usted, procura repartir con equilibrio los panes, aquí no puede pasar desapercibido”

        .”Es más”, agregó el guardián del cielo, “el mundo de los vivos te conoce. En todos los idiomas, religiones, creencias y sueños. Los vientos susurran tu nombre, los pájaros lo trinan y el agua cantarina no cesa de nombrarte”.

            El Comandante escuchó lo mismo que los buenos sacerdotes le dijeron en  todas partes durante su vida terrenal y como se creía muerto, en la puerta del cielo, pregunto al anciano que le hablaba.

             -“¿San Pedro, me estará asignado el cielo como mi futura residencia?

             -“No Comandante. No puedo responderle esa pregunta. El señor sólo me ha instruido para recibirle y conducirle a su presencia. Será El, quien le indique lo que para usted ha pensado. “

            Calló un instante, mientras con ambas manos ponía por encima de su cintura el grueso cinturón que el pesado manojo de llaves empujaba hacia el suelo.

             -“Lo que sí puedo decirle, no sin asombro y hasta admiración, que no ha habido muchos jefes, presidentes o gente allá abajo tenida como honorable, que hayan sido objeto de esta distinción. Por eso, ya por eso, San Pedro, le felicita y le invita a seguirme hasta la morada del Señor.”   

            San Pedro le hizo trasponer la hermosa y gigantesca puerta, la cual  volvió a cerrarse con lentitud pero muy suavemente. Caminaron un corto tiempo por una angosta vereda empedrada, envueltos en la bruma y de repente, se encontraron ante Dios.

            No hubo presentación alguna. Ni el Comandante intentó hacerlo. Ya San Pedro le había recordado que allí aquello era innecesario. Creyendo interpretar un signo del Señor, empezó a explicar el motivo de su presencia, dar gracias por la sencilla pero amorosa bienvenida.

             -“No, no sabes el motivo de tu presencia aquí”.

            Dios habló con lentitud,  peso y suavidad de las palabras que llenas están de verdades.

             -“No has venido a quedarte. No has traspasado a la forma de vida de quienes aquí moran. Tu vida es la misma de allá. Sólo que enfrentas un combate nuevo, una prueba que sé  vencerás”.

           -“¿Entonces señor que hago aquí si no estoy muerto como quieren mis enemigos?”

            .“Tus enemigos de ahora, son pocos. Jesús, mi hijo, también los tuvo y sabes lo que le hicieron. Pero también que nunca le vencieron. Los tuyos tampoco podrán contigo.” Ellos, como dijo mi hijo, en su mayoría, no saben  lo que hacen.”

             -“Señor”, preguntó el Comandante con inocultable timidez, “¿entonces qué hago aquí?”

            “Pues yo sé bien de ti. De tus designios, que los he marcado yo. Tu comportamiento fiel a los principios cristianos y capacidad para amar y perdonar. Tu enfermedad es una dura prueba para fortalecer aún más tu espíritu y probar tu voluntad.”

             Cayó el señor por un buen rato; luego dirigió unas palabras quedas a San Pedro, quien de inmediato, como cumpliendo una orden se retiró, no antes sin saludar al Comandante con una discreta inclinación de cabeza.

            “Solo estás aquí de visita y para que acumules fuerzas. Para bendecirte y darte mis palmadas. Quise sentir ese placer.Ya aquí están entre otros que amas, admiras, de los tuyos, Simón Bolívar y el Mariscal Sucre: están contigo y hasta quisieran regresar para estar físicamente a tu lado. Pero falta no hace. Tú les interpretas y estás en tu tiempo “

            Volvió a callar, miró fijamente al Comandante y dijo sus últimas palabras:

             "Quería que de mi boca y frente a mi escuchases lo siguiente:
         Estás obligado a levantarte. No es tu hora de morir. Por tu juventud, fuerza y entusiasmo. Por ahora, no tienes cabida en el cielo ni nadie te ha llamado al descanso final. Tu tarea está inconclusa, tu presencia entre los tuyos es  indispensable. Causaría demasiado dolor tu partida y el vació sería demasiado grande y riesgoso. ¡Debes volver allá y terminar tu tarea! Bolívar, Sucre, Miranda, tu maestro, el mismo de Bolívar, el de los incontables nombres, como Simón, Robinson y  una multitud de héroes de tu mundo del sur, tienen paciencia necesaria para esperar tu llegada cuando corresponda. Que no es ahora”
            -” ¡Por ahora!”, esta vez el Señor, alzó el tono sin excederse, “tienes mucho qué hacer entre, con tu gente y por ella. ¡Debes volver! Los pueblos del mundo lo reclaman y la voz de ellos, es la misma del Señor. Es la mia."
           -Además, la espada de Bolívar camina por América Latina asida por tu mano fuerte y firme. No hay otro, por ahora, a quien pasarle ese histórico y justiciero testigo.”
           Cuando desperté, toda duda se había disipado. Chávez es grande y fuerte; volverá    con    más bríos. Ahora, sólo descansa y ¡bien merecido se lo tiene!
            ¡Feliz navidad para todos! Chávez, como él suele decir, somos todos; él es nosotros, quienes amamos profundamente este país y nuestros hermanos de América, todos cargados de sueños y deseosos de “vivir viviendo”.


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Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 12/23/2012 05:49:00 a.m.

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