sábado, 21 de diciembre de 2019

EL PRESIDENTE CHAVEZ Y ALEXIS MARQUEZ RODRIGUEZ

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El lenguaje y los hechos. El presidente Chávez y Alexis Márquez Rodríguez

Eligio Damas

Nota: Este trabajo forma parte de nuestro libro “Crónica de un Paro. Venezuela en una encrucijada”, escrito a raíz del golpe de Carmona, en el 2002. El lector debe tomar en cuenta esta referencia para juzgar algunos juicios que en él se emiten. Debe recordar que todavía Chávez no había hablado de “Socialismo del siglo XXI” y más bien se mostraba atrapado por aquello como simple del “Oráculo del guerrero”. Como creo que el asunto al cual alude el título sigue vigente y siempre será así, me refiero a la relación entre el lenguaje y los hechos, pero también la necesidad de comunicarse eficientemente, y como se percibe que, errores del pasado se siguen cometiendo, le pongo en este espacio, por aquello de Kotepa Delgado, “escribe que algo queda”.
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Críticos al presidente han atribuido a su lenguaje, en gran medida, la culpabilidad de la diatriba en la que hoy está sumida Venezuela.
En verdad, hay fallas comunicacionales, discursivas graves. Como un excesivo verbalismo. El mismo presidente ha dicho y uno sabe bien que su “revolución”, no aspira trascender el capitalismo y lo más audaz que se le escucha, en materia de definiciones políticas y económicas más generales, es que se propone hacer al capitalismo nuestro humanista y en nada “salvaje”. Las disposiciones constitucionales, de una constitución que exhibe como su mayor trofeo “revolucionario”, no son las apropiadas para emprender reformas “que conduzcan al comunismo”, como acusa el bando opositor.
Y uno lo sabe por las ejecutorias, por los hechos y por lo que está previsto en la Carta Magna.
En una carta dirigida al intelectual cubano Roberto Fernández Retamar, el profesor de la Escuela de Periodismo de la UCV y distinguido crítico literario, Alexis Márquez Rodríguez, llena de afirmaciones que en su mayoría no parecen recoger con equilibrio las reales causas y efectos de la crisis, y le asigna excesiva importancia a cosas que suelen ser intrascendentes, dice, a manera de ejemplo, de lo que evalúa inadecuada forma del presidente Chávez, de presentar sus políticas, lo siguiente: “Los famosos decretos leyes dictados por el Poder Ejecutivo al amparo de la llamada Ley Habilitante, contienen importantes medidas de reforma jurídica y social, destinadas a mejorar las condiciones de vida y de trabajo de la mayoría de la población, pero no constituyen instrumentos verdaderamente revolucionarios, ni afectan profundamente los intereses de las clases poderosas. Estas, sin embargo, han tenido frente a esas leyes una actitud irracional, desproporcionada y reaccionaria, que en gran medida ha sido fomentada por el propio Chávez, quien en lugar de procurar una actitud de comprensión y cooperación..., ha jugado la carta de la agresividad, haciendo ver que los cambios propuestos iban mucho más allá de meras reformas”. Continúa Alexis Márquez señalando que un ejemplo “emblemático”, lo constituyó el caso de la Ley de Tierras, ante el cual, según el crítico literario, el presidente desarrolló una estrategia comunicacional anticipada, que la presentó “como un fantasma, un satánico instrumento revolucionario de supuesto corte comunista”. Y luego agrega “De suerte que mucha gente que incluso no leyó nunca dicha ley, empezó a combatirla como un engendro del demonio”.
Esa opinión de Alexis Márquez, es importante para analizar fríamente lo que pasa en Venezuela. Si bien ha aparecido por años como ligado al Partido Comunista de Venezuela, también es cierto que tiene vínculos muy estrechos con el diario “El Nacional”, desde los lejanos días que el poeta Miguel Otero Silva, ejercía allí con influencia.
Pese a que en dicha carta el mismo se define como leal “a los principios del marxismo, el socialismo y el comunismo, fundamentos ideológicos de la revolución Cubana”, sus enfoques de la crisis del país y su gesto de hacer públicas sus críticas, en un momento que para cualquier pro castrista, como él se ubica, parece imprudente y no luce en respaldo de su auto definición.
No obstante, sus apreciaciones en el aspecto comunicacional, no por formal carentes de importancia, parecieran acertadas.
Unos cuantos días antes de iniciado el paro, cuando este se insinuaba como una amenaza, el presidente Chávez, incurrió en un desliz verbal muy importante. Empezó por decir que si los empresarios cerraban sus empresas, bien podían los trabajadores, apegándose a lo dispuesto en la ley, proceder a mantener la producción. Y dijo eso, a sabiendas que los trabajadores, como clase, no estaban dispuestos a acompañar aquella medida empresarial, acordada en los cenáculos de CTV-Fedecámaras. No olvidemos que siendo él, el Presidente, su voz, sus opiniones, adquieren una dimensión mayor, una resonancia más alta y tienen una connotación diferente que cuando las emite un hombre común. Luego de aquel comentario se dejó llevar por la imprudencia y agregó, palabras más palabras menos, “bueno, si a ver vamos, en justicia, las empresas son de los trabajadores, porque son ellos quienes producen la riqueza”.
Por supuesto, como era de esperarse, tal comentario produjo eco en los Medios y se le utilizó para fortalecer la tesis, según la cual, en Venezuela nos “encaminamos al comunismo”. Y las inexistentes pruebas para apoyar tal diagnóstico, “son encontradas” por retazos en los discursos del presidente.
Quienes en su mayoría votaron por el presidente Chávez, tanto en la clase media como en los sectores menos favorecidos, lo hicieron para cambiar aquel cuadro de desolación, de tierra arrasada que dejaron los cuarenta años de gobierno, de lo que él mismo calificó como la IV República. Soñamos con un país donde se redujese al mínimo la corrupción, la oficial, la privada y aquélla del contubernio de ambos sectores. Queremos un país donde haya empresarios y empresas exitosos, pero como resultado del trabajo honesto y productivo. Que se genere empleo para arrinconar la pobreza en Venezuela y que los sueños de los jóvenes tengan posibilidades reales de materializarse.
Para impulsar el crecimiento de la economía venezolana, crear empleo, derrotar la inflación, liberarnos del tutelaje petrolero, se necesitan capitales. Y para que estos vengan, hay que crear confianza. Se requiere un proyecto de país donde los inversionistas se sientan atraídos y el discurso y acción sean coherentes con aquel
Y todo lo anterior será posible también, en la medida que nuestros gobernantes y quienes desde el ámbito privado aportan su trabajo, inteligencia y capital, se acuerden y encuentren los necesarios y posibles puntos de coincidencia para operar con destreza y energía.
La diatriba insustancial y los temores generados por un discurso poco diplomático e inspirado en un antihistórico deber ser y una percepción prejuiciada que exagera el sentido e intención de la palabra, que conlleva al no hacer, no invertir, coinciden en dañar al país.
Pero por encima de lo anterior, es digno de mencionar que pese a haber estado cuatro años en el ejercicio presidencial, a las dificultades reales de la vida venezolana, al grado de responsabilidad racionalmente atribuible a su mandato, al desgaste natural que implica el gobernar, el presidente Chávez mantiene un respaldo popular nada despreciable y que bien llama la atención al estudioso y todo aquel que, fresco y abierto, se asome al portal de los acontecimientos.
Si es valedero llamar la atención de la gente, a los inversionistas, estudiosos, profesionales, empresarios, etc., sobre el punto de cómo un gobierno pierde la confianza de un importante sector de la población por políticas reales o supuestas, un discurso inapropiado o subido de tono, también lo es sobre cómo ese mismo gobierno, mantiene el entusiasta respaldo de otro sector bastante numeroso del mismo universo, pese las calamidades que le acogotan y que fácilmente, pasado cierto tiempo, se suele atribuir al gobierno de turno. Esta circunstancia, demanda un análisis profundo y abnegado para sacar conclusiones que sirvan para definir una política que sintetice esa realidad y sirva de fundamento para la justicia y la paz.
Lo anterior, más los hechos que han caracterizado la política venezolana más reciente, parecieran obligar al observador a concluir que en uno y otro sector, al momento de diseñar y desarrollar políticas, se incurre en errores como la exclusión a priori o el mensaje clasista muy focalizado. Este es un asunto que sería bueno dilucidar, no obstante esperemos que los hechos confirmen más esta apariencia.
Quizás, el descenso del apoyo presidencial, recogido en encuestas, mediante mecanismos y empresas serios de medición de opinión, alentó a los opositores al presidente a intensificar sus acciones para sacarle de Miraflores. Por supuesto, a este indicador sumaron la apreciación que tenían de la situación militar y el apoyo y aliento provenientes de factores políticos y económicos internos y de más allá de Venezuela.
El presidente Chávez, en justicia, sin extralimitaciones a favor o en contra, es un político salido del sector militar poco influido por la cultura de nuestros dirigentes tradicionales. Es poco dado a las sutilezas, las evasiones convencionales y uso de lenguaje diplomático. No es en nada experto o ganado para la práctica de sentar sus opiniones sobre alguien, personaje, gobierno, empresario, etc., mediante el lenguaje cifrado o indefinido. Habla como para que no queden dudas de su manera de pensar, sin medir las circunstancias o la posibilidad de cerrarse anticipadamente puertas que podrían y deberían quedar abiertas. Y lo que parece ser más importante, discurre más como un moralista que un dirigente político y jefe de Estado.



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