PUBLICADO POR:Hector García Soto DÓNDE ESTÁ EL SECRETO? (I PARTE) |
por John M. Kirk |
El internacionalismo médico de Cuba
"¿Dónde está el secreto? En el hecho real de que el capital humano puede más que el capital financiero. Capital humano implica no solo conocimientos, sino también —y muy esencialmente— conciencia, ética, solidaridad, sentimientos verdaderamente humanos, espíritu de sacrificio, heroísmo, y la capacidad de hacer mucho con muy poco". Fidel Castro Ruz La cita atribuida a Máximo Gómez y frecuentemente repetida, que reza «los cubanos, o no llegan, o se pasan», en verdad se aplica al programa cubano de internacionalismo médico. Cuba de veras «se ha pasado» en lo que respecta a esa política: en abril de 2012, había 38 868 profesionales cubanos de la medicina —de los cuales 15 407 eran doctores (aproximadamente 20% de los 75 000 médicos de Cuba)— trabajando en 66 países. En África, el personal médico cubano, que suma 3 000 integrantes, labora en 35 de los 54 países del continente, mientras que solo en Venezuela se encuentran aproximadamente treinta mil. Pero esa es apenas una parte de la historia, puesto que el internacionalismo médico cubano tiene muchas facetas significativas. Puede argüirse en todos los casos que el «capital humano» es el más importante común denominador. Este artículo, basado en siete años de investigación y unas setenta entrevistas con personal médico cubano, tanto en la Isla como en el exterior, pretende brindar una amplia visión general amplia de la importancia del mencionado internacionalismo. Para ello, utiliza programas muy distintos de cooperación médica, y ofrece datos básicos de su evolución e impacto, así como algún análisis sobre la lógica de su desarrollo. El internacionalismo médico no es un fenómeno reciente, se le puede rastrear en el pasado hasta 1960, cuando la primera delegación médica cubana voló a Chile luego de un gran terremoto en esa nación. La asistencia fue significativa porque las relaciones diplomáticas de Cuba con el gobierno derechista de Jorge Alessandri eran tensas en aquel momento, lo cual subrayaba claramente la naturaleza humanitaria de la misión. Una delegación médica de mayor tamaño fue enviada al exterior en 1963, cuando profesionales cubanos ayudaron a establecer el sistema de salud pública de Argelia a raíz de su independencia de Francia. De nuevo, es necesario tener en cuenta el contexto: alrededor de la mitad de los seis mil médicos de Cuba habían abandonado su país, la mayoría en dirección a Miami. Además, Francia, gobernada por el presidente Charles de Gaulle, era uno de los pocos aliados que le quedaban a Cuba entonces, lo cual pone de relieve el compromiso de la Isla con lo humanitario y no con la ganancia política. El significado de aquella contribución fue bien subrayado por el ministro de Salud cubano, el doctor José Ramón Machado Ventura: «Era como un mendigo ofreciendo ayuda, pero sabíamos que el pueblo argelino la necesitaba incluso más que nosotros, y que la merecía». El capital humano, tal como lo definiera Fidel Castro, era, una vez más —incluso en esta etapa formadora del proceso revolucionario—, la base fundamental para brindar apoyo en medicina. La cifra de colaboradores médicos ha seguido incrementándose, sobre todo en países en desarrollo y subdesarrollados, y hasta la fecha casi ciento treinta y cinco mil trabajadores de la salud han participado en misiones en el extranjero. Para ubicar esto en contexto, en la actualidad Cuba tiene un monto mayor de personal médico que labora en el exterior en misiones de cooperación médica que todas las naciones del G-8 juntas, lo que equivale a un récord asombroso. Existen tres etapas básicas del internacionalismo médico cubano: los primeros años del proceso revolucionario (cuya mejor ejemplificación es el envío de las citadas misiones a Chile y Argelia), los años de mediados del decenio 1970-1979 (cuando el país, apoyado por la Unión Soviética y las naciones socialistas de Europa, desarrolló un programa particularmente fuerte de colaboración en el África subsahariana), y por último, el período que comenzó en 1990 tras el accidente del reactor nuclear ocurrido en Chernobil, en 1986. Esto fue seguido por un gran incremento de la cooperación médica a fines de esa década, en lo fundamental en América Latina y el Caribe, luego de los estragos causados por los huracanes George, en Haití, y Mitch, en Centroamérica. Esta etapa más reciente ha tenido como resultado numerosas iniciativas, que van desde programas integrales de salud (utilizados en decenas de países del Tercer mundo) y el ofrecimiento de acceso a cuidados básicos a millones de personas que en muchos casos jamás habían recibido atención alguna, hasta la llegada de los contingentes de emergencia médica «Henry Reeve», tremendamente exitosos, desplegados a raíz de desastres naturales. Aunque el expediente del internacionalismo médico es largo y honroso, la inmensa mayoría de las contribuciones de Cuba se han materializado a partir de finales de los 80 y constituyen el punto focal de este ensayo. Un ejemplo de ello es el apoyo brindado a las víctimas de Chernobil. En total, unas veintiséis mil personas, casi todas niños, han sido tratadas en las instalaciones de Tarará desde la llegada de los primeros niños en marzo de 1990 (cuando fueron recibidos por el presidente Fidel Castro, lo cual enfatiza la importancia que el gobierno concede a la iniciativa). Todo el tratamiento médico a los pacientes fue ofrecido sin costo alguno para ellos, al igual que su alojamiento y alimentación. Ese gesto humanitario de gran envergadura es particularmente notable, pues se inició justo cuando implosionaba la Unión Soviética, lo que derivó en la pérdida de 80% del comercio de Cuba, un descenso de alrededor de 30% en el PNB, y el inicio del Período especial y sus muchas dificultades. Desde la perspectiva cubana, la ocasión no habría podido presentarse peor. Muchas naciones enfrentadas a una crisis tan profunda, de inmediato hubieran puesto fin a un programa tan amplio y costoso. Pero eso no sucedió y se respetó el compromiso formulado a los niños de Chernobil. A partir de varias visitas a Tarará y de reuniones con los pacientes y con el personal médico cubano, queda claro que la atención suministrada a los niños fue excelente, y que el recinto había realizado una labor extraordinaria en circunstancias difíciles. En su momento culminante, unas trescientas cincuenta personas trabajaban en ese lugar, que cuenta con un pequeño hospital, y cientos de edificaciones para albergar a los enfermos y brindarles programas educacionales y recreativos. Primero los niños eran examinados en su patria por galenos cubanos, y habitualmente permanecían en la Isla cuarenta y cinco días, aunque los que sufrían dolencias más serias eran tratados en varios hospitales especializados de Cuba. El objetivo era ofrecer apoyo médico y humanitario de alta calidad. En total, 21 874 niños y 4 240 adultos fueron tratados en Cuba, 19 497 de ellos menores de catorce años, y las dolencias más comunes tenían que ver con problemas de la piel, endrocrinos y digestivos. Por otra parte, resulta relevante el papel de Cuba en la capacitación de decenas de miles de médicos de todos los rincones del mundo en desarrollo y subdesarrollado. Profesores cubanos imparten docencia en quince países y son especialmente numerosos en Venezuela. Desde el decenio de los 70, Cuba ha ayudado a la fundación de escuelas de medicina en varias naciones, incluidas Yemen (1976), Guyana (1984), Etiopía (1984), Uganda (1986), Ghana (1991), Gambia (2000), Guinea Ecuatorial (2000), Haití (2001), Guinea-Bissau (2004) y Timor Oriental (2005). El huracán Mitch (1998) causó horrendos daños en Centroamérica y fue de muchas maneras el catalizador de un significativo desarrollo del internacionalismo médico de Cuba. Unas treinta mil personas murieron en aquel desastre natural, y los líderes centroamericanos apelaron a la comunidad internacional para obtener ayuda. Cuba no tenía relaciones diplomáticas con los países afectados (varios de los cuales habían mantenido una política de hostilidad hacia la Revolución); no obstante, en cuestión de días, envió una brigada de 424 integrantes. La cifra aumentaría a dos mil, antes de estabilizarse en alrededor de novecientos en toda la región. Esta misión se diferenció del resto porque de ella nació la decisión de ayudar a los países afectados para que estos pudieran ayudarse a sí mismos. Ello dio origen a la idea de formar a jóvenes de la región en Cuba como médicos, de modo que pudieran regresar y asistir a sus propios pueblos. En noviembre de 1999, la Escuela Latinoamericana de Ciencias Médicas —hoy Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM)— abrió sus puertas a los primeros estudiantes, provenientes sobre todo de la región afectada. La mayoría de ellos procedía de familias pobres y alrededor de la mitad eran mujeres. Esta universidad médica —la mayor en el mundo, con una matrícula anual de más de mil quinientos estudiantes y una cifra superior a nueve mil matriculados en el programa de seis años— ha demostrado ser un vehículo en extremo exitoso para brindar cuidados médicos a quienes de otra forma carecerían de ellos. Hasta la fecha, alrededor de once mil profesionales se han graduado en la ELAM. Asimismo, más de veinte mil estudiantes extranjeros de medicina están siendo capacitados mediante el Nuevo Programa de Formación de Médicos Latinoamericanos; este método de aprendizaje acompañado de práctica también se está empleando en varios países en los que la formación se ha adaptado a las condiciones locales y a las necesidades específicas. El enfoque cubano de la ELAM se basa en esencia en el compromiso de capacitar a estudiantes que de otro modo no habrían podido asistir a una escuela de medicina. Estos, como no provienen de sectores privilegiados, son más susceptibles de regresar a sus comunidades para laborar en cuanto se gradúen, y colaborar con su gente. Se espera revertir de ese modo el tradicional «robo de cerebros» —los graduados de escuelas de medicina del Tercer mundo se encaminan a países desarrollados donde los salarios son más altos. Por otra parte, los egresados de la ELAM que, por disímiles razones, no pueden emplearse en sus propios países, se han ofrecido como voluntarios para laborar en otros donde existen poblaciones subatendidas. Haití brinda el mejor ejemplo de ello. Actualmente allí trabajan graduados de muchos países latinoamericanos. Las lecciones sobre capital humano en los años de capacitación en Cuba han sido asimiladas por millares de ellos. El vasto alcance de la Operación Milagro, iniciada en 2004, resulta de muchas maneras representativo del nivel de colaboración cubana en el Tercer mundo. Los orígenes de este programa oftalmológico pueden hallarse en los desafíos que enfrentó el destacado plan de alfabetización cubano «Yo sí puedo», empleado en varios países, entonces se descubrió que muchas personas eran incapaces de leer debido a las condiciones médicas que las afectaban, sobre todo cataratas y glaucoma, ambas tratables con cirugías relativamente sencillas. De ahí que la dirección revolucionaria decidiera desarrollar un programa para devolver la visión a quienes lo necesitaran, y ese enfoque se esparció a través de Latinoamérica. Por ejemplo, solo en Bolivia se efectuaron más de seiscientas mil operaciones quirúrgicas desde 2006, practicadas en su mayoría en bolivianos, pero también en ciudadanos de otras naciones fronterizas con ese país. El éxito de este empeño puede ser valorado a través de la lectura de los artículos publicados en el apartado de Oftalmología del portal web Infomed. En la sección «Más sobre la Operación Milagro» hay docenas de textos que ilustran la enormidad del programa. Por solo mencionar algunos ejemplos: a quince mil paraguayos se les devolvió la visión, cuatrocientos mil haitianos han resultado beneficiados por el programa, en Nicaragua se han efectuado noventa mil operaciones, y casi un millón quinientas mil en Venezuela. A la altura de octubre de 2011 el doctor Reinaldo Ríos, director de medicina del Hospital Oftalmológico Ramón Pando Ferrer, en La Habana, estimaba que han sido atendidos más de dos millones de personas en 34 países de América Latina, el Caribe y África. Las intervenciones quirúrgicas, realizadas por médicos cubanos con apoyo venezolano, se han ofrecido sin costo alguno para los pacientes, la mayoría de los cuales no tenían la posibilidad de pagarlas. Otro componente en extremo importante del internacionalismo cubano de los últimos años es el papel del Contingente de Emergencia Henry Reeve. Esta brigada médica (que lleva el nombre de un norteamericano participante en la primera guerra de independencia de Cuba) fue fundada en septiembre de 2005, poco después de que inundaciones masivas golpearan a Nueva Orleans como resultado del huracán Katrina. El gobierno cubano había ofrecido enviar 1 586 profesionales y 36 toneladas de suministros médicos para asistir a las personas de la región, pero el presidente George W. Bush rechazó el gesto humanitario. Dicho Contingente se constituyó en dos semanas, y sus objetivos fueron esbozados por Fidel Castro en su discurso del 19 de septiembre de 2005, en la graduación de estudiantes de medicina: Este ocupará el lugar de la fuerza médica constituida para apoyar al pueblo de Estados Unidos tan pronto el Katrina golpeó con toda su brutalidad el sur de ese país. Su objetivo no será solo apoyar a una nación determinada, sino cooperar de inmediato, con su personal especialmente entrenado, con cualquier país que sufra una catástrofe similar, especialmente los que enfrenten grandes azotes de huracanes, inundaciones u otros fenómenos naturales de esa gravedad. El contingente Henry Reeve se ha visto involucrado en doce misiones en países que han enfrentado desastres naturales —la más reciente en Chile, tras la ocurrencia de un terremoto. Todos estos fenómenos han tenido lugar en unos pocos años, lo que hace de la labor de la brigada una proeza destacada. El mayor contingente (de unos dos mil doscientos cincuenta integrantes) fue el enviado a Pakistán, aunque de muchas maneras el más memorable ha sido el de Haití. En esta nación Cuba ha desempeñado (y lo sigue haciendo) un papel de enorme importancia, tanto después del terremoto de enero de 2010, que cobró doscientas cincuenta mil vidas, como en el control de la epidemia de cólera que estalló en septiembre de ese mismo año. A los dos meses del inicio de la epidemia se habían confirmado casi ciento cincuenta mil casos y se habían reportado 3 333 fallecimientos. En ambas situaciones, el personal cubano asumió el papel protagónico en el apoyo al pueblo haitiano, y sus esfuerzos hicieron parecer minúsculos los de la comunidad internacional. De hecho, la presencia médica cubana ha sido de gran envergadura desde 1998, cuando el huracán George devastó el lugar. En aquel momento, quinientos profesionales arribaron al país y cuando el terremoto golpeó, doce años después, unos trescientos cuarenta cubanos seguían laborando en el sector público de la salud. En cuanto a la epidemia de cólera, el equipo médico dirigido por Cuba se fortaleció con la llegada de graduados y estudiantes del último año de la ELAM. A la altura de abril de 2011 permanecían allí 1 117 integrantes de la brigada médica, de ellos 923 cubanos y 194 extranjeros graduados mediante programas cubanos. Juntos, brindaron consulta a dos millones de pacientes, operaron a treinta y seis mil de ellos y asitieron casi treinta y cinco mil nacimientos. Otros cuatrocientos sesenta y cinco mil haitianos se beneficiaron de programas de rehabilitación. Una vez más, los esfuerzos humanitarios de la misión cubana fueron (y son) mayores que los de todas las naciones industrializadas reunidas. No obstante, hasta el momento, esas contribuciones siguen siendo ignoradas por los medios internacionales de difusión. Lo más importante de todo es que ahora Cuba prepara a Haití para el futuro mediante el establecimiento de un sistema de salud pública financiado principalmente por Venezuela y Brasil, en el cual desempeñarán un papel clave los médicos haitianos formados en la Isla. De los 625 que se habían graduado de la ELAM a principios del 2011, 430 ya trabajaban en Haití. Ese mismo año, otros 115 se graduaron en la universidad de Santiago de Cuba. Un aspecto igualmente importante es la labor en Timor Leste. El personal cubano llegó allí tras una solicitud oficial de apoyo, en 2003, puesto que en 2002 solo había cuarenta y siete médicos en el territorio nacional. La tarea inicial fue suministrar apoyo médico en un país que todavía se estaba recuperando de su lucha por la independencia y de la invasión de las fuerzas armadas indonesias. En los primeros cinco años, los galenos ofrecieron más de dos millones setecientas mil consultas médicas y se estimaba que habían salvado cerca de once mil cuatrocientas vidas. John Kirk, Catedrático. Universidad de Dalhousie, Canadá. Traducción: David González. (Continuará...)
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lunes, 26 de noviembre de 2012
DONDE ESTA EL SECRETO
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