Revolución Siglo XXI y la inclusión social
Por Lorenzo Gonzalo, 24 de Junio del 2012
Hemos hecho referencia al discurso político de algunas dirigencias latinoamericanas que nos hacen recordar los viejos tiempos de la Comuna de París y la toma del Palacio de Invierno, para señalar entonces que, a pesar de esa elocuencia, los eventos son diferentes tanto por la forma como por su contenido.
En la forma, porque es difícil que ninguna de esas dirigencias pueda obtener en la actualidad un control absoluto, debido principalmente a que la información ha formado pueblos, que en otros tiempos, conciente e inconscientemente, vivían con total desinformación y ninguna educación. Además, debemos agregar en este sentido, que las personas en la actualidad se hacen más románticas porque son más esperanzadas y son más esperanzadas, precisamente porque tienen un mayor dominio y conocimiento de los hechos. Pero sin temor a equivocarnos podemos decir que el romanticismo ciego de otros tiempos ha llegado a su fin. Optar por una radicalidad extrema, es algo que en la actualidad tiene probabilidades muy reducidas para cualquier dirigencia política latinoamericana, por mucho romanticismo y carisma que posea, de igual manera que, desde hace siglos, no hay cabida para el surgimiento de un Alejandro El Magno y mucho menos de un Gengis Khan.
En el contenido, el actual proceso también difiere porque la experiencia indica que las economías y los Estados no se “construyen”, sino que se erigen por ellos mismos a través del entretejido de acciones sucesivas, administradas desde el Poder y con la estrecha participación de la base. Esto, que Kart Marx lo previó en la parte teórica de su obra, no fue tomado en cuenta por el Poder Soviético.
En mi manera de ver las cosas, esta nueva realidad cambia el concepto de Revolución, al tiempo que la ratifica como legítima y posible.
Proponerse un cambio no significa negar fríamente la realidad económica, sino la obligación de encontrar vías para hacerla más inclusiva, procurando al mismo tiempo que su eficiencia sea sostenible.
En la primera experiencia de la humanidad por iniciar una transformación del Estado y de las formas de producir, los soviéticos optaron por “fabricar las condiciones objetivas”, con la creencia de que así obtendrían nuevas relaciones sociales y conformar así las bases para la estructuración de una nueva sociedad.
Marx nunca habló en esos términos, además de que nunca dio por terminada la elaboración teórica, conceptual e instrumental que permitiese dirimir con semejante simpleza los asuntos sociales.
Obviamente, donde hay propuestas de cambios sociales, está latente una fuerte crítica de la economía actual y de los resortes políticos que gobiernan nuestras sociedades.
En los países donde hay propuestas o "intenciones" de cambio hacia una economía menos lacerante, mas compartida en sus beneficios y donde, en lo político exista mayor transparencia y participación de los ciudadanos, lo primero que han tenido en cuenta esos Estados es la ratificación del proceso económico existente, reestructurándolo solamente en los aspectos que no dañen su capacidad de ser eficiente. Cuando estamos en presencia de acciones semejantes es evidente que los propósitos son la elaboración de políticas que eventualmente permitan separarse de las actuales estructuras con el objetivo de superar sus ineficiencias.
El hecho de que los gobiernos de nuevo tipo acepten las reglas económicas actuales, no quiere decir que las compartan. En ese sentido, los nuevos procesos latinoamericanos han sido claros, aunque algunos como el venezolano, destile viejos esquemas en su discurso que quizás sean adecuados para la conducción feliz de los cambios que se proponen, en su afán de buscar la comprensión de los marginales y de los menos entendidos en los asuntos de política, estado, gobierno y convivencia civil. El tiempo dirá.
Creo que deben existir dirigentes que tengan el compromiso moral, con ellos mismos, de reconocer que no se trata de capitalismo bueno o malo, sino que no puede funcionar una economía donde los dineros se unen, se ponen de acuerdo, controlan el Estado y finalmente la vida ciudadana.
El dinero no manda ni otorga poder si todos los que tienen dinero no encuentran posibilidades de unirse a título personal y ponerse entonces de acuerdo para apropiarse de las realidades. Si se realiza el proceso de modo que esas funciones no queden en manos individuales, como ocurrió durante el desarrollo inicial de la economía que conocemos y que logró multiplicar geométricamente la producción, se comenzarán a superar las asimetrías distributivas y otras injusticias causadas por la aberración individualista nacida de aquellas prácticas. Para ello la dirección política deberá ser capaz de orientar el proceso económico de manera social, de la misma manera que desde sus inicios y hasta los días de hoy, la economía se ha orientado de manera individual. Por supuesto que para lograr esto, será necesaria la reelaboración de los discursos, eliminando el falso idealismo que planteaba que “el pueblo decidiría sobre los medios” y procurando al propio tiempo un balance que elimine el peligro que significa la formación de grupos, que por obra de las fantasías mesiánicas, pueden llegar a decidir con carácter absoluto sobre todos los asuntos de Estado y de gobierno. Por supuesto hay una semántica que nos obliga a aclarar que cuando hablamos de capitalismo no hablamos de economía sino de sistema político.
Me parece un debate interesante, sobre todo porque descuidarnos al interpretar con corrección las voluntades y propósitos de algunos procesos en cierne, podríamos entregarle en bandeja de plata a los grandes poderes, que específicamente se concentran en USA, todo el protagonismo. Es una cuestión de cuidado y de mucha conciencia, pero sobre todo de plena renunciación del pasado.
De no actuar con decisión y rapidez, estaríamos renunciando a la probabilidad de avanzar racionalmente en pos de un mejor Estado y una sociedad inclusiva, donde finalmente solamente habríamos de atender a los incapacitados, quienes para bien, no son la mayoría.
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