miércoles, 11 de julio de 2012

EL DURO VERANO DEL 49


El duro verano del 49


Ciro Bianchi Ross •
7 de Julio del 2012 18:48:21 CDT

La visita de Urbano, un fakir brasileño que, en una urna de cristal
expuesta en el vestíbulo del Teatro Martí, pasó 25 días sin comer ni
beber para romper su propio récord, y la devolución a sus creadores o
propietarios de las obras que Cuba había enviado 20 años antes a la
Exposición Iberoamericana de Sevilla y que por desidia y apatía de
Gobiernos sucesivos no habían podido volver a la Isla, signaron el
acontecer noticioso del verano habanero de 1949.

Hubo asimismo en La Habana de aquellos días el caso insólito y
sorprendente de la muchacha que pagó sus funerales y no murió a la
postre, y de otra, que sí consumó su suicidio lanzándose al vacío
desde el quinto piso de la Manzana de Gómez. Esa joven, de 21 años de
edad, belleza extraordinaria y un embarazo incipiente, era la octava
persona que en el transcurso de dos años escogía ese edificio para
privarse de la vida.

Sobre esos y otros hechos hablaremos enseguida. Este escribidor acaba
de revisar una impresionante colección de periódicos correspondiente a
esa fecha y en la página de hoy recogerá tal cual algunos de ellos.
En la cancillería

Desconocemos, lamentablemente, qué pinturas y esculturas exhibió Cuba
en sus dos pabellones de la Exposición Iberoamericana de Sevilla. El
catálogo oficial de la muestra, confeccionado por el país anfitrión,
se deshace en elogios acerca de dichas construcciones, ejecutadas
según el proyecto de los arquitectos Govantes y Cabarrocas con maderas
preciosas cubanas y piedras de Capellanía y de Jaimanitas, pero nada
dice sobre las obras de arte, salvo el busto del dictador Gerardo
Machado, ejecutado por el español Huerta, que presidía el salón de
recepciones de la delegación cubana.

El caso es que después de tanto tiempo —20 años— se suponía que Cuba
había perdido el derecho a reclamar esas obras. Quedaron allí una vez
finalizada la expo y ningún Gobierno cubano se interesó por
recuperarlas ni se preocupó siquiera por abonar los gastos
correspondientes a su custodia. Sin embargo, el señor Alfredo del
Valle, director del Departamento de Cultura de la Cancillería cubana,
asumió la tarea y, con instrucciones de los ministros de Estado y
Hacienda, viajó a Madrid para abrir la negociación y pagar al Gobierno
español lo que pidiera a fin de que las obras retornaran a Cuba.
Corría el mes de agosto de 1949. La gestión resultó un éxito. Todas
las obras fueron devueltas y el costo de la operación fue inferior a
lo que se esperaba.

Cuba llevó más de 300 expositores a Sevilla. En estands de valiosas
maderas se exhibieron tabacos, licores, cervezas, esponjas y perfumes.
No faltaron el azúcar ni otros rubros de la industria, la agricultura
y los servicios. En una vitrina bien proporcionada se expuso el tabaco
más grande del mundo hasta entonces. Medía 2,60 metros de largo; tenía
un grueso de 40 centímetros y pesaba 55 kilogramos. Una maqueta
reproducía el Capitolio; se trataba, al menos en la época, del cuarto
monumento de mayor altura en el mundo.
A Dalita. De su Manolo

Reposada, serena, sin reflejar en el rostro la trágica decisión que,
desquiciada, había tomado, Dalia Fuentes, joven y bella estudiante de
Enfermería, penetró en las oficinas de la funeraria La Nacional, en
Infanta y Benjumeda.

—Quiero un tendido —dijo al encargado del establecimiento. Y tras las
frases consabidas que suelen cruzarse los que tratan sobre asuntos de
este tipo, la muchacha pagó 150 pesos por el ataúd que seleccionó y 13
por los derechos de inhumación. ¡Qué ajeno estaba el funerario de que
aquella mujer pagaba el servicio fúnebre para ella misma!

Y es que Dalia, de 24 años de edad, pensaba que nada la ataba ya a la
vida. Sus padres habían muerto, hacía años que se había divorciado y
vivía separada de su hija, internada por el padre en un colegio
norteamericano. Creyó haber encontrado la felicidad en su relación con
Manuel Alberto y en la perspectiva de su carrera, pero esas ilusiones
parecían cada vez más desvanecidas. Su tío, a cuyo amparo vivía, se
oponía al enlace con Manuel Alberto y este, indeciso, posponía una y
otra vez la fecha de la boda. Corría el mes de agosto de 1949 y Dalia
no quiso seguir esperando indefinidamente. Se fijó un plazo e hizo
saber al novio que se suicidaría si no se casaban antes del 25 del
propio mes.

Llegó esa fecha; ella lo presionó, pero Manuel Alberto pidió un nuevo
aplazamiento. Para Dalia, sin embargo, la espera llegaba a su fin. En
una carta, explicó al juez de instrucción los motivos de su
determinación de suicidarse. Escribió también a su prometido. Le dijo:
«No te cases nunca. Te esperaré en el más allá». Enseguida volvió a la
funeraria para organizar su sepelio. Llevaba en la cartera una
provisión de sedantes como para poner a dormir a un regimiento y
también la pistola que sustrajo del escaparate del tío. En una
florería cercana a la casa mortuoria ordenó la confección de tres
coronas y de un cojín de rosas. Todas las ofrendas llevaban la misma
inscripción: «A Dalita. De su Manolo».

Tomó un auto de alquiler. Había ingerido ya una dosis excesiva de
barbitúricos y como no quería fallar acercó la boca de la pistola a su
sien derecha. El chofer, a quien parecía extraño el comportamiento de
su clienta, la observaba por el espejo retrovisor y dio un frenazo
violento al percatarse de lo que aquella mujer pretendía. La pistola
se encasquilló y Dalia, sacudida por las convulsiones, fue trasladada
al hospital Calixto García. Tal era su deseo de morir que llegó a
manifestar que los médicos no podrían salvarle la vida, y con
insistencia pedía a Manuel Alberto, desplomado en un rincón de la
enfermería y con más necesidad de asistencia médica que ella misma,
que la besara. «Dame un beso, Manolo, el último beso».

Dalia salvó la vida. Desconoce el escribidor qué pasó con ella.
Cariñosa e ingenua

Aidé no tendría esa suerte. Intentó suicidarse y se mató de verdad.
Cuando se lanzó desde el quinto piso de la Manzana de Gómez, de
milagro su cuerpo no cayó sobre un hombre que caminaba por el pasillo
del edificio. Los gritos de la muchacha, ya en el aire, alertaron al
transeúnte que corrió y se puso a buen recaudo. Un suicida anterior
rozó al caer a un caminante y le ocasionó lesiones de gravedad.

Era una muchacha cariñosa y un tanto ingenua, criada al calor de la
familia. Su madre dijo a la Policía que un hombre sin conciencia se
había cruzado en su camino. Ángel Verde la perseguía y le hacía
promesas de matrimonio pese a estar casado. El comandante Cornelio
Rojas y el capitán Hernando Hernández, jefe de la Tercera Estación,
decidieron detener a Ángel. Ante el juez de instrucción Arturo Hevia,
la madre de la muchacha volvió a arremeter contra el galán y lo
responsabilizó otra vez con el suicidio de su hija. El juez decidió
ponerlo en libertad. No vio en la conducta de Ángel Verde indicios
racionales de culpabilidad.

Ambos oficiales alcanzarían con el tiempo triste celebridad. Rojas,
con grados de coronel, sería jefe de la Policía de la ciudad de Santa
Clara. A la caída de la dictadura batistiana, lo apresaron cuando
intentaba alquilar una lancha para huir por Caibarién y, juzgado, lo
fusilaron por sus crímenes. Hernández, en 1956, a la muerte de Salas
Cañizares, asumiría la jefatura de la Policía Nacional con grados de
brigadier general. Guardó prisión por su complicidad con el batistato.
Llega el Fakir

No fue tranquilo aquel verano de 1949, hace 63 años. Por entonces, el
presidente Prío maniobraba para hacer pasar un empréstito por 200
millones de dólares que endeudaría más a la nación. Había
congelamiento de salarios y cesantías masivas; miles de empleados
públicos quedaban sin empleo en un solo día, el 3 de julio. Se decía
que el carro de la basura de la ciudad de Caibarién caminaba con leche
porque eran los lecheros, y no el municipio, los que pagaban la
gasolina que consumía. En Varadero, la casa de socorros no tenía
personal y si lo tenía, no se notaba, y en Regla, los bomberos
protestaban por la carencia de agua, lo que los hacía inoperantes en
caso de incendio. Un médico, vecino de San Nicolás No. 103, en La
Habana, con equipo de Rayos X moderno y laboratorio clínico completo,
que trabajaba personalmente ambas especialidades y también la de
medicina general, ponía un anuncio en los periódicos con la esperanza
de conseguir una plaza de médico en un central azucarero. Disminuyeron
sensiblemente los divorcios a causa, se decía, del sello por valor de
50 pesos que exigía el Colegio de Abogados para el documento notarial.
Mientras, la renombrada «Diosa del Misterio», con domicilio en la
calle K No. 102, una casa de esquina situada a dos cuadras de Línea,
se ofrecía para hacer predicciones sorprendentes a los políticos, y el
cabaret Montmartre, donde se presentaban en ese momento Los
Churumbeles, de España, avisaba que a partir del 15 de agosto
dispondría de aire acondicionado en su local de la calle P, en el
Vedado.

Es en ese ambiente cuando, el 21 de julio de 1949, arriba a La Habana
el fakir Urbano. Se le define como el ayunador más grande del mundo,
lo llaman el astro del hambre y quiere en la capital cubana permanecer
dentro de una urna de cristal durante 25 días sin comer ni beber.
Hasta entonces, en Santiago de Chile y en Buenos Aires, en Lima,
Caracas y Bogotá había resistido solo 24. Había cosechado éxitos
además en Río de Janeiro y Montevideo, y esperaba repetir triunfos en
Ciudad de México y Nueva York tras su salida de La Habana.

Urbano se tomó un descanso largo en la capital cubana. El comienzo de
su demostración se anunció para el 4 de agosto, a las siete de la
noche, cuando en el vestíbulo del Teatro Martí, exponentes de la
prensa escrita y radial y una representación del público asistente
sellarían la urna en la que se encerraría y que contaría con un
acondicionador de aire marca Frigidaire, uno de los patrocinadores,
aunque no se dijo abiertamente, del espectáculo.

Antes, a las seis, se ofreció en el Martí un coctel que estuvo a cargo
del restaurante Miami, de Prado y Neptuno. La emisora Unión Radio, que
monopolizaría la transmisión que se hiciera sobre el fakir, nombró a
Urbano artista exclusivo.

El doctor Francisco Alonso, el llamado «Médico de los artistas» y que
asumió la asistencia de Urbano, declaró a la prensa: «Estamos en
presencia de un espectáculo pocas veces visto en nuestro medio y que
cuenta con todas las garantías de seriedad. Así lo constatarán todos
los que aquí vengan, tanto de día como de noche…». De inmediato,
Alonso dio a conocer el parte médico: Temperatura: 36 grados. Presión
arterial: 118/80. Pulso: 80 por minuto…

El acceso a la urna se mantendría durante las 24 horas del día y la
entrada costaría 30 centavos. De más está decir que Urbano el fakir,
que dejaba de comer para ganarse la vida, superó su propia marca.




-- 
Ciro Bianchi Ross
ciro@jrebelde.cip.cu
http://wwwcirobianchi.blogia.com/
http://cbianchiross.blogia.com/

No hay comentarios:

Publicar un comentario