MARÍA CORIESMOÑADA Y EL DICTADOR
Frontal combate ente la bella y la bestia
Eligio Damas
Si tenía alguna duda que vivíamos en dictadura y no nos dábamos cuenta, esa se acabó. Se borró de mi espíritu dubitativo y poco perspicaz. Ahora, para mí, ese Chávez es un vulgar dictador. No lo es, que se sepa, de los modernos, como dijese alguien que se cree gracioso, sino tal como los de antes. Se me cayó de repente la venda que tenía en los ojos como si me tuviesen jugando a la piñata.
¿Qué iba pensar yo, esa noche de viernes, mientras escuchaba el discurso presidencial y esperaba para ver a mi equipo “Caribes” jugar contra “Los Tiburones” iba a percatarme de una verdad que allí estaba y por nada del mundo percibía?
Vivimos en una dictadura feroz, donde no hay libertad ni para respirar seguido- estamos a punto de paro respiratorio colectivo- y menos hablar mal del gobierno.
Gracias a María, no la de los moñitos, la que me convidó a comer plátano con arroz, sino de las trenzas largas y rodillas como la del Quijote de la Mancha, en acto de sinceridad, corriendo todos los riesgos, se me exhibió tal Juana de Arco, y en segundos me hizo ver lo que mi terquedad, bozal de arepa y patuque ideológico me ocultaban. Ahora, por ella, sé, y lo digo a los cuatro vientos, que en Venezuela hay una sanguinaria dictadura y Pinochet, Rómulo Betancourt, los Somoza todos y Chapita, por sólo nombrar los más feroces, fueron unos niños de pecho al lado de Chávez.
Aquella tarde, quien para el momento creía un demócrata y dirigente popular revolucionario, entró escoltado al hemiciclo por una horda parlamentaria, cuya mitad forman parte de los partidos de la oposición, entre ellos el diputado Zambrano de AD y la señora Vestalia San yo no sé de qué cosa, del grupo de los Salas o Proyecto Venezuela.
Entró sonriente y saludando a todo el mundo. Aquel gesto que creí espontáneo, era para apaciguar los ánimos, pues sabía que entraba a un sitio donde todos le odiaban por tirano. Hasta la “Caperucita Roja”, allá en los palcos de arriba, lo que llaman el gallinero, al verle sintió miedo, como cuando vio los ojos “para mirarte mejor” y los dientes “para comerte de un solo taparazo”, del lobo en medio del bosque, cerca de la casa de la enferma abuelita.
El dictador que no tenía por qué, le dio oportunidad de hablar a los opositores para que expresasen sus dolencias y hasta pidiesen reunirse con gente del gobierno para confrontar sus cifras. El bellaco autoritario aceptó de buen gusto sus peticiones y allí mismo ordenó a sus ministros que se reuniesen con los solicitantes para disipar las dudas y hasta coordinar políticas con ellos en el área productiva. Pero empecé a sospechar que era una patraña para llevarles a una trampa y allí aniquilarles por fusilamiento; ahora mismo esos cadáveres deben estar tirados en algunas cunetas.
Walter Márquez, sintió tanto temor al tener al frente al dictador, la bestia que retoza en Miraflores, que se levantó de la silla de ruedas y se sintió gozoso que ella le saludase; fue un gozo fingido por miedo puro, como la barra de oro que Merentes le hizo llegar al dictador.
María Corina, a quien el dictador, bellaco, autoritario y matón, saludó con gracia, cordialidad y exquisita cortesía, uno supone que de manera hipócrita, por el peso político y electoral que ella encarna, se mantuvo con el rostro como atrapado en concreto. Tuvo una actitud gestual distinta, uno no entiende por qué, a aquella festiva, agradable y graciosa, de cuando se reunió con el demócrata y civilizado señor Bush. Ahora parecía a punto de un ataque de apoplejía o de rabia.
María se “coriesmoñó”, se le pararon los pelos, pidió la palabra y el dictador, que no tenía por qué, se la concedió con una sonrisa amplia, quizás por un ataque de miedo.
-“Usted ha hablado ocho horas y nos ha pintado un país de mentira”.
Le llamó mentiroso al dictador que le permitió hablar por cortesía. Pero dijo más:
“Las expropiaciones que usted ha ejecutado son un robo”.
María esmoñada, llamó ladrón al dictador en vivo y en directo. Por sólo nombrar uno, Betancourt le hubiese mentado la madre, adjetivado feamente y en menos que canta un gallo encerrado a ella y los suyos.
Esas cosas y más María Coriesmoñada, dijo en la Asamblea Nacional, ante los representantes de todos los poderes públicos, refiriéndose al presidente que le dejó hablar sin que a ello tuviese derecho.
El dictador no se incomodó y por hipocresía pura le respondió con altura y respeto.
Ahora María Coriesmoñada está en su casa, tranquila y sin nervios. El lunes que es pasado mañana, si no le da flojera, estará cómoda y quizás sonriente, así uno lo quiere, sentada en su curul parlamentario.
Después de haber visto por televisión y en cadena nacional todo lo aquí descrito, no me queda duda alguna que en Venezuela hay una dictadura y el tal Chávez es un salvaje autoritario. ¡Esta dictadura no la aguanta nadie!
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