Cuando la unidad parió jóvenes invencibles
La identificación entre Fidel y José Antonio Echeverría hizo posible que el Movimiento 26 de Julio y la Federación Estudiantil Universitaria unieran sus esfuerzos para derrocar a la dictadura batistiana
Juan Nuiry
digital@juventudrebelde.cu
29 de Agosto del 2011 20:37:07 CDT
Hay hechos que han marcado un hito en nuestra trayectoria revolucionaria, y entre ellos está la firma de la Carta de México por Fidel Castro y José Antonio Echeverría, el 29 de agosto de 1956, hace 55 años.
En sus primeros párrafos se precisa que la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y el Movimiento Revolucionario 26 de Julio, los dos núcleos que agrupaban en sus filas a la nueva generación, habían decidido unir sólidamente sus esfuerzos con el propósito de derrotar a la tiranía batistiana y llevar a cabo la Revolución Cubana. Luego sentencia que «la Revolución llegará al poder libre de compromisos e intereses» y «los que la dirigimos, dispuestos a poner por delante el sacrificio de nuestras vidas en prenda de nuestras limpias intenciones».
En el cincuentenario de la República tuvo lugar el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, mediante el cual Fulgencio Batista y sus acólitos se adueñaron de las principales dependencias castrenses, derribaron al Gobierno constitucional y suplantaron el ordenamiento jurídico a solo 82 días de que se produjeran elecciones generales.
Símbolos de rebeldía
Las condiciones existentes en el país fueron favorables para que Batista diese su artero golpe. Existía un vacío de dirección política y ética y un poder ejecutivo vacilante que no mostró resistencia al zarpazo. El país atravesaba una gran crisis moral y acumulaba innumerables males. Había una dirección obrera impuesta y entreguista, y partidos políticos sin visión ni perspectiva aguzaban sus divergencias. Mientras, Estados Unidos instalaba «hombres fuertes» en la presidencia de las naciones latinoamericanas para garantizar sus intereses, así, el 27 de marzo, la Cancillería norteamericana reconoció el golpe y se convirtió en su aliado más cercano.
Solo hubo en la capital un reducto de combate y resistencia, la Universidad de La Habana. La Colina se convirtió en un bastión de la dignidad. Por los amplificadores se escuchaban consignas como «La FEU no se rinde. Defendemos la Constitución y las leyes». El pueblo en masa acudió allí. En la Escalinata, el rectorado, la plaza Cadenas y el Salón de los Mártires todo era movimiento, pero las armas prometidas a la FEU por el presidente Carlos Prío nunca llegaron.
En medio de ese complicado contexto arribamos a 1953, cuando ocurren las acciones del 26 de julio en Santiago de Cuba y Bayamo, dirigidas por Fidel. Ese acontecimiento, el mejor homenaje al centenario de José Martí, dio un vuelco a la actualidad cubana, definiéndose una línea insurreccional y un programa en La Historia me Absolverá.
Una año trascendental
En ese proceso surge de las aulas universitarias un carismático estudiante: José Antonio Echeverría, quien en 1954 asumió la presidencia de la FEU y de inmediato radicalizó la lucha. En todo momento José Antonio fue verbo y acción. Si su rasgo más conocido fue su arrojo sin límites, el más definido fue su sentido unitario de la lucha.
Observemos su desarrollo a través del año 1956, y podremos apreciar cuán idénticas son las posiciones de Fidel y las suyas. El 7 de julio de 1955, el jefe de la Revolución salió del país para preparar «la guerra necesaria y justa», y durante un acto efectuado el 30 de octubre de 1955, ante una numerosa concurrencia de exiliados, definió que «en 1956, seremos libres o mártires».
El 1ro. de enero aparecieron en la prensa estas declaraciones de José Antonio: «A la juventud cubana nos sorprende 1956 en dramático y turbulento proceso… no se me juzgue apasionado ni iluso; el año de 1956, será el de la total liberación de Cuba. Al decir esto, ni imito, ni declaro, tal vez coincida».
¿Cómo se proyecta en esta dirección coincidente José Antonio Echeverría? Sin haber sanado aún de las heridas que le dejaron los enfrentamientos con la fuerza pública a finales de 1955, José Antonio elaboró una estrategia para 1956 de la cual señalaremos sus momentos sobresalientes. El 24 de febrero, en un acto en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, dio a conocer la creación del Directorio Revolucionario. En el mismo lugar, el 9 de marzo, realizó una intervención titulada Contra las dictaduras de América, una de las más importantes pronunciadas por el dirigente estudiantil, que fijó su radical posición martiana y antiimperialista.
En junio denunció ampliamente la detención de Fidel y otros revolucionarios que se hallaban en México. El 13 de julio fue reelegido Presidente de la FEU por amplia mayoría (fue la última elección efectuada en la Universidad de La Habana hasta el triunfo de la Revolución). El 26 de julio presidió los actos por el tercer aniversario de las acciones del Moncada, y precisó la significación histórica de aquellos hechos y denunció los crímenes cometidos por la dictadura.
El 27 de julio viajó a Chile para asistir al Segundo Congreso Latinoamericano de Estudiantes, y el 22 de agosto llegó a Costa Rica y pidió visa para ir a México. Aunque solo le autorizaron dos días de tránsito, en la noche del 28 de agosto arribó a ese país y conversó con Fidel hasta el amanecer. En ese primer encuentro participó René Anillo. En la mañana del 29, luego de mecanografiada la Carta de México, fue firmada por Fidel y José Antonio.
La carta llega a cuba
Tras el encuentro, José Antonio viajó a la antigua Ceilán, hoy Sri Lanka, para asistir a la Sexta Conferencia Internacional de Estudiantes, que tuvo lugar entre el 11 y el 21 de septiembre con la participación de 57 uniones nacionales de estudiantes y 160 delegados.
En la madrugada del 30 de agosto, René Anillo llegó a La Habana. En uno de sus zapatos traía el texto de la Carta de México. El 2 de septiembre, la prensa nacional e internacional publicó el histórico documento. Los titulares señalaban: «Alianza de Fidel Castro y la FEU en México». La noticia fue un detonante. Nada pudo silenciar la trascendencia del acontecimiento que resumía el empuje de la fuerza juvenil y su vanguardia revolucionaria.
Aunque no aparece en el texto, se acordó titular Carta y no Pacto a este documento pues este último término perdió prestigio por haber sido utilizado por los partidos políticos tradicionales con fines efectistas y publicitarios. También se decidió realizar un segundo encuentro, más amplio, para precisar las acciones que se desarrollarían.
El segundo encuentro con fidel
Al regresar de Asia, José Antonio hizo su última escala en Miami y nos comunicó a Fructuoso Rodríguez y a mí que debíamos reunirnos con él en esa ciudad. Ambos salimos de Cuba el 5 de octubre de 1956 y pasamos unos días en Miami intercambiando informaciones. Cinco días después los tres partimos para México, para participar en el segundo encuentro con Fidel. Faure Chomón, Joe Westbrook y más tarde Juan Pedro Carbó y José Machado viajaron directamente hacia esa nación.
En el aeropuerto de México DF nos esperaba el futuro expedicionario del Granma «Chuchú» Reyes, quien nos llevó adonde Fidel, en la casa del ingeniero mexicano Alfonso Gutiérrez y su esposa, donde tenía lugar una reunión de la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio. Allí saludamos a Fidel, Raúl, Juan Manuel Márquez, Ñico López, Pedro Miret, Cándido González y Jesús Montané, amigos y compañeros muy queridos.
Después nos trasladamos a otro sitio, en el que se efectuaron las más importantes reuniones del segundo encuentro. El mismo tuvo una extraordinaria significación histórica, pues se analizó la estrategia que debíamos seguir, nuestras posibilidades y los escenarios de la lucha. Aún resuenan los ecos de aquellos diálogos cargados de fervor patriótico, en un ambiente de unidad, sinceridad y altruismo. Era necesario llevar a cabo acciones armadas para que los efectivos de la tiranía batistiana tuvieran que dislocarse hacia distintas zonas. Se precisaban los campos de acción y el establecimiento de las claves, entre ellas la de salida de la expedición hacia Cuba. Si surgía alguna diferencia, de inmediato se aclaraba, y en todo momento existió más fe en la lucha que recursos.
Concluidas aquellas reuniones y tras despedirnos de Fidel, José Antonio, Fructuoso y yo salimos hacia Miami el 16 de octubre. Esa fue la última vez que Fidel vio a José Antonio y a Fructuoso (yo me reencontraría con el jefe de la Revolución en la Sierra Maestra, precisamente para ratificar la Carta de México).
José Antonio no podía ocultar su alegría, y durante el viaje manifestó su confianza en Fidel y su honestidad, así como la enorme trascendencia de los acuerdos tomados. Hablaba con entusiasmo sobre los históricos días pasados en la capital mexicana, las prácticas de tiro que realizamos, el encuentro con su amigo de la infancia José Smith Comas, el deseo de regresar cuanto antes para cumplir los compromisos contraídos… Ya en Cuba, no imaginábamos que los acontecimientos marcharían a una extraordinaria velocidad.
Fructuoso y yo regresamos el 20 de octubre para preparar la llegada de José Antonio, que ocurrió el 24. Cuatro días después fue ajusticiado en el céntrico cabaret Montmartre el coronel Antonio Blanco Rico, jefe del tenebroso Servicio de Inteligencia Militar (SIM); y al día siguiente, la policía batistiana violó la sede de la embajada de Haití y masacró a los revolucionarios que ajusticiaron a Blanco Rico, quienes estaban en el recinto diplomático. En ese asalto fue herido de muerte el tristemente célebre jefe de la Policía, el brigadier Rafael Salas Cañizares. El 27 de noviembre ocurrió la brutal represión a la tradicional manifestación estudiantil de homenaje a los estudiantes de Medicina fusilados en 1871, tras lo cual se cerró definitivamente la Universidad. El 30 de noviembre tuvo lugar el levantamiento armado en Santiago de Cuba, organizado por Frank País; y el 2 de diciembre, el histórico desembarco del yate Granma...
Cuba era un verdadero polvorín, la guerra por la liberación se extendía y la Carta de México estuvo presente en cada acción, en cada combate en el llano y la montaña y en los acontecimientos del 13 de marzo de 1957. Ese importante documento, que se firmó con tinta y luego se reafirmó con sangre, define y fundamenta los postulados de una generación. Representa un compromiso que rompe las barreras del tiempo con la fuerza de un Baraguá, y es un legado histórico permanente para la juventud y la FEU, tanto en su firme concepción unitaria como en su compromiso con Fidel y la Revolución.
*Profesor de Mérito de la Universidad de La Habana.
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