Cuba y los candidatos políticos en USA
Por Lorenzo Gonzalo, 30 de enero del 2012
Estados Unidos se ha especializado en fabricar monstruos. Fabricó a Bin Landen, Posada Carriles, Orlando Bosch, Manuel Antonio Noriega, a Pinochet y a tantos otros, que nos ocuparía el espacio de un escrito cuyo objetivo no es mencionarlos a todos. De una manera u otra, cada uno de ellos, en algún momento le ha mordido la mano a su creador.
Entre las muchas de esas horribles fabricaciones podemos enumerar la política exterior respecto a Cuba y el cohesionado grupo de advenedizos, pícaros y ladinos, utilizados como punta de lanza para reforzar sus estrategias hegemónicas durante la Guerra Fría.
La prueba de que esa política respecto a Cuba se ha convertido en un monstruo la hemos visto en los debates de los aspirantes republicanos a la candidatura presidencial estadounidense.
Parece ser que un político de Estados Unidos, electo o aspirante, para visitar el Sur de Florida tiene la obligación de mencionar a Cuba. No se trata de hacerlo en bien o en mal, a favor o en contra. Cuba es un tema obligado en el territorio comprendido al Sur del Condado Broward y desde hace pocos años, despunta peligrosamente a nivel de la legislatura del Estado y en la gobernación. No es de extrañar que su llegada a la Casa Blanca y al Congreso Federal fuese anterior que su introducción a la Legislatura Estatal, porque fue precisamente el Gobierno Central el laboratorio donde se diseñó y alimentó el deforme animal.
Una de las más terribles consecuencias que esto ha causado es la apreciación en ambas orillas, en Estados Unidos y en Cuba, de que para evaluar y escoger un candidato estadounidense, deben calibrarse sus criterios en este sentido.
Un buen amigo se alarmó que llamase loco a Ron Paul, el aspirante republicano, porque tenía entendido que tiene una posición “positiva” respecto a Cuba. Como la persona vive en Cuba, la palabra “positiva”, significa que dicho candidato no plantea una política agresiva contra el Estado cubano.
La dimensión alcanzada por el monstruo estriba precisamente en haberse convertido en un asunto nacional, cuando en realidad nada tiene que ver con el bienestar de la ciudadanía del país.
Si Ron Paul es un loco político, en el sentido figurado de la palabra, no es por estar a favor o en contra de inmiscuirse en los asuntos internos de Cuba. Este mismo criterio lo defiende Ron Paul respecto al resto de los países del mundo, lo cual pudiera parece cuerdo y en correspondencia con el pensamiento de George Washington cuando precedió el primer gobierno de la Nación. Washington no quería heredar las querellas europeas y su planteamiento fue concentrarse en el desarrollo del país, comerciar y defender las nuevas fronteras, las existentes en su momento y las que se incorporarían en los próximos cien años.
La diferencia es que los problemas de hoy son debido a que la política de Washington no pudo sostenerse más allá del instante en que el crecimiento económico obligó a la maquinaria productiva a buscar recursos más allá de sus fronteras. A partir de entonces el mundo se torció con mayor aceleración y los intereses estadounidenses de los grandes capitales primaron sobre el resto de las naciones, formando un despelote que no puede abandonarse impunemente al azar y el buen juicio de los demás. Estados Unidos está obligado a ayudar en la recomposición de un mundo que ha sufrido malformaciones, precisamente por sus políticas de injerencia. Por consiguiente el aislacionismo planteado por Ron Paul es realistamente imposible de aplicar sin tener consecuencias aún más desastrosas que las existentes. Dicho planteamiento es inmoral y contrario a un mundo globalizado más por las comunicaciones que por un desarrollo cuya desigualdad profundiza contradicciones y azuza los conflictos.
El planteamiento de Paul respecto a Cuba tiene una base perniciosa y su aplicación es peor que el Bloqueo y los ataques terroristas que su país ha ordenado sobre el territorio cubano a lo largo de más de cincuenta años.
Pero independientemente del tema, el mérito a considerar para la elección de un candidato estadounidense por el ciudadano medio, debe ser su enfoque para solucionar problemas fundamentales de su sociedad. No importa que sea republicano o demócrata, en definitiva ambos son la misma cosa a la hora de convertir soluciones en entuertos. El sistema es torcido en términos de justicia y equidad y dentro del mismo no pueden existir soluciones adecuadas para un propósito semejante, pero las políticas aplicadas pueden aliviar o endurecer la vida de la población.
Un candidato a la Presidencia del país puede que plantee la continuidad de la política aislacionista en contra de Cuba, pero en cambio, tener una actitud fuerte respecto a la banca y las instituciones financieras y un retorno moderno a los planteamientos de Jefferson, quien en su época concedía más importancia a la agricultura que a las finanzas y el sistema bancario, por su ausencia de solidez real y el peligro de que manipulasen la vida económica en su conjunto. La agricultura era la industria nacional de la época, hoy la industria es otra y más diversa, pero la banca y las instituciones financieras se han convertido en el real peligro de la democracia. Para la sociedad estadounidense una industria vigorosa y amplia, es fundamental para que parcialmente al menos, un trabajador pueda garantizar techo, comida, salud y educación para sus hijos. No es la solución definitiva pero contribuye al proceso evolutivo.
Evaluar candidatos en base a sus criterios sobre Cuba, es un horror nacido de una política de injerencia que no han sabido contener a tiempo y que aun, ni remotamente parecen estar interesados en rectificar.
La monstruosidad que significa incluir como obligación el tema cubano en las campañas políticas de Estados Unidos, estriba en haber convertido un asunto que nada tiene que ver con la política nacional en un aspecto consustancial de la misma.
Sorprendentemente, el tema de Cuba se ha convertido para Estado Unidos en algo tan importante como puede serlo la inmigración, con la diferencia que esta última está íntimamente ligada al devenir nacional, mientras que el anterior no tiene mayores consecuencias para la vida de la ciudadanía o un segmento determinado de la misma.
Han fabricado un monstruo cuya realidad, para ambas orillas es obvia.
El grupo de personas de origen cubano, convocado por Washington en los años de 1960, entrenado por sus órganos de inteligencia y utilizado para los trabajos sucios que dieron al traste con sanguinarias dictaduras en Latinoamérica, tienen hoy vida propia.
Dicho tema, introducido en la política nacional como si se tratase de un asunto vital para la sociedad estadounidense, no desaparecerá hasta que ese grupo sea sacado por el voto de las direcciones políticas, el Bloqueo eliminado y Washington se desentienda de la política nacional cubana.
Estos tres factores alimentan ese monstruo, quien al igual que todas esas obscuras invenciones, muerden a su creador cuando menos lo espera.
Una prueba de esas mordeduras, es lo ocurrido cuando se discutía el último presupuesto nacional, donde estos congresistas introdujeron una cláusula relativa a Cuba, que nada tenía que ver con el tema pero que ocasionó inconveniencias.
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