miércoles, 24 de agosto de 2011

ALFREDO Y EL LABORATORIO

Cambios

Alfredo y el laboratorio
La guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética proporcionó la oportunidad de oro para comenzar el experimento de ingeniería social

Rafael del Pino, EEUU | 15/08/2011


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Hace unos días leí una de las declaraciones más importante que he escuchado hasta ahora del círculo más íntimo de amistades de Fidel y Raúl.

Durante un encuentro con universitarios que reseñó el portal oficialista Cubadebate, Alfredo Guevara manifestó que Cuba vive una “transición del disparate” hacia el socialismo con las reformas impulsadas por el presidente Raúl Castro y advirtió que la situación no va a cambiar “mientras todo lo administre una burocracia disparatada e ineficiente”, por lo que hay que “destruir este aparataje descomunal que ha decomisado la sociedad”.

Esto, sin lugar a dudas, es un cambio radical en el pensamiento de muchos dirigentes históricos de la Revolución, estén activos o en retiro. Hace poco más de tres años en una entrevista que le realizaron a Alfredo Guevara en el programa televisivo “Privadamente Público” transmitido por el canal 2 de la televisión cubana el martes 22 de julio de 2008 todavía defendía a su manera el laboratorio de ingeniería social de su viejo amigo y al parecer disparaba los últimos cartuchos contra el marxismo que ha sido el Némesis de los alquimistas en este medio siglo de experimentos: “Hay un error que no es el socialismo cubano, sino que es de los revolucionarios, en general y en el curso de la historia, que es dejarse ganar a veces por teorías y más teorías, aun si estuviera hablando de Carlos Marx”.

Si importante es reconocer por fin el disparate que prácticamente ha destruido la nación y causado sufrimientos indescriptibles a cientos de miles de cubanos, indispensable también es aprovechar la amarga lección para corregir el camino con firmeza. Especialmente cuando ya al frente de posiciones claves en la dirección del Gobierno se encuentran cuadros dirigentes que eran niños al comenzar a toda máquina el funcionamiento de los laboratorios de ingeniería social. Tanto ellos como otros miles de jóvenes que tomarán las riendas de la nación necesitan saber como surgió, cómo se desarrollo y cómo terminó el nefasto experimento. Esta es la historia.

La Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética proporcionaron la oportunidad de oro para comenzar el experimento de ingeniería social.

Fidel Castro tenía mucho que ofrecer al Kremlin, que en aquellos momentos se encontraba bastante detrás de Estados Unidos en poderío militar y nuclear, y Cuba a 90 millas de sus objetivos era una posición estratégica, un portaviones natural que no le ofrecía absolutamente ninguno de sus satélites alrededor del mundo. Eso en las leyes del mercado valía mucho, mucho dinero. De este interés mutuo desde mediados de 1960 se abrió la tubería de los miles de millones de dólares que fluirían ininterrumpidamente oficializando el parasitismo.

Al jefe no le preocupaba en lo absoluto el deterioro constante de toda la infraestructura productiva que había heredado de la floreciente empresa privada. La apropiación de la plusvalía que dejaba de acumular por la improductividad y el deterioro de esa infraestructura lo compensaba totalmente la tubería parasitaria proveniente de la URSS. Estas posibilidades caídas del cielo le abrieron el camino para los experimentos que implementó en la agricultura, el ganado, otros tipos de animales y hasta en la alteración del hábitat y el medio ambiente de regiones enteras que terminaron en una colosal catástrofe. Al mismo tiempo, se hacía imprescindible tirarle unos huesitos al pueblo para que no se inquietara demasiado manteniendo latente las esperanzas de un mundo mejor.

Con esto apareció en las probetas del laboratorio el experimento de la Reforma Urbana. Los propietarios de inmuebles fueron expropiados y un Frankenstein burocrático se hizo cargo de las obligaciones que hasta ese día tuvieron los dueños de esas propiedades. Este fue un huesito muy reconstituyente para amplias masas de la población, que de inquilinos pasaron a dueños sin tener que obtener una hipoteca, ni realizar los procedimientos habituales para este tipo de transacciones.

Centenares de miles de cubanos residentes ahora en Estados Unidos, que han visto y sufrido en carne propia el desastre y la crisis que ocasionaron los bancos, por la irresponsabilidad de cometer fraudes en el poder adquisitivo de los ciudadanos que aplicaban para hipotecas en la compra de sus viviendas, pueden imaginarse la desestabilización económica que causó esta ley de Reforma Urbana que le permitió a los inquilinos en Cuba ser dueños de sus casas.

Si en Estados Unidos, el país con la economía más grande del planeta, la crisis hipotecaria lo llevó al borde de la depresión, imagínense cómo debe haber estremecido y minado los fundamentos económicos de Cuba aquella ley populista. Por supuesto que esto no era importante para los alquimistas. La tubería parasitaria continuaba abierta sin limitaciones y el pueblo festejaba de alegría, eso era lo importante para poder pasar a etapas posteriores que posibilitaran apretar más tuercas.

A pesar del torrente de dólares que fluía por la tubería parasitaria el desastre era de tal envergadura que provocó el parto de la famosa y ya histórica libreta de abastecimiento. El laboratorio alarmado recomendó de inmediato tirar más huesitos para mantener las esperanzas y la tranquilidad. Aparecieron los teléfonos públicos y los espectáculos deportivos gratis, comedores obreros en los improductivos centros laborales y almuerzos escolares —ambos sin costar un centavo—, y la enseñanza gratuita desde el kindergarten hasta la universidad. Atención medica gratuita. En fin el paraíso terrenal.

Pero los alquimistas necesitaban legitimar todos estos disparates con un nombre que pegara. Con un nombre que los incautos siempre asociaran con todas esas gratuidades e ilusiones para que fueran mucho más creíbles que los actos de magia de Robert Houdin o David Copperfield.

Ya un tiempo antes, en el entierro de las víctimas del bombardeo del 15 de Abril de 1961, Fidel Castro había decretado el carácter “socialista” de la Revolución, pero no se habían creado ni los mecanismos ni las condiciones objetivas para convencer a los verdaderos teóricos del marxismo que se estaba en presencia de esa etapa de transformación social.

No transcurrió ni un año para que varios dirigentes del Partido Socialista Popular, alarmados por los arrebatos de los alquimistas, pusieran el grito en el cielo y fueran barridos de un plumazo. El laboratorio se había salvado, otros líderes de ese Partido se doblegaron a Fidel Castro y continuó con bomba y platillos el maravilloso camino “socialista”.

Tras esta barrida de líderes políticos del PSP, las “mieles del poder” embriagaron más al Comandante y se iniciaron las cruzadas liberadoras por toda la América Latina y el Africa. Como no contaban con la bendición de Marx para estos trajines pues el alemán los condenó siempre llamándolos aventureros de la revolución, se buscaron un pequeño manual de un autor francés titulado Revolución en la Revolución para que suplantara los clásicos del marxismo. Los resultados de estas locuras ya los conocemos muy bien. Decenas de valiosos compañeros muertos inútilmente y el derroche interminable de recursos de todo tipo.

Pero faltaba el último ingrediente para el potaje. Un Partido que resumiera y encerrara toda la gloria y sabiduría. Ya había visto la luz un primer intento con un nombre que sí se acercaba un poco más a la realidad el “Partido Unido de la Revolución Socialista” Es decir un Partido formado por varias tendencias que buscaban hacer una Revolución Socialista. Ese nombre tenia más lógica, pero no, el Jefe necesitaba algo más sublime y encantador. Así, nos levantamos una mañana y leímos en la prensa que ya teníamos un Partido Comunista con miembros del Comité Central, Secretariado, Buró político y Primer Secretario. Nada de congreso, nada de elección de sus miembros, nada de que los miembros ya elegidos pudieran hacer lo mismo con los integrantes del Secretariado y el Buró político y, por supuesto, ni pensar en la elección del Primer Secretario; Le loi c’est moi sentenció él con la probeta del Partido todavía humeante en sus manos.

Ese Partido, que después de creado tardó más tiempo que el que duró la primera guerra de independencia de Cuba para tener su “Primer Congreso”, fue la pantalla ideal que le permitiera a su Primer Secretario apretar las tuercas que faltaban. Con ese instrumento en sus manos tenía ya la vía para desplegar la intensa y perenne campaña propagandística dirigida a convencer al mundo y al pueblo cubano dentro y fuera de la Isla que en Cuba se construía el “socialismo” y que estábamos ya preparando el concreto y los ladrillos para meterle mano al Comunismo.

Tengo un gran amigo, más bien un hermano que a cada rato me señala por qué gasto proyectiles en una preparación artillera sobre la ruta por donde ya pasaron las tropas enemigas. Tiene razón, pero como los jefes históricos de esa tropa han retrocedido tantas veces, se hace necesario apuntar y disparar a los talones para por lo menos neutralizar al corneta encargado de tocar para la retirada. Quizás así se les obligue a seguir por el camino que pueda ayudar a los relevos de los jefes actuales, que como dije anteriormente eran pioneritos cuando se inauguraron los laboratorios de experimentación social, a enterarse bien de los disparates. No solo a medias por boca de Alfredo Guevara sino por alguien que trabajó en esos laboratorios y tiró por la ventana las probetas infestadas y los reverberos rusos herrumbrosos.



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